miércoles, 30 de marzo de 2011

James Frey, la incapacidad de hacer nada bien


Oprah Winfrey es un estrellón. Un estrellón enorme que tiene un programa raro que aquí en España todas las grandes damas de la televisión intentan imitar del mismo modo que todos los grandes de la televisión en España quieren ser David Letterman o Jay Leno aunque, en público, muy pocas veces se les escuche hablar de ellos.  

Oprah es una mujer completamente hecha así misma. Aquí desconfiamos automáticamente de cualquier persona que alcance el éxito partiendo de la peor posición posible (a no ser que sea Fernando Alonso) pero en los EE.UU. las historias de superación venden como churros porque forman parte de su imaginería social y de eso que se llama “el sueño americano”.

La afroamericana es algo así como una especie de telepredicadora laica que se dedica a dar consejos para llevar una vida mejor y juega como nadie en el terreno de las entrevistas humanas, esas que hacen llorar a todo el mundo. Los testimonios desgarrados, además, suelen tener una recompensa automática porque Oprah se arremanga en directo y reclama, cuando no pone de su cuenta corriente, todos los medios necesarios para atajar, en vivo y en directo, cualquier injusticia.

Las únicas veces en las que Miss Winfrey ha parecido completamente fuera de juego han sido tres: cuando Tom Cruise se puso a hacer morisquetas y ejercicios gimnásticos en un sofá, cuando accedió a entrevistar a Cormac McCarthy  dando una de las peores entrevistas de la historia reciente al intentar que el esquivo escritor se pusiera tierno y la segunda vez que tuvo a James Frey en el plató de su programa.



En 2003 James Frey publicó “A milion little pieces” ( cuya traducción sería "Un millón de pedazos pequeños". Editado en nuestro país por Taurus con el título "En un millón de pedazos"). Una novela autobiográfica en la que narraba su experiencia con las drogas, sus desastrosas consecuencias y en su caótico proceso de rehabilitación. La narración que fue acogida con cierta frialdad y bastantes malas críticas no dejó indiferente a la presentadora que encontró en el texto una de esas historias que suelen engordar los ratings de audiencia: chico blanco, ex drogadicto, ex delincuente, culpable de la muerte accidental en accidente de tráfico de dos compañeros de instituto que renacía como escritor utilizando la literatura como terapia para la salvación y la restitución pública. ¡Guau!




Dentro del famoso programa existe una sección titulada “Oprah´s Book Club” (se podría traducir como "El club de lectura de Oprah") desde la que la presentadora recomienda libros a su audiencia. Algo que comenzó como una simple labor de apostolado (¡Lean, que no me leen nada! ¡Que leer es precioso!) se convirtió en la rampa de lanzamiento más codiciada por todos los editores del mundo anglosajón: cualquier novela que salía en ese escaparate se convertía, al día siguiente, en un éxito literario. Incluso les ponen una pegatina con el logo de la sección para que sean más reconocibles.
Winfrey dijo de la novela de Frey, que se había vendido bien hasta la fecha,  que la había mantenido en tensión durante toda la lectura, que había perdido horas de sueño con ella, que era la pera limonera, vamos.

Llegó al puesto cuatro de ventas de libros de “no ficción” en cuestión de días y, unas semanas después, Oprah recibió en su programa al escritor que le relató todo su historial delictivo, que estuvo siendo perseguido por la policía en varios estados, que había tenido recaídas en el alcohol y en la merca y cosas así de esas de dar mucho morbo. De hecho, utilizó profusamente la retórica de arrepentido que despliega en su novela y habló de esas cosas tan agradecidas como “la furia” y “la ira” que te llevan a la droga o “el demonio interior” contra el que hay que luchar. Ya saben, ese rollo medio religioso, medio freudiano que tan bien viene para metaforizar sobre el desgarro, el desarraigo y la culpa.  Oprah se sintió encantada de tener a un demonio domesticado, a un ángel caído y rehabilitado en su plató y corrieron lágrimas y todo fue fenomenal para el autor que, ya en junio de ese año, había publicado  “My friend Leonard” la segunda parte de las memorias que tenía como objeto alargar la historia primigenia y ahondar en la terapia y en la recuperación de su vida.

La entrevista, una de las más seguidas de la historia del programa, se cerró con un profundo éxito. Un éxito que no dejó a nadie indiferente pero, sobre todo a los responsables de thesmokinggun.com (TSG). Esta página web, dedicada a escarbar en los archivos policiales, tiene una famosa sección (llamada "Mug shot") en la que muestran las fotos de los famosos que han sido fichados en cualquier comisaría de los Estados Unidos. Gracias a esta página hemos visto a Bill Gates sosteniendo un cartelito con su nombre en una comisaría y cosas así. Como Frey era una nueva estrella, y un ex delincuente, los puso a la búsqueda de la ficha policial del mismo y de la, en ese momento, codiciada fotografía.

Seis semanas de la aparición de James Frey en la televisión nacional los editores de Smokinggun no tenían solo la fotografía si no, además, un artículo demoledor titulado “A million Little lies” ("Un millón de mentiras pequeñas") donde daban pruebas de que el escritor no había sido un delincuente tan peligroso, jamás había sido detenido por los delitos que describía en su biografía y, claro está, que todo lo escrito en sus dos tomos no era más que una invención de Frey.




¿Por qué alguien querría autoinculparse de un montón de delitos y ensuciar así su biografía? Pues muy sencillo: marketing. Durante unos cuantos años Frey estuvo intentando colocar el manuscrito de su novela en varias editoriales sin éxito. En un momento determinado él o una avispada publicista, Nan Talese, decidiera que se podía vender mucho mejor si se cambiaba la etiqueta de “ficción” a “biografía”. Así fue. La traducción de la novela a 29 idiomas y 5.000.000 de ejemplares vendidos avalan que el truco funcionó mucho mejor de lo que hubieran esperado, incluso demasiado bien. Sin duda, la conversión de Frey en un escritor de best-seller impidió que se mantuviera bajo la línea del interés informativo y que su millón de pequeñas trolas pasara desapercibido: de haber vendido una respetable cifra de 400.000 o 500.000 ejemplares y no haber aparecido en el programa de Winfrey hubiera permitido a Frey seguir con el engaño durante toda su vida.

Un engaño que, antes de que el libro fuera un superventas, el propio frey había reconocido a varios periódicos pequeños en diversas entrevistas pero que, poco a poco, fue negando aduciendo a que, en ese momento, quería obviar ese pasado de macarra.

Tras el artículo de TSG que retrataba a Frey como un teen afable que se había metido en dos delitos muy menores en toda su vida (dos fotos de comisaría, nada más) y que explicaba abiertamente las objeciones legales que había puesto a la publicación del artículo y a la exhibición pública de las fichas policiales y judiciales de sus delitos (algo extraño teniendo en cuenta que toda la promoción de sus libros se basaba justamente en el relato de las mismas) llegó el turno de defensa del autor que acudió al programa de Larry King el 11 de enero para declarar que, bueno, que sí, que parte de su libro no era del todo real y que había alterado parte de los mismos. En realidad, hasta ahí, la maniobra de defensa de Frey no podría haber sido más sencilla: todos los que podrían declarar sobre la veracidad de los hechos y hablar en su favor desmintiendo el artículo de TGS estaban muertos (su amigo Leonard de SIDA, su novia Lilly se había suicidado...) y los que estaban vivos eran delincuentes que no darían la cara.



La propia Oprah salió en defensa de Frey en el programa haciendo una sorpresiva y calculada llamada de teléfono que intentaba, claro está, salvar los muebles de su programa y volver a recuperar la confianza de sus espectadores en su "Club de libros".

Sin embargo, como la mentira ya era suficientemente evidente, el  26 del mismo mes Frey reaparece en el programa de Oprah y la entrevista se convierte en un auténtico bombazo porque el autor reconoce que su obra, los dos tomos, son una mera ficción.  La presentadora se deja de enredos y ataca a la yugular del escritor diciendo cosas como que se siente "estafada y, más allá de eso, siente que (Frey) ha estafado a millones de lectores". Si Frey quería jugar, otra vez, al mismo juego promocional de su primera entrevista en la que apareció como un ex adicto redimido para presentarse ahora como un mentiroso decidido a redimirse en público el cálculo le salió mal porque una cosa es jugar con tu propio prestigio y otro, entendería Winfrey, jugar con el de ella que tiene un emporio de varios cientos de millones de dólares que penden, básicamente, del fino hilo de su buena imagen. El comentario general es que destrozó a su entrevistado.

El visionado de la entrevista me trajo a la memoria una divertida anécdota que me contó el veterano periodista Mariano López de otro reputado periodista del que obviaré el nombre y que tenía una estupenda facultad que explotó en su juventud: siempre tenía a mano la última entrevista concedida por un personaje recientemente fallecido. Si la entrevista era real o ficticia jamás podía comprobarse pero, decía Mariano, que por las hemerotecas españolas debían de estar todas cogiendo polvo y esperando a que alguien pudiera desentrañar el misterio.

La discordia y la revelación de la verdad pusieron en un brete a la editorial Doubleday que anunció el cambio del género de la novela a “ficción” y publicó una nota en la que pedía a los lectores que se hubieran sentido estafados que se pusieran en contacto con ellos para que les fuera devuelto su dinero. En septiembre Frey emitió una nota pública disculpándose por ser un escritor de ficción (muy superventas…por cierto) pero, en el fondo, no por haber desplegado todo un montón de mierda para vender su obra. Obviamente, el hecho de que Frey escriba no es algo malo…lo otro, pues sí.

En el gérmen de todo está una interesante cuestión: ¿Se valora más una obra “basada en hechos reales” que una de ficción? ¿Puede mantenerse la etiqueta de “basado en hechos reales” cuando se incluye una nota que dice “que algunos tramos del relato son ficticios y han sido alterados para mejorar la narración y los nombres cambiados?

Cuando “Soldados de Salamina” se convirtió en un éxito editorial en nuestro país muchos pensaban que estaban comprando, en realidad, las memorias de Javier Cercas y las de todos los implicados en el fusilamiento fallido de Rafael Sánchez Mazas acaecido en los últimos tiempos de la Guerra Civil española. En realidad Cercas no había hecho más que tejer el paño de su novela con hechos reales y muchos ficticios creando lo que él mismo dijo era “una obra de ficción”. Muchos lectores se sintieron estafados valorando mucho más el contenido histórico de un pasaje rocambolesco y la investigación un tanto rocambolesca del mismo frente a algo que es mucho más interesante: Cercas es un gran escritor que cogió una historia complicada y la convirtió en una historia interesante, es más, la extrapoló de toda la contienda para convertirla en una especie de símbolo permanente de la misma. Seguramente Cercas podría haber seguido con el cuento, haber alimentado que todo lo dicho era real pero prefirió contar que era escritor y no periodista. Cercas se convirtió, temporalmente, en personaje literario de la forma en la que todos los que escriben ficción se meten de cuando en cuando como personajes principales o secundarios de sus propias historias.


Normalmente tendemos a pensar que la literatura es un mero entretenimiento, que es algo con lo que perder el tiempo y nos sentimos aliviados y engañados a la vez cuando encontramos entre las páginas de un libro un personaje con el que nos identificamos. La sensación de identificarnos con alguien inexistente no deja de parecernos brutalmente inhumana, como si de pronto, la conexión con los sentimientos y la historia inventada nos desconectara de una manera rara e irracional de la realidad y, seguramente por ello, porque nos aferramos a no dejarnos llevar, a mantenernos con los dos pies en el suelo, sentimos la necesidad de que haya más testimonio que invento en todo. Si alguien te cuenta una historia quieres que la historia sea cierta para que pueda aportarte algo pero si la historia es simplemente mentira nos parece que podemos desconectar de ella, que sea nada más que una banalidad.

Frey intentó vender su libro como una obra de ficción y no lo consiguió. Pasó por 17 editoriales que se negaron a publicarlo. Ni que decir tiene que el libro es flojo y malo a más no poder. Un tocho de casi 400 páginas (más las 400 de la segunda parte) cocinados entre la chorrada sensacionalista, la baratería insultante, los pasajes arrancados a Hemingway y al realismo sucio…un best seller sin mucho interés que se hubiera quedado en nada si no fuera porque a alguien se le ocurrió decir que todo era real, que todo era cierto. Es entonces cuando el delito literario de ser un escritor mediocre se perdona porque, en el fondo, el que lo escribe ya no tiene que aferrarse a las reglas ortodoxas del buen escritor y puede justificar todos sus fallos diciendo que lo que escribe sale del corazón. Es entonces cuando el engaño y el truco que tiene toda obra literaria deja de tener peso para ceder terreno ante fines mayores. “A million little pieces” ya no es un mal libro y se convierte en mucho más que eso porque atiende a un fin mayor que al del puro entretenimiento: a la salvación de los adictos a las drogas y al alcohol. Al discurso ejemplarizante. Es ahí donde más libros se venden porque lo importante no es escribir bien si no transmitir algo que parece, a primera vista, de mucha más importancia.

Lo contradictorio es que Frey ha seguido moviéndose entre el escándalo y la escritura convirtiéndose en ese autor que demuestra que el bussiness es más importante que lo que se encuaderna.

Harper Collins, nada más y nada menos, publicó su tercera novela en 2008 (ficción, pura ficción) titulada “Bright Shiny Morning” (un rollo macabeo) centrada en la historia de varios personajes de Los Ángeles  que sonaba a un intento por acercarse al Easton Ellis que escribió los cuentos que conformaron “Los confidentes” y más allá de eso en una regurgitación del "Vidas cruzadas" de Raymond Carver. No tuvo mucho éxito y encontró críticas de todo tipo pero, sobre todo, descabelladas y, más recientemente, Frey ha intentado publicar una historia basada en la Biblia con un poco original sinopsis basada en el renacimiento de Jesucristo en Nueva York (¡Ay, Diosito!) y se vio envuelto en un escándalo chocante.

En 2009 fundó Full Fathom Five una editorial nacida para crear pelotazos editoriales en serie. En régimen de colaboración se contrataba a autores muy jóvenes (250 dólares por cabeza) para trabajar en proyectos colaborativos. ¿han oído eso de que una ingente cantidad de monos acabaría por escribir una novela legible? Pues algo así debió de pensar Frey que estaba empeñado no en escribir una buena novela si no un montón (un millón de pequeñas novelas) de libros y dar con el nuevo Harry Potter. La cosa no le fue mal y “I Am number Four” se convirtió en un éxito de ventas juvenil (está a la venta en España) cuyos derechos fueron comprados por Dreamworks que la ha llevado al cine recientemente y que se estrenará en los primeros días de abril en nuestro país. ¿El trasfondo de la historia? Tan chorra y tan manido como la historia que lo hizo famoso.  Los contratos precarios y algunos pequeños escándalos más han puesto el proyecto en la mira de muchos…y no positivamente.

Recientemente ha anunciado que está trabajando en un proyecto para HBO junto a Mark Walhberg que tendría como trasfondo el negocio del porno en Los Ángeles…eh…Mark Wal…¿ese no salía en “Boogie Nights” que iba, justamente, del negocio del porno en Los Ángeles?

James Frey demuestra que no hace falta hacer las cosas bien, ni siquiera ser demasiado original, ni siquiera ser un buen escritor para vender libros. Ha demostrado cierta incapacidad para obrar honestamente, para ejercer su profesión de una forma digna pero, la verdad, nadie puede evitar pensar que conoce bastante bien el negocio en el que está metido y como hacerlo funcionar. Ah...y una absurda tendencia a retratarse haciendo una peineta (el famoso "fokyu") que es lo que hacen los chicos buenos cuando quieren parecer malos malísimos consiguiendo, sin embargo, parecer unos verdaderos gilipollas. En realidad no deja de hacer patente no solo eso último si no también su plena incapacidad para sentir vergüenza propia.

8 comentarios:

Azul Sanchez dijo...

Que buena entrada...no conocía el caso de este tipo, pero lo que si me interesa es el debate sobre la importancia de que sea una obra real o no...por mi parte no tengo ningún problema en que sea fición (que obra no lo es!) pero parece que ahora es necesario que todo tenga una dosis de realidad....Abrazo!

Anónimo dijo...

Soy muy pava y me han entrado como ganas leer a Frey...
Normalmente sigo tus recomendaciones literarias así que espero instrucciones al respecto.

Señor Insustancial dijo...

Hola a ambos,

Azul,
Fue un caso bastante conocido en los Estados Unidos cuando salió...aquí el libro no se vendió mucho así que no se conoció el caso.

Es interesante eso, el rollo de por qué le damos valor a lo real por encima de lo ficticio. Raro.

Por otro lado me interesa que Frey se haya aprendido los trucos del negocio editorial antes de convertirse en un escritor.

Patri-cia
Pues no se...si te va el rollo novela tipo "Cristina F" "En mil pedazos te va a encantar". A mi me parece un postinero y un rollista pero comencé a saber de la historia de este tipejo después de que alguien me regalara el libro con un enfervorizado "¡Mola mucho!". No me emociona.

Si te quieres leer algo bueno, bueno de verdad te recomiendo a Carver que sale por el artículo o el último de Breat Easton Ellis que está muy bien.

Un saludo y muchas gracias.

g dijo...

Muy buena reflexión. Como estudiante de literatura me acabas de dar muchas ideas para un trabajo... Gracias!

Señor Insustancial dijo...

Hola g,
Pues espero que me tengas al corriente de cuáles han sido esas ideas y para qué las vas a utilizar. Si necesitas bibliografía de crítica literaria o de comparada a lo mejor puedo ayudarte si ese es el tipo de trabajo que vas a hacer.

¿Filologo? ¡No sabes donde te metes!

g dijo...

Hola Sr. In

Estudiante de literatura (¡a mi edad!). El trabajo es sobre la estética y la literatura contemporánea, aunque a medida que pasan los días creo que me encuentro más perdido en la maraña... Gracias por el ofrecimiento, sin duda sería de grandísima ayuda.

(Por cierto, felicidades por el blog. No abunda el buen contenido crítico por estos mundo virtuales.)

Señor Insustancial dijo...

Hola G,

Pues me parece un interesante trabajo. Tira por algo llamativo, la cultura popular (toda ella), da grandes títulos a la hora de hablar de estética y estética.

Un saludo.

(Gracias, espero seguir mejorando)

Señor Insustancial dijo...

Yo me disparo en las bolas si tu dejas de dispararle a nuestra bonita lengua.

Un abrazo transoceánico para ti también. Y, por favor, no hagas "ezfuerzos" no vayas a cagarte encima.