Cuando se cumplen 399 años de la muerte de Miguel de Cervantes Saavedra al ayuntamiento de Madrid le ha entrado muchísima prisa por hallar la localización exacta de la tumba del escritor.
¿Sabíamos hasta ahora donde había
sido enterrado Cervantes? Más o menos. Como reza un relieve de la fachada de la
Iglesia Conventual de las Trinitarias situada entre la Calle de las Huertas (“Huertas”
a secas para madrileños) y la de Lope de Vega fue allí donde fue a parar su
cuerpo por “su expreso deseo”. Lo cierto
es que Cervantes no fue enterrado allí en dicho templo si no en la iglesia y el
convento que había antes y que su “expreso deseo” bien pudiera ser una
exageración ya que, al fallecer, Cervantes no era tan rico como para poder “desear”
donde iba a ser enterrado . De hecho, algunos hombres de la época (Lope de
Vega) destacan que, muy viejo, andaba de casa en casa de editores y mecenas
intentando colocar sus obras para ganarse el pan y se sabe que ingresó en la
Cofradía Tercera Franciscana (seglar, pero de peso) por lo mismo que Luis de Góngora tomó los hábitos
en su vejez: asegurarse un plato de comida diario.
Decía un estudioso de Cervantes,
allá por los 90, que había casi un Quijote para cada lector y que era posible
que fuera una de las pocas obras, tal era su grandeza, capaces de tener casi
todas las interpretaciones posibles. El significado de “El Quijote” ha ido
cambiando con los siglos. Fue considerada por los contemporáneos como una obra
menor de corte cómico sin más grandeza que la de hacer reír al populacho. Así
queda registrada en la época y así sabemos de su percepción gracias a toda la
producción (una obra de teatro de Lope, de texto perdido actualmente y el
romance “El testamento de Don Quijote” de Quevedo entre las notables) que
inspiró. Los románticos la leyeron de forma trágica y su percepción mundial la
consagró como “universal”. Con los años venideros los estudios y la ampliación
del campo del estudio literario ha dado para escudriñar cada palabra del mismo.
La vida de Cervantes también ha
sido objeto de estudio y también ha cambiado de significado desde entonces: fue
una vida nimia y casi sin importancia de un hombre que comenzó a escribir de
forma continuada siendo ya muy mayor y que se sentía frustrado por el éxito de
la que consideraba su peor obra (ya le hubiera gustado a él ser más aplaudido
por La Galatea) que fue agrandándose hasta el punto de que, ya en la época
franquista, no había lameculos oficial que no equiparara “El Quijote” a “Lo
Español” y a Cervantes como un hombre
piadoso, defensor de la fe y noble venido a menos por sufrir las enfermedades
propias de España: básicamente la envidia. Pueda parecer contradictoria esto de
ensalzar a la patria y menospreciarla en la misma línea pero, en realidad, ese
es uno de los símbolos de la ideología franquista: señalar que las virtudes no
estaban al alcance de cualquiera pues eran propiedad de la dirigencia y que, el
resto, el pueblo vivía enfermo de los peores pecados y que, justamente por eso,
había que dirigirlos con mano dura.
Para mi fue Cervantes muy español
en lo trágico que tiene lo de ser español. También es verdad que fue un
macarrilla en la línea de Shakespeare (similar talento para la escritura y el
disimulo) y que vivió un poco a salto de mata, que estuvo preso por robar
dinero de las recaudaciones de impuestos y que, en su juventud, es muy probable
que tuviera que escapar de Madrid y refugiarse en Italia porque había herido
gravemente a un tal Antonio Sigura (sic) en un duelo que, en realidad, podría
traducirse como “unas puñaladas traperas en un callejón”. Fue muy español
Cervantes en “lo chocante” y en “lo contradictorio” que tiene ser español pues
acabó siendo enterrado en las propiedades de los Trinitarios.
El escritor, junto con su hermano
Rodrigo, fue apresado por el pirata Dali “El Cojo” Mamí frente a las costas de
Gerona cuando regresaba a España en 1575 y fue confinado en la ciudad de Argel
al recaudo del Bey de la ciudad, Azán Bajá. Le encontraron unas cartas de
recomendación en su poder y sus captores pensaron que eran unas personas
valiosas por lo que pidieron un rescate desorbitado: 500 coronas de oro. En
1577 los trinitarios llegaron hasta Argel para liberarlos pero no había dinero
suficiente por lo que Miguel decidió que fuera su hermano el que fuera
liberado. Durante todo ese tiempo su madre, Leonor de Cortinas, no dejó de
buscar la pasta. De hecho se sabe que levantó unos cuantos falsos testimonios
delante de la Corona y algunos notarios para recaudar el dinero y que se fingió
viuda para que la cuantía de la ayuda
que por ley se entregaba fuera mayor. También, durante ese tiempo, cayó sobre
su madre la sospecha de que el cautiverio se alargaba demasiado y que se estaba
gastando el dinero en sí misma. Tuvo
varios reclamos de las cantidades que fue hábilmente posponiendo. Por si fuera
poco, y hasta en cuatro ocasiones, Cervantes intentó la fuga y fue apresado y
torturado en las cuatro recibiendo fuertes castigos físicos y aislamientos más
alargados. Una de las veces, de hecho, fue acusado por otro preso: Juan Blanco
de Paz, un dominico, que pasó a la historia por ser un pedazo de bandarra.
En 1580 son dos monjes
trinitarios los que liberan a Cervantes entregando 250 coronas de oro a Azán
Rajá. Al parecer el dinero sale de Leonor de Cortina y un dinero “restante” de
una especie de recaudación express hecha casi a pie de obra por los dos monjes.
No hay constancia de que se llegara a cerrar la cifra de 500 coronas o si ese
dinero restante fue entregado nunca.
¿Podrían haberse quedado con
parte de ese dinero? El autor de “El Lazarillo” sostiene que sí denunciando en
el capítulo cuarto de su libro, con cuatro trazos, la manera de manejarse de
los Monjes de la Merced, la otra orden encargada de rescatar presos:
“Hube de
buscar el cuarto, y este fue un fraile de la Merced, que las mujercillas que
digo me encaminaron, al cual ellas le llamaban pariente: gran enemigo del coro y de comer en el convento, perdido por andar
fuera, amicísimo de negocios seglares y visitar, tanto que pienso que rompía el
más zapatos que todo el convento. Este me dio los primeros zapatos que
rompí en mi vida, mas no me duraron ocho días, ni yo pude con su trote durar
más. Y por esto y por otras cosillas que no digo, salí del.”.
Son estos comentarios los que
hicieron que el autor de la obra haya querido permanecer en el anonimato hasta nuestros
días. Al parecer, el sentir general de la época, era que estos monjes andaban
un poco a la suya y que parte de las limosnas recibidas para la labor de salvar
presos se convertía en negocios de las propias órdenes o iba a parar al bolsillo
de los propios recolectores. Recordemos que, en los años 40, todavía se
consideraba a “El Lazarillo” como una obra “anticlerical”.
¿Imaginan ser enterrado en la
propiedad de unos tipos que te hicieron la puñeta o sospechas que te hicieron
la puñeta? Pueda ser posible que Cervantes no tuviera más remedio que ser
enterrado entre los Trinitarios porque no tuviera un real para pagarse un
entierro digno.
Hay que decir que Cervantes nunca
lo tuvo bonito con los poderes políticos. Primero porque, como saben, se
apropió de un dinero que no era suyo cuando era recaudador de impuestos (pagó
con una pena de cárcel por el asunto) y, después, porque su obra fue más del
gusto popular que del gusto nobiliario que preferían cosas que entendían como
más elevadas. “El Quijote” fue una obra concebida para gustar al Rey Felipe III
que era más tarambana y más juerguista que su padre, Felipe II. Sabemos que su
obra gustó pero que no se vivía de las ventas porque no había mucha gente que
supiera leer. Se vivía de los mecenas que, como ya digo, se mostraban bastante
esquivos y preferían a gente como Quevedo que sí les había pillado el puntito a
ese humor de reírse de los desgraciados, o los que han caído en desgracia, y
darle betún a los que tienen la sartén por el mango. No es que nadie quisiera
comprar la obra de Cervantes, es que se entendía como insignificante para
invertir en su autor bien porque era ya muy mayor (que lo era cuando retomó su
carrera literaria) bien porque resultaba un tanto incomprensible para sus
contemporáneos.
399 años creo que a Cervantes le
hubiera sorprendido mucho que andemos con debates sobre el lugar donde ha sido
enterrado y, sobre todo, que aquellos que se lo pusieron tan difícil y que lo comprendieron tan mal se peleen por
ponerse la medalla del hallazgo de sus restos mortales. Mucho peor le hubiera
sentado que, en realidad, todo huela a maniobra turística a kilómetros y a la
necesidad de unos dirigentes del ayuntamiento que necesitan reavivar una zona
concreta de la ciudad para poner un museo, vender algunas entradas y baratijas
y, claro está, revalorizar el precio del suelo que es en lo único que parece
que los españoles de ahora sabemos ver beneficio. Es mucho más español esto de expoliar la
memoria de un convecino que “El Quijote” o Cervantes en sí.
Fuera de toda discusión queda
enseñar a Cervantes mejor y que aumente el número de personas que se atreven
con un tocho como es “El Quijote” o que se animen a leer alguna de sus obras
menores (las que él consideró mayores). Este no es un debate cultural, ni
siquiera una reparación histórica de un incidente grave ( En España perdemos a
los artistas, no tenemos forma de saber donde están Cervantes, Velázquez o
Jorge Manrique entre otros) si no una de esas maniobras para sacar pasta que
tanto sonrojo provocan. Ver a la alcaldesa de Madrid sosteniendo un informe
de una excavación arqueológica se hace aún más patente que no sabría
explicar quién es Cervantes, que no ha leído ni una sola línea de su obra y que
no sabe muy bien las razones de este despliegue excepto, claro está, la promesa
de que en Londres se recaudan unos 400 millones de euros con la explotación de
la figura de William Shakespeare.
Posiblemente la interpretación de
la obra cervantina cambie con cada lector, con cada época pero, lo cierto, es
que podemos estar seguros de que hay una constante vital en su trayectoria:
nunca ha sido muy bien tratado por el poder y siempre será un incomprendido.