viernes, 2 de agosto de 2013

Guerra Mundial Z (2013, Marc Foster) y una pequeña reflexión sobre el postureo nerd



“Guerra Mundial Z” es un libro optimista. Max Brooks, su autor, que ya nos enseñó a prevenirnos contra un estallido de caminantes en “Manual para la supervivencia zombi” tiñó las páginas de su segundo libro en la certeza de que el ser humano sería capaz de superar un brote violento de virus solanum.

Posiblemente ese rasgo marque eso que se llama “avance” o “redireccionamiento” del género. “Guerra Mundial Z” es tremendamente respetuoso con la tradición inaugurada por George A. Romero en lo esencial (los zombis lentos) pero incide en el optimismo y, por tanto, en la épica de la que el director norteamericano prescindió en “La noche de los muertos vivientes” y cuyo veto ha ido manteniendo en obras posteriores.

El pesimismo, o realismo, de Romero se ha filtrado en otras producciones del género, desde el “remake” de 
“El amanecer de los muertos” hasta las series “Dead Set” y “Walking dead” que nos recuerdan que la muerte se abre paso con facilidad en un territorio dominado por unas formas de vida que han subestimado a la propia naturaleza y viven dominadas por una errónea percepción moral.

Más allá de la amenaza del zombi, Romero dejó claro que el peor enemigo del ser humano era el propio ser humano y su capacidad para tomar malas decisiones. La peor de todas, la que lo empuja hacia un desenlace fatal, no es otra que su renuencia a actuar como grupo y a olvidarse de la individualidad. Todos los grupos de superviviente del género zombi son incapaces de llegar a esa conclusión y, por tanto, acaban siendo devorados. La solución es mostrada sin disimulos, es una puerta abierta que desasosiega al espectador porque la percibe cercana y simple pero inalcanzable para los personajes implicados en la trama. Ni siquiera Danny Boyle, que se sacó de la manga a los zombis rápidos como balas, fue capaz de renunciar a lanzarnos esta moraleja mezclada con la de un aviso que se recoge en “Guerra Mundial Z” también: la naturaleza acabará por descubrir la forma de aniquilarnos y prevalecer sobre nosotros.
Fuera de esta idea (la del optimismo) las semejanzas entre la novela “Guerra Mundial Z” y su adaptación cinematográfica son casi nulas. Ningún fan del libro reconocerá muchos más rasgos de unión (excepto el intento por mostrarnos una confrotación global) entre ambas obras.

La película dirigida por Marc Foster se mostrará dentro de unos años como un ejemplo de todo lo bueno y lo malo del cine de comienzos del siglo XXI.

En el apartado de “lo bueno” está el haber rodado una película técnicamente impecable. Es este título una de esas producciones que más se asemejan a un cohete de la NASA pues en su producción confluyen todos los avances tecnológicos en el campo audiovisual, desde las espectaculares cámaras digitales armadas con unas ópticas de última generación e instaladas sobre robots para alcanzar hasta el punto más alejado de la secuencia hasta unos efectos digitales, mezclados con el efecto especial hecho a mano, de esos que a la generación que nos criamos viendo efectos sobre chroma hacen que se nos salten las lágrimas de la felicidad.



Marc Foster, como ya hizo en “Quantum of Solace”, nos ofrece unos primeros quince minutos de película completamente espectaculares con un estructura visual (pienso en los story boards y en la planificación de rodaje y se me hace la boca agua) que, bajo mi cortísima experiencia, yo diría que es la propia de alguien que entiende muy bien esto de hacer películas. No es fácil hacer avanzar una trama a través de una planificación de 5 o 6 cámaras que haga aumentar la tensión a costa de una técnica curiosa y efectiva: ir desde los planos panorámicos, hasta planos cada vez más cortos que finalizan poco a poco en secuencias de primerísimos planos para irnos mostrando poco a poco el horror. Lo mejor es comprobar que Foster no se pierde en esa maraña compleja, en ese truco (el cine es todo truco) que en manos de otro hubiera resultado el típico batiburrillo de planos nerviosos y sin conexión. En algún momento pensé en las escenas del desembarco de Normandía de “Salvad al Soldado Ryan” y en que Foster había prescindido de la fórmula “spielbergiana” de insertar planos fijos a favor de transiciones de barrido que le dan aún más fortaleza y sensación de realidad a las primeras secuencias.
Esta espectacularidad visual, que vuelve incluso con más fuerza en las escenas que se desarrollan en el Jerusalén asediado (cero polémica sobre el asunto del muro o más bien polémica alimentada por algún avispado agente de prensa para que se hablara de la película) por los zombis se entremezclan con escenas mucho menos anticlimáticas en las que el director opta por ofrecernos una película de terror más clásica (sombras, sustazos, bruma, lluvia…ese tipo de cosas).

Por desgracia no puedo dejar de pensar que estos cambios de ritmo son siempre un poco forzados en el cine actual y que se deben a dos cosas que entran dentro de la lista de “cosas malas del cine actual”: un desentendimiento del ritmo idóneo que obligan a diseños de producción donde los recursos económicos (que siempre hay que tener en cuenta) van menguando de tal modo que es obligatorio insertar escenas menos artificiosas para sostener los presupuestos. Esto pudiera parecer el comentario de un contable pero, en realidad, también mi corta experiencia me dice que ese despilfarro dirigido a captar la atención del espectador en los primeros tramos de película, hacerlo pasar por un desierto en el nudo e intentar una pirueta final en el desenlace ha lastrado a más de una y a más de dos películas (acaso a tropecientas).


Todos los esfuerzos técnicos, muchísimos, afectan de manera directa al guión de “Guerra Mundial Z” que es una pieza, en ese aspecto, aseada y correcta pero que no alcanza las cotas más altas de la novela. Nos encontramos con un guión soso, más bien, con unos diálogos un tanto sosos y, de cuando en cuando, también demasiado planos, tremendamente informativos (el juego de “pato-pato” que dice un gran realizador, consistente en mostrar un pato en pantalla y que los personajes digan “mira eso es un pato” para remarcar que ahí hay un pato y nadie pueda despistarse, ni perder el hilo) y que, de cuando en cuando, me recordaron a otras superproducciones del género, en especial, a las pelis de Roland Emmerich.

Quizás este sea uno de los puntos negros de la peli: los dichosos diálogos. Seguramente también porque poco pueden aportar a una historia que podría haber sido casi muda debido a que funciona tan bien visualmente que es difícil remarcar más aún la tensión de las escenas o aumentar la información sobre la propia trama.

En un tiempo en que las películas se producen para ganar mucho dinero rápidamente y ser olvidadas también rápidamente es curioso que en “Guerra Mundial Z” se haya hecho un esfuerzo enorme por alcanzar una vida más larga, se haya intentado por todos los medios que la película quede en la retina de sus espectadores. No sé si lo conseguirá, aunque me temo que el ruido informativo ha sido tan grande que ya han conseguidopolarizar la opinión, pero lo cierto es que “Guerra Mundial Z” quiere ser un resumen de todo un género y opta por esa opción por esto que acabo de comentar pero, también, para hacer funcionar la maquinaria de la propia película. En la cinta te encuentras con los zombis de Boyle (los modernos) que, a su vez, también son los zombis de Romero (los lentos) y te encuentras homenajes a películas contemporáneas del género y a las películas clásicas, cada homenaje a cada película se encuadra en ese juego de “escenas rítmicas” y “arrítmicas” que marcan un tempo extraño pero, a la vez, elegido conscientemente para darle una vuelta de tuerca al espectador que crea que ya lo tiene todo visto en el género zombi. Este intercambio, estos ritmos, son una de esas estrategias que sacarán de quicio a los más ortodoxos.


Estaría bien comentar, bueno, lo comento porque me ha hecho gracia que fuera del género zombi existe en las escenas de desenlace de “Guerra Mundial Z” un sentido homenaje a una de las escenas más pavorosas de “Cube” y otro completamente indisimulado a “Terroríficamente muertos”. Se darán cuenta, no se preocupen.

“Guerra Mundial Z” resulta una película divertida, una película para pasar el rato de la mejor manera posible recibiendo alguna pequeña conseja pero, sobre todo, un curioso mensaje de optimismo. También lo descubrirán sin dañarse mucho los ojos, no hace falta ser muy espabilado. En todo caso está bien porque también es inherente al género, lo del mensaje digo, y más ahora cuando el número de producciones de género fantástico (terror, ciencia ficción, superhéroes etc.) supera con creces al de otros géneros. Desde Whale a Frankenheimer, pasando por Romero, Lucas o Carpenter han usado este fenómeno popular para transmitirnos alguna opinión un tanto desasosegante o tranquilizadora  (según tocara) del mundo en el que vivimos.
Y, como colofón, me gustaría salirme de la crítica para mandar un mensaje a muchos de los que vieron la película ayer conmigo: IDOS A TOMAR POR CULO.

¿A qué viene este mensaje?

Bien, “Guerra Mundial Z” es una película de género. Sin más. No entiendo por qué hay un grupo de gente empeñada en olvidar el carácter eminentemente festivo de ir a ver una película de zombis para, curiosamente, adoptar una pose faltona, absurda y francamente payasa que pretende que el asunto se convierta en un pase de la Filmoteca Nacional. Analfabetismo en estado puro, protestantismo posturero de la más baja estofa y, sobre todo, la reclamación de un nivel de exigencia intelectual exigido por una pandilla de anormales que creen ser unos entendidos en estas materias después de un par de lecturas de “Crepúsculo” y “Harry Potter”.

¿A dónde vamos? Pues no lo sé, pero si ya en tiempos la visión de un tipo con bufanda y cuello cisne sentado en una sala de cine haciendo comentarios estúpidos sobre el cine de autor me provocaba unas enormes ganas de echar la raba comienza a pasarme lo mismo con esa nueva tribu de “nuevos cinéfilos” vestidos con camisetas de mensajes postmodernos que van derramando suficiencia y discursos de vuelo bajo. A ser posible muy alto para que todo el mundo perciba que hay un cateto en la sala.

Los catetos de ayer decidieron que NO les gustaba la película. Oh, sorpresa. Gente protestando con presupuestos personales ínfimos sobre algo que no entiende y pontificando. Oh, requetesorpresa. Comparaciones entre la película que estás viendo y “X Men” o “Los Vengadores”. Oh, nueva sorpresa. Nuevos juegos comparativos con la temporada 3 de “Walking Dead” y sobre la credibilidad. Oh, requetequetequetesorpresa.

Y lo mejor: es que hay chistes.

Y eso no. Bueno, imposible, jamás se ha visto una película de estas características donde ha nadie se le haya ocurrido meter una línea o un instante de sonrisas cómplices. No, no. A nadie, joder. No somos animales, que no nos saquen de la profundísima trama sobre muertos que vuelven a la vida para darnos un respiro, para marcarnos un farol. NO. No vaya a ser que alguien se piense que ir al cine no es otra forma más de ir a misa. IDOS A CAGAR.

Como ejemplo final pondré estos dos vídeos:



Sí es el final de “V de Vendetta”. Con la Obertura 1812 de Tchaikovsky sonando a todo trapo. Y ahora...


Sí, es el final de “El Club de los chiflados”.


¿Se dan ustedes cuenta de los paralelismos entre ambos finales? ¿Se dan cuenta de que James McTeigue le hizo un homenaje a esta comedia chiflada para remarcar los aspectos tragicómicos, el tono de enorme de descarnada burla que contiene la obra de Moore? Pues eso, seamos más libres, divirtámonos y, sobre todo hablemos cuando nos toque.