Todo el mundo dice que el cambio es inevitable. Al parecer a la gente le pone palote el hecho de vivir en una situación parecida a estar caminando por el borde del precipicio...nos llegan las imágenes de las revueltas de Túnez que han provocado la caída del presidente y voces, cientos de ellas, se alzan preguntando: ¿A qué estamos esperando?
La revolución tiene su rollo romántico y atrayente: un día eres un mísero ciudadano anónimo y, zas, por cosas de la historia de pronto te ves enarbolando una bandera elevado sobre una barricada de coches y haciendo algo con tu vida. La revolución huele a caos y el caos a despiporre, a aligeramiento severo de las costumbres a andar por ahí hasta las tantas, a participar en cosas con otra gente, a tórrido romance...
El caso es que la idea de revolución hace cosas buenas también por el mercado: en tiempos aumentaba las ventas de camisetas del Ché Guevara y ahora todo el mundo se pirra por tener una máscara o cosilla similar del prota de "V de Vendetta". Ese es el signo de los tiempos: un símbolo presuntamente apolítico. Una máscara con una sonrisa sardónica que nos retrotrae a un confuso hecho histórico que...demonios, digamos que a todo el mundo le mola porque sale en una película y punto. ¿Nos hemos enterado de lo que significa la dichosa careta y el cómic escrito por Alan Moore titulado "V de Vendetta"?
Pues pasa un poco lo mismo que con la palabra "revolución" que sí, que nos suena a algo bueno, a algo molón pero que, en realidad, no acaba de entrarnos bien del todo.
Las mechas se encienden por las cosas más tontas: Guy Fawkes (el dueño de la cara de V de Vendetta) se metió en un berenjenal severo porque creía que el Parlamento Inglés recortaba las libertades de los católicos y no tuvo mejor idea que intentar tirarlo abajo. Es por eso que su ajusticiamiento, y no su acción, se celebre todavía en Reino Unido. Otra cosa es que Alan Moore le diera sardónicamente la vuelta al asunto.
Los sistemas corruptos, normalmente, caen por su propio peso: la corruptela comienza siendo algo de unos pocos que, finalmente, acaba creciendo de manera geométrica y afectando a más y más gente que quiere su trozo del pastel. Miren, por ejemplo, lo que ocurrió con Marbella donde, finalmente, se acabó trincando a una alcaldesa que, ya sin orden ni concierto, avisó a un constructor de que la reforma de su casa la iba a cobrar con fondos del ayuntamiento y por medio de la concesión de una obra pública. Eso a nivel doméstico funciona así pero, desgraciadamente, también funciona a nivel nacional. Es el caso de Túnez. Digámoslo para entendernos: llega un momento en que el número de corruptos es tan grande que ya no hay dinero para nadie más o para acometer nada. La gente se da cuenta y nace el mosqueo. Un mosqueo que se larva poco a poco y que acaba por estallar. Otra cosa es que aquí, desde nuestro sillón de Europa del Sur, nos parezca que estas cosas ocurren de un día para otro y sin previo aviso, como si nada. Preferimos pensar que el proceso es espontáneo porque preferimos evitarnos las cifras de asesinados, encarcelados y exiliados que conlleva cualquier revolución. Incluso una revolución tan sencilla como la producida en Portugal en 1973 tuvo una cifra de muertos y, por su puesto, casi todos ellos se produjeron en los años anteriores a que los capitanes decidieran poner punto y final a la dictadura iniciada por Salazar y perpetuada por Marcelo Caetano.
A lo que voy: El caso tunecino es un caso aislado, un problema de largo recorrido, una situación política enquistada desde hace años que, de pronto, se ha hecho visible en Europa por la sencilla razón de que, en este momento, las inversiones europeas en el país y el terror que provoca que un régimen de corte islamista apareciera en un país tan europeizado como este hacen que, cualquier movimiento en la costa sur del Mediterráneo provoque un interés mediático inmediato.
La revolución tiene un precio alto de pagar: muchos se dejan la vida en la defensa de sus ideas. ¿Alguien está dispuesto a una revolución real? ¿Hay alguien dispuesto a dar semejante paso? Es más, hay una cierta tendencia a mostrarnos el asunto de Túnez cediendo a la poco informativa tendencia a hacernos creer que es una revolución pacífica y sin violenta: ¿Hay que recordar que todo esto comenzó con la inmolación de un ciudadano?
Si ustedes les echan un vistazo a todos los procesos revolucionarios se darán ustedes cuenta de que, antes de que alguien se lance siquiera a tirar una piedra contra un escaparate, hay un profundo proceso de reflexión sobre el asunto de la violencia. ¿Se deben pegar tiros o no?
Se pide con cierta alegría que se monte el pifostio. Es natural. La gente está calentita porque la situación pasa del castaño oscuro: el sistema actual se ha revelado como impotente para atacar retos como el del empleo o, en la misma línea, ponerle un bozal a los mercados. ¿Los responsables? En el fondo, allí en el fondo estamos nosotros. A nadie se le puede escapar que las instituciones que tenemos las votamos nosotros y que, cuando ha habido aires de reforma o se ha levantado una leve brisa que apuntaba hacia una renovación de las mismas, se han atajado con frases tan incomprensibles y tan faltas de lógica como: "La Constitución es intocable". ¿Tiene eso sentido? Bueno, posiblemente como Dogma de Fe pero no como contestación política, es más, piensen ustedes: la democracia se inventó para cambiar las cosas, para eliminar los dogmas sobre los que estaban sustentadas los sistemas monárquicos.
No se crean, ahí en el fondo, también estamos nosotros como culpables: ¿De verdad pensábamos que podríamos pagar hipotecas millonarias con nuestros sueldos de cuatro cifras? ¿No se sienten ustedes como si hubieran mordido un anzuelo chungo? ¿Como las víctimas de un global tocomocho? ¿Que se dejaron llevar por una situación creada para hacerles sentir seguros y que ahora se mueven en otra en la que pretenden que se sientan como los visitantes de esas casas encantadas de las ferias?
El último jipido es la Ley Sinde. Les cuento una cosa. Un amigo mío estaba convencido de que no era una buena idea dejar a un montón de gente desempleada sin entretenimiento. Es decir, si cierras las páginas web donde la gente ve sus series preferidas, escucha la música que quiere escuchar y bla, bla, bla...quizás te encuentres con un montón de gente sin nada mejor que hacer que salir a la calle a demostrar su enfado. Al parecer se equivocaba porque, en realidad, las decisiones políticas hace tiempo que dejaron de ser realistas o de tener algún fundamento. El que sea.
Mucha gente, parapetada tras el ordenador, le pide al personal que haga algo, que boicotee la Gala de los Goya, que boicotee al cine español (como si no estuviera lo suficientemente boicoteado), que no vaya a votar, y que cargue los cañones contra el que ose decir "a mi esto me parece bien". La gente quiere que otra gente saque a pasear las máscaras de Guy Fawkes y que la líe por nuestro sagrado derecho al infinito entretenimiento...vuelvo a formular la pregunta: ¿Hay alguien dispuesto al gasto humano que supone una revolución?
Como muchos me acusan de no dar jamás soluciones a las preguntas que propongo y, claro está, a ser parte de la logia de personas que elegimos el disco del año, la película del año y cobramos un sueldo de un megalobby para poder ponerle agua a nuestra piscina de la mansión de Miami dejo aquí dos cosas: creo que la política se ha envilecido porque hemos decidido no participar en ella. Nos han adiestrado suavemente en eso de "pasar" y en eso de cerrar los ojos cada vez que alguien nos planteaba el más suave de los cambios. Desgraciadamente en nuestro imperfecto sistema callarse o no participar significa joderse y apechugar con lo que otros deciden por nosotros. Eso es así. Los que van a votar (esa masa informe de ciudadanos) es la que elige a los representantes y es la que sustenta moralmente y políticamente las decisiones del partido de turno.
Y económicamente les digo que hagan ustedes examen de conciencia y que antes de meterse en un embolado se asesoren ustedes. Les ahorrará cantidad de problemas. Se que es un consejo asquerosamente impopular pero, sinceramente, es el único que puedo darles. Es más, piensen en una cosa: ¿No estaría bien que se diera una asignatura llamada economía en los colegios e institutos? ¿Saben ustedes si interesaría que la población tuviera un conocimiento real sobre como funciona el sistema económico?
Espero que esto de la Ley Sinde nos haga reflexionar a todos un poco sobre el poder real de la política y los políticos, sobre el valor que tiene la papeleta, sobre el poder real que nos permite la participación. Recuerden: la democracia está, justamente, para cambiar las cosas. Otros, que no tienen tanta suerte se ven obligados a recurrir a unas medidas más que desesperadas.
Nota del Insustancial: Allá por los años 80 la canción que encabeza el post titulada "Sidi Mansour" sonaba bastante en las reuniones familiares que hacíamos en casa de mi tío Ridah que es de origen tunecino. Nunca me quedó claro si es una canción popular o si es en realidad de Túnez porque he escuchado versiones de Cheikah Rimiti o de Cheb Khaled que son argelinos pero siempre la he identificado como tunecina. El caso es que yo que no soy muy dado al folk siempre he flipado con el ritmaco de esta canción que venía muy bien para azucarar un poco el post que me ha quedado medio amarguito.Disfruten.
Nota del Insustancial: Allá por los años 80 la canción que encabeza el post titulada "Sidi Mansour" sonaba bastante en las reuniones familiares que hacíamos en casa de mi tío Ridah que es de origen tunecino. Nunca me quedó claro si es una canción popular o si es en realidad de Túnez porque he escuchado versiones de Cheikah Rimiti o de Cheb Khaled que son argelinos pero siempre la he identificado como tunecina. El caso es que yo que no soy muy dado al folk siempre he flipado con el ritmaco de esta canción que venía muy bien para azucarar un poco el post que me ha quedado medio amarguito.Disfruten.