Una vez me mandaron a cubrir un evento de Fairy: habian encargado a unos señores de Valencia cocinar la mayor paella del mundo para entrar en el Record Guinness.
Como no había un lugar donde poner la paellera y, sobre todo, el fuego de leña necesario, lo hicieron en un descampado. Uno de esos descampados marrones entre bloques de pisos que, me imagino, la noche antes había estado ocupado sólamente por los yonquis habituales. Al lado, y como único rastro de civilización, una especie de enorme parking que no evitaba la polvareda.
Cuando el cámara, la presentadora y yo llegamos ya habían encendido el fuego y sobre la paellera había seite u ocho tipos disfrazados de cocineros y calzados con botas de goma que literalmente patinaban sobre la superficie de metal regándola con litros y litros de aceite de oliva mientras otros tantos esperaban alrededor de aquella cosa inmensa cargados con bolsas de pollo, marisco y vegetales. Una máquina excavadora, al lado, se preparaba para remezclar aquello para el sofrito.
Unas cuantas chicas vestidas con los colores de la marca repartían camisetas, gorras, pegatinas y pequeños botes de lavavajillas a los primeros grupos de jubilados y estudiantes de instituto "de pellas" que se habían congregado por allí. Se movían con el mismo impulso y desorden que las bandadas de palomas que esperan que les lances un puñado de migas de pan. "Mira como estirán los brazos para pillar una camiseta, tío, parecen los zombis de las pelis" dijo la presentadora, una fan de Expediente X, "si no dejan de repartir esas movidas, tío, van a tirar las vallas". Efectivamente, la aparición de una azafata vestida de verde cargada con cualquier mercadería provocaba una nube de polvo levantado por cientos de pies enfundados en zapatillas de felpa o de deporte y de esa nube aparecían primero las manos dispuestas a hacerse con lo que sea y después cuerpos repletos de un polvo marrón y fino.
Alguien de la organización cogió uno de esos megáfonos e intentó tranquilizar a las masas: "No se preocupen, que hay regalos para todos. Sólo tienen que hacer cola".
La masa se iba haciendo cada vez más grande y, por el horizonte, se oteaba a otro nuevo grupo de visitantes que, atraídos por el "chup, chup" de la guarnición, demandarían en breve su gorra, su muestra de lavavajillas, su camiseta y, claro está, su ració de paella. Demonios. "Y los cascos azules sin aparecer" dijo el cámara.
Los organizadores atrajeron a la prensa, por llamarla de algún modo porque siempre he pensado que "la prensa" debería de dedicarse a una lista de cosas en las que no debería de estar incluída la preparación de una paella gigante patrocinada por una marca, hacia unas furgonetas donde nos obsequiaron con una bolsa de plástico repleta de cosas de la marca ("¡Mira que imán más mono para el frigorífico!" escuché decir a una compañera que ahora sale mucho en Telecinco) y unos refrescos. Un truco como otro cualquiera para retrasar lo más posible la posibilidad de que alguien grabara el caos que se estaba organizando y se diera cuenta de que podría sacarle tajo a la mañana firmando un reportaje que llevaría como titular "Fiesta popular termina en algarada. Varios jubilados golpean a un estudiante por un quítame allá esa gorra".
A esas alturas yo ya me sobaba la cocorota susurrando "el horror, el horror" cuando una mano me tocó el hombro. Me giré y un señor mayor, muy amable, vestido con chaleco de lana y corbata se dirigió a mi y me dijo: "Perdone joven, ¿Usted sabe si tendré algún problema para que me llenen esto?". El abuelo llevaba consigo una fantástica olla express metida dentro de una bolsa de supermercado. "Es que mi mujer me ha mandado aquí...como es domingo y vienen los chicos, pues mira, ha dicho que les ponemos paella". Miré al señor y le dije: "No se preocupe, seguro que le dan todo el arroz que quiera". Giró sobre sus pasos dando las gracias cuando uno de los organizadores se le acercó para decirle que no podía estar allí y que debería de volver con el resto de la gente. Fue el mismo que se nos acercó y nos dijo que si queríamos entrevistar al chef podíamos hacerlo. Treinta segundos después estábamos grabando el testimonio, expresado en un perfecto valenciano, de un cocinero que aseguraba que el arroz era de la Albufera y que no había mejor arroz bomba que ese. Un exclusivón, vamos.
Al poco tiempo estábamos subidos en una especie de tarima algo endeble grabando como los cocineros patinadores echaban sacos y sacos de arroz sobre la paellera y la removían con una especie de remos gigantes en medio de una marea humana con el aspecto de haber estado caminando por el desierto para recibir el maná. Las nubes de "brazos zombis" habían remitido y la gente, cansada y feliz por haber recibido sus regalos, prorrumpía de cuando en cuando con un "¡Queremos paella, queremos paella, queremos paella!". Pero algo paralizó a las masas. Un hecho extraordinario que no vimos en un primer momento por estar justo de espaldas al lugar donde se estaba produciendo. Un "¡Ahí, Ahí" dicho por alguien del grupo de los hambrientos silenció durante unos instantes a la masa y, de pronto, la tarima tembló desde sus pobres cimientos empujada por las ondas de un sonido extraño pero familiar transmitido a través de la potente megafonía. Ni siquiera los aplausos, que levantaron otra nube de polvo, fueron incapaces de ahogar aquella cosa, aquel estruendo que pensamos que se debía a que la tarima estaba venciéndose por nuestro peso. Tórpemente me agarré a una de las barandillas oxidadas y me giré para localizar el foco de aquel grito gutural....¡BOOOOOOOOOOOOOOOOOOOMMMMMMMMMBAAAAAAAAAAAAAAAA!
Aquella era la señal de que la paella era sólo una excusa para organizar una especie de Aquelarre o, como sospechábamos, hacernos testigos involuntarios de la llegada del Anticristo a nuestro planeta: King Africa, in person, micrófono en mano acababa de anunciar su llegada al evento. "Chungo, muy chungo" dije olvidándome de la épica. Allí estaba, con su enorme cabeza rapada, su cuerpo orondo y esos bracitos tan pequeños en forma de garras que tanto me asustaban vestido con una túnica de colores muy chungos, sus gafas de ojos de mosca y su corona de goma espuma. Al fin se me había revelado la verdadera naturaleza del cantante argentino: Sumo Sacerdote de la horterada.
Sin solución de continuidad y sin dejarnos respirar, o huir, detrás de él aparecieron sus bailarinas vestidas con motivos africanos y se lanzó a cantar lo de "sensual/un movimiento sensual/sensual un movimiento muy sexy" ante los ojos atónitos de la masa mendicante que, en hipnótica comunión, seguía el ritmo de la canción golpeando las cacerolas que habían traído consigo. Al parecer el abuelito amable no era el único que había pensado en obsequiar a los suyos con una ración de paella polvorienta y vestirlos además con gorras y camisetas de propaganda.
Como los reporteros, los de verdad, que se sobreponen al sonido aterrador de las bombas nos dispusimos a hacer nuestra "labor informativa" preguntando aquí y allá asuntos de gran calado como "¿Que tal lo estamos pasando?" o "¿Qué, pasando el domingo?" o "¿Cuantos platos de paella vas a comerte?" y recibiendo igualmente todo tipo de respuestas medidas e interesantes como "a mi no me grabes que te parto la cara" o el de un grupo de simpáticos chavales, seguramente antisistemas infiltrados, que nos recibieron al grito de "¡Televisión, manipulación!". Pero como no todo iba a ser tan triste también recibimos el calor de la masa en forma de parejas de señores marcándose un bailoteo agarrao al ritmo de King Africa para luego aseverar "nosotros no somos como esos viejos que se queda en casa...nos hemos apuntado a bailes de salón" u otros que aseguraban cosas como "estamos bailando un poquito para abrir boca".
Cuando ya nos íbamos retirando para acercanos hasta la bocana del escenario para entrevistar a King "persona extraña y maligna" África que estaba terminando su pequeña gran performance uno de los organizadores nos cogió por banda y nos dijo: "Esperad que todavía nos queda lo mejor".
¿Qué podría ser mejor que una paella gigante y King África? ¿Qué quería decir exactamente con "lo mejor"?
Ya comenzaban a repartir los platos de paella entre los espectadores cuando un Mercedes negro elegante aparcaba a la entrada de la feria de cables, luces y hierros. De su interior salió alguien que apenas atisbé pero que reconocí al instante pese a que tapaba su cara con un sombrero tejano, tan de moda en ese momento gracias a un videoclip de Madonna, y un móvil enorme con el hablaba. Una especie de corriente eléctrica atravesó al grupo de informadores, por decirlo de algún modo porque siempre he creído que los "informadores" deberían de dirigir sus esfuerzos hacia otras cosas que recoger imanes de nevera, y es posible que fuéramos nosotros en ese momento los que levantáramos la polvareda y nuestras manos se trasmutaran en manos de zombis y avanzamos como posesos hacia la entrada del escenario. La dama en cuestión ya estaba allí arriba arengando a las masas diciendo "¡Buenos días!" (pese a que eran ya como las tres de la tarde) y haciendo una llamada cívica al desmadre, a la deglución paelleril y a enrollarse sanamente. Se aplaudió la alegría y la elocuencia de la "madrina" del evento (el padrino era King) y cientos de bocas enseñaron los dientes con granos de arroz pegados y cientos de brazos se levantaron. Incluso los viejitos que se retiraban en todas las direcciones del descampado en dirección a su casa llevando consigo sus ollas repletas de paella, incluso los menos avisados que no las llevaron y decidieron llenar las bolsas de propaganda de Fairy con doce o trece raciones de aquello se giraron por un instante para gritar un castizo "¡Ole!" porque no todos los días una estrella, una mujer trabajadora, una diva, una musa inspiradora de alguna de las mejores páginas del corazón bajaba de los palacios a las cabañas para pasear sus modelos de Dior y sus tejanos de D&G (Dulce&Gallina) y lanzar un mensaje tan claro de optimismo...qué sencilla, qué simpática y que campechana ("se nota que fue novia del marica ese del Alberto de Mónaco" dijo una señora) estuvo Ana Obregón...
Y juro que entonces tuve un ataque de ansiedad épico y me tuve que sentar a beberme una lata de coca-cola de un trago para recuperarme y que el ataque me sobrevino de nuevo cuando alguien puso delante de mis narices el plato de paella más terroso y chungo que había visto en mi vida.
Me volví al coche de producción para echarme un pitillo y esperar al equipo y vi a lo lejos a los compis rodeando a Ana Obregón y King África que atendian a los medios con la soltura que dan las tablas y la sabiduría que da pertenecer a esa clase especial de astros mediáticos que ocupan millones de pixels todos los días y nos sorprenden con sus naderías, nos venden sus posibles planes de futuro y, sobre todo, nos descubren que la piel de las estrellas ya no es ese material imposible que está hecho en un 10% de trabajo y en un 90% de mezclilla de magia y magnetismo...y pensé, en medio de los últimos estertores de mi ataque de ansiedad, que los mayores horrores a veces se producen ante nuestros ojos y que participamos de ellos con alegría a cambio de casi nada y que, si no es así, siempre estan los tíos de las cámaras de vídeo, de las fotos, de los micros y de las unidades móviles para dar testimonio de todo ello. Cuando me acuerdo de estas cosas tengo la sensación de que entiendo, en un remoto pero revelador porcentaje, lo que sintieron los padres de la ¡Booooooooooooooooooooooommmmmmbaaaaaaaaaaaaaaaaaa! Atómica.
9 comentarios:
Qué bien retratas la cotidianeidad más cutre y salchichera, jodío. Hasta parece el guión para una peli cruce de comedia ejpañola y una de zombies (solo les faltaba gritar "soma" mientras esperaban la paellita).
SPANISH GONZO.
At your feet,
O te sento mal la ración de ratun que te apretaste la noche anterior o en otra vida te portaste muy malamente. ¿Pesadilla o realidad?King Africa es el hombre al que le salen las manos de los sobacos.
Si hubiere alguien que te estimare en Valencia debes saber que tras lo de llamar "paellera" (espantoso madrileñismo aceptado por la RAE) a lo que es la "paella" en sí (paella=sartén),le debes de haber roto el corazón.
Por lo demás, cualquier paella que tenga una profundidad mayor que el ancho de dedo y medio es por necesidad una mierda por mucho tamaño olímpico y colas de viejos famélicos que lleve asociados.
Impactante
Hola a todos,
Manu,
Muchas gracias...me apunto el crossover que dices.
Edu Galán,
Gracias...llamaré a este nuevo estilo GONZALITO o GONZEZ.
Manu Cosamala,
Realidad totá, la cosa ocurrió allá por 2001. KIng Africa me da miedo.
Pamplinero,
Ya me he llevado una enorme colleja por utilizar la palabra "paellera" y se que "paellero" es ese artilugio que se pone por debajo para darle candela a la "paella".
Estoy de acuerdo contigo en eso de que las paellas gigantes no pueden ser buenas.
delirium,
Y eso que no estuviste allí.
McNífico...
Desde pequeño (tampoco hace mucho de eso, pero bueno...) he tenido que soportar paellas gigantes cada noche de 18 de Marzo (y, a veces, mañanas de 19) y, sí, saben a mierda rehogada. Y, también, es una muestra acojonante del grado de miseria que puede alcanzar la humanidad. Manadas infinitas de ancianos que corean cosas como: "Aparta, niño, que los mayores van primero", "Dame para mis niños tambien, un poco más ¿no? Ponme para mi hermano si puede ser..." y demás estribillos improvisados en el autobús del imserso...
'Todo el mundo fantasea con una muerte dramática', decía la canción de Nacho Vegas. Yo fantaseo con morir en mitad de una paella gigante.
Hola Julio,
Bienvenido. Veo que estamos hermanados por la desgracia de las paellas gigantes...enhorabuena.
Gracias por venir.
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