Bobcat Goldthwait tiene una de esas trayectorias
cinematográficas que, están tan apegadas al momento en el que se hacen, que es
complicado que no resulten tachadas rápidamente como dañinas, exageradas o
perjudiciales por sus contemporáneos.
Si has visto “Los perros dormidos mienten” (2006) o “El mejor padre del mundo” (2009) sabrás
que son películas correosas de digerir, negras como el carbón y fuera de los
límites de lo políticamente correcto. Cuando digo esto último quiere decir que,
de verdad, están fuera de esos límites porque Goldthwait no juega al juego de
provocar si no que se limita, con maestría, a hilar unas comedias tan unidas a
la realidad y tan conocedoras de nuestros defectos como seres humanos que su
sorpresa reside en que rompen por completo el pacto implícito y secreto que se
establece entre el espectador y la narración donde el primero adivina unos
segundos antes cuál será la reacción de los personajes.
Solo unos segundos
antes. Te sientas ahí y esperas que los personajes de la película reaccionen
como héroes ante la adversidad o que revelen el gran secreto de la existencia o
que se sacrifiquen por el equipo o que descubran que la chica fea, en realidad,
es un bellezón cuando se quita las gafas y la coleta y que por eso la han
invitado al baile…aquí, no esperen esa piedad, ese optimismo o esa esperanza sobre
el ser humano. Lo mejor de los personajes creados por Bob Goldthwait es que
suelen reaccionar mal que es como suele reaccionar la gente que se ve envuelta
en alguna situación que no comprende o que le supera.
El protagonista de “Armados y
cabreados” (originalmente titulada “God bless America” y aquí sufriendo el hecho de que las distribuidoras tienen a bien poner títulos gilipollas a las comedias) es Frank (Joel Murray, hermano de Bill Murray) un
apocado trabajador de una aseguradora. Está divorciado y tiene una hija que no
quiere verlo porque se empeña en llevarla al zoo y hacer actividades en lugar
de estar en casa jugando a la videoconsola. Por las noches no puede dormir
porque tiene migrañas y porque sus vecinos se pasan el día discutiendo e
intentando hacer callar a un hijo desatendido aún más ruidoso que ellos. Frank,
además, vive aterrorizado por la programación televisiva y por lo que ve en
ella: concursos de “talentos” que patrocinan a frikis para ganar audiencia, una
enorme variedad de reality-shows chuscos y unos programas informativos y de
debate donde la estulticia campa a sus anchas en un clima de gritos, mala
educación y posicionamiento político radicalizado y polarizado que no puede
soportar.
Tras algunos avatares (evitaré el
spoilerazo) se ve envuelto junto a una preadolescente tan crítica con el país
en el que vive como él llamada Roxy (Tara Lynn Barr) en un tour por los Estados
Unidos que, sin rumbo fijo, tiene el objetivo de ir eliminando a la gente más
molesta que se encuentran en su camino.
En “God bless America” se cruzan “Al
final de la escapada” (Jean-Luc Godard, 1969), “Un día de furia” (Joel Schumacher,1993), “Bonny and Clyde” (Arthur Penn, 1967), “Asesinos natos” (Oliver Stone, 1994), “Pulp Fiction” (Quentin Tarantino, 1994), “El profesional” (Luc Besson, 1994), “Ocurrió cerca de su casa” (Rèmy Belvaux, André Bozel, Benoit Pooelvorde, 19929 , “American
Dreamz, Salto a la fama” (Paul Weitz, 2004), “Network, un mundo implacable” (Sidney Lumet, 1976), "Trabajo basura" (Mike Judge, 1999) y un largo etcétera de menciones cinéfilas que hacen que la
película sea una pieza de ritmo continuado pero que salta desde el más lento
del cine independiente y de autor hasta la acción y donde las menciones
directas a la cultura popular norteamericana van saltando de Woody Allen a Alice Cooper o a George
Bush Jr.
Se identifican otros motores para la trama que avanza a golpes de dos escuelas de la filmación de la violencia, la poética de Peckimpah y la más gráfica y "comiquera" de Tarantino, del mismo modo que la propia trama avanza engrasada por un desmadre a lo John Waters (El de "Los asesinatos de mamá"(1994) donde una ama de casa intenta imponer su visión del mundo a toda la ciudad de Baltimore) al que sobrevienen momentos de reflexión que nos recuerdan a la visión comedida -en términos de movimiento de cámara y disposición de personajes en el encuadre- de Jim Jarmusch . Curiosamente, y aunque suene como una especie de "coitus interruptus" continuo o una especie de indecisión a la hora de hablar de ritmo, esa duplicidad es el código ideal para una película marcada por unos personajes -todos los personajes- a los que es imposible encasillar dentro del grupo de "buenos" y "malos".
La única duda que me asaltó
viendo “God Bless America” es la misma y algo prejuiciosa que tenemos ante este
tipo de narraciones tan honestas: ¿No me estarán sermoneando vilmente?
La respuesta es no, en tanto en
cuanto, la película no incluye ninguna moraleja en todo su metraje, ni tampoco
señala a ningún culpable, si no que, más bien, va haciendo cada vez más
evidente la cuestión de que unas redes sociales convertidas en caja de resonancia
de cuchicheos y maldades, que una televisión repleta de programas estúpidos,
que una celebración, a su vez, de estos comentarios estúpidos en todo tipo de
charlas banales de oficina que giran alrededor del éxito de youtube donde
alguien hace el ridículo y un largo etcétera de espectáculos dañinos y penosos
son más un síntoma (“El típico espectáculo como el circo romano que aparece en
la decadencia de una civilización” dice Jack) que un aviso. Si Goldthwait no
sermonea –como sí se sermonea descaradamente en otros géneros más prestigiosos
que el de la comedia- es porque está más preocupado por mostrarnos un mundo
real y absurdo que parece que, en lo que a su orden se viene abajo, que en señalarnos a los culpables. De hecho en
toda la película se cruza con el por qué con el que las victimas de Jack y Roxy les piden
explicaciones sobre su actitud con el por qué cada vez más agonizante de sus
protagonistas que parece que tampoco tienen respuesta sobre lo que ha ocurrido
realmente.
Unas preguntas que jamás se cuestionan los gustos de los demás si no, más bien, una pregunta más desasosegante que es: ¿Por qué disfrutas viendo/haciendo/participando de esas cosas? ¿Por qué no te callas la boca en el cine? ¿Por qué usas la palabra "feminazi"? ¿Por qué estás mirando tu página de facebook en el móvil mientras hablamos? ¿Por qué mi hija cree que, con solo 9 años, tiene que tener un Iphone o una Blackberry? y, en definitiva, la más jodida de todas que es ¿Qué narices hemos hecho mal y donde perdimos los papeles?
En la esencia de esas preguntas está una de las sorpresas de la película que parte de cuestiones evidentes y que siempre son vistas a través de esos análisis de medio pelo que intentan cuestionar y culpabilizar al individuo a través del análisis de los comportamientos grupales (la alegre participación en la celebración del mal gusto en este caso) para ir reduciendo todo a una cuestión más pequeña en presencia pero mucho más retorcida, jodida y personal que dirige a la audiencia: ¿Qué interés tiene la civilización y sus avances cuando no parecemos querer ser civilizados?
Entiendo que la obra de Goldthwait resulta inmoral para los conservadores e incómoda para los que pudieran estar de acuerdo con el discurso aparente (insisto en que creo que es más un retrato bastante fiel a la realidad y como la realidad es negativa pues lo transformamos automáticamente en un discurso crítico exagerado) por parecer agrio y combativo -algo así como le pasa a Moore con sus documentales pero, aviso, Moore señala culpables y Goldthwait no- pero en realidad es un llanto de rabia ante el panorama que vive Norteamérica que se agrava con la presencia de un patrioterismo barato (Tea Party, Libertarianismo, iglesias evangélicas radicales, etc.) que también es leído en clave de "síntoma" y no de "enfermedad" que no queda muy claro si se puede combatir.
Ante la pregunta si el discurso o la definición de la actual situación de todo un país -de España me atrevería a decir, en tanto en cuanto, nuestra falta de interés por la preservación y la valoración de nuestra propia cultura popular nos convierte en el perfecto "país esponja" que absorbe todos los malos hábitos norteamericanos en cuestión de segundos- es demasiado ácido, combativo, exagerado (digamos, "políticamente incorrecto") y, por tanto, injusto y debería ser reconducido por su autor hacia un terrenos más conciliador, más dialogante o más flexible surge también otras preguntas importantes: ¿De verdad hay que tratar con cariño y comprensión a una gente que se comporta tan mal, que demuestra tan poca comprensión con todo lo que le rodea? ¿Si bajamos el tono del discurso acabarán comprendiendo que se equivocan?
¿Tiene derecho alguien que porta una pancarta donde pone "El SIDA es una plaga divina" ante la puerta de una clínica a ser más escuchado todavía? ¿Cómo es posible que el conductor-opinador de un programa que dedica el contenido del mismo a llamarnos anormales o criminales pida respeto para sus opiniones cuando demuestra tan poco tacto con las ajenas?
Como Bobcat Goldthwait carece de discurso deja a estas preguntas sin contestación o esconde la contestación en pequeños detalles de la trama o, lo que es mejor, nos avisa de lo peligroso que es disentir para sobrevivir. Es más, incluso podríamos pensar que se nos está haciendo otra pregunta: ¿No te cansas de aguantar callado todo lo que pasa a tu alrededor?
Jugando con fuego (Goldthwait es
uno de esos tipos que consigue que la carcajada esté muy cerquita de la lágrima
y que la risa sea a veces tontamente sincera y otras veces simplemente
histérica) “God bless America” consigue que un adulto que no está en sus cabales que viaja por
los Estados Unidos con una niña de 16 años matando gente que no les ha hecho “casi”
nada –un asunto que parece feo pero que también dejaré fuera del spoiler…y mira
que me está costando- te caiga bien y que, en el fondo, acabes entendiéndolos y
queriéndolos porque son contradictorios, ridículos, naïfs, tontos y, en
definitiva, humanos como todos nosotros. Y si esa tarea tan ardua se consigue a la perfección es porque los actores bordan sus papeles. Joel Murray completando magistralmente a un complicado personaje que es a la vez un asesino despiadado con las formas robóticas de Kitano pero, mostrando a la vez, una ternura y una comprensión al estilo de Willy Loman en "La muerte de un viajante" al que identifican las mejores virtudes que pensamos que tiene un padre y el de Tara Lynn Barr que también fluye entre la adolescente hiperactiva e inteligente que rechaza cualquier pensamiento único y prefiere aislarse de la corriente dominante pero, que, también muestra una faceta comedida y tierna en varios pasajes de la película. Así Frank descubre en su relación con Roxy una doble faceta de padre y educador -dirigido no hacia el bien si no hacia el mal pero igual que efectivo- que su propia hija rechaza y a Roxy al padre que no tiene miedo a tratarla como una adulta y que no le exige que se normalice. La pareja protagonista, y volvemos a la ambivalencia, se mueve a veces en la relación paterno filial de Ryan O´Neal y Tatum O´Neal en "Luna de papel" (Peter Bogdanovich, 1973), otras, con muchísima sutileza, en la de Bill Murray y Scarlett Johansson en "Lost in traslation" (Sofia Coppola, 2003) porque, en definitiva la cosa no va de gente mayor que se enamora de gente joven, y también, a veces, nos recuerda a Jeff Bridges y Hailee Steinfeld en el remake de "Valor de ley" (Joel y Ethan Coen, 2010)
Es una pena que el cine de este
autor, que en “El mejor padre del mundo” consiguió que Robin Williams hiciera
una de las mejores interpretaciones de su carrera y que de ser este un mundo
justo hubiera tenido que haberse coronado con varios premios…incluso el Nobel
para la propia película, sea tan desconocido en nuestro país y en el resto del
mundo, que su visión ácida y crítica lo aleje de las grandes audiencias por la
sencilla razón de que nadie está dispuesto a identificarse con sus personajes
porque, como bien aconseja la protagonista de “Los perros dormidos mienten”,
hay cosas que es mejor que se queden en casa haciéndole compañía a uno que sean
del dominio público.
Ya saben, si el espectador sospecha que el tipo o la tipa
que está en pantalla es una copia de sí mismo, y no por buenas razones porque
en el fondo todos tenemos una buena opinión sobre nosotros, es posible que
rechace lo que ve y decida que le gusta más una de esas películas donde los
buenos son buenísimos y los malos malísimos, donde las putas son princesas, los
borrachos dicen la verdad y siempre existe la posibilidad de que el terrorista
desactive la bomba que acababa de activar porque llega a la conclusión de que en
la CIA también hay gente buena sobre todo porque, en el fondo, ese es el
acuerdo tácito y no escrito que tenemos con la ficción: que nos de un respiro
siendo un poquito compasiva. La gracia es que cuando esto desaparece tienes
muchas posibilidades de reírte mucho por las razones adecuadas y certificar que
“es gracioso porque es verdad”. Verdad de la buena y risa de la buena. Un poco amarga y un poco histérica pero muy sana. Prepárate para reirte y cuanto se asalten las dudas de sobre quién coño se están riendo recuerda que Bobcat Goldthwait se ríe de todo y de todos. Pero es porque no tenemos solución. Y eso también puede entenderse de muchas formas.