En el canódromo de Carabanchel me
enteré yo de que los galgos no corrían por deporte. Me lo explicó mi tío Jesús
al que le pirraba ir allí a jugarse los duros. Recuerdo aquel sitio como un
lugar grisáceo y patibulario. El edificio, que acabaría cerrando para siempre
jamás, estaba hecho una ruina y, ni el cartel anunciador de la actividad
comercial (la silueta de un galgo de color negro que rodeaban a la palabra
“canódromo” en pintura plástica sobre un muro encalado) era muy molón.
Íbamos algunos domingos porque el
tío Jesús no abría la bodega que tenía en Canillejas. Aquel sitio que olía a
vinacho y que tenía una parroquia peculiar por la que pululaba el dueño de unos
estudios de cine con un evidente síndrome de Diógenes, un cubano marxista pero
exiliado, un maletero de Barajas que se daba un aire a Escalero “El mendigo
asesino”, algún funcionario de voz grave y discurso sindical y una solterona de
la Federación Socialista Madrileña bastante hombruna y que bebía como un
caballero legionario.
Formaban una especie de Club
especial muy raro que se apuntaba a los planes más descabellados. No solo ir al
canódromo, a una manifestación o a una lectura de poesía: fueron ellos la
improvisada barra brava que fue a animarme al grito de “¡Venga gordinflas!”
cuando, en un momento de ofuscación, me empeñé en correr la Popular de
Canillejas para niños. Cuatro kilómetros de puro infierno que soporté porque,
en cada curva, me encontraba al grupo aquel profiriendo gritos de júbilo y
aplausos de esos que están guardados para los campeones de verdad o para los
que por estupidez, cabezonería o tesón deciden mantenerse en una carrera que
saben que jamás van a ganar. El caso es que animaban como si yo fuera Bikila y
estuviera allí para batir la mejor marca del año.
Mi tío Jesús me contó que los
galgos no corren por deporte. Que corrían no por placer si no porque les ponen
un señuelo, un conejo de mentira tras el que salen escopetados con la esperanza
de alcanzarlo sin saber, claro está, que la carrera está amañada y que el fin
no es que atrapen a la presa si no que crucen primero la meta. EL galgo no
entiende nada y se preguntará siempre: ¿Dónde se ha metido ese conejo?
Yo también corrí aquella Popular,
aquella mini-mini maratón, pensando que podía ganarla. Así de idiota era a los
10 años. Me dormí pensando que si 200 o 300 se lesionaban, que si de pronto
despertaba en mi una fueza desconocida incluso para mi mismo, que si todo el
mundo se despistaba y se quedaba dormido…ya me veía yo encima del pódium recogiendo
el trofeo cedido por una tienda de deportes del barrio de Canillejas de la mano
de algún concejal, escuchando muy serio el himno de España mirando al
horizonte. Aquello fue mi señuelo, mi conejo relleno de ilusiones. De haber
dudado, por un solo instante, que aquello terminaría mal posiblemente me
hubiera quedado en la cama.
Como era previsible, para todos
menos para mi, jamás alcancé al conejo.
Creo, si no recuerdo mal, que
llegué de los 10 últimos. De los 10 últimos como de 500 niños en edades comprendidas
entre los 10 y los 15 años. Cuando encaré la recta final sonaba (lo juro) el
tema principal de “Carros de fuego”. Valiente chiste. Un niño gordito metido en
un chándal amarillo de felpa con un dorsal de Coca-Cola agarrado por dos
imperdibles al pecho yendo a una velocidad ridícula mientras intentaba que las
gafas no se le cayeran con aquella marcha épica de fondo…menuda antítesis,
menuda mofa al espíritu olímpico.
Durante todos los años posteriores
muchas veces sentí que me apuntaba a maratones que no podía ganar con el
espíritu del que cree que puede ganarlas y, otras tantas, me sentí como un
galgo que persigue a un señuelo.
Cerraron el Canódromo de
Carabanchel y aquello se infestó de yonquis. Yonquis épicos, de esos que están
entre el zombi y el experimento de laboratorio. Mi tío cerró la bodega cuando
se jubiló y yo no he vuelto a correr en mi vida ni delante de los
antidisturbios.
La tribuna cubierta y las instalaciones del canódromo fueron reconvertidas
en instalaciones deportivas y creo que la bodega fue reconvertida, junto con el
bajo aledaño en el que vivieron sus padres en el domicilio de una sobrina suya
o algo así.
En Madrid hay que darse prisa,
porque como dice Santiago Lorenzo, si giras una esquina y te despistas a lo
mejor al volver la vista atrás el edificio que esperabas encontrar ya lo han
convertido en otra cosa, en un espacio moderno, de esos multiusos que son unas
salas vacías que ya cumplieron su labor nada más quedar inauguradas que no era
otra que ser construídas. Después solo hay que esperar que una Caja o una
Fundación de un banco saque un cheque y les ponga publicidad para que se pueda
celebrar cualquier cosa desde un vino español hasta una exposición de
fotografía.
Lo importante es que existan esos
huecos, esos subconjuntos sin nada dentro que pueden rellenarse de cualquier
cosa, a ser posible de cosas que se consuman muy rápido y que no dejen mucha
huella porque el segundo fin de estos edificios es que se tiren para poder
volver a construir algo en su lugar y así hasta la próxima burbuja
inmobiliaria.
El caso es que desde que se lo de
los galgos reivindico mi derecho a correr si quiero y a parar si quiero. Me da
igual quien agite el señuelo o toque el tambor. Yo quiero parar y moverme lo justo.
En estos tiempos se nos piden
sacrificios. Se nos exigen con la misma alegría con la que antes nos invitaron
a comprar casas que no podíamos comprar y a pedir créditos que jamás podríamos
cubrir. “Sacrificio” y “esfuerzo” son las dos palabras que, como un mantra, se
nos repiten una y otra vez. Es el momento de sacrificarse y de esforzarse pero
nadie nos dice muy bien ni por qué, ni en qué condiciones. Es decir, se nos
agita el señuelo de la recuperación y el empleo y se nos exige que corramos
como a los galgos del canódromo de Carabanchel. En realidad, y si uno lo piensa
bien, es muy posible que el fin de esta marcha no sea atrapar el conejo de
trapo del bienestar si no que atravesemos esta deflación, esta crisis, a toda
pastilla mientras que los dueños del canódromo siguen haciendo apuestas desde
las cómodas gradas gritando “¡Venga, Gordinflas!”.
Ya digo, no tengo mucho espíritu
olímpico.
15 comentarios:
Welcome home, sr insustancial.
Ya era hora de que volvieras. Ha sido horrible mientras no estabas.
Galgos somos todos, y galgos moriremos, man!!!
Oh cielos! gracias por volver!
No se puede escribir mejor
Una excelente publicación, que gusto visitarte.
excelente publicacion, gracias por compartir..
Saludos
sr. insustancial, si no es muy impertinente, ¿de qué ideología política eres?
tio cierra esta puta mierda esta muerto como tu hace daño a la vista
has fracasado como bloggero vete ya a tomar por culo
Hay gente que te echa de menos por Twitter...
Que gran gusto visitar tan excelente blog, seguiré visitándote.
Debe ser por los genes toxicos que tenemos, nos creemos superiores como gigantes jugando a ser niños.
¡Hola! interesantes reflexiones y analogías: "vida-carreras de galgos". Escribes y expresas francamente bien. Tiene un punto desquiciante, casi macabro y lunático, lo del señuelo y los galgos detrás, como seres inanimados que obedecieran a un patrón ignoto. Me apena terriblemente el sadismo que acude al encuentro de estos bellos animales cuando aparecen ahorcados en miserables solares y campos agostados. Eso es deplorable. Un saludo
Como jodidos seres inanimados que obedecieran a un patrón ignoto
Me encanta la agilidad destreza, fuerza, resistencia de los galgos sencillamente admirables.
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