miércoles, 12 de junio de 2013

El Gran Timonel


No deja de sorprenderme la sorpresiva admiración que, en todos los foros derechistas y neoliberales, despierta ahora la figura de Mao Tse Tung. Me imagino que la cosa comenzaría cuando Nixon y él hicieron las paces y el presidente norteamericano decidió que ese era el rasgo que, publicitariamente, iba a venderlo como un derechista convencido que, sin embargo, era capaz de dialogar abiertamente con el enemigo y, de paso, darle una lección a los soviéticos. 

Desde la presidencia onerosa de Richard Nixon el capitalismo militante ha ido ganando adeptos y, como la gota que va, poco a poco, haciendo un agujero en la roca no ha dejado de trabajar hasta que nos hemos visto instalados en la situación actual. Las juventudes del Partido Republicano que alzaron a Reagan ya se comportaban como entusiastas y provocativos agentes del "agit prop" maoísta al más puro estilo "Revolución cultural" pero a la inversa y Bush Jr. ha acabado por instalar al ala más radical del Partido Republicano, incluso arañándole votos a los Libertarianos, en puestos de responsabilidad quizás demasiado sensibles de ser ocupados por gente que sigue empeñada en la idea de los escépticos del Congreso Continental (órgano fundacional de los actuales Estados Unidos de América) de que Washington no debería acumular tanto poder y, mucho menos, alterar las leyes del "Libre Intercambio Comercial". Como si de Smith a aquí no hubiera llovido ni una gota. 

Hoy mi padre ha elegido un restaurante chino para comer. Es un restaurante que le gusta. En realidad le gustan mucho los restaurantes orientales, en general, no tanto por la comida -"Una cuestión de combinatoria de arroz con cosas" como afirmaba divertido Sánchez Ferlosio en una charla, de las muchas, que mantiene con él- si no por la  cordialidad, amabilidad y diligencia del personal de sala. "Les gusta tratar muy bien a los viejos" dice mi padre con cierta delectación "ven una barba y dos canas y te tratan mejor". 

-"¿Te gustan los chinos?". 

-"Sí, aunque me parecen raros. Seguro que vosotros los comprendéis mejor. Yo a duras penas entendía muy bien a Mao. El socialismo sí, pero a Mao, no". 

-"¿Por?"

-"No sé, la colectivización esa sin caras. Eso me asusta. La obediencia ciega, también". 

-"Pues ahora los adoran". 

-"Claro, normal. Es el sueño de esta nueva economía: obreros que obedecen, una fuerza de trabajo sin capacidad de reacción, que no sabe si las cosas que hace están bien o están mal pero que trabaja por sueldos míseros y que, además, que cree que coopera con la creación de un futuro mejor. No somos chinos de la Revolución Cultural pero como si lo fuéramos. Nos asustan con todo y cuando las cosas estén mejor nos asustarán diciendo que si nos ponemos muy tontos a lo mejor volvemos a estos días tan malos".

-¿Por eso crees que a Mao lo admiran tanto?

-"Claro, por eso. Por el rollo ese de que puso a trabajar a un país a cambio de nada, a cambio de un ideal de cambio, de mejoría futura. Los chinos le firmaron un cheque en blanco. Derivó intencionadamente todas las decisiones jodidas al pueblo, a los tribunales del pueblo, a sabiendas de que la gente actuaría no por cuestiones políticas o de justicias si no, más bien, para ajustar cuentas con el pasado. Y a nadie se le escapa tampoco que en la República Popular de China los dirigentes han vivido siempre mejor que el pueblo. Que los pobres cargaron con la reforma pero que ha existido una élite que vive a todo trapo y que, encima, ahora no tiene ni que esconderse para hacerlo porque ya no son maoístas, ni comunistas, ni nada. El mayor logro de la revolución fue poner un tazón de arroz en las manos de cada chino, alfabetizar a la población, darles una bicicleta, una casa. La coartada estaba escrita en el Libro Rojo pero, en realidad, el sistema no les dio nada, se lo han currado ellos y no han recibido ni un 1% de todo ese esfuerzo. Por eso no van a admirar a Mao, ni lo van a decir mucho o van a insistir en que esta gente trabaja como mulos, que son muy callados, que se esconden siempre la opinión, que obedecen a pies juntillas. Dicen que es una cuestión cultural, ya, una cuestión cultural que los ha llevado a sustituir a los emperadores por los nuevos dirigentes y a adorarlos en los mismos términos. Nada más".

-"Pues tu dices que te gustan por eso". 

-"No, a mi me gusta porque me tratan bien, con amabilidad, porque no me tiran el plato encima de la mesa y porque me ponen buena cara que es algo que un camarero en este país no suele hacer. Y porque tratan bien a la gente mayor que eso no lo hacemos tampoco aquí. Pero que sean así me pone, a veces, un poco nervioso".  

Mientras mi padre seguía hablando un señor, en la mesa de al lado, se removía incómodo en su silla. Había estado pegando la oreja en toda la conversación y poniendo mohines. 

-"¿Este señor de ahí al lado es concejal del ayuntamiento, verdad?". 

-"Y del PP, claro, y le estoy dando el postre, solo hay que verle la cara. Pero vivo en un país democrático y es mi derecho avergonzarlo. Es el único derecho que me queda como pensionista". y luego ha subido la voz y ha seguido hablando "...Y es que a los chinos no se les ocurriría dejar a los viejos morir de hambre y no como a este gente, ¿entiendes? Por eso me gusta venir aquí porque me olvido de que, después de un montón de años trabajando, hay gente que ha decidido tratarme como un trasto inservible cuando a mi, estos señores, no me han dado nada. Todo me lo he ganado yo".

Mi padre solo ha trabajado como maestro (no le gusta lo de profesor) desde los 21 años que terminó Magisterio. Mi abuelo, su padre, un guardia civil, le pagó la carrera en Pontevedra donde estaba destinado. De ahí lo mandaron a dar clase a Cádiz y allí, bajo el sol de Barbate, conoció la mísera situación de la España franquista ("de la que antes, casi no me había enterado"). Pese a que el sitio le gustaba decidió que había mucha gente que, a lo mejor, también necesitaría su ayuda y se trasladó a Las Hurdes donde estuvo dando clases en un centro de Auxilio Social ("El sol estaba bien, pero aquello era necesario") que compartía sus instalaciones con una especie de asilo para gente pobre y deshauciada médicamente. Tras pasar por muchos avatares se marchó a trabajar a la Costa Brava durante un tiempo y después vino a una escuela madrileña donde impartió clases de EPA (Educación Permanente de Adultos) para que un grupo de chavales de extrarradio consiguieran un Graduado Escolar y pudieran aspirar a tener un trabajo decente en el futuro. La escuela, adscrita a un prestigioso Club de Golf, tenía como alumnos a los caddies del lugar y muchos de ellos han acabado convirtiéndose en profesionales del golf, en empresarios o, por lo menos, en gente honrada. Luego volvió a la escuela pública, a una zona rural, y desde aquellos años hasta la jubilación se ha dedicado a enseñar reduciendo año a año la edad de los alumnos hasta quedar instalado en la enseñanza primaria. "Porque allí me volvieron las ganas de enseñar de nuevo y podía aplicar todos mis conocimientos en lo básico, enseñar a leer, a sumar, a restar, a despertarle a los chiquillos el amor por la naturaleza, por las piedras, por la historia...esas cosas". 

A mi padre le bajan la pensión, como a los padres de todos, después de todos sus esfuerzos, de todos los palos recibidos, este Estado se cree en el derecho de ningunearlos, de negarles la sanidad, de negarles los medicamentos, de tratarlos como rémoras o como sanguijuelas de un sistema que han pagado ellos. Y lo hacen utilizando como pretexto a "El Gran Timonel", paradójicamente, un hombre al que no entenderán nunca. Mi padre lo entiende, dice que poco, yo creo que más que lo que dice. Es la ventaja de haber leído mucho y de haber enseñado a otros a leer. Pobre padre. Mi amado Líder. 

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