Hace muchos años mi madre tuvo un
jefe que era de Bilbao. Un señor muy de Bilbao que se afanaba mucho en
parecerlo. Entre las aficiones de este buen hombre se encontraba, sobre todo,
la de contar anécdotas sexuales. Las contaba con tanto arte y tanta gracia que,
finalizado el relato, ya habías pensado varias veces en comprarte un anillo de
pureza y en abrazar la castidad como forma de salvación.
En otras ocasiones, sobre todo en
una muy concreta, he tenido que soportar este tipo de relatos que me producen
un efecto bastante contrario al del objetivo de su narrador: cuanto más
descriptivos se ponen ellos sobre los detalles menos me intereso yo en seguir
el hilo del asunto.
Este buen señor tenía a bien
contarnos que pasó su adolescencia en un continuo priapismo y que iba junto a
otros amigos a un puente de la Ría de Bilbao a mirar como el agua bajaba repleta
(el decía repleta) de los condones que las prostitutas del Barrio de las Cortes
usaban en el ejercicio laboral. La visión de estos anticonceptivos de goma
semihundidos en el agua y mecidos por la corriente de aguas sucias decía este
señor que le daba a él y a su cuadrilla para imaginarse como sería eso de tener
relaciones sexuales.
El relato, repetido muchas veces,
siempre tenía como objetivo recordarnos un chiste que corre por Bilbao desde
mediados de los años 50:
-¿Dónde se va a follar?
-A Las Cortes
Ya saben, la gracia rancia.
Ni que decir tiene que este señor
de Bilbao nos contó muchas veces también que perdió la virginidad en dicho
barrio. Con algún miembro de su cuadrilla. Como no. Y que se refería al lugar
como ese sitio donde los hombres huían de la rutina de la vida conyugal con
mucho tinte de novela barata, refiriéndose a la prostitución como un “servicio
social” y todas esas patrañas.
Hace ya algunos años, creo por el
99, visité Bilbao y un tío mío me recomendó un restaurante que se encontraba
situado en el Barrio de las Cortes. Rápidamente recordé las anécdotas de aquel
señor de Bilbao tan salaz y me pregunté donde me estaba metiendo. El
restaurante, por cierto, resultó ser estupendo (y algo caro) y mantenía su
puerta cerrada y sin vistas a la calle. A él solo se podía acceder por medio de
rigurosa reserva e, incluso, creo recordar recomendaban dejar el coche en un
parking cercano para evitar robos.
El barrio me resultó deprimente.
Mucho más que el antiguo chino de Barcelona. Sucio, mal iluminado y rodeado de
todas las obras que se estaban llevando a cabo para hacer las reformas
alrededor del propio Museo Guggenheim. Prostitutas callejeras, gente
ofreciéndote heroína desde los portales con una tranquilidad que hacía años que
no veía por Madrid y, en general, un ambiente de pobreza y delincuencia
generalizado. Ya dentro del restaurante una de las camareras nos estuvo
contando, sin mucho empacho que el barrio se había llenado, además (subrayó
mucho el “además”) de “iñakis”.
“Iñakis” era la palabra que, por
aquel entonces, los bilbaínos habían adoptado para referirse a todos los
vendedores ambulantes de raza negra o árabes porque para llamar la atención de
sus potenciales clientes decían un claro: “¡Eh, Iñaki! ¿Compras?”. De ahí, la
palabra se había convertido en un genérico para cualquier persona de otra raza,
país o confesión religiosa que, evidentemente, viviera en situación de
precariedad o exclusión social.
Definitivamente a nadie se le
ocurriría llamar “Iñaki”, por ejemplo, a un jeque catarí o a un empresario
nigeriano afincado en Bilbao y que viviera en Las Arenas, por ejemplo. Piensen
en ustedes mismos siendo recibidos por un profesor de universidad negro en su
casa y llamándolo cariñosamente “Iñaki”. Digo cariñosamente. Piensen en todos
esos medios tan derechistas y tan excluyentes de la TDT o del papel o del
digital y cuenten las veces en que se
refieren a un señor cualquiera como “moro” o “morito” y las veces que, sin
embargo, usan estas palabras para referirse a los señores que patrocinan al
Real Madrid y al FC Barcelona.
Ni que decir tiene que la noticia
truculenta y amarillenta del año están siendo los crímenes cometidos por JuanCarlos Aguilar. Aguilar, que ha tenido cierta presencia mediática en el pasado,
regentaba un gimnasio conocido como ZEN4 o como “Océano de tranqulidad”. Él se
empeñaba en llamarlo “monasterio” pero, en realidad, impartía clases de artes
marciales. Para ser exactos de un arte marcial concreta, la que enseñan los
monjes Shao-Lin en China, y que mezcla convenientemente las enseñanzas budistas
con las enseñanzas de la defensa personal.
Si Juan Carlos Aguilar, que se
rebautizó así mismo con el extraño nombre de Huang C., tuvo algo de eco
mediático fue porque fue de los primeros occidentales en completar las
enseñanzas de estos monjes y en convertirse en uno de ellos. Algo que él decía pero que los monjes niegan.
A partir de ahí, las cosas, en la
cabeza de Huang C. parece que han ido por otros caminos bastante alejados de
los del Zen.
Sin duda, un señor mitad experto
en artes marciales y mitad monje budista (algo que parece que solo estaba en su cabecita) que promulgaba que tenía el secreto
para alcanzar la paz interior que resulta ser un criminal (veremos si un “asesino
en serie” o un criminal sexual o simplemente un criminal) echa a una noticia una
buena dosis de morbo informativo.
Si, además, este asesino se
emplea con violencia brutal sobre sus víctimas, aumentamos el porcentaje de
atracción de lectores/televidentes/oyentes de la noticia hasta límites
insospechados.
Si a eso añadimos que los
crímenes se producen en el barrio más deprimido de una ciudad, con la
posibilidad de dotar a la narración de todo tipo de adjetivos literarios como “tenebroso”,
“oscuro”, “sucio”, “violento” pues estamos ante una noticia que puede hacernos
estallar la cabeza.
Si podemos sospechar que los
crímenes tienen el grado de “Sexuales” ya estamos ante la noticia del año.
Y, por último, pero no menos
importante si el criminal tiene como objeto a prostitutas estamos no ante una
noticia si no ante el inicio de una leyenda de la historia “negra” de España.
Los crímenes de Aguilar,
automáticamente, vienen a recordarnos a los de “El Arropiero”, a los de “El
Mataviejas”, a los de “El Mesón de El Lobo” y, claro está, a los de Miguel
Escalero más conocido como “El mendigo asesino”. Sin más. Ya forman parte de
esa tradición.
En el inconsciente colectivo la
narración de estos hechos ya forman parte de una leyenda, de un cuento
truculento, porque tiene todos los ingredientes folclóricos para ello. Mi
opinión personal es que el folclore y la leyenda truculenta acaban por matar la
verdad y alejarnos mucho, incluso muchísimo, de la verdad de los hechos o, por
lo menos, de las motivaciones de los mismos. Bueno, la verdad de los hechos
está ahí (alguien ha matado a alguien) y las motivaciones de los mismos están
en la cabeza, averiada o no, del propio asesino que, en su momento, los habrá
transmitido a la Ertzainza y los explicará en el juicio.
A lo que me refiero es que el
folclore acaba con el escenario y las razones que propician estos brutales
asesinatos, eliminan de un plumazo la base de los mismos.
Mi opinión personal es que las
leyendas son en el fondo “tranquilizadoras”. Son cuentos con moraleja que nos
advierten de no caminar por lugares poco transitados, que nos advierten de que
nos alejemos de la gente que podría hacer daño pero, también, identifican al “monstruo”
que vive entre nosotros. Una vez identificado al “monstruo”, al “lobo” o al “depredador”,
podemos quedarnos mucho más tranquilos y seguir con nuestras vidas.
Identificado el asesino podemos
respirar aliviados y, lo que es mejor, sabiendo que solo mata prostitutas pues
mucho mejor. En el fondo, reside en la cuestión, otra conseja moral: cuidado
con hacerse prostituta que te pueden acabar matando.
Este dardo tranquilizante nos
aleja de ir más allá en la cuestión algo desasosegante que Alan Moore ofrecía
como teórica explicación de los asesinatos de Jack “El Destripador”. Aquellas
prostitutas no habían muerto a manos de un asesino sin identificar, si no que habían
muerto a manos de toda la sociedad victoriana. Es decir, la sociedad victoriana
había puesto las bases para que se creara una situación de desigualdad tan
brutal que permitía que cualquier fantoche armado con un maletín de médico y
vestido con una capa se paseara por los barrios más pobres de Londres
asesinando a mujeres sin que nadie pudiera atraparlo o, por lo menos, sin que
nadie hiciera el más mínimo esfuerzo por atraparlo. Jack, como Huang, fue
dejando pistas, en realidad sus crímenes fueron menos fríos, menos meticulosos
y, por lo que apostilla Moore, tuvo que dejar muchas pistas de sus crímenes y,
sin embargo, nadie lo atrapó. No es que fuera más listo que Scotland Yard como
nos dice la leyenda es que nadie mostró mucho interés por detenerlo.
Si desasistimos a los crímenes de
Bilbao de toda la literatura implícita seguramente llegaremos a la conclusión
de que las bases de los mismos han sido establecidas por todos nosotros y que
vivimos en una sociedad donde un chiflado puede pasear tranquilamente por un
barrio de extracción social muy pobre sin que nadie lo detenga hasta que él
comete “el error” de golpear a una prostituta en plena calle e intentar
rematarla dentro de su propio gimnasio.
Si le echamos un vistazo a su “modus
operandi” y a las declaraciones de algunos vecinos del barrio llegaremos a la
conclusión de que se conocía su carácter violento, de que muchos clubes le
habían prohibido la entrada porque “no se comportaba bien” y, sobre todo, que
nadie denunció este hecho. Sin duda un monstruo de estas características tiene
mucha más facilidad para desenvolverse en un terreno donde la ley no hace acto
de presencia que en un barrio de clase media donde rápidamente hubiera sido
detectado, denunciado y puesto a disposición judicial antes, incluso, de haber
cometido cualquiera de los crímenes.
El hecho de que la Ertzaintza
esté buscando otros restos y que se afane ahora en mirar las listas de desaparecidos
para indagar sobre si Aguilar cometió otros crímenes que han pasado
desapercibidos creo que apuntala bastante bien lo que mantengo.
Que un asesino elija prostitutas
como víctimas tiene más que ver con saber que son un blanco fácil, que nadie se
va a mover más de lo necesario que con un crimen solamente sexual.
O un crimen de género.
Estos días se viene hablando de
que el crimen o los crímenes de Aguilar son “machistas”. Bien, no diré que el
machismo no sea una cosa cutre y pasada de moda que se manifiesta, en muchos
casos, en formas violentas. El avance histórico de la cultura occidental ha ido
limando las actitudes patriarcales y ha identificado como malos algunos usos y
costumbres del pasado. Me parece bien. Cualquier persona con dos dedos de
frente está en contra de la desigualdad de la mujer frente al hombre y, más
allá de eso, no hay ninguna teoría sobre la superioridad que se sostenga desde
aspectos científicos formales. Tampoco desde ningún otro aspecto. En general “la
tradición” (los chicos a un lado, las chicas a otro) no se sustenta nada más
que sobre el terreno siempre inestable de “la creencia”. Una creencia aprendida
desde la religión (desde cualquier religión cuyo apostolado sea masculino) o
desde la tradición social, filosófica o de cualquier corriente de pensamiento
excluyente.
Pese a todo, jugar la carta
dialéctica de “crimen machista” no hace más que esconder o que “tranquilizar” o
que, usemos un término moderno, “invisibilizar” otras cuestiones a las que me
refería en esta entrada. En cierto modo tiene también su dosis de argumento que
nos excluye como parte propiciadora de la exclusión social o de la
invisibilización de esta y nos engloba en el bando de los buenos ciudadanos.
Sin más.
Me resulta sorprendente que se
hayan alzado voces comentando que no está bien referirse a la víctima como “prostituta”,
identificando su raza y su nacionalidad. Poco han comentado los defensores de
esta tesis que hay otra víctima más que es de nacionalidad colombiana. Al parecer eso es menos interesante.
Hoy, vía twitter, recibía
entusiásticos comentarios hacia este texto de la edición de “Gara” en la que,
efectivamente, no se refieren de ningún modo al hecho de que Ada, la víctima
que permanece en coma, es prostituta pero sí deja caer en la narración que “se
buscaba la vida donde las otras chicas”, además de comentar su nacionalidad,
por cierto.
¿Qué tiene de malo identificar la
realidad? Creo que los defensores de estas formas de uso “correcto/incorrecto”
de la lengua suelen tender a identificar siempre al peor receptor posible de la
noticia, es decir, a uno –sin identificar, a una especie de fenotipo, a un
personaje más que a una persona concreta- que al leer “prostituta nigeriana”
entenderá a la perfección que las motivaciones de Aguilar fueron completamente
lícitas o, más allá de eso, que en la redacción de la noticia se incurre en
dejar caer subrepticiamente que la víctima se merecía todo lo que le ocurrió.
Tendemos, o se tiende, a caer en
la absurda baza del “precrimen”, de introducirnos en la cabecita del redactor y
también en la del potencial lector para llegar a la conclusión de que se
incurre, de manera “involuntaria” que es lo más gracioso, en contar los hechos
desde una perspectiva machista.
Solo diré que, pese a los
comentarios entusiastas de algunos tuiteros, el hecho de que un redactor se
refiera a una mujer como “una joven agradable y simpática” también parece un
acto de paternalismo de lo más estúpido y que estos rasgos parecen puestos ahí
para marcar que también hay prostitutas que son “viejas desagradables y
antipáticas”. Me temo que en todos
sitios cuecen habas y que, a veces, intentando humanizar a una víctima, algo
que es innecesario desde un punto de vista informativo ya que se sobreentiende
que cualquier lector con dos dedos de frente comprenderá la situación social y
económica de la misma y también que era una persona inocente y por supuesto
amable, corremos el riesgo de incurrir en cursiladas bochornosas que en nada
ayudan a comprender los hechos y que vuelven a alejarnos del “quid” de la
cuestión.
Podemos seguir jugando a todo
esto, a alejarnos de la base de los hechos, más que nada porque dentro de una
semana nada de esto nos importará demasiado. Los crímenes de Juan Carlos
Aguilar quedarán para siempre como una leyenda, como un cuento con moraleja
tétrica. Como bien decía Moore al final de “From Hell” la historia volverá a
repetirse una y otra vez sin que hagamos nada por remediarlo. En realidad
optaremos por esto porque desde las perspectivas más conservadoras ya hay una
buena batería de justificaciones para evitar este tipo de hechos y desde las teóricamente
más contemporáneas y avanzadas también hemos creado todo tipo de sistemas
defensivos de nuestra propia integridad como personas que nos dicen que somos
buenos ciudadanos, que jamás caeremos en horribles crímenes, que no le
levantaremos la mano a una mujer, que ni se nos ocurrirá usar términos que
puedan molestar a nadie o que le
resulten vejatorios.
Mientras tanto, soterradamente,
en forma de gracieta seguiremos usando lo de “iñakis” para referirnos a los
negros, nos alejaremos de los barrios pobres y haremos con que no están ahí,
seguiremos cambiándonos de acera cuando identifiquemos a una prostituta
haciendo la calle, sobre todo si tiene pinta de que tiene síndrome de
abstinencia pero lo haremos completamente indignados, completamente convencidos
de que todo es injustísimo, de que no hay democracia, de que solo hay paz para
los malvados pero convencidos de que no tenemos nada que ver con estos asuntos,
que no nos tocan, nuestras hijas estudian, nuestros hijos serán hombres de
provecho que no olerán la pobreza, que no caerán en manos de un tarado.
Cuando queramos un chute de
realidad podemos pagárnoslo, ya sabes, un paseíto por el "Wild Side", una ruta
infernal por Las Cortes, por el Chino, por las 3000 que viene bien, conciencia
mucho y luego de vuelta a la realidad, a protestar y a indignarse un montón. Y
luego a olvidarse.
Es normal, los monstruos siempre
son otros y tenemos argumentos suficientes para llegar a esa conclusión. De “izquierdas”
y de “derechas”. Lo importante es dormir bien y sentirnos muy limpitos al
arrullo de nuestras convicciones.
2 comentarios:
Muy completo el post. Hice alguna apostilla a través de Twitter, pero creo que en el post se entiende mejor tu postura. No obstante, cuando dijiste "Ahora he quedado como un cochino machista, ¿verdad?" no me pareció para nada que estuvieras llevando el debate de tal forma.
Me parece constructiva tu forma de exponer las razones y tampoco me he sentido (como mujer) que estuviera debatiendo con alguien que no quiere saber nada de lo que explicas y que hace que el "debate" sea algo estéril.
Como ya dije, me ha gustado mucho el ejemplo de "From Hell", en ese aspecto, lo almaceno como otra visión del asunto.
Sin nada más productivo ahora que añadir, y mucho que reflexionar, te felicito por esta entrada :-D, me pasaré por aquí!
PD: lo del "inconsciente colectivo" me ha hecho gracia, ha sido algo premeditado? estaba acostumbrada al "subconsciente colectivo" xD. En cualquier caso, me ha parecido gracioso :-D
Gran entrada ¡¡
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