Si tuviéramos que dibujar uno de
esos gráficos cronológicos sobre la historia de España deberíamos de pensar en
abandonar la línea recta para abrazar la línea curva. No sé, a veces da la
sensación de que vivimos en un país que es una montaña rusa. Nuestro destino es
avanzar no sobre la autopista de la historia si no, más bien, del mismo modo
que lo hace una vagoneta de una de esas construcciones de feria. Vivimos
periodos cortísimos de verdadero avance que parecen, simplemente, la excusa
para coger fuerza y acometer sin caernos por la fuerza de la gravedad en la
siguiente elipse que nos hace retroceder, coger de nuevo velocidad, conducirnos
por una nueva recta y otra vez a otra nueva elipse.
Esta forma tan curiosa de
tomarnos las cosas hacen que, de algún modo, este sea un país que se toma con
total normalidad las bodas homosexuales y, sin embargo, sigue discutiendo sobre
la necesidad o no de incluir la materia de “religión” (religión católica, no
nos hagamos líos) en sus planes de estudio. Somos un país con un enorme
“Síndrome de Diógenes” ideológico, en un país desordenado en ese aspecto en el
que nadie está dispuesto a tirar a la basura ninguna idea por descabellada,
estúpida, retrógrada o ridícula que esta sea. “Si alguna vez la pusimos en
práctica es posible que nos vuelva a servir” pensamos y, por tanto, nos vemos
obligados a escuchar a cualquiera o a votar a cualquiera que pretenda, de una
patada, devolvernos a la monarquía de Alfonso XIII o a la autarquía económica.
Posiblemente lo único que hayamos
desechado sea instaurar la República. Eso no. Pero no descarto que el próximo
ministro de educación se desmarque hablándonos de las virtudes del “krausismo”.
Esta idea de la montaña rusa y
del “Síndrome de Diógenes” me han quitado el sueño este fin de semana en el que
el diario “El Mundo” ha decidido acabar por la vía rápida con el Gobierno de
Mariano Rajoy. La decisión ha sido aplaudida a izquierdas y a derechas. En
medio se han quedado los pocos que, a estas alturas, siguen pensando en que fue
buena idea votar a Rajoy (los habrá) y los que, de algún modo u otro, se hayan
visto beneficiados por las políticas reformistas de este ejecutivo (también los
habrá).
Los comentarios, las formas del
periódico “El Mundo” a la hora de repartir la información a su coleto, las
reacciones del pueblo soberano, este ambientito tan bueno que vivimos en
general me ha hecho incidir en lo de “El Diógenes” y en mi “Teoría del avance
en curva” (le he puesto ese nombre un tanto molón) más que nada porque me suena
todo ha visto, oído y sentido. Yo esta situación ya la he vivido antes y
ustedes (al menos los más mayores) también.
Pedro J. Ramírez es un declarado
fan de “Todos los hombres del presidente”. La película, que narra los avatares
por los que tuvieron que pasar Bob Woodward y Carl Bernstein para destapar el
“Watergate”, debió de impactar mucho al director del periódico madrileño en su
momento (la peli se estrenó en plena Transición, el 21 de octubre de 1976, él
tenía 24 años) porque desde entonces su carrera se ha centrado en tres puntos
fundamentales: reverenciar y potenciar el “periodismo de investigación” (mala
etiqueta porque no hay periodismo que no necesite de investigación, aunque sea
de la más tonta), buscar un “Watergate” y buscar un “Nixon” al que hacer saltar
por los aires.
Digamos, bueno digo yo, que creo
que Pedro J. ha entendido mal “Todos los hombres del presidente”. Por lo menos
ha preferido no darse por enterado de todo lo que es decente y digno de
admiración en dicha película. Ya de por sí la comparación entre estos dos
periodistas del Washington Post, dicho periódico y Pedro J. y cualquiera de las
cabeceras que ha dirigido es bastante ridícula. Comparen, miren las
hemerotecas.
Seguramente la mayoría de las
cosas que Pedro J. ha publicado en su vida con la intención de encontrar su
“Watergate” y su Nixon jamás podrían haberse publicado en el Washington Post o,
de haberlo hecho, habrían sido publicadas sin contener ni una sola de esas
largas lecciones sobre el Estado y su uso con las que nos suele regalar las orejas
el conocido periodista-empresario de los medios riojano.
Lo interesante de “Todos los
hombres del Presidente” y de lo que Pedro Jota parece no darse cuenta es de
que, en el fondo, es una película sobre lo difícil que es publicar una verdad.
Si no estuviera basada en un hecho real (y por tanto no supiéramos de su
desenlace y de las consecuencias que tuvieron aquellos reportajes) seguramente
disfrutaríamos mucho más de lo interesante que resulta el hecho de saber que
Woodward y Bernstein son dos periodistas honrados y currantes que tienen una
noticia verídica y terrible que sería capaz de acabar con la presidencia de un
pájaro de mal plumaje cono Nixon pero que, para nuestra desesperación, se
enfrentan a una maquinaria empresarial y profesional que, todo el rato, les
pone todo tipo de trabas para no llevar esa noticia a portada.
¿Y cuáles son las razones? Pues
no residen en que los propietarios del Post estén a partir un piñón con Nixon y
que sean unos malvados conchabados con el poder (algo que desgraciadamente sí
se ha convertido en el elemento principal de las películas sobre periodismo) si
no que quieren, simplemente, ser fieles a la verdad. Necesitan que los hechos
no vengan solamente de un solo testigo (en este caso uno llamado “Garganta
profunda”, un nombre que nos retrotrae a la película porno más famosa de su
época) si no que sean verificados hasta en los puntos más bobos.
¿Y por qué? la pelea del
Washington Post (“los rojos de más allá del Potomac” los llamaba el primer
vicepresidente de Nixon, Spiro Agnew, primera víctima del escándalo que fue
sustituido luego por Gerald Ford) con la administración Nixon era ya lo
suficientemente ruidosa como para jugarse su prestigio frente a aquel macarra
publicando no ya una falsedad (eso nunca) si no cualquier cosa que no pudiera
ser verificada, por lo menos, por dos fuentes diferentes y contrastadas
independientemente. Ya ves, qué caprichosos.
Todo esto lo borró Pedro J. de su
mente y se centró en la parte más sorprendente para un periodista de 24 años, ciertamente
ambiciosete, criado en una dictadura militar sanguinaria, de cierto pensamiento
conservador: los periodistas, en una democracia, podían cargarse a todo un
gobierno.
Eso ha sido lo que más ha unido a
Pedro J. con “Todos los hombres del presidente” y, claramente, ha dirigido sus
pasos profesionales convirtiendo sus periódicos no ya en medios de comunicación
si no en maquinarias propagandísticas dirigidas a cubrir las necesidades de
algunos interesados y sus intereses cuando no en satisfacer ciertas rencillas
personales.
Pedro J. ha servido con alegría a
muchos interesados de manera directa o indirecta: desde ex banqueros
delincuentes a policías corruptos, desde aspirantes a presidente a jueces
apartados de los juzgados por prevaricación. La lista no se resume solo ahí. Es
corta pero exquisita.
Pedro J. nunca será Woodward y
Bernstein porque se reúnen en su persona todas las figuras posibles que
permiten la publicación de una noticia: dueño (casi) del medio, director del
mismo y periodista. Incluso, si hacemos caso a su última visita a los juzgados,
también fuente.
Sería por la primera entrega del
“Caso GAL”, la que Pedro J. hizo todavía como director de Diario 16, cuando
cayó en la cuenta de que la verdad, la publicación de la verdad no era suficiente
para tumbar a un gobierno. En este caso el del Nixon preferido de Ramírez,
Felipe González. Otro menos ambicioso se hubiera conformado con publicar lo que
podía confirmar y tener paciencia. Me imagino que la pasividad de la sociedad
española ante este caso (por diversas razones conocidas y algo largas de
explicar) provocaron esa primera caída del guindo.
Desde entonces Pedro J. ha
forzado muchas veces la máquina, lo había hecho con anterioridad, demostrando
mala praxis profesional. Desgraciadamente está siempre abocado a mezclar lo que
tiene con lo que quiere sugerir o ya piensa de antemano. De todos los casos
“Watergate” de Pedro J. no hay ninguno que, en su narración, no venga a
corroborar todas las teorías y/o suspicacias de Pedro J. con el tema en cuestión.
Valga como ejemplo el tratamiento
informativo que “El Mundo” dio de los atentados de 11 de marzo de 2004 en
Madrid. Si, en un principio, demostró ser un zorro de la información negándose
a publicar la tésis gubernamental (“Ha sido ETA”, curiosamente “El País” picó)
por no fiarse de la insistencia del ejecutivo en la autoría de la masacre (esto
si le hacemos caso a su testimonio y desdeñamos el de otros observadores que
dirían que no lo publicó porque pensó que eso perjudicaría a Mariano Rajoy de cara
a las elecciones del 14-M en cuanto la gente se preguntara si era de recibo
votar al representante de un partido que había provocado ese fallo de
seguridad) el tratamiento posterior abrazó las peores tesis conspiranoicas. Ya
saben: el golpe de estado provocado por la connivencia ETA-Policía-Guardia
Civil-Zapatero-Rubalcaba para hacer pasar a Aznar por tonto y, de paso, ganar
las elecciones.
¿Sintió en aquel momento Pedro
que le había fallado a sus amigos? ¿Qué esos días había sido demasiado cauto?
¿Qué no había calculado bien sus acciones? Es posible. También es posible que
cayera en la cuenta, informes de marketing y estudios de mercado mediante, que
el 11-M era una historia jugosa, con muchísimas aristas, con muchísima carne
pocha para vender en la portada y, de paso, hacerle un poco de agujero a ZP.
Todo es posible. En el fondo se trata de
cumplir dos objetivos: a) el comercial b) El ideológico.
Desde que tenemos memoria hemos
visto a Pedro J. estár en el ojo de todos los huracanes, ponerse al servicio de
todos los ejércitos que iban al frente. Nunca ha salido indemne, siempre ha
parecido dañado, siempre ha conseguido alguna victoria pírrica y, la mayoría de
las veces, se ha estrellado estrepitosamente con todo el equipo. Una desgracia,
tanto trabajo al servicio del bien nos hubiera hecho un gran servicio.
Es Pedro J. un hombre con una
misión. Una misión metida en la cabeza: hacer presidentes. Esto es así. Sus
teorías no son de muy hondo calado: difícilmente es posible sacarlo de la tesis
de que lo que mejor le viene a España son los gobiernos de concentración. Un
poco como aquel papelito que se sacó el General Armada del bolsillo en el 23F
en el que proponía una especie de Estado presidido por él pero con un Consejo
de Ministros que representara a todas las fuerzas y las sensibilidades de
España. Recordemos que Pedro J. fue uno de los entusiastas impulsores de aquella Asociación de Escritores y Periodistas Independientes (AEPI) que reunió bajo aquellas siglas a un variopinto club de gacetilleros, plumillas, columnistas e intelectuales de toda índole que, antes de que no se larvara en su seno aquello de la "Vía republicana" del abogado García-Trevijano (personaje sui géneris donde los haya), ofrecía como solución un pacto Nacionalistas Buenos-Anguita-Aznar.
Eso, directamente, es la solución de fondo que venimos arrastrando
desde la Transición y que nos hace avanzar en elipses y representa nuestro
“Síndrome de Diógenes” ideológico y colectivo. Esa ilusión de que podemos
caminar todos de la mano aunque sea hacia la destrucción. Hacia la debacle, sí,
pero todos juntos.
Tiene ahora Pedro J. un nuevo
Watergate entre manos. Esta vez se lo ha entregado Luis Bárcenas. El tipo que
negó por activa y por pasiva la existencia de la “Trama Gürtel” publica ahora
la contabilidad B del Partido Popular que, en el fondo, es una certificación de
la propia trama. Es un caso con tantas ramificaciones como Watergate, tiene
muchos de sus componentes: tráfico de influencias, financiación ilegal…
Es una pena que sea Pedro J. la
persona que tiene a Luis “El Cabrón” Bárcenas en su equipo trabajando como
confidente estrella. “El Cabrón Garganta Profunda” podíamos llamarle. Es una
pena porque “El Mundo” es un periódico dañado al que hemos visto muchas veces
naufragar en su trabajo, es un diario que no tiene miedo a publicar sin mirar
lo que publica, que no tiene ese deseo por informar si no que desea mucho más
manejar los hilos.
Desgraciadamente la segunda
tanda, tras los pantallazos, ya deja atisbar el interés de Pedro J. por servir
a otros intereses publicando sin comillas algunas elucubraciones que podrían o
no haber llegado a oídos de los periodistas encargados de la investigación. En
realidad no es nada, es una ración de literatura a la espera de otro montón de
revelaciones si es que las hay.
Más allá de eso Pedro J., de
manera torpe, comienza a abogar por la presencia de Gallardón como hace unos
días hizo con Esperanza Aguirre. No le cae bien Rajoy, no porque sea su Nixon,
si no porque en algún momento Don Mariano comenzó a caerle mal, a lo mejor
porque parece que Rajoy no escucha mucho a la gente que no pertenece a su
círculo de confianza y porque su estilo de hacer las cosas no es el mismo que
el de Aznar que siempre ha parecido más permeable.
A lo mejor Pedro J. sueña con la
renuncia de Rajoy y la subida al poder (previo paso por el Congreso, apoyado
por la mayoría absoluta parlamentaria del grupo Popular) de cualquiera de los
dos políticos de derechas en activo que parece que está dejando fuera de la
quema: un ministro de justicia que no se ha quemado mucho y que podría ser del
gusto de Europa y de la derecha española. Espe tendría que esperar para
postularse como Presidenta mientras tanto, volver oficialmente a la política
nacional, dar el “sí quiero”. Por ahora no es parlamentaria.
Después la salida honrosa para
Rajoy: un indulto al estilo Ford a Nixon. Un borrón y cuenta nueva. Después
silencio informativo o una nota romántica de “El hombre que siempre fue honrado
pero blando, que permitió que el partido se llenara de víboras y que se
sacrificó por la causa”.
De lo que estoy seguro es de que
Pedro J. ya lo tiene todo en la cabeza, es normal, avanza en curva y tiene
Síndrome de Diógenes ideológico. No puede salir de ahí. Seguramente sueña con
un gobierno de concentración nacional “a la derecha” donde estén representadas
todas las sensibilidades peperas en un mismo ejecutivo. Nada de sectarismos
tipo Rajoy de colocar solo a sus fieles colaboradores. No, algo más tipo
“Aznar-primera legislatura” donde tuvo que cargar con los de Fraga, con los
descontentos y con los suyos. Eso sí que le gustaría.
Yo me voy a permitir un atisbo de
modernidad, me voy a quitar el traje de torero por un instante y voy a decir
que lo mejor, de lo mejor, sería dejar todo esto en manos del juez, no tocarle
mucho las narices, no incordiar, no andar manoseando las pruebas del caso, no
andar por ahí mezclando intereses con información. Que parece claro que
Bárcenas robó, que lo hizo en connivencia con los altos cargos del PP, que todo
Cristo estaba enterado en Génova de todo el asunto, que tiene que haber
dimisiones, que tienen que abrirse causas, que todos los implicados tienen que
pagar pero que hay mejores maneras de demostrarlo y mejores objetivos que
cumplir como, por ejemplo que este sea un país que reflexione sobre sus
instituciones, sobre el papel que jugamos como ciudadanos de un estado de
derecho, de una democracia, de nuestro grado de participación y de implicación.
No sé, es todo una locura pero a
lo mejor funciona por esta vez y podemos encontrar la línea recta y quitarnos
de encima algunas cosas que ya no necesitamos, que no funcionan. Sé que es
simple, que la línea recta es un rollo, que no tiene mucha emoción pero creo
que ya estoy un poco mareado de la atracción, que comienza a aburrirme este
olor a viejo y conocido, que ya no tiene mucho interés, que me aburro mucho
pero no porque no sea español es porque me estoy oliendo que no va a terminar
bien, que veo muchos nombres unidos al fracaso, que no va a haber nada que
celebrar al final del viaje. Echen cuentas, díganme cuantas penas de cárcel
completas, cuantas cabezas de verdad importantes rodaron en todos esos
Watergates tan apresuradamente montados.
5 comentarios:
Como siempre es un placer leerte. Pero quiero hacerte un apunte; el presidente o presidenta no tiene que ser un parlamentario. Es elegido por ellos pero no tiene que ser uno de ellos. Me temo que seguimos teniendo "la amenaza fantasma" de doña Espe...
bien el artículo, pero me gustaría que te mirases quien era Diogenes... y el mal uso que se hace de un hombre austero que vivía con lo mínimo.
Le doy la razón al señor Anónimo. Estoy bastante cansado de ver cómo se ensucia el nombre de Diógenes.
Para mí, un aristócrata de la pobreza y uno de las pocas personas en la historia con fibra, sangre e identidad propia (por si le interesa, en esta entrada de mi blog comento este asunto http://lamascaradelvacio.wordpress.com/2012/08/19/diogenes/).
El resto del artículo me ha gustado.
La AEPI fue idea de Trevijano, movida por el. Pese a que no guste Trevijano es la figura politica mas importante desde hace tiempo. Siendo conservador y liberal es uno de los principales opositores que ha habido contra el regimen. Escribe novelas mejor.
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