sábado, 5 de diciembre de 2009

20 años después



Belostenny. Creo que era ese jugador ruso el que lloraba, con la cabeza metida entre las manos sentado en el banco del vestuario. Recuerdo mejor a Lolo Sáinz con los ojos llorosos hablando de que el accidente de Fernando Martín era "una tragedia para el baloncesto". A secas: para el baloncesto español y para el mundial.

Se me cayeron dos lagrimones como puños aferrado a la pelota de baloncesto MIKASA tan usada que brillaba en algunas zonas como si fuera un balón de playa. Llevaba esa pelota a todas partes metida en una red: al colegio, a la cancha de arena del barrio, me la llevaba de veraneo. Tenía un significado especial para mi: mi tío Damián me la había regalado dos años tantes para que aprendiera a botar. Para que aprendiera el fundamente básico: botar tan bien que, mientras tanto, puedes estar mirando hacia donde va la jugada. Botar tan bien que te de la sensación de que podrías estar haciendo cualquier cosa mientras botas, botar tan bien que te da la sensación de que la pelota no obedece a las yemas de los dedos si no a una especie de orden telequinética que emana de tu cabeza. Él había aprendido baloncesto en el Joventut de Badalona y estuvo un verano entero detrás de mi diciendo que botara aquella pelota, que me la pasara de mano, un ejercicio tras otro.

La estúpida pelota estaba allí conmigo, en el regazo y no hacía más que agarrarla, que pasarle la mano por encima.

Tenía quince años y se me había muerto el tío que tenía en los posters de la habitación, recortado en fotos, recortado en artículos. Y eso que me traicionó yéndose a Portland Trail Blazers un año. A un equipo de mierda con un entrenador de mierda que no daba nunca jamás oportunidades a los novatos porque él mismo era un novato. Fernando Martín se había largado y la noticia de su muerte la estaba dando un periodista que, años antes, había tenido un accidente de coche con él a bordo de un Mercedes que quedó espachurrado en una cuneta de una carretera comarcal. Aquella vez se escapó por los pelos pero esta vez la velocidad, las ansias por llegar el primero que caracterizaron toda su carrera se lo llevaron por delante. Game Over. Pitido final, sin posibilidad de un último tiro sobre la bocina.

Veo las fotos de Martín ahora y me parece que todavía tendría hueco. Un pivot bajito (no más de 2.10) pero con espíritu, vieja escuela, un tipo que hubiera hecho carrera como reboteador en equipos más guerrilleros como Detroit Pistons, quizás unos años más tarde, con la explosión de los bad boys.

Se me había muerto el primer ídolo y no sabía como reaccionar. La casa olía a café con leche porque se celebraba la visita dominguera de algunos parientes. Yo estaba sentado en el suelo con la pelota agarrada, ni siquiera me había dado tiempo a soltarla porque acabada de llegar de la cancha de arena del barrio de jugar unos cuantos partidos a 21. Invierno significaba tardes domingueras de baloncesto, perneras sucias, botas llenas de barro...épica enana para chavales que crecieron con el triunfo de nuestra selección de baloncesto en las Olimpiadas de Los Angeles 84, "una plata que sabía a oro" arrancada a Yugoslavia en una semifinal en la que Martín estuvo espléndido. En plena forma.

En aquellos años no habíamos oído hablar mucho de Magic Johnson, ni de Kareem, ni de Thomas ni de Earving, Maravich, Bird o English. Todo nos sonaba un poco a chino y nuestras referencias eran europeas porque los americanos, los americanos que jugaban por aquí se quedaban y se nacionalizaban o se largaban en busca de la pasta de la lega italiana. España sólo era un lugar de paso y nuestros ídolos eran de aquí: Llorente, Corbalán, Villacampa, Creus, Martinez, Epi, De la Cruz, Sibilio, Solozabal, Cabrera, Beirán, Rullán, Biriukov, Gil, El "Chinche" Lafuente...lejos de los Madison y los Inglewoods nuestras canchas eran el Pabellón del Real Madrid, el Palau Blaugrana, El Magariños o sea "La nevera"...

¿Quien iba a pensar que de aquella liga todavía casi amateur donde te cruzabas a los jugadores tomando cañas en cualquier bar de al lado de la cancha iba a salir un superclase?

Sería injusto decir que sólo Martín fue un superclase pero, la verdad, fue el primer jugador moderno, tanto que decían que ganaba más dinero por temporada que cualquier jugador de la primera plantilla de fútbol. Todos los años llovían ofertas del Cantú, del Milan, del Bolonia, incluo el Scavolini de Pesaro quiso que Walter Magnifico y él hicieran parejas pero Martín siempre decía que le debía mucho al Madrid y un poco también al Estudiantes donde se hizo como jugador. Los del Magariños jamás le perdonaron la traición y, en cada partido, le recriminaban el cambio de colores incluso cuando los que nos habíamos enganchado más tarde, o veníamos de instituciones educativas menos baloncesteras que el Ramiro de Maeztu, no supiéramos muy bien de donde venía toda aquella mala leche a duras penas retenida.

Martín a su aire se fue haciendo grande, poco a poco, y convertía cada partido en una pelea entre él y todo el equipo contrario. Era así. La escuadra madridista se preciaba de ser risueña. No era menos, grandes cómicos como Fernando Romay o Juanma López Iturriaga estaban en sus filas con tíos de no menos humor como Jose Luis Llorente (jamás le perdonaré que un día, delante de Raül López me dijera, "¿Y quien crees que es mejor base este o yo?") o Corbalán. Me imagino que sólo resaltaban el caracter casi amateur de nuestro baloncesto, crecido en colegios y enseñado por, curiosamente, entrenadores que eran profesores o que tenían una enorme vocación pedagógica. No es de extrañar el aspecto beatífico de Miguel Ángel Martín (apodado "El cura"), las formas de Pepu Hernández (que alguien me diga si ese hombre no tiene pinta de profe de historia) o de Pinedo. Raro eran señores mosqueados como Lolo Sáinz o hombres con aspecto de estrategas fríos y calculadores como Aíto.


No digo que no se lo tomaran en serio, sólo digo que después de Luyk no ha habido un tío más peleón que Fernando Martín. No de aquella época y no militando en el Real Madrid. Serio, blanquecino, sacando brazos aunque ganara por treinta de diferencia...¿De donde había salido esa hambre de ganar? ¿Esas protestas a los árbitros? Martín era carácter y, frente a ello, no había nada que hacer. Los duelos con Audie Norris -un hombre con talento de superestrella pero rodillas de cristal- quedarán para la historia pero no menos escalofriantes fueron las literales palizas que se daba con Meneghin (un criminal en la cancha, un trozo de pan fuera de ella), con brutos mecánicos y brillantes venidos del frío como Sabonis, Iobaisha o Volkov o con Pinone (seguramente el jugador más raro que ha pasado por España del grupo de brillantes).

Martín le dio a nuestro baloncesto otra cara y otra estela. Jugador de equipo, sin embargo, cuando en Madrid aterrizó una estrella de alcance internacional llamado Drazen Petrovic la relación entre ambos no fue fácil. El yugoslavo era una bestia, una maquinita que se quedaba a entrenar después de cada entrenamiento durante tres horas más. Lanzaba 100 balones, 100. Con cada fallo se obligaba a tirar otros dos con lo que las sesiones acababan siendo brutales. Drazen hizo lo suyo y deslumbró a jugadores como Villalobos o Pepe Cargol que crecieron junto a él por una sencilla razón: lo acompañaban en cada entrenamiento. Sólo así es posible que en el   primer Open McDonald que se jugó en Madrid Cargol fuera elogiado internacionalmente como el mejor jugador del torneo, el tío que había puesto patas arriba a los Boston Celtics durante casi dos cuartos. Raro en él Petrovic estuvo todo el partido jugando descentrado y no tan raramente para él y para los ojeadores de la NBA. Fue una triste demostración de que el talento sin control se queda en pura chorrada por más que se empeñara en sacar todas sus artes.


No es de extrañar que en la Recopa del 89 Petrovic se cascara más de sesenta puntos y que, pese a la alegría por el título, Martín se plantara delante de los periodistas y dijera eso de "Esto es un deporte de equipo y tenemos que jugar todos...si hubiéramos jugado como un equipo les hubiéramos ganado igual". La prensa achacó el cabreo personal a una rabieta de estrella, a un jugador que estaba ya en horas bajas y que venía de la NBA con una espalda hecha trizas, que ya no podía rendir como en sus mejores años. Algo absurdo porque Martín tenía sólo 27 años por aquel entonces y le quedaban años y años de baloncesto. de Muy buen baloncesto.

No es de extrañar que el paso de Martín (que mantuvo el número 10 y el acento sobre la I) fuera difícil. Sin casi aclimatarse lo primero que sufrió fueron los rigores de una liga profesionalizada. Acostumbrado a las formas de gallina clueca de los entrenadores europeos Martín llegó a su primer entrenamiento, pasó el examen médico y le dijeron "tienes que coger músculo y kilos. Toma esta es la dieta que tienes que seguir". Dicen que preguntó que cuando empezaba y el médico del equipo le dijo: "Si quieres jugar en el equipo cuanto antes". Después le pasaron el libro de las jugadas para que se las empollara. Su entrada en un equipo ya formado tampoco fue fácil, soportó la etiqueta de "rookie" y las formas chungas de algunos jugadores como Kiki Vandeghe, capitán del equipo y "estrellaza" mediocre, que en cada entrenamiento le tiraba las cestas de los balones para que los recogiera. Martín  lo agarró del cuello y le dijo: "Soy campeón olímpico, de clubes, subcampeón de europa...¿Cuantos títulos tienes tú?". Con otros compañeros no tuvo tanta suerte y uno de ellos, en una trifulca, le rompió la nariz. Encabronado y con malos número regresó a España donde fue recibido como recibimos a la gente que lo pasa mal por culpa de los extranjeros, o sea, guay.

Aquel domingo Fernando Martín se mató en un accidente de coche y yo no podía pensar en nada más que en los posters y en lo raro que me iba a sentir jugado al Fernando Martín Basket Master, chungo juego de baloncesto para Amstrad y Spectrum, por lo que los posters se quedaron pero jamás volví a jugar a aquel juego y eso que me gustaba mucho más que el One on One que enfrentaba a Larry Bird e Isaiah Thomas.

Me acosté tarde y no me perdí el telediario, ni los programas de deportes. Antonio, su hermano, parecía completamente destrozado. El equipo estaba hecho una mierda y el miércoles jugaban partido contra un equipo griego, contra un equipo donde jugaba Fassoulas (¿Olimpiakos?). No me lo podía creer. Me metí en la cama y miré los posters y las fotos recortadas, saqué las revistas de basket de debajo de la cama buscando crónicas de otros partidos, estadísticas, me leí de un tirón la entrevista que había concedido recién llegado a Portland. La había leído otra vez en septiembre, cuando me tocó cambiar de instituto para darme fuerzas y la recordaba bien porque entre las páginas de esa revista estuvo durante muchos años un autógrafo que me firmó en un VIPS donde me lo encontré después de una eliminatoria de copa contra el Tracer. Mi padre me dijo que no lo molestara pero yo me acerqué para decirle que era el mejor. Me agarró del pelo y me contestó que no era para tanto pero yo insistí. "Que sí, que eres el mejor". Y después le dije que no se fuera nunca a la NBA, que les dieran por saco. Se rió y dijo "¿Y a la liga italiana?" y me tuvo que cambiar la cara porque me volvió a agarrar del pelo y me dijo "No, que yo me quedo, de verdad". Fue ese el momento en el que mi padre y mi madre aparecieron para preguntarle "Perdónalo, seguro que te está dando el coñazo, es que no hace otra cosa que hablar de baloncesto...pero es un enano. No vale". Dijo mi padre. Y en ese momento se rió bastante y me dijo "tu sigue jugando que lo importante es divertirse". Y eso me pareció raro en un tío que siempre parecía jugar para ganar pero que no parecía muy divertido sobre la cancha.

Recordaba la anécdota y volví a llorar. Guardé el autógrafo y las revistas y puse la radio debajo de la almohada por si acaso, de pronto, a Martín se le ocurría volver de entre los muertos. Negación, ya sabes. Con quince años todo parece posible, incluso que el mundo de pronto se haya puesto en tu contra para gastarte una broma, una broma pesada, una de esas bromas de cámara oculta. Paranoia adolescente lo llaman. Pero no, Martín ya no estaba entre nosotros y solo la tópica catarata de frases hechas, de asuntos cursis acompañaba como un estúpido carrusel funerario a la noticia, todo el circo, los "ahora está jugando en el cielo" o "está descansando para jugar otro partido". Gilipollas, qué sabían ellos.

Enterraron a Fernando Martín Espina rodeado de toda la plantilla del primer equipo, pero también de "enemigos íntimos" como Epi o Audie Norris que parecía también inconsolable. Las imágenes eran duras, frías y llorosas.

Dos días después jugaron en el Pabellón de Deportes, en el grande, en el de Goya y el equipo contrario dejó flores en la silla vacía del banquillo donde descansaba una camiseta con el número 10 que el club acababa de retirar para que nadie pudiera volver a ponerse ese número jamás. Antonio Martín, su hermano, anotó su primera canasta y se agarró la camiseta con fuerza, apretando los tirantes entre los puños, llorando, todos los compañeros, incluso un circunspecto Fredericks que se había incorporado esa misma semana al equipo fueron a abrazarle. Era la imagen de alguien roto, adormilado por el dolor, de alguien al que tampoco le valían todos los baños de azucar que se le dieron a la noticia, todos los símiles idiotas sobre jugar en los campos del señor eternamente y todas las milongas. Pese a que tardaría muchos años en sentir algo similar a lo que sintió él me sentí muy cerca, tanto que dos o tres semanas después me lo crucé después de un partido y aunque di dos pasos para darle el pésame rápidamente me di la vuelta para no molestarlo, para no volver a recordarle el trago, para no decirle eso de que sentía "sinceramente" la pérdida. Me imagino que a lo sabría y, claro está, hubiera sido una estupidez hablarle de los posters, aquello del autógrafo y de que siempre quise ser como su hermano. Seguramente me hubiera respondido que eso hubiera sido tan imposible como que hubiera clavado un mate.

Pese a que es una ñoñez decirlo lo cierto es que cada vez que dan la alineación del Real Madrid por la megafonía del pabellón (ahora por los de la Plaza de Toros de Vistalegre) me acuerdo de él y hay veces en las que me parece oir aquello de "Con el número 10, Fernando Martín". Algo tan tonto como seguir insistiendo en querer botar bien la pelota.

 A Supersalvajuan y Fran que quieren a este deporte.

16 comentarios:

supersalvajuan dijo...

Belosteny estaba muy calvo. ¿Cómo podríamos vivir sin baloncesto?
Qué envidia. Da gusto leer artículos así.

supersalvajuan dijo...

Me gustaría juntar unas letras así. De verdad, lo repito: envidia.

Anónimo dijo...

A ver, no es normal que no llorara hace 20 años cuando era una adolescente sensible y me den ganas de hacerlo ahora leyéndote.
Se te ha olvidado reseñar que fue novio de Ana Obregón.... (lo siento, una que es frívola)

elchicoquequeriaserbreteastonellis dijo...

Belostenny jugaba en el CAI, no? Pero ya en pleno declive. De hecho, la final de Copa contra el Estudiantes en 1991 no la jugó ya y fue dos años después.

En fin... yo me acuerdo del partido posterior al que mencionas del PAOK de Fassoulas, que fue contra el Estu, donde se formó Fernando. Fue muy emotivo y además resultó un partidazo, con un Herreros melenudo recién debutado y un Antúnez sensacional que a base de triples casi tumban al Madrid.

Curiosamente, lo impidió Fredericks con un partidazo. ¡Qué tiempos, yo tenía doce años!

Precioso post, de verdad. Solo mencionarte que La Nevera y el Magariños son dos sitios distintos (pero si no has estudiado en el Ramiro no tenías por qué saberlo ;-))

Un saludo,

Guille

Francisconixon dijo...

Muy bonito, de verdad

Anónimo dijo...

gran post, si senor.
desde calcuta con amor y sin enhes.
marcos

Tomás Verléin dijo...

Y para completar este post fantástico, nada mejor que ver con emoción esto:

http://www.plus.es/videos/deportes/Informe-Robinson-Martin-Gasol/20091016pluutmdep_3/Ves/

61 y 49 dijo...

Impresionante Mr. Insustancial. ¿Y todo esto lo ha conseguido unicamente enlazando unas palabras con otras? Poco más que añadir, que no lo quiero estropear. Mis felicitaciones.

eduardoritos dijo...

Gracias.

Comunicacion dijo...

Recuerdo que yo era un enano, y en mi casa, amantes del baloncesto claro está, esa noche cenamos frente a la TV, en silencio...

Alvaro dijo...

Sin gustarme el baloncesto ni haber vivido aquella época este post ha logrado emocionarme, vaya usted a saber por qué.
Este post ya está en mi carpeta de memorables de este blog, gracias.

Señor Insustancial dijo...

Hola mocerío,

Supersalva,
Gracias a ti. Cuando Belostenny llegó al CAI estaba calvísimo pero si no me equivoco fue medalla de bronce con Lituania en el mundial del 90...

Patri-cia,
He intentado obviar la parte más horrible de la biografía de Martín.

Guille,
Aquel partido fue emocionante, salieron a la cancha las categorías inferiores de los dos equipos y los del Estu llevaban una pancarta donde se leía: "Enemigo en la cancha, amigo en el corazón". Ojalá no tuvieran que ocurrir esas cosas cuando se muere alguien y Herreros recibiera por parte del Ramiro el mismo trato. Aquel partido lo ganó el Madrid de 2, con una jugada final típica de barullo.

Durante años pensé que "La nevera" era El Maga y un colega me sacó del error. Años después vuelvo a cometerlo.

Fran,
Gracias.

Marcos,
Con ñ o con nh...muchas gracias y a ver cuando regresas. Hoy he comido con tu hermano, por cierto.

Tomás,
Pues sí, un pedazo de programa.

61 y 49,
Pues se consigue más o menos así. Gracias.

Eduardoritos,
Gracias a ti.

Comunicacion,
En muchas casas se cenó esa noche así, de mal rollo.

Álvaro,
Pues me imagino que habrás inaugurado esa carpeta con este post.

Un abrazo a todos.

Álvaro dijo...

Tengo más guardados en esa carpeta, hace más de un año que soy asiduo, pero esa ha sido la primera vez que me decidí a comentar.

Un placer.

Jódar dijo...

Muy bueno.

Anónimo dijo...

Querido amigo,

Te leo por primera vez, 25 años después de aquella desgracia, y siento de nuevo todo aquello que tú sentiste. Todos esos recuerdos están más presentes en mi memoria que otros más cercanos en el tiempo. Por aquel entonces yo tenía 22 años.

Es curioso, pero la perspectiva que da el tiempo no ha hecho sino agrandar la figura de este grande. Un luchador y un ganador nato, un tipo al que era y es difícil no admirar. Todo parece tan cercano, como si hubiera sido un mal sueño... todavía me parece posible que este fin de semana el 10 del Madrid salga a jugar de nuevo...

Un abrazo,

Manuel

Anónimo dijo...

Buenas, como Manuel, es la primera que leo este post. Evidentemente lo localicé buscando información tras los 25 años del fallecimiento de Fernando Martin, el tío que consiguió que yo pusiera un poster suyo en mi habitación y que fue el único poster que yo pegue en aquellas paredes. Gracias a aquel Real Madrid y aquella Selección mis padres me compraron una canasta y también andaba con mi balón Mikasa naranja debajo del brazo camino del parque más cercano.
Hoy en día sigue poniéndoseme un nudo en la garganta cada vez que recuerdo aquel fatídico día, algo que me sigue pillando hasta un poco de sorpresa por haber llegado a la edad adulta.
Hasta actualidad, aunque han sido mucho los éxitos no he conseguido que me volviera a enganchar este deporte.
Supongo que lo que vivimos con intensidad en la infancia y la adolescencia, como los partidos del los Martin, Romay y compañía queda marcado en nuestra memoria como unos esplendidos recuerdos.

Camino