jueves, 27 de enero de 2011

Sobre revoluciones, llamadas a las armas y sistemas


Todo el mundo dice que el cambio es inevitable. Al parecer a la gente le pone palote el hecho de vivir en una situación parecida a estar caminando por el borde del precipicio...nos llegan las imágenes de las revueltas de Túnez que han provocado la caída del presidente y voces, cientos de ellas, se alzan preguntando: ¿A qué estamos esperando? 

La revolución tiene su rollo romántico y atrayente: un día eres un mísero ciudadano anónimo y, zas, por cosas de la historia de pronto te ves enarbolando una bandera elevado sobre una barricada de coches y haciendo algo con tu vida. La revolución huele a caos y el caos a despiporre, a aligeramiento severo de las costumbres a andar por ahí hasta las tantas, a participar en cosas con otra gente, a tórrido romance...

El caso es que la idea de revolución  hace cosas buenas también por el mercado: en tiempos aumentaba las ventas de camisetas del Ché Guevara y ahora todo el mundo se pirra por tener una máscara o cosilla similar del prota de "V de Vendetta". Ese es el signo de los tiempos: un símbolo presuntamente apolítico. Una máscara con una sonrisa sardónica que nos retrotrae a un confuso hecho histórico que...demonios, digamos que a todo el mundo le mola porque sale en una película y punto. ¿Nos hemos enterado de lo que significa la dichosa careta y el cómic escrito por Alan Moore titulado "V de Vendetta"? 

Pues pasa un poco lo mismo que con la palabra "revolución" que sí, que nos suena a algo bueno, a algo molón pero que, en realidad, no acaba de entrarnos bien del todo. 

Las mechas se encienden por las cosas más tontas: Guy Fawkes (el dueño de la cara de V de Vendetta) se metió en un berenjenal severo porque creía que el Parlamento Inglés recortaba las libertades de los católicos y no tuvo mejor idea que intentar tirarlo abajo. Es por eso que su ajusticiamiento, y no su acción, se celebre todavía en Reino Unido. Otra cosa es que Alan Moore le diera sardónicamente la vuelta al asunto. 

Los sistemas corruptos, normalmente, caen por su propio peso: la corruptela comienza siendo algo de unos pocos que, finalmente, acaba creciendo de manera geométrica y afectando a más y más gente que quiere su trozo del pastel. Miren, por ejemplo, lo que ocurrió con Marbella donde, finalmente, se acabó trincando a una alcaldesa que, ya sin orden ni concierto, avisó a un constructor de que la reforma de su casa la iba a cobrar con fondos del ayuntamiento y por medio de la concesión de una obra pública. Eso a nivel doméstico funciona así pero, desgraciadamente, también funciona a nivel nacional. Es el caso de Túnez. Digámoslo para entendernos: llega un momento en que el número de corruptos es tan grande que ya no hay dinero para nadie más o para acometer nada. La gente se da cuenta y nace el mosqueo. Un mosqueo que se larva poco a poco y que acaba por estallar. Otra cosa es que aquí, desde nuestro sillón de Europa del Sur, nos parezca que estas cosas ocurren de un día para otro y sin previo aviso, como si nada. Preferimos pensar que el proceso es espontáneo porque preferimos evitarnos las cifras de asesinados, encarcelados y exiliados que conlleva cualquier revolución. Incluso una revolución tan sencilla como la producida en Portugal en 1973 tuvo una cifra de muertos y, por su puesto, casi todos ellos se produjeron en los años anteriores a que los capitanes decidieran poner punto y final a la dictadura iniciada por Salazar y perpetuada por Marcelo Caetano. 

A lo que voy: El caso tunecino es un caso aislado, un problema de largo recorrido, una situación política enquistada desde hace años que, de pronto, se ha hecho visible en Europa por la sencilla razón de que, en este momento, las inversiones europeas en el país y el terror que provoca que un régimen de corte islamista apareciera en un país tan europeizado como este hacen que, cualquier movimiento en la costa sur del Mediterráneo provoque un interés mediático inmediato. 

La revolución tiene un precio alto de pagar: muchos se dejan la vida en la defensa de sus ideas. ¿Alguien está dispuesto a una revolución real? ¿Hay alguien dispuesto a dar semejante paso? Es más, hay una cierta tendencia a mostrarnos el asunto de Túnez cediendo a la poco informativa tendencia a hacernos creer que es una revolución pacífica y sin violenta: ¿Hay que recordar que todo esto comenzó con la inmolación de un ciudadano? 

Si ustedes les echan un vistazo a todos los procesos revolucionarios se darán ustedes cuenta de que, antes de que alguien se lance siquiera a tirar una piedra contra un escaparate, hay un profundo proceso de reflexión sobre el asunto de la violencia. ¿Se deben pegar tiros o no? 

Se pide con cierta alegría que se monte el pifostio. Es natural. La gente está calentita porque la situación pasa del castaño oscuro: el sistema actual se ha revelado como impotente para atacar retos como el del empleo o, en la misma línea, ponerle un bozal a los mercados. ¿Los responsables? En el fondo, allí en el fondo estamos nosotros. A nadie se le puede escapar que las instituciones que tenemos las votamos nosotros y que, cuando ha habido aires de reforma o se ha levantado una leve brisa que apuntaba hacia una renovación de las mismas, se han atajado con frases tan incomprensibles y tan faltas de lógica como: "La Constitución es intocable". ¿Tiene eso sentido? Bueno, posiblemente como Dogma de Fe pero no como contestación política, es más, piensen ustedes: la democracia se inventó para cambiar las cosas, para eliminar los dogmas sobre los que estaban sustentadas los sistemas monárquicos. 

No se crean, ahí en el fondo, también estamos nosotros como culpables: ¿De verdad pensábamos que podríamos pagar hipotecas millonarias con nuestros sueldos de cuatro cifras? ¿No se sienten ustedes como si hubieran mordido un anzuelo chungo? ¿Como las víctimas de un global tocomocho? ¿Que se dejaron llevar por una situación creada para hacerles sentir seguros y que ahora se mueven en otra en la que pretenden que se sientan como los visitantes de esas casas encantadas de las ferias? 

El último jipido es la Ley Sinde. Les cuento una cosa. Un amigo mío estaba convencido de que no era una buena idea dejar a un montón de gente desempleada sin entretenimiento. Es decir, si cierras las páginas web donde la gente ve sus series preferidas, escucha la música que quiere escuchar y bla, bla, bla...quizás te encuentres con un montón de gente sin nada mejor que hacer que salir a la calle a demostrar su enfado. Al parecer se equivocaba porque, en realidad, las decisiones políticas hace tiempo que dejaron de ser realistas o de tener algún fundamento. El que sea. 

Mucha gente, parapetada tras el ordenador, le pide al personal que haga algo, que boicotee la Gala de los Goya, que boicotee al cine español (como si no estuviera lo suficientemente boicoteado), que no vaya a votar,  y que cargue los cañones contra el que ose decir "a mi esto me parece bien". La gente quiere que otra gente saque a pasear las máscaras de Guy Fawkes y que la líe por nuestro sagrado derecho al infinito entretenimiento...vuelvo a formular la pregunta: ¿Hay alguien dispuesto al gasto humano que supone una revolución? 

Como muchos me acusan de no dar jamás soluciones a las preguntas que propongo y, claro está, a ser parte de la logia de personas que elegimos el disco del año, la película del año y cobramos un sueldo de un megalobby para poder ponerle agua a nuestra piscina de la mansión de Miami dejo aquí dos cosas: creo que la política se ha envilecido porque hemos decidido no participar en ella. Nos han adiestrado suavemente en eso de "pasar" y en eso de cerrar los ojos cada vez que alguien nos planteaba el más suave de los cambios. Desgraciadamente en nuestro imperfecto sistema callarse o no participar significa joderse y apechugar con lo que otros deciden por nosotros. Eso es así. Los que van a votar (esa masa informe de ciudadanos) es la que elige a los representantes y es la que sustenta moralmente y políticamente las decisiones del partido de turno. 

Y económicamente les digo que hagan ustedes examen de conciencia y que antes de meterse en un embolado se asesoren ustedes. Les ahorrará cantidad de problemas. Se que es un consejo asquerosamente impopular pero, sinceramente, es el único que puedo darles. Es más, piensen en una cosa: ¿No estaría bien que se diera una asignatura llamada economía en los colegios e institutos? ¿Saben ustedes si interesaría que la población tuviera un  conocimiento real sobre como funciona el sistema económico? 

Espero que esto de la Ley Sinde nos haga reflexionar a todos un poco sobre el poder real de la política y los políticos, sobre el valor que tiene la papeleta, sobre el poder real que nos permite la participación. Recuerden: la democracia está, justamente, para cambiar las cosas. Otros, que no tienen tanta suerte se ven obligados a recurrir a unas medidas más que desesperadas.

Nota del Insustancial: Allá por los años 80 la canción que encabeza el post titulada "Sidi Mansour" sonaba bastante en las reuniones familiares que hacíamos en casa de mi tío Ridah que es de origen tunecino. Nunca me quedó claro si es una canción popular o si es en realidad de Túnez porque he escuchado versiones de Cheikah Rimiti o de Cheb Khaled que son argelinos pero siempre la he identificado como tunecina. El caso es que yo que no soy muy dado al folk siempre he flipado con el ritmaco de esta canción que venía muy bien para azucarar un poco el post que me ha quedado medio amarguito.Disfruten. 

martes, 25 de enero de 2011

Alex de la Iglesia se marcha


Alex de la Iglesia parece haberse quemado en un tiempo record. Hace como unos dos años que el director vasco aceptó el puesto de Presidente de la Academia de Cine (disculpen si utilizo el término popular para definir a la organización) por razones que siempre se me han antojado más románticas que prácticas. El puesto no es un puesto político, no se recibe remuneración por el mismo y tiene un papel más mediador que realmente ejecutivo teniendo en cuenta que eso que se empeñan en definir con un totémico "cine español" es, en realidad, e ejército de Pancho Villa, un sector desmembrado y que ha perdido casi por completo (si es que alguna vez lo tuvo) un caracter gremial. En el caso del cine los únicos, hasta la fecha, que se han organizado de ese modo han sido los entrañables "eléctricos" (encargados de las luces, de que todo esté a punto, de hacer los mejores chistes de los rodajes, de tener los mejores motes...los currelas) que sí se lo han montado bastante bien. 

Nada más acoger el cargo de Presidente de la Academia a Alex le cayeron los palos. Muchos lo acusaron de tener intereses ocultos, ya sabes, de intentar controlar un poco mejor que el flujo de pasta dirigido a sus proyectos fuera el de siempre y, más allá de ello, de buscarse un puestillo dentro del cine español. Es absurdo  pensar así porque De la Iglesia es uno de los pocos directores de nuestro país que puede levantar un proyecto económicamente y seguir siendo atractivo. Yo mismo pensé, en algún momento, que a lo mejor De la Iglesia iba a dejar de ser ese director de películas que me apetecía ver para tomar el camino de la domesticación. Error mío, sólo hay que ver "Balada triste de trompeta" para saber que, lejos de eso, Alex quiere, con sus errores y sus aciertos, hacer el mismo cine que acostumbraba, incluso, volver a las señas de identidad primitivas. 

Al parecer Alex ha querido ser el "hombre del consenso". Es decir, lo tenía todo para triunfar en ese puesto: lejos de los cubos de agua fría que se ha tirado en el artículo que publica El País y en el que explica las razones para su dimisión (dice de sí mismo que es intransigente, tiene mal genio, que es soberbio...) es un tipo que cae bien, que tiene don de gentes y, sobre todo, que es capaz de discutir con un cortometrajista nobel sobre cine de acción de Hong Kong y sentarse con un director de fotografía de gran trayectoria para charlar sobre la iluminación en las películas de Mornau. Es un tipo diplomático, es agradable, es buena gente y, sobre todo, creo que es el típico tío que tiene las dotes necesarias para remover Roma con Santiago cuando necesita algo.

Desde el momento en el que tomó el cargo Alex de la Iglesia ha querido aunar esfuerzos, conectar a la gente de las películas, ha hecho esfuerzos para que la gente hiciera frente común con las debilidades del sector y, sobre todo, creo que intentó limpiar la imagen que gran parte de la sociedad española tiene de nuestras películas y sus profesionales depués de unos cuantos años de ataques tremendos y de gigantescas campañas de descrédito. Creo que era y es un buen plan eso de acercar a la gente. De la Iglesia ha hecho buenos gestos en esa dirección: ha intentado despolitizar la imagen de la mini industria para hacerla más fiable para los sectores sociales que viven un contínuo enfrentamiento y critican con saña, incluso, que Javier Bardem salga a tomarse una caña por Madrid e intentó generar confianza entre los distribuidores y exhibidores para darle un poco más de caña a la lastimosa política de exhibición de películas nacionales. 

¿Por qué? Básicamente por algo que repito mucho desde aquí: es un sector que genera empleo y que no necesita de grandes infraestructuras para ser rentable económicamente. Es una industria que, perfectamente, podría ser buena para todos. Calculen no solo cuanta gente trabaja en un rodaje si no, más allá de eso, cuantos profesionales se necesitan para hacer una película (abogados, fontaneros, carpinteros, conductores, cocineros...). Y además, claro está, que Alex de la Iglesia es director y le interesa seguir trabajando en lo suyo. 

¿Ese es todo el interés de Alex de la Iglesia? Pues he de decirles que sí y que es lícito, es más, es lícito que como Presidente de la Academia defienda los intereses de la gente del sector que representa. Todo esto de los "intereses" es como, si por ejemplo, alguien dice que la CEOE defiende los intereses de la patronal porque, claro, su presidente es un empresario. Jamás escucho un comentario tan estúpido y, sin embargo, sí los he escuchado y los he leído de Alex y, por extensión, de cualquiera que haya defendido su postura. 

Es más, un tío interesado, un Maquiavelo de manual, un Fouche de baratillo, jamás se hubiera metido en una pelea como la de la Ley Sinde cuando, curiosamente, su última película está todavía en cartel y corre el riesgo de vivir uno de esos sentidos y silenciosos boicots que, últimamente, tanto se jalean. 

Como Alex de la Iglesia es el "hombre del consenso", o eso pensaba él, decidió participar activamente en el debate sobre la Ley Sinde. Otro gesto, ya sabes, de una Academia que no es más que un órgano consultivo, que no tiene ninguna repercusión política...Alex abrió las puertas de la casa y recibió a unos cuantos internautas. Unos ya conocidos como el abogado David Bravo y otros menos como Francisco George del Partido Pirata. 

Semanas antes de todo el embrollo Alex de la Iglesia irrumpía como un huracán en twitter cayendo rendido a los pies del invento. Y es desde ahí desde donde ha mantenido contactos con la gente y ha recibido toda una guasa de chorreos, insultos y malos humos. Además, por esa obsesión que tenemos con la gente con pocas luces, en cierto modo ha alimentado esa polémica retuiteando (o sea, repitiendo en su propia página y rebotándolo a todos los seguidores) a toda la lista y animando así a otros insultadores a ser compensados con una contestación del insultado. 

Mientras la polémica de la Ley Sinde ha ido envenenando la red y sus aledaños con la carga de mala hostia habitual Alex de la Iglesia ha ido perdiendo fuelle tanto en el debate como en la propia polémica. Impulsó que se escuchara a un bienintencionado abogado llamado David Maeztu que propuso una enmienda a la ley y el tiro le salió por la culata (siendo directamente traicionado por tirios y troyanos) y se ha visto metido en una espiral de descalificaciones y con algo mucho más chocante: el otro lado, la otra parte, no ha participado en el debate salvo para decir: hay que buscar soluciones pero, mientras tanto, por favor, que las cosas sigan como están. Esto se produce porque la situación parece tan irresoluble que, sinceramente, solo hay que adoptar la "Doctrina Rajoy" que no es otra que estarse quieto y dejar que los demás te hagan el trabajo sucio. 

Como el payaso triste o como el Don Tancredo de los antiguos espectáculos taurinos Alex de la Iglesia se ha quedado solo en medio de todo el tostado recibiendo tartazos, bofetones y quieto mientras que un morlaco de seiscientos kilos da vueltas a su alrededor esperando a darle el definitivo topetazo. 

La postura conciliadora de Alex no ha permitido el diálogo si no, directamente, que presuntos amigos y declarados enemigos se crecieran en sus respectivos roles. Finalmente todas las operaciones de Alex, todas las llamadas y todas las reuniones no han servido absolutamente para nada excepto para dañar su imagen pública. No hay manera de decir que no lo ha intentado, ha hecho todos los gestos necesarios, se puso una camiseta donde ponía "piratea mis películas", ha intercambiado e-mails, ha hablado con políticos, con internautas, con sus pretendidos vocales, con sus posibles representantes y, sobre todo, ha conseguido que gente como Campoy o como Pedro Pérez participen en la polémica. Nada ha sido suficiente porque, en realidad, ni los que se sentaron con él (o la mayoría de ellos) estaban dispuestos a moverse un ápice (porque también tienen sus intereses en el asunto) y porque la vida política sigue un camino paralelo a la vida social. 

Alex de la Iglesia me parecía el tipo perfecto para acabar con la polémica y para redirigirla, para iniciar un nuevo modelo de distribución, para comunicar lo que nos jugamos con la desaparición de la industria cultural, para enmendar la situación. Finalmente se ha quedado en medio, como el niño que atraviesa el "pasillo chino" en el patio del colegio. Le han caído todas las hostias. En un país donde si te quedas en medio lo normal es que te disparen desde las dos trincheras el Presidente de la Academia ha sido el blanco perfecto y, como tantos hombres de consenso de nuestro país ha sido sospechoso de hacer las cosas para su propio interés. Tendría que haber tenido en cuenta este hecho innegable: España es el único país del mundo donde si te cogen dopándote tu barrio se llena de pancartas de apoyo a tu persona, donde te condenan por prevaricación y te sacan de la cárcel para sentarte en una cadena de televisión a hablar de la reforma del Trbunal Constitucional y, sin embargo, si te cogen reciclando lo normal es que alguien diga: "mira, este gilipollas se cree que es mejor que los demás, el puto listo". Vivimos en un país donde ser inocente o parecerlo es un indicador de que eres un cabrón con pintas. 

Ahí tienen a un tipo que dirige películas, acostumbrado a dar órdenes, a imponer su criterio a cientos de personas, a obligar a un actor que cobra tres o cuatro veces más que él a repetir una toma porque no le ha gustado la entonación,  a dar voces por un megáfono, a coger una recortada y disparar munición de coña en medio de la calle Preciados para hacerse mover a decenas de extras tragando quina, intentando ser comprensivo, mordiéndose la lengua, intentando tomar un papel mediador, mordiéndose la lengua ante la avalancha de insultos, poniendo su mejor cara, ofreciendo soluciones, intentando acercar posturas. En definitiva, dando ejemplo. 

Alex de la Iglesia ha comprendido que no podía conseguir ninguno de sus objetivos y, por tanto, ha preferido volverse a hacer películas. Me parece mal lo primero y muy bien lo segundo. Perdemos a un tipo que ha querido hacer del cine y de la cultura una cosa de todos, contentar a todos y esperar que todos cedieran un poco. Al final solo ha cedido él y ha vencido el cerrilismo. Una cosa muy española por otro lado.


BOLA EXTRA: 
¿Debe el artista estar en contínuo contacto con su público real o potencial? ¿Debe exponerse públicamente? Ahí se lo dejo. 

domingo, 23 de enero de 2011

Twelve huele a (millonario) espíritu adolescente


Los guays, los que sabíamos de qué iba la movida fuimos a ver "Historias del Kronen" (Montxo Armendáriz, 1995). Es más, los que éramos los "más del cabás" habíamos leído la novela homónima escrita por un ex alumno de nuestra facultad llamado José Ángel Mañas que había sido finalista del Premio Nadal en 1994 (lo ganó Rosa Regás con una novela titulada "Azul"). 

Eran los años del grunge y de invocar mucho a esa etiqueta generacional llamada "Generación X" que acuñara Douglas Coupland y de la que acaba de renegar públicamente. Por narices mi generación tenía que ser descorazonadoramente deprimente. Ya sabes, vivir enredados en una especie de melancolía provocada por una vida regaladísima y una cierta tendencia a la autodestrucción adolescente que, al parecer, nos dictaba nuestro portavoz generacional emitiendo vía satélite desde Seattle: Kurt Cobain. 

Yo no me sentía así, es más, me sentía bien. Todo lo bien que esta mierda de cabeza me permite pero, bien al fin y al cabo, puede que sucumbiera de cuando en cuando a esos arrebatos inconsolables de melancolía absurda, que dijera "No future" en más de una ocasión pero, sinceramente, Kurt Cobain había tenido una vida mucho más mierda que la mía, podía abuchear con más rabia al sistema porque tenía motivos...todo eso me quedaba un poco lejos. A lo mejor, lo de los arrebatos de melancolía y malrollismo estaban implícitos en el tema principal de la película "Chup, Chup" de Australian Blonde cuando decía eso de "¿Por qué me siento mejor cuando estoy triste?". 

De hecho me gustaba mucho más esa canción y ese disco que la novela. La novela me había parecido una de esas cosas que intentan imitar al producto de moda que, por aquel entonces, era "American Psycho" y todo ese rollo de la "literatura de magnetofón". Es decir, intentar que todo lo escrito suene a dictado, a pensamiento emitido oralmente. Ahora que lo pienso quizás "imitar" pueda entenderse como algo peyorativo. Pues no. Quiero pensar que "Historias del Kronen" era, en definitiva, una de esas novelas nacidas al abrigo de una tendencia de caracter global y conectar de algún modo con Breat Easton Ellis y con Irvine Welsh y su Trainspotting. Me parece bien y me parece normal. De hecho quizás Mañas no fuera el primer escritor español que intentaba seguir la tendencia y fue Ray Loriga, con su pequeña "Lo peor de todo" (un libro que me gustó mucho porque hablaba de un tío que era triste pero estaba bien o se sentía bien estando triste...de hecho, por alguna razón de sensibilidades seguramente mal entendidas "Lo peor de todo" me sigue pareciendo una buena novela y una excelente primera novela. Todo en grados. Da igual que algunas cosas posteriores de Loriga no me hayan interesado demasiado).

El caso es que fuimos a ver aquella película y a mi no me gustó por la misma razón que no me gustó la novela: no creía que uno de los tíos que yo conocía se jugara la vida conduciendo en dirección contraria o colgándose de un puente. Sí, tenía amigos que hacían cosas estúpidas y yo participaba en estupideces de cuando en cuando de esas que te dan un escalofrío cuando las recuerdas pero, sinceramente, ninguno de los amigos que tenían coche (eran tres, uno tenía un Fiesta de segunda mano, otro un gigante Chrysler con un aguilucho en el capó y otro tenía un Simca 1200 familiar) hubiera participado ni de coña en semejante estupidez y, por muy pedo que te pusieras, la idea de colgarse de un puente por el placer de hacer la machada me parecía un tanto exagerada...¿machadas? Una vez alguien robó una bandera, iba a ser una de España pero, como estaba moco, se confundió de mástil y acabó secuestrando una bandera de la Comunidad de Madrid. ¿Machadas? Uno se hacía un piercing instantáneo con un imperdible y cosas así pero...¿jugártela de verdad? 

El hecho de que el protagonista viviera en una casa con servicio o que sus padres guardaran una buena cantidad de pasta (como para correrse una juerga de varios días) me parecía una quimera. Un muy entusiasta amigo al salir del cine dijo: "Es la hostia, la revolución, es nihilismo". Yo dije: "No es una historia que vaya de los míos...me gusta más Clerks". Y me cayeron collejas pese a que me defendí diciendo: "Se lo que es trabajar en un videoclub y vendiendo ropa en una tienda...¡No tengo ni puta idea de por qué ese tío quiere tirarse a su hermana por muy chuzo que vaya!". 

He asistido, quizás desde el estreno de "Sensación de Vivir" de la aparición de series y de películas que trataban de explicarme el drama de ser irresistiblemente sexy e increíblemente rico. Ya sabes, "Gossip Girl" y cosas así. Nunca las he entendido muy bien. Es posible que todo sea una especie de complejo de inferioridad de clase pero, materialista como soy, siempre he pensado que ser guapo y tener dinero abre una serie de puertas que se cierran automáticamente si uno es feo y pobre como una rata. Utilizar los mínimos del cine social para explicar el drama de un puñado de niños bien de NY me ha parecido algo, normalmente, no ya inmoral sino completamente ininteligible. No es que uno haya vivido en el arroyo, ni que sepa lo que es pasar hambre y frío pero, de verdad, todo eso me parece un drama absurdo orquestado para contarme una cosa que ya fue utilizada como título de un famosísimo culebrón mexicano: "Los ricos también lloran". 

¿Lloran los ricos? Sin duda. ¿Tienen sentimientos? No dudo que algunos sí. El problema es que, normalmente, las cosas que les hacen llorar a ellos son unas completamente diferentes a las que me hacen llorar a mi. 

Evidentemente, para atraer a las masas hacia ciertas series de televisión o ciertas películas, siempre es bueno que los modelos presentados sean inequivocamente "aspiracionales" (una palabrita ¡tan de moda!) es decir, que sean atractivos y que sean guapos...es decir, que por una simple mecánica de solidaridad uno se sienta más cercano (por alguna razón que se me escapa) al drama humano de unos perfectos desconocidos que hacia los vecinos. 

Tuve la misma sensación cuando leí "Twelve" la novela de Nick McDonnell que ha sido adaptada al cine recientemente bajo el mismo título y cuya dirección ha corrido a cargo de Joel Schumacher (es paradójico que dos novelas, "Historias del Kronen" y "Twelve", catalogadas como "generacionales" han sido dirigidas por directores que nada tenían que ver con los jovenzuelos a retratar). "Twelve" fue un éxito de ventas en Estados Unidos y su autor elevado, automáticamente, a ocupar el trono de nuevo "enfant terrible que vende como una Barbara Steel" abandonado por Breat Easton Ellis y su "Glamourama". De hecho Hunter S. Thompson (viejo pellejo, que te habrías metido ese día) opinó que la novela haría por la generación corriente lo mismo que su literatura hizo por la suya. 

"Twelve" la novela resulta más dura, más oscura y más chunga que esta pobre adaptación cinematográfica. Schumacher parece fascinado por un niño ex rico que se dedica a vender marihuana entre sus amistades ricas y que es retratado como una especie de Holden Caulfield en contínuo movimiento por la ciudad de Nueva York que nos va mostrando a una serie de freaks (una nena guapérrima y tontorrona que solo quiere ser famosa, un concienciado y abandonado muchacho rico, un pagafantas y su hermazo tarado, una chica que se acaba de enganchar a una nueva droga llamada Twelve...).  Una película floja sin mucho empaque, una cosa sosa sin mucha gracia que se queda en nada pero que, siempre, intenta transmitir una especie de profundidad intelectual que a esta persona que escribe le resulta absurda. 

Créanme cuando les digo que prefiero mil millones de veces a una descerebrada como Paris Hilton que se ha criado a la gornú, que ha coleccionado lemures, tigres y borracheras sin bragas que a estos personajes atrapados en una jaula de oro y brillantes colgada en un loft de la Quinta Avenida que me resultan más falsos que los billetes de cuatro euros. 

Sin mucho aliento la cosa se queda en nada. En una serie de vidas cruzadas de adolescentes gilipollicas que, al parecer, sufren por no ser populares, por no tener 1000 dólares para un chute de Twelve o que sufren las consecuencias de una educación entregada por unos padres algo fuleros y demasiado preocupados por llevar  una vida de apretada agenda social a colegios de alto copete y comprensivas babysitters.

Quizás la vida de los adolescentes ricos y famosos que viven en la Gran Manzana y son los hijos de los dueños de las Agencias de Tasación, de los grandes fondos de inversión me queda lejanísima y por eso me quede sin entender cuál es el problema real de un descerebrado que decide cagarse la vida mientras llora desconsoladamente en el jet familiar de camino a un viaje a las Islas Vírgenes. Será que soy de otra generación. Será que tengo otros problemas diferentes o que soy un monstruo insensible. 

viernes, 21 de enero de 2011

Este viernes estamos en misapisportuscookies


Después de una ausencia de quince días nos volvemos a mis apis por tus cookies. El blog bonito, el blog de la maqueta flipante donde escriben 9 seres humanos y yo. 

Como allí se habla de cosas de Internet y que están relacionadas con la Revolución 2.0 esa que todavía no entiendo me he vuelto a disparar en el pie, me he puesto en plan kamikaze, me he bebido el sake caliente he lanzado dos loas al Emperador de la Red y he vuelto a hablar del tema de si se debe cobrar o no por generar contenidos, por escribir, por grabar canciones, por hacer películas...

Es esta cosa de aquí

Al parecer, como todo el mundo parece saber tanto de lo que cuestan las cosas he preferido no contar nada yo y lanzar el guante, en plan "ahí queda eso", dejarme llevar y permitir que sea la gente, la peña sana, el internauta soberano el que opine, el que saque la máquina esa de las etiquetas naranjas y le ponga un precio. Un juego tonto en el que me voy a llevar pescozones de todos los tamaños y frases feas pero me da igual, hay que jugar y aprender a salvar el tipo. 

Pues eso.

Nota del Insustancial: La canción no tiene nada que ver con el tema. Es de un dúo de inglesas que se llaman "Bella and Me" y que cantaron este "whatever happened to the 7 day week". Me la pasó Nixon y me encantó pero no he encontrado nada de información de las mozas. Se agradecería cualquier información del paradero de las dos...o de las nietas. Tomense la canción como un regalo, como una pequeña sorpresa tipo "hostias qué cosas más viejas se ven aquí" y tal. Que el viernes les sea propicio. 

jueves, 20 de enero de 2011

Leche, Bisbal, avellanas y azucar...



Cuando veo un anuncio de Nocilla no puedo evitar acordarme de mi amigo Tiberiades que aunque ganó el Premio Escolar Nocilla de Dibujo  no pudo disfrutar de su bien merecida visita a WaltDisneylandia. . 

Las imágenes se pegan a mis párpados como legañas. La música tan pegadiza...la música tan pegadiza me hace mover el cabezón a izquierda y a derecha primero con un tic leve de Parkinson en primer estadio y luego con la energía de un boy scout en su primer día de excursión. 

David Bisbal es la energía pura, el bailoteo y el jipido el "yeah" y el "olé" todo junto. La gente que se mueve demasiado me pone nerviosa y el almeriense no es una excepción. Desde su despertar en OT me ha parecido un artista sospechoso, ya sabes, con tanto volatín y tanto gesto desencajado, con todo ese despliegue tan exagerado, pareciera que quisiera esconder a un vago enorme que vive en su interior y que sería feliz tumbado en el sofá comiendo panchitos. De hecho siempre me imagino que Bisbal gasta tanta energía en sus conciertos que no tiene más remedio que pasarse el día holgazaneando, postrado en una cama, diciendo "me duele todo, dame un Eferalgan a ver si remonto...". 

El caso es que estoy sentado en el sofá holgazaneando, proyectando al Bisbal imaginado por mi en mi mismo, y veo ese anuncio donde sale David, el ex de Chenoa, el tío que fue capaz de cortarse los rizos por una buena causa (las minas antipersona), cantando a un nivelaco de volumen de subwoofer y saludando a todo el mundo como si lo hiciera desde una webcam. Mi primera reacción es mirar a un lado y a otro...¿se estará refiriendo a mi? ¿Me estará hablando a mi? ¿Ya lo he conseguido? ¿Ya han comenzado las aluciones? ¿Era hasta aquí donde quería llegar? ¿A alucinar pensando que me habla Bisbal? ¿No hubiera sido mejor Dios o Elvis Presley? 

Pero no, es todo un jueguecillo, un truco de barraca audiovisual: quieren hacer que mire haciéndome creer que Bisbal me mira, pero nos mira a todos. A todos los holgazanes que estamos en casa acumulando energía inutil en forma de grasa abdominal convirtiéndonos en el manjar preferido para la Invasión Zombi: lentos,  cazables y fanegas. ¡A ver qué zombi le echa huevos y caza a un atleta-cantante como Bisbal! ¿Te imaginas las dotes que tiene para el baile pero puestas en favor del valetudo? 

Bisbal canta por medio de una webcam, acompañado de un coro de jóvenes a la moda que parecen sus colegas. Otro truco. O no. Bisbal es muy de la gente, es percibido como un chico sanote, de esos que todo el mundo quiere tener en casa: le gusta bailar, cantar, apoyar causas nobles y acometer abrazos y muestras de cariño...además no se mete en política, no tiene opinión que se sepa. Y eso gusta mucho, su falta de incomodidad, va a quedar bien lo pongas donde lo pongas porque es cómodo, es un chaval cómodo, seguro que es un trozo de pan. 

El caso es que Bisbal canta: "Nada como una sonrisa para poder soñar/ para que este día vaya genial/porque lo bueno es compartir/disfrutar la vida y ser feliz" (dos veces). Y luego: "Algo único de verdad/Que Nocilla hace realidad/un momento para sonreir/y a tu amigo tu le harás feliz. Y luego al comienzo de la canción otra vez con palmas (dos veces) y luego un emocionante: "¡Leche, Cacao, avellanas y azucar! ¡Nocilla". Esto último dicho con mucho Bisbalismo, con mucho sentimiento. En algunas sectas, para convencerte de que de verdad eres uno de los elegidos para subirte a la nave que viene detrás del cometa Halle Bopp a rescatar a un selecto y exquisito grupo de representantes humanos, se repite menos el mensaje, te obligan a repetir el mantra menos veces pero, bueno, mola. De hecho no es baladí que la marca de la crema de cacao haya elegido a un tío como Bisbal que en su paso por OT se hacía unos mastodónticos bocadillos de Nocilla que deglutía con apetito de colegial hiperactivo. Otro truco de feria catódica: aquella imagen tan simpática trae al espectador a esta otra tan vital. Nostalgia instantánea, ganas de aferrarte al tiempo feliz en que pensábamos que ganar Eurovisión era un reto al alcance del esfuerzo de toda una nación volcada en ese objetivo...

La sensación de estar escuchando no un mensaje publicitario si no, en realidad, una canción de Bisbal me ataca. Es verdad, es un texto sencillo, que habla de amistad, de pasarlo bien, de coleguear, de tomar algo dulce que puedes compartir con un ritmo trillado pero agradable, como de canción de misa. Es decir, si cierras los ojos y dejas de ver los logos que se repiten en el anuncio te parece que estés ante el próximo single, del próximo disco del cantante ¿No? O sea, a ver, que incluso el momento en el que dice lo de "Que Nocilla hace realidad" lo dice como rápido, como para pasar inadvertido en plan truco auditivo. Sí, me imagino al cuentas y al creativo y al compositor del jingle diciendo "esto se dice rápido, como sin sentir, que la gente crea que lo que dice la canción es "Que las ardillas hacen realidad" y que el que no esté viendo la tele, el tontaina que esté haciendo otra cosa con la tele de fondo piense "¿Bisbal ha dicho ARDILLA?...jejjejee...un rollo raro en el que la marca solo la capte un perro o el nivel subconsciente de un ser humano". Gente malvada y ladina. 

El caso es que, todo esto, el anuncio y tal, estos encabezados tan largos, estas curvas tan delirantes que hago para hablar de las cosas me llevan a una reflexión: La ejecución técnica de algo, el modus operandi, la forma de hacer, la forma de comunicar, la composición y todas esas cosas puede estar al servicio de lo que sea, del mensaje que queramos pero lo importante, en realidad, es lo que decimos. Es el mensaje en sí. 

Ahí tienes a Bisbal que es capaz de cantar con el mismo sentimiento, con el mismo canon, con los mismos gestos y con el mismo énfasis al amor, a las minas antipersonas o a la crema de Cacao Nocilla. Da igual, el mensaje es intercambiable para algunos artistas. Miren a Warhol que igual te hacía una campaña de Mercedes que se marcaba unas marilynes estupendas como ensalzamiento de lo popular, del pop elevado a la Alta Cultura siendo colgado en museos y después con las mismas técnicas vendía cuadros parecidos e inmortalizaba a Miguel Bosé o Pitita Ridruejo ¿No? 

Cuando no hay nada que decir, solemos acudir al discurso de lo técnico, de la perfección con la que algo está hecho. No hay nada más falso: recuerden ustedes cuando eran niños, hagan un viaje regresivo en el tiempo y plántense delante de un resplandeciente tiovivo. De esos tiovivos con caballos y coches de carreras con un casco de plástico atado a las barras con una cuerda y camiones de bomberos, dibujen en su mente las luces atrayentes, la música seductora, todo el maldito andamiaje de lo atractivo. ¿Están ahí? Den unos pasos, miren en el bolsillo, extraigan de él una reluciente moneda de 100 pesetas y caminen hacia la taquilla. Sientan la emoción de que, en breves segundos, van a estar cabalgando sobre un corcel magnífico, conduciendo un formula 1 hacia la meta. Lleguen a la taquilla, aúpense sobre las puntas de sus pies y depositen la moneda en el mostrador metálico plateado y reluciente. Miren al taquillero y escuchen decirles: "Es un  tiovivo precioso, pero no funciona, no somos capaces de que funcione, lárgate chaval/a". 

Pues esa es la sensación frustrante que quiero que noten, que sientan. El trabajo bien hecho, el enfoque perfecto, la línea bien rematada la mayoría de las veces (y siempre hay excepciones de canciones y películas que están dirigidas a algo, pretendidamente sin mensaje como es el puro divertimento) no vale absolutamente para nada. 

Ahí está Bisbal  entonando impecablemente, haciendo sus gestos de fuerza juvenil, apuntando a la pantalla, impecablemente desaliñado, la imagen pura y dura de la alegría, del saber estar, de la cosa sana y le canta a la Nocilla. Solo quiere que te comas un bocata de Nocilla o de ardilla...que todavía no lo tengo claro. 

El rostro de Italia


Yo no me imagino lo que tiene que ser levantarse por la mañana y descubrir que te ha cambiado la cara. Fíjate, la que se monta, la pequeña tragedia, que supone mirarte al espejo y ver que te ha crecido un grano, uno de esos granos rojos con una puntita de pus tan asquerosos como para, de pronto, mirarte en un espejo y descubrir que tu cara es completamente diferente a la de hace un mes. 

¿Se acuerdan del síncope nervioso que sufría el Joker interpretado por Jack Nicholson en "Batman" cuando descubría que su cara no era la de Jack Nicholson si no la de un bufón impreso en un naipe? 

Los retoques esos que se han puesto tan de moda quieren pasar desapercibidos. Una chica se pone 200 gramos más en cada pecho y asegura que se ha hecho un retoquito pese a que, maldito machismo, cada vez que pasa por una obra uno o dos simpáticos albañiles operarios regurgiten a corto un intenso "moc-moc" y acompañen el sonido con un mimo perfecto del gesto que hacía Harpo al apretar su bocina. "Moc-Moc",  qué cachondos,  España es un país de cachondos por eso estamos como estamos: a la cabeza de Europa en términos de sandunguerío. 

La duda me recorre el cuerpo cuando se habla de peluquines: un tipo es calvo, al día siguiente aparece con un pelo estupendo, así como si no pasara nada, al bar donde se toma todos los días el café. ¿Espera que el asunto pase igualmente desapercibido? ¿Que la gente no caiga en la cuenta de que esa cabeza está repleta de un pelo vigoroso de sospechoso negror y parecido al de Lorenzo Lamas? ¿No se preguntará el camarero si no es un milagro que algo crezca tan rápido en un terreno, aparentemente, tan baldío? 

Los que se ponen en manos de eso que se llama Centros o Clínicas de estética corren muchos riesgos. Sólo hay que escuchar las cosas que cuenta la gente por ahí, ver uno de esos reportajes donde un tipo dice "hay que cortar este hueso", "hay que limar esa costilla", "hay que poner esa piel de pompis en esa frente" para saber que no nos enfrentamos con un simple: "póngame sobre la cresta del domo un pelucón de Luis XIV, por la sangre de Thor, que quiero estar juvenil". 

Yo me imagino a Don Silvio Berlusconi el día que fue a la Clínica y le dijo al cirujano: "Chapa y pintura, dottore, chapa y pintura". Y ahí va el buen señor a pegar cortes y tijeretazos para...¿para qué? Il Cavaliere apareció como dos meses después con la misma cara que tiene su figura en el Museo de Cera de Madrid, más tensa que la piel del tambor del 1er. Tercio de la Legión, vestido de blanco nuclear y con un pañuelo de piratón ibicenco que le tapaba una nueva mata de pelo negro peinada para atrás con el aspecto elegante que tiene la moqueta recién puesta. En este punto siempre me he preguntado: ¿huele ese pelazo como el interior de los coches nuevos? Me gustaría saberlo. ¿Se han hecho alguna vez un injerto bueno, bueno? infórmenme, por favor, que ardo en deseos de saber. Como siempre. 

Echen cuentas, un hombre que pasa de los 70, que lo tiene todo excepto la juventud, quiero decir el aspecto de la juventud porque la gallardía y el espíritu siguen intactos, se pone en manos de un tío que no le pone su cara sino que prefiere, como si fuera un pintor cubista, interpretar lo que era la cara de Berlusconi y rehacerla según qué cánones de belleza propios...algo inexactos porque la cara, la cara dura de el primer ministro, denotaba todos esos años de galán conquistador, de cantante de cruceros, de productor avispado que no tiene empacho en llevar su sapiencia sobre el espectáculo a la política y nos la devuelve pulida como el mármol, inexacta y como fuera de tiempo. Una cara nueva, dispuesta a ser de nuevo lacerada por los disgustos, redondeada por las alegrías...

Berlusconi ha hecho muchos sacrificios en su vida pero, sin duda, el mayor de ellos ha sido mutar su aspecto para darnos a probar un pequeño bocadito de terror que dice: ¿Quieres que al pasar los 70 tu cara no diga nada o lo que es peor, que todo lo que significa tu cara reaparezca atravesado por la inmovilidad pero denotando que tienes miedo de ti mismo y de lo que eras antes? 

Si alguien ha hecho todos esos sacrificios es normal que se rodee de nuevas amistades, de amistades jóvenes que no tienen quizás el bagaje suficiente para saber con qué se enfrentan. Una nueva cara necesita de un nuevo escenario de otras nuevas caras al igual que un peluquín sorpresivo necesita de un cambio de domicilio,  de ciudad y amistades para que cuele y nadie sospeche que llevamos el pelo de otro pegado a la calva. Cuantas más jóvenes y despreocupadas mucho mejor, cuanto más rápido vivan y más rápido desaparezcan mucho mejor. 

Se habla de "Saló y los 120 días de Sodoma" para intentar explicar todo lo que pasa en Italia. Yo me quedo con Moretti y el neorrealismo que, sin duda, da una perspectiva más cercana, incluso la escena en la que un dirigente italiano se marca una especie de bailecillo estúpido en una de las primeras secuencias de "Il Divo" me parece mucho más cercana. Pero el cine y la literatura se quedan cortas, porque la realidad de lo que pasa en Italia está impreso en esa cara nueva que muestra Berlusconi, en su necesidad de aniquilar al pasado y de mirar al presente con gesto inexpresivo pero sonriente, seguro que el secreto de lo que pasa en Italia está en el material del que está hecha el nuevo rostro de Berlusconi, en la composición química de ese careto y en su enorme resistencia al paso del tiempo, a su incapacidad para cambiar de gesto por muy mal que se pongan las cosas. 

En el fondo si somos capaces de pasar por el calvario de cambiar nuestra cara y de encontrar quien lo haga también encontraremos a quien con un bisturí igualmente efectivo corte, empalme, arregle y ponga a tono la realidad hasta que esta encaje abiertamente con lo que queremos que sea. Jueces, periodistas, abogados, fiscales, senadores, compañeros de partido...un equipo médico y político sin igual al servicio de ese rostro petreo, de esa cara dura, de esa nadería esculpida, de ese pelo bueno y elegante como el interior de cuero de un coche de importación de alta gama. Lo importante es que todo reluzca, que todo brille, que al darle el sol sea imposible aguantar el esplendor porque ese flash instantáneo seguramente esconderá la verdad. 

Una cara nueva, necesita un país nuevo que se acomode a su nueva orografía, una nueva moral y una nueva forma de entender la política y los negocios, las relaciones interpersonales y todo lo demás. Sin duda, Il Cavaliere está cumpliendo perfectamente su doble papel de modelo y artista. Le está quedando fetén ¿No? 


Nota del Insustancial: "Vuelve conmigo a Italia" de Hidrogennesse es una de las grandes canciones del dúo catalán formado por Genís Segarra y Carlos Ballesteros que resume a golpetazos de techno y de poco crípticas imágenes esa mezcla de romanticismo adolescente y de viaje de instituto (¿Crees que podremos encontrar una discoteca cutre/y pasada de moda/donde todavía pongan la canción del verano/de aquel año?). que tan bien define popularmente la relación que mantenemos, en algunos aspectos,  con el país transalpino. Además me gusta muchísimo. 

martes, 18 de enero de 2011

El humor de Ricky Gervais y la mala digestión de Hollywood.


"Tocando el viento" (Mark Herman, 1996) es la historia de la banda de música de una mina del norte de Inglaterra allá por los años en los que Margaret Thatcher decidió deshacerse de todas las explotaciones de carbón inglesas y poner de patitas en la calle a unos cuantos de miles de trabajadores sumiendo en la miseria a gran parte del país. 

¿Las razones? Según en qué sistemas es más rentable destruir empleo que generarlo. La película, agria y tragicómica, repleta de historias sangrantes y verdades como puños pasó casi desapercibida tanto en su país como, un año más tarde, en su explotación extranjera. Más que nada porque ese mismo año, otra película de corte parecido pero de espíritu mucho más amable titulada "Full Monty" (Peter Cattaneo, 1997) estaba arrasando en todo el planeta y, pese a que partía básicamente de la misma sinopsis (la destrucción del tejido industrial por parte de Margaret Thatcher) la historia se hacía cuanto menos mucho más tragable aunque solo fuera porque obviaba explicar la raiz del problema, cosa en la que escarbaba "Tocando el viento", y porque en el fondo "Full Monty" era un canto de esperanza, una especie de cuento de moraleja conformista donde los malos no existían y los buenos se podían ganar el pan desnudándose en un bar-cuchitril de una ciudad industrial comida por la crisis. 

"Full Monty" era una de esas películas que encantan en Hollywood y, por ende, en todo el mundo. Ya sabes, los pobres son simpáticos, de buen corazón y como pobres que son tienen salidas para todo porque, todo el mundo sabe, que la gente que acumula buenos sentimiento acaba, de un modo u otro, saliendo hacia adelante...por lo menos en las películas y porque juguetea con una idea religiosa generalizada: el bien, aunque sea de manera muy loca, siempre acaba triunfando. 

Este espíritu es bastante palpable en los remakes que Hollywood lleva a cabo de cuando en cuando: las versiones originales, normalmente europeas, suelen ser bruscas o contener detalles que a los americanos no suelen gustar. Hace poco se conocía que Will Smith había comprado los derechos de "Bienvenidos al Norte" (Dany Boom, 2008) para hacer un remake americano en el que, me imagino, que Will Smith será destinado a un estado del Sur Profundo o a Alaska donde dará cuenta de que, en el fondo, pese a las diferencias evidentes de civilización lo importante es que todos somos seres humanos y, ya sabes, sangramos, sudamos y lloramos por las mismas cosas que es una forma conciliadora de narración que gusta a todo el mundo porque todo el mundo quiere estar contento con sus cositas: vale, yo soy un cateto de Texas que creo que está bien segregar a negros y blancos en las escuelas y tu eres un neoyorquino estirado que cree que habría que tener más control de armas pero, ey, en el fondo somos iguales porque nos pirramos por las hamburguesas y se nos caen dos lagrimones cuando vemos una bandera con las barras y estrellas. ¿Mola no? Todos diferentes pero, en el fondo, todos iguales. Eso vende mucho más que la cruda realidad. De hecho, la adaptación de los guiones de la original "The office" han ido derivando en su versión norteamericana en otro tipo de producto cómico de gran calidad pero de espíritu francamente diferente. El jefe de la oficina inglesa caía mal y provocaba vergüenza ajena, el de la norteamericana, en la mayoría de los casos, produce una enorme ternura.

Menos mal que, de cuando en cuando, en todo este status quo de buenas intenciones, se cuela alguien que, obcecadamente, prefiere mantener su visión global de las cosas sin tener en cuenta frente a quien o para qué hace las cosas. 

Mi sorpresa fue mayúscula cuando me enteré de que el cómico inglés Ricky Gervais había sido designado para ser el presentador de la Gala de los Globos de Oro. Solo hay que echar un vistazo a su carrera para saber que, a lo mejor, no es el tipo más indicado para dirigir una celebración de algo tan oficial y tan campanudo como la entrega de unos premios de la industria americana (o los críticos de cine...que lo mismo da). Gervais no es uno de esos humoristas cómodos, es más, es uno de esos cómicos que hace chistes de cosas profundamente dolorosas y que se caracteriza por tener un humor vitriólico a prueba de bombas. Por extensión Gervais es un cómico minoritario (pese a que la audiencia global de su producción pueda decir lo contrario) que siempre está más acertado cuando trabaja con su propio material que con material ajeno. 

Ni que decir tiene que, hasta la fecha, Hollywood no ha sabido absorber el talentazo de Gervais, ni mucho menos entender que, por mucho que se empeñe, no va a ser capaz de convertirlo (ni a él, ni tampoco a ese naúfrago llamado Steve Coogan) en una pieza que encaje dentro del Star-system al uso. De hecho la carrera del inglés en tierras americanas ("Me ha caído el muerto", dos pequeños papeles en "Noche en el Museo" y la fallida "Increible pero falso") demuestran la incapacidad de las productoras americanas para encontrar un sitio donde encajar al creador de "The Office" o "Extras" y a su particular forma de entender el ejercicio de hacer reir. 

El paso de Ricky Gervais por el escenario de los Golden Globes se ha solucionado de una forma tajante y algo ridícula: se le ha vetado. Así, directamente. Jamás volverá a presentar dicha gala porque, según los organizadores, muchos agentes de las estrellas presentes a las que hizo alusión (Charlie Sheen, John Travolta, Tom Cruise, Angelina Jolie, Brad Pitt...) han presentado quejas sobre el trato que sus representados recibieron del actor inglés. 

En realidad Gervais solo hizo de Gervais que, hasta ahora mismo, es lo mejor que sabe hacer: sacar colmillo. Bravo por él, aunque solo sea por demostrar que está por encima del bien y del mal y que al star system mundial no le hace ni puta gracia que le anden tocando las narices. Da igual que Robert de Niro o Alec Baldwin tuvieran un ataque de risa público y que, literalmente, se les cayeran los mocos de la risa porque, seguramente, lo que opinen las viejas glorias (que vienen de un sistema donde el humor por muy bajonero que fuera era parte del juego y la crítica feroz era algo con lo que debías desayunar todos los días) porque lo que importa ahora es, básicamente, que nadie moleste a las grandes estrellas. 

Contratar a alguien para hacer algo que no está dispuesto a hacer o, más lejos de ello, que no sabe hacer es una constante en el negocio del show bussiness. Lo que ocurre es que la mayoría de la gente traga o parece tragar con eso de ofrecer la cara más suave y menos afilada de su registro. Solo así se explica que cómicos tan grandes como Eddy Murphy o directores como Pedro Almodovar hayan preferido limarse las uñas a cambio de un puesto en el Olimpo. Es humano y es justificable, otra cosa es que todo el mundo esté dispuesto a jugar a lo mismo. 

Gervais ha dado una lección de saber estar y, sobre todo, de como, a veces, es mejor hacer lo que a uno le de la gana antes de venderle el alma al diablo a cambio de unos réditos que, a la larga, no van a ser ni la mitad de jugosos de lo que uno espera. Si alguien se hubiera permitido perder el tiempo durante unos segundos para ver el pequeño monólogo que el cómico inglés hace en Extras se habría dado cuenta de que era un poco inútil hacer el esfuerzo de contratar a alguien cuyo humor resultará incómodo para una gran mayoría de personas. Los fans del cómico inglés nos quedamos a gusto sabiendo que todavía podemos disfrutar de él y de su forma de entender el humor. Enhorabuena, por la parte que nos toca. 


La frase de Tom Hanks, la contestación de Tom Hanks y Tim Allen desde el escenario fue definitoria de lo que a un tipo de Hollywood le estaba pareciendo todo aquello:

-"¿Recuerdan cuando Ricky Gervais era un cómico algo gordito pero agradable?
-"Pues ya no es ninguna de las dos cosas".

Es posible que solo hubieran visto sus películas americanas. 

domingo, 16 de enero de 2011

Risas en el Circo de Torrebruno.


Los niños gritaban. Era un chillido espantoso y agudo. Si alguien hubiera pasado por la parte de fuera del circo estoy seguro de que hubiera pensado que el sitio estaba ardiendo. Pero no. Era sólamente que Torrebruno había salido a escena. Era normal, porque el circo, aquel circo, anunciaba a bombo y platillo la presencia del héroe de todos los niños. Se hizo de rogar. Tuvimos que ver a unos acróbatas y a unos equilibristas, vimos al domador de los leones e, incluso, un par de números de payasos dándose bofetones pero, al final, el jefe de pista salió al centro de la misma y dijo aquello de "Damas y Caballeros, Niños y niñas..." y antes de decir su nombre el graderío emitió ese sonido agudo, ese pitido brutal emitido por cientos de gargantas infantiles que hacían retumbar las lonas y las gradas metálicas. 

Torrebruno, acompañado por unas azafatas infantiles salió al centro de la pista. Bajito y vestido como en la tele ("¡Igual que en la tele!" pensé) con ese chaquetón largo y rojo y la pajarita de lunares multicolores agarrado a un micrófono y haciendo gracietas con su fuerte acento italiano. Las masas estaban a punto del éxtasis que provoca el entretenimiento, la contemplación de lo sublime, la puñetera risa en estado puro emitida por un famoso entrañable y de buen caracter. Lo íbamos a flipar. 

El payaso, el showman, comenzó cantando su éxito "Rocky Carambola". La guasa. Pidiendo palmas y que lo acompañáramos en los coros mientras que las azafatas se desplegaban estratégicamente como una Guardia de Corps de la diversión sin límites por toda la pista de espaldas al cantante levantando los brazos y haciendo evolucionar una sencilla pero vibrante coreografía que era seguida rítmicamente por el público infantil que, pese a lo seriecitos que éramos los niños en aquella época, erguido sobre el graderío, seguía las más mínimas indicaciones de la estrella que, desde el centro de la pista, miraba aquí y allá ora elevando un poco los bracitos, ora levantando el cuello para alcanzar las notas más difíciles de la canción. 

Al terminarla aquello se vino abajo. Bravos y "jip-jip-hurras" hasta que Torrebruno pidió calma y dio las gracias a los asistentes por haber venido a verlo. "Gracias a ti, amigo, por venir hasta aquí, a este circo gigantesco instalado en medio de un descampado de Plaza de Castilla lleno de charcos y donde apesta a cacas de todo tipo de animales exóticos...gracias por haber salido de Prado del Rey y desplazarte hasta este humedal urbano para entretenernos con tus canciones y compartir tu alegría vital" me hubiera gustado gritarle. 

Cuando todos estuvimos calmados, Torrebruno dijo que lo que más le gustaba en este mundo era jugar y nos preguntó si a nosotros también nos gustaba jugar. ¿Qué pregunta era esa? ¡Pues claro! así que todos contestamos con un "¡Siiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii!" y el sí sonó como el que emitían esos niños privilegiados que iban a las grabaciones de la TVE para participar como público y, según decían los rumores, comerse un bocata y una coca-cola ¡gratis! en el descanso. 

Torrebruno dijo que había pensado en un juego para todos nosotros. Y pidió voluntarios. Un mar de brazos alzados se elevó hacia la lona rojiblanca del circo y allí estaba yo, en medio de aquella marejada tendente a fuerte marejada de extremidades humanas alzando los propios, sudando como un pollo, con los mofletes colorados, agarrándome a donde podía para no palmar de los propios nervios pensando "no me van a coger, nunca me eligen para nada". Pero, de pronto, una de aquellas azafatas se fijó en mi, me imagino que en esa melena de niña que tantos problemas me daba con las viejas que apestaban a perfume fuerte y a laca y con los viejos del bigotín de Charlot. Me llevaba de cuando en cuando un meneo por aquello, porque si un señor con bigotito me preguntaba que si era niño o niña yo le respondía que era un niño y que él llevaba bigotito de Charlot. 

Y entonces la mano de la azafata cogió la mía y me sentí decaer, ya sabes, de esas cosas de los niños, que cuando les das una alegría parece que les flojean las piernas. Ahí estaba yo, emocionado, agarrado a la mano de la azafata que me arrastraba hacia la pista, próxima estación conocer en persona a Torrebruno. Pero algo iba mal, o la azafata era muy débil o una fuerza tractora tiraba de mi hacia atrás incapacitando el movimiento, devolviéndome a la grada con los desafortunados. Miré hacia atrás y vi a mi madre, con la cabeza metida en las solapas del abrigo de mutón, tirando de mi y haciendo un gesto negativo con la cabeza. En mi cabeza aquel forcejeo azafata vs. Madre debió durar como dos años vividos en cámara lenta. La jovencita con su traje de circense televisiva mirando con cara rara a mi madre de "señora, suelte a su hijo, que se lo devuelvo en un rato" y mi madre con cara de circunstancia diciendo "no se de que me estás hablando, mona, pero no tengo la culpa de que la sangre de mis entretelas esté unida a mi a través de mi brazo que ha adquirido, de pronto, una fuerza sobrehumana". Mi padre, entró al trapo, y cortó el brazo de mi padre mirándola con cara de "déjalo, que se divierta". Se miraron un momento, la mano aflojó y la azafata me levantó sobre su hombro un poco dejándome luego sobre las escaleras. Mientras bajaba, vi a mis padres con cara algo seria. Pero me centré en bajar las escaleras y en seguir como un tonto la canción de "Rocky Carambola" que, ahora por megafonía sonaba a toda hostia para entretener la caza y captura de voluntarios. 

Finalmente llegamos a la pista donde un ayudante me ayudó a saltar la pequeña valla que diferencia a la escena del graderío y comencé a caminar hacia el lugar donde Torrebruno se encontraba. De pronto, se hizo un pequeño silencio. Después se propagó una especie de ola y más tarde una carcajada enorme. Y un aplauso, todo a la vez. Saludé un poco al graderío como lo había visto hacer a la gente que, de pronto, se ve en medio de algo en lo que es protagonista. Torrebruno me miró con cara de "¿Quién ha elegido a este niño?". 

¿Están ustedes familiarizados con las palabras "Piartros traumático"? Es una enfermedad muy chunga que me quedó completamente cojo de los 3 hasta casi los 5 años en los que me vi obligado a arrastrar con una pierna izquierda completamente inutil casi sin capacidad para doblarse atravesada por dos feas cicatrices. Tuve que aprender a caminar dos veces en mi vida: la normal y la otra, la más dolorosa, después de una larga operación y una interminable recuperación. Pasaba yo las tardes, por aquel entonces, metido en la unidad de rehabilitación del Hospital de La Paz, con un fisio tartamudo, unas enfermeras que me ponían cables en la articulación para darme descargas eléctricas y un médico que me hacía trucos de magia y que una vez me sacó de la oreja un llavero de SEAT. El circo me había costado como una semana de no quejarme y no llorar. No quejarme nada y no llorar nada. Cinco largos días de morderme los labios cada vez que tenía que levantar una pesa con la pierna floja y otros tantos de no derramar ni una sola lágrima cuando el fisio, que se llamaba Paco, me hacía los ejercicios esos de doblarme la rodilla. 

No tenía ni idea de lo que le había costado a los otros niños conocer a Torrebruno pero a mi, sinceramente, me había costado mucho. Había pagado mucho por estar allí y, claro está, iba a cobrarme mi recompensa. 

Las carcajadas de la gente, por tanto, se debían a que debieron pensar que era una especie de niño actor, un sandunguero tipo Ana de Enrique y Ana o un Lolo García de la vida, algo que era parte del espectáculo. Ya saben, el típico niño que hace la gracia de hacerse el cojito delante de las visitas para ganarse el achuchón de los adultos. El caso es que a mi me daba igual porque Torrebruno, the one and only, ya me había estrechado entre sus brazos y podía comprobar el picor del tejido de su chaquetón rojo sobre las mejillas. Me agarré a su pierna como un chiflado, provocando más risas del público. Después, tranquilamente me volví a la fila de los niños que también habían sido elegidos y que no se reían porque, en realidad, ya habían percibido que algo funcionaba mal y que, en realidad, yo era de verdad un cojito con todas las de la ley y no el próximo Joselito. 

Entonces Torrebruno nos pidió que nos colocáramos por parejas, ese momentazo de cierto caos cómico de "elige a alguien de un grupo de desconocidos" que tanto éxito tenía en los programas infantiles. "cada chico que busque a una chica". No lo tenía fácil, enano y cojo no es fácil encontrar a una pareja, es más, estás en las últimas escalas de la especie que diría Darwin y, por tanto, finalmente me tocó hacer pareja con una muchacha poco espabilada con cola de caballo, faldita marrón y jersey de cuello alto que me sacaba como dos cabezas. La muchacha permitió el enlace temporal con desgana y cierto mohín de disgusto. Ya ves, ella que era la imagen viva de la sana infancia emparentada con el Quasimodito del circo. Ni me miraba y, menos, cuando Torrebruno pidió que las parejas se dieran la mano. Que jodía, no quería. Cerraba el puñito con rabia cada vez que le intentaba agarrar la mano, como negando la evidencia de que, maldita sea, le había tocado hacer pareja con una especie de indeseable. También estaba acostumbrado a aquello, así que no le di mucha importancia. Sería que la información no era muy buena o que flotaba todavía el fantasma de la polio entre la población española pero, lo cierto, es que muchos padres ponían mala cara cuando me veían al lado de sus hijos por miedo a que lo que tenía en la pierna fuera una de esas enfermedades contagiosas tan chungas. Imagínate el palo: mandas a tu hijo a un parque, con sus dos piernecitas y sus dos bracitos y vuelve a casa con una enfermedad incurable que lo hace estar postrado para siempre en una cama. 

Otra vez tuvo que venir Torrebruno hasta donde estábamos para mediar en el conflicto y agarrarnos la mano mirando a la niña con gesto grave y diciendo "hay que hacer amiguitos". Finalmente, y con desgana, la niña accedió a cogerme de la mano mientras miraba muy seria hacia el frente y yo intentaba mirarla a ella para decirle "tranquila, que no es contagioso", que era algo que, como ya digo, estaba bastante acostumbrado a decir. De hecho, estando tan cerca como estaba no tuve más remedio que darle las gracias de la única forma en que pensaba que debía dárselas, corrí un poco hacia él y mientras estaba de espaldas comencé a tirarle del chaquetón hasta que conseguí que se diera la vuelta y me preguntó que qué quería y me puso el micrófono en la boca y le solté "¡Que te he visto en la tele!". Joder, qué risas de nuevo. El niño había resultado ser un puto artista. Tranquilamente me devolvió a mi sitio con mucho arte. 

Y entonces Torrebruno volvió hacia el centro de la pista y anunció el juego, el maravilloso juego que tenía reservada a la audiencia. Un redoble de tambor pregrabado retumbó sobre el público asistente y comencé a sentirme mal, físicamente mal, de esto que no te sujetas y levanté la mano. Y la gente comenzó a reírse de nuevo y entonces, Torrebruno, volvió a parar la actuación y cesó el redoble y, volviendo hacia mi dijo: 

-"¿Qué te pasa, amigo?". 
-"Que me estoy meando, que quiero mear"

Entonces la gente rompió en una nueva ola de risas y en una estupenda carcajada. Así fue la cosa. El payaso, cargado de paciencia, pidió a uno de los ayudantes que me sacara de la pista y con celeridad me metieron detrás del enorme telón de color rojo donde con mucho miramiento el tipo que me llevaba me dijo "Chaval, de estas terminas en el circo, venga que te voy a llevar a mear a un sitio que verás". Y, efectivamente, me llevó a mear a un sitio increíble: al lado de un elefante. Básicamente, entre las piernas de un enorme elefante de los que había visto en la pista hacía un rato. Me bajé los pantalones yo solo y apunté donde pude, extasiado por la contemplación de aquel bicho gigantesco que comía tranquilamente su ración nocturna ante la atenta mirada de aquel asistente de circo vestido con una impresionante levita de botones dorados que me azuzaba a terminar cuanto antes la micción  porque, Torrebruno, al otro lado del telón entretenía al graderío con una serie de chistes de corte "cosas del directo". Antes de marcharme de allí, el tipo quiso redondear el día de por sí redondo levantándome sobre sus hombres y permitiéndome tocar la piel rugosa del bicho gigantesco que sentí fría y extraña. Recuerdo, perfectamente, mi mano pequeña haciendo presión sobre aquellas hendiduras de piel oscura y mis dedos siguiendo una línea que parecía un río seco. Después me bajó y me devolvió a la pista. 

Casi sin tiempo Torrebruno me miró con cara un poco seria y dijo "vamos a continuar porque el tiempo en el mundo del espectáculo es oro". Nuevo redoble. Termina el redoble y Torrebruno anuncia el gran concurso, el gran juego, la leche vamos: Un concurso de baile. 

La carcajada fue entonces monumental. Ya saben. Niño cojo en pista. La niña de la coleta, mi pareja hizo un gesto de evidente disgusto me imagino que pensando "¿Cómo coño voy a ganar nada con aquí el Fred Astaire con la pata de palo?". Y sin tiempo para que el público pudiera expeler si quiera un chorro de aire más anunció el premio: Dos BICICLETAS para los ganadores. 

Entonces fue la debacle. La gente no podía creerlo. Cojera-baile-bicicleta...¿Quién había escrito el chiste? ¿Arevalo? ¿Iban a salir un francés, un inglés y un español a la pista? ¿Qué nos faltaba por ver? ¿Un gangoso contando su vida? ¿Dos mariquitas? 

Como pudo, Torrebruno, el gran Torrebruno salió de aquel embrollo dando inicio al concurso que, evidentemente, no gané. Y eso que puse empeño porque yo era muy de bailar frente a la tele, viendo Aplauso  y flipaba bastante con Grease, de hecho entretenía a mis tías bailando como John Travolta y señalando hacia el horizonte mientras ponían "grease Lightning". La niña, aquella compañera casual, se fue de la pista con un rebote tan grande que mientras caminaba hacia la grada con su kit de premio de consolación (una bola loca de Comansi, un single de Rocky Carambola, una foto firmada por Torrebruno, una enorme piruleta roja y un bolsón de caramelos Sugus) levantaba pequeñas nubes de polvo con los pisotones que daba al suelo. 

Yo me despedí del público asistente dándole un gigante abrazo a Torrebruno que me devolvió con un "muy bien, lo has hecho muy bien, eres muy simpático...pero al circo hay que venir con el pipi hecho de casa". Mi madre, la muy boba, tenía los ojos un poco rojos cuando me devolvieron a su lado y mi padre me revolvió la melena de niña diciendo "muy bien, campeón, los has dejado de piedra, que morro tienes". Una pareja de al lado le dijo a mi madre que yo era un artista. Mi madre dijo "es muy payaso, le gusta mucho hacer tonterías" y, por primera vez, no vi en la gente que le preguntaba a mis padres por mi que se mencionara ni mi pierna, ni la cojera, ni lo dificil que sería criar a un niño enfermo. Y me sentí bastante bien. 

Salíamos del circo pisando el barrizal que lo rodeaba, yo iba sobre los hombros de mi padre, agachándome de cuando en cuando para oler la piel de la pelliza de progre que me encantaba y sintiéndome como tantas otras veces, como todas las veces en las que me sentaba sobre sus hombros como esos tíos del turbante que "conducían" elefantes en las películas esas donde morían cantidad de soldados ingleses. Y le dije lo del elefante, claro. Y entonces nos paramos con la muchedumbre a esperar el último número de la noche. Un tipo embutido en un traje blanco nuclear, tocado con un casco del mismo color se introducía en un cañón de vivos colores. Nos saludó a todos y, de pronto, sonó una explosión y el tipo salió disparado hacia una red dibujando una parábola perfecta, surcando el cielo negro y lo vi colocar los brazos como un perfecto nadador y girar sobre sí mismo en el aire y caer en una red entre un "ohhhhhhhhhhhh" majestuoso y un enorme aplauso. "Mira si lo han aplaudido ¿eh? ¿Has visto? Pues le han aplaudido menos que a ti" dijo mi madre. Y me eché a reir porque pensé que mi madre estaba loca...¿Cómo me iban a aplaudir a mi más que al Hombre Bala?

viernes, 14 de enero de 2011

Somos jóvenes


El País publica una foto de las protestas que se están llevando a cabo en Túnez contra el presidente Ben Ali donde se ve a dos muchachas jóvenes y atractivas subidas sobre los hombros de la multitud. Ambas son atractivas y visten a la occidental. Diversos periódicos hoy hacen lo mismo intentando transmitirnos, o eso creo, que ideológicamente están a favor del asunto. Hoy mismo, los telediarios de La 1 hacían algo parecido detiendo sus cámaras (o la de la agencia ad hoc) en los rostros más guapos de toda la protesta. Frente a ellas, los partidarios de Ben Ali (los pocos que deben quedarle) parecían un grupo de pastores gritones y mal afeitados. 

Con las revueltas en Irán de hace algún tiempo pasó lo mismo. Se retrataba a los rostros más juveniles y bellos, preferentemente mujeres, y no se ahorraba en adjetivos y palabras como "fuerza", "juventud", "estudiantes", "irresistible"...al frente, los partidarios de los mulahs y los Adhmamineyads eran retratados con mucho menos brío y supuraban los objetivos imágenes de barbas y de arrugas. 

La política se ha convertido en algo tan aburrido y ha entroncado tanto con el lenguaje publicitario que ya somos incapaces de explicar nada si no es a través de un código visual, como de spot electoral. Lo joven y lo nuevo es aspiracional e irresistible frente a lo viejo. Ufff....lo viejo, qué mal rollo. 

La captura de la juventud, la caza de la misma se ha convertido en algo capital. Es una pena que en nuestro país se haya establecido, cláramente, que la juventud es el estadio perfecto del consumidor, el nicho a conquistar y que, como grupo consultivo, más o menos no contemos una mierda seca. 

Mientras se nos intenta vender algo (un periódico, nuestra adhesión mediática a un conflicto o unos vaqueros...de un modo indivisible porque vivimos en el mundo de los mercados donde todo es un producto que viene con una etiqueta con un Precio Venta al Público visible) se olvidan, por ejemplo, de que pasamos desapercibidos y de que nadie nos consulta. Envejecen las redacciones y envejece nuestra clase política, envejecen los que aprietan los botones que activan las decisiones y se nos acompaña hasta el acantilado con dos intenciones: lanzarnos al vacío como rehenes prescindibles de un sistema económico que parece que no nos necesita (ni los títulos, ni la preparación nos han servido de salvavidas, desgraciadamente) o, mucho peor, ponernos frente al precipio oteando el horizonte para decirnos eso tan bonito de "cuando yo no esté, todo esto, hasta donde llegan tu vista será tuyo". 

Me pregunto que va a quedar de todo esto cuando estos ya no estén, si habrá algo que arreglar o algo que heredar. 

Nos hemos quedado, ni siquiera todos solamente los más guapos, como la imagen más atractiva del conflicto y, me imagino, que dentro de poco (para vendernos la crisis) alguien no tenga otra idea más feliz que hacer algunos editoriales de moda con parados. Ya saben: "Martín y Ana estudiaron un doctorado, bellos y atractivos posan en la puerta de la oficina de empleo con aire casual con ropa de la colección de David Delfin inspirada en los vagabundos de las películas de Chaplin y de los clochards franceses". En realidad somos maniquíes en todo este asunto ¿no?

Miren ustedes a Aznar o a González hablando despreocupadamente de una crisis que le es completamente ajena (los dos viven jubilados y empleados a la vez) y se darán cuenta de que la vejez no está tan mal.

Nota del Insustancial: Era indispensable una canción como "When you´re young" de The Jam. Que dice:

You're fearless and brave - you can't be stopped when you're young
You swear you're never ever gonna work for someone
No corporations for the new age sons
Tears of rage run down your face
But still you say "it's fun"

jueves, 13 de enero de 2011

Humor español: Todo permanece, nada cambia



Ahí arriba está José Luis López Vázquez disfrutando de los encantos de la noche madrileña y gritando como un loco "¡Beatnik!" en la película de Mariano Ozores "Operación cabaretera" (1967). Las películas españolas de los 60 y los 70 están llenas de títulos y de sketches que tienen que ver con hacer humor de lo modernos desde lo convencional.  Ye-yés de los que se criticaba su pelo largo, su música extranjerizante y a los que se acababa de reconducir con un corte de pelo al cero (Paco Martínez Soria en "¿Qué hacemos con los hijos?", 1967) , Alfredo Landa ejerciendo de hippie en "Una vez al año ser hippy no hace daño" (1968) o el simpar duelo musical que enfrentó a Manolo Escobar (y a la racial copla española) con Concha Velasco (y los ritmos modernos)  en "Pero... ¿En qué país vivimos?" (1967) son solo tres ejemplos de lo mucho que al franquismo sesentero le gustaba sacarle punta y hacer un poco de sangre con la incipiente nueva ola.

Las carcajadas a costa de aquello que no entendemos o, directamente, sobre los usos y costumbres del prójimos son una costante en nuestro humor patrio que, repetidamente, se ha servido no solo de los ciudadanos más modernos si no también de los extranjeros (todos esos chistes que acaban con un español poniendo en evidencia a un francés y a un inglés...) que nos han servido como objeto de mofa tanto en chanzas como a la hora de pasarles facturas exorbitadas por una jarra de sangría (lease vinacho barato, gaseosa y fruta pasada). Ahora los alemanes se vengan de nosotros con este tema de la deuda pública, calculen lo caro que nos ha salido el cachondeo...

Sabiendo que este tipo de humor es tan agradecido y tiene tanta raigambre no me ha extrañado ni un pelo que José Mota hiciera una parodia de los Conciertos de Radio 3 (programa de la 2) donde se dedica básicamente a unir su linaje con el de aquellos grandes cómicos españoles repartiendo cinturonazos y golpes de cachava a un grupo "indie" que canta una canción absurda...una canción que los más cetrinos no tardarían en identificar como "GUACHIGUACHI" que es el descojone como adjetivo y que ha identificado a la discografía de todos los grupos de habla inglesa en nuestro país desde la llegada de The Beatles. Es esta.


Posiblemente lo más revelador de todo es que Juanma Ortega, tan unido a los 40 Principales (tan mainstreams, tan poco dados a la modernez, tan de los éxitos de toda la vida) sea el que propine unos cuantos y, seguramente, merecidos golpes a toda ese grupito de sinvergüenzas y enterados a los que, sin duda y como dice Mota haciendo un humorístico comentario, habría que "poner a zancochar". Que es una opinión que, sin duda, comparten muchos de sus espectadores y fans y que por eso les hace gracia porque, últimamente, todo lo que es verdad hace una gracia tremenda.

Si Jose Luis López Vázquez y Paco Martínez Soria aprendieron a la perfección  que al español medio lo que le gusta es reírse de los demás, es normal que ahora Mota recoja el testigo y en su afán popular copie las artes y usos de toda una tradición tan española. Les dejo con un acertado ejemplo de español de toda la vida y con un grito finisecular.


BOLA EXTRA: 
Aquí tienen el texto de la revista Rolling Stone íntegro y una pequeña reflexión: ¿Cómo es posible que se hable de un sketch que fue emitido el día 31 de diciembre casi quince días después? ¿Es que todo el mundo estaba viendo otra cosa? Y a tenor del texto: ¿Quienes son los círculos indies y quien ha demostrado su malestar? 

miércoles, 12 de enero de 2011

De las ideas prescindibles


Antonio Caño, corresponsal de El Pais en Washington DC, escribía el lunes una rara columna titulada "Sarah Palin no es responsable" en dicho diario en la que, a grandes rasgos y con una sensación de urgencia en el texto un poco extraña se dedicaba básicamente a desautorizar las voces que, desde los propios Estados Unidos, se habían alzado contra la Gobernadora de Alaska desde que se descubriera que, en su página web, tenía alojado un mapa de su país donde, con una serie de dianas, se alertaba de la presencia de los senadores demócratas que habían apoyado la ley sanitaria propulsada por la Administración Obama y, claro está, de la necesidad de derrotarlos en las urnas. 

Como todos sabemos, con suma ligereza, somos capaces de intercambiar los términos bélicos con los políticos a una velocidad de vértigo. "Derrota ejemplar", "Castigo", "Contienda", "batalla", "adversarios", "cautivos", "prisioneros", "frente", "trinchera", "armas", "combate cuerpo a cuerpo", "campaña"...son algunas de las muchas palabras que mezclamos con el normal discurrir democrático (o no tanto) de una votación o referendum cualquiera. 

Muchas veces, estos términos, son utilizados sin tener mucho en cuenta ni su peso, ni su importancia y, sobre todo, sin entender que su campo semántico o su naturaleza polisémica la mayoría de las veces trasladan un mensaje ambiguo al ciudadano de a pie que, algunas veces, es tranquilo y lee el diccionario y otras, el pobre mío, se halla confuso y quizás un tanto asustado por el nivel del debate que, a sus ojos, se convierte en combate. 

Es decir, como siempre, no tenemos en cuenta el poder inequívoco del lenguaje y, sobre todo, la necesidad de utilizarlo correctamente o, al menos, del modo menos ambiguo posible cuando se trata tanto de informar como de salir a la palestra a contar un programa electoral. 

Pese a lo que diga Caño en su poco meditado artículo, lo cierto es que Sarah Palin sí es culpable de utilizar un lenguaje (y más allá de ello una iconografía) bélica que lleva a algunos a confundir el estado actual de las cosas en los Estados Unidos con una confrontación real, un ambiente bélico. No digo yo que sea Sarah Palin solo, los dirigentes de ese grupo nebuloso que se llama Tea Party y todo un enorme grupo mediático (encabezado por Fox que sigue haciendo caja con la catástrofe) son también culpables de generar un ambiente, cuanto menos, irrespirable. 

Aquí, con el asunto de las dianas, somos mucho más sensibles. De hecho, la afición de la muchachada de la Kale Borroka de escribir el nombre de un político y rodearlo por una diana en esta o en aquella calle o esquina es un delito tipificado por la ley con el ampuloso nombre de "apología del terrorismo". Me pregunto, si el Señor Caño, sería igualmente sensible y comprensivo con estas dianas que se pintaban en nuestro país hace unos pocos años y si la iconografía utilizada le parecería igualmente inocente. Por si la cosa comienza a pintar demagógica (por eso de la comparación que quizás parezca un poco fuera de tono) me gustaría saber si, en realidad, el señor Caño se sentiría tranquilo si, de pronto, su nombre apareciera en un mapa de los Estados Unidos rodeado por una diana bajo este sencillo lema: "Periodistas que no nos gusta como escriben". 

Al azote del tambor, al sonido inconfundible del sable guerrero se apuntan muchos por la inconsciencia pura del calentón o, mucho peor, por saber que es ahí donde pueden rebañar unos buenos dólares (o euros) con esto de la confrontación ciudadana. Lo que es, seguramente mucho peor, es que da igual que uno lo haga porque es un imbécil incosciente y codicioso dispuesto a cualquier cosa con tal de no bajarse del Mercedes o que uno sea un golpista intencionado ávido de darle la vuelta a la tortilla con cualquier pretexto: dichas acciones son igualmente malas. 

Los periodos de preguerra, desde un punto de vista historiográfico (o sea, echándole un vistazo a los periódicos de la época), suelen ser emocionantes porque en ellos se descubre perfectamente como se va estratificando el horror y como este va quemando etapa tras etapa para, finalmente, comerse lo cotidiano. Los editoriales de EL ALCAZAR previos al 23-F no dejan lugar a dudas pero, tampoco es cierto, que los que acompañaban al desayuno de los lectores más moderados de ABC o del Diario Ya tampoco se quedan cojos y que alientan poquito a poco esa mala hostia, esa picada de espuela que se da quizás con la intención de hacer que el caballo corra más deprisa olvidando que, a lo mejor, si se hace demasiada presión  sobre el animal este corre el riesgo de encabritarse, tirarnos de la montura y salir corriendo despendolado llevándose por delante todo lo que encuentra a su paso. Si quieren ustedes jugar a esto consulten los periódicos alemanes previos a la llegada de Adolf Hitler al poder y las abiertas adhesiones que encontró en su camino al Reich desde los puntos de vista más inusitados. Donde unos escriben "se necesita un líder fuerte" otros leen "hay que acabar con todos esos hijos de puta". 

Pero hay otra idea mucho más viscosa dentro del artículo de Caño que me resulta más insoportable, es esta de aquí:"Palin ha contribuido a envenenar el debate político con su estilo, pero también ha contribuido desde su posición al contraste de ideas que mantiene sano este sistema". 
Como pueden ustedes comprobar un despropósito puesto que por un lado reconoce el envenenamiento que Palin ha provocado en el "debate político" para luego aplaudir que "contribuya" al contraste de ideas. 

Lo que yo me pregunto es: ¿A qué debate político se refiere? Con otra carga enorme de ligereza corremos a escondernos en la idea de que la clase política vive en un contínuo enfrentamiento, en una especie de cascada de ideas confrontadas que...¿Cual? El debate es algo puntual. Y nada más. ¿Se refiere a la reforma sanitaria norteamericana? Pues bien, como debate era inexistente hasta que el ala de la extrema derecha norteamericana se ha dedicado a jalearlo con métodos muy simples pero efectivos ergo...¿debate o enfrentamiento abierto? ¿Vale la pena iniciar una campaña a nivel nacional de desprestigio del mismo sistema para defender el derecho de las aseguradoras americanas a mantener su status? ¿Está a favor Palin de la empresa privada o del servicio a los ciudadanos? 


Pero más allá de todo esto yo me pregunto: ¿Es necesaria la existencia de las ideas de Sarah Palin para enriquecer el sistema de valores americano? Pues sinceramente, creo que no. Un no rotundo y gigantesco. El ideario de Palin que parte, por ejemplo, de la NO separación entre Iglesia y Estado o de la desregularización y liberalización de cualquier proceso económico (ya ven en qué situación nos ha puesto esto) hablan claramente en contra del sistema o exigen una serie de cambios en el mismo que lo hacen, simplemente, inviable e irrespirable.


Muchas veces pensamos que todas las ideas, que todos los puntos de vista, que todos los discursos, que todos los idearios (por peregrinos que estos sean) de algún modo nos valen. Yo me pregunto para qué necesita Estados Unidos la irrupción en política de una fuerza bruta e inestable alimentada por los peores miedos que recorren al país más poderoso del mundo, cuál es la razón para azuzar estos abandonados prejuicios, cual es la riqueza que aporta un frente ideológico descabezado y si no es demasiado que unos señores políticos, por puro afan de poder, se dediquen a darle brillo y esplendor y, lo que es peor, a oficializarlos. 


Las consecuencias, un atentado con muertos, es solamente una pequeña ventana abierta al terror real y palpable de que no calculamos la fuerza con la que manejamos el brazo de echar el pulso y que, ahora mismo, no vale ni una sola disculpa. Efectivamente Sarah Palin no es responsable....es una perfecta irresponsable.  


NOTA del Insustancial: "American Idiot" de Green Day...sobran las explicaciones. La letra aquí