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domingo, 16 de enero de 2011

Risas en el Circo de Torrebruno.


Los niños gritaban. Era un chillido espantoso y agudo. Si alguien hubiera pasado por la parte de fuera del circo estoy seguro de que hubiera pensado que el sitio estaba ardiendo. Pero no. Era sólamente que Torrebruno había salido a escena. Era normal, porque el circo, aquel circo, anunciaba a bombo y platillo la presencia del héroe de todos los niños. Se hizo de rogar. Tuvimos que ver a unos acróbatas y a unos equilibristas, vimos al domador de los leones e, incluso, un par de números de payasos dándose bofetones pero, al final, el jefe de pista salió al centro de la misma y dijo aquello de "Damas y Caballeros, Niños y niñas..." y antes de decir su nombre el graderío emitió ese sonido agudo, ese pitido brutal emitido por cientos de gargantas infantiles que hacían retumbar las lonas y las gradas metálicas. 

Torrebruno, acompañado por unas azafatas infantiles salió al centro de la pista. Bajito y vestido como en la tele ("¡Igual que en la tele!" pensé) con ese chaquetón largo y rojo y la pajarita de lunares multicolores agarrado a un micrófono y haciendo gracietas con su fuerte acento italiano. Las masas estaban a punto del éxtasis que provoca el entretenimiento, la contemplación de lo sublime, la puñetera risa en estado puro emitida por un famoso entrañable y de buen caracter. Lo íbamos a flipar. 

El payaso, el showman, comenzó cantando su éxito "Rocky Carambola". La guasa. Pidiendo palmas y que lo acompañáramos en los coros mientras que las azafatas se desplegaban estratégicamente como una Guardia de Corps de la diversión sin límites por toda la pista de espaldas al cantante levantando los brazos y haciendo evolucionar una sencilla pero vibrante coreografía que era seguida rítmicamente por el público infantil que, pese a lo seriecitos que éramos los niños en aquella época, erguido sobre el graderío, seguía las más mínimas indicaciones de la estrella que, desde el centro de la pista, miraba aquí y allá ora elevando un poco los bracitos, ora levantando el cuello para alcanzar las notas más difíciles de la canción. 

Al terminarla aquello se vino abajo. Bravos y "jip-jip-hurras" hasta que Torrebruno pidió calma y dio las gracias a los asistentes por haber venido a verlo. "Gracias a ti, amigo, por venir hasta aquí, a este circo gigantesco instalado en medio de un descampado de Plaza de Castilla lleno de charcos y donde apesta a cacas de todo tipo de animales exóticos...gracias por haber salido de Prado del Rey y desplazarte hasta este humedal urbano para entretenernos con tus canciones y compartir tu alegría vital" me hubiera gustado gritarle. 

Cuando todos estuvimos calmados, Torrebruno dijo que lo que más le gustaba en este mundo era jugar y nos preguntó si a nosotros también nos gustaba jugar. ¿Qué pregunta era esa? ¡Pues claro! así que todos contestamos con un "¡Siiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii!" y el sí sonó como el que emitían esos niños privilegiados que iban a las grabaciones de la TVE para participar como público y, según decían los rumores, comerse un bocata y una coca-cola ¡gratis! en el descanso. 

Torrebruno dijo que había pensado en un juego para todos nosotros. Y pidió voluntarios. Un mar de brazos alzados se elevó hacia la lona rojiblanca del circo y allí estaba yo, en medio de aquella marejada tendente a fuerte marejada de extremidades humanas alzando los propios, sudando como un pollo, con los mofletes colorados, agarrándome a donde podía para no palmar de los propios nervios pensando "no me van a coger, nunca me eligen para nada". Pero, de pronto, una de aquellas azafatas se fijó en mi, me imagino que en esa melena de niña que tantos problemas me daba con las viejas que apestaban a perfume fuerte y a laca y con los viejos del bigotín de Charlot. Me llevaba de cuando en cuando un meneo por aquello, porque si un señor con bigotito me preguntaba que si era niño o niña yo le respondía que era un niño y que él llevaba bigotito de Charlot. 

Y entonces la mano de la azafata cogió la mía y me sentí decaer, ya sabes, de esas cosas de los niños, que cuando les das una alegría parece que les flojean las piernas. Ahí estaba yo, emocionado, agarrado a la mano de la azafata que me arrastraba hacia la pista, próxima estación conocer en persona a Torrebruno. Pero algo iba mal, o la azafata era muy débil o una fuerza tractora tiraba de mi hacia atrás incapacitando el movimiento, devolviéndome a la grada con los desafortunados. Miré hacia atrás y vi a mi madre, con la cabeza metida en las solapas del abrigo de mutón, tirando de mi y haciendo un gesto negativo con la cabeza. En mi cabeza aquel forcejeo azafata vs. Madre debió durar como dos años vividos en cámara lenta. La jovencita con su traje de circense televisiva mirando con cara rara a mi madre de "señora, suelte a su hijo, que se lo devuelvo en un rato" y mi madre con cara de circunstancia diciendo "no se de que me estás hablando, mona, pero no tengo la culpa de que la sangre de mis entretelas esté unida a mi a través de mi brazo que ha adquirido, de pronto, una fuerza sobrehumana". Mi padre, entró al trapo, y cortó el brazo de mi padre mirándola con cara de "déjalo, que se divierta". Se miraron un momento, la mano aflojó y la azafata me levantó sobre su hombro un poco dejándome luego sobre las escaleras. Mientras bajaba, vi a mis padres con cara algo seria. Pero me centré en bajar las escaleras y en seguir como un tonto la canción de "Rocky Carambola" que, ahora por megafonía sonaba a toda hostia para entretener la caza y captura de voluntarios. 

Finalmente llegamos a la pista donde un ayudante me ayudó a saltar la pequeña valla que diferencia a la escena del graderío y comencé a caminar hacia el lugar donde Torrebruno se encontraba. De pronto, se hizo un pequeño silencio. Después se propagó una especie de ola y más tarde una carcajada enorme. Y un aplauso, todo a la vez. Saludé un poco al graderío como lo había visto hacer a la gente que, de pronto, se ve en medio de algo en lo que es protagonista. Torrebruno me miró con cara de "¿Quién ha elegido a este niño?". 

¿Están ustedes familiarizados con las palabras "Piartros traumático"? Es una enfermedad muy chunga que me quedó completamente cojo de los 3 hasta casi los 5 años en los que me vi obligado a arrastrar con una pierna izquierda completamente inutil casi sin capacidad para doblarse atravesada por dos feas cicatrices. Tuve que aprender a caminar dos veces en mi vida: la normal y la otra, la más dolorosa, después de una larga operación y una interminable recuperación. Pasaba yo las tardes, por aquel entonces, metido en la unidad de rehabilitación del Hospital de La Paz, con un fisio tartamudo, unas enfermeras que me ponían cables en la articulación para darme descargas eléctricas y un médico que me hacía trucos de magia y que una vez me sacó de la oreja un llavero de SEAT. El circo me había costado como una semana de no quejarme y no llorar. No quejarme nada y no llorar nada. Cinco largos días de morderme los labios cada vez que tenía que levantar una pesa con la pierna floja y otros tantos de no derramar ni una sola lágrima cuando el fisio, que se llamaba Paco, me hacía los ejercicios esos de doblarme la rodilla. 

No tenía ni idea de lo que le había costado a los otros niños conocer a Torrebruno pero a mi, sinceramente, me había costado mucho. Había pagado mucho por estar allí y, claro está, iba a cobrarme mi recompensa. 

Las carcajadas de la gente, por tanto, se debían a que debieron pensar que era una especie de niño actor, un sandunguero tipo Ana de Enrique y Ana o un Lolo García de la vida, algo que era parte del espectáculo. Ya saben, el típico niño que hace la gracia de hacerse el cojito delante de las visitas para ganarse el achuchón de los adultos. El caso es que a mi me daba igual porque Torrebruno, the one and only, ya me había estrechado entre sus brazos y podía comprobar el picor del tejido de su chaquetón rojo sobre las mejillas. Me agarré a su pierna como un chiflado, provocando más risas del público. Después, tranquilamente me volví a la fila de los niños que también habían sido elegidos y que no se reían porque, en realidad, ya habían percibido que algo funcionaba mal y que, en realidad, yo era de verdad un cojito con todas las de la ley y no el próximo Joselito. 

Entonces Torrebruno nos pidió que nos colocáramos por parejas, ese momentazo de cierto caos cómico de "elige a alguien de un grupo de desconocidos" que tanto éxito tenía en los programas infantiles. "cada chico que busque a una chica". No lo tenía fácil, enano y cojo no es fácil encontrar a una pareja, es más, estás en las últimas escalas de la especie que diría Darwin y, por tanto, finalmente me tocó hacer pareja con una muchacha poco espabilada con cola de caballo, faldita marrón y jersey de cuello alto que me sacaba como dos cabezas. La muchacha permitió el enlace temporal con desgana y cierto mohín de disgusto. Ya ves, ella que era la imagen viva de la sana infancia emparentada con el Quasimodito del circo. Ni me miraba y, menos, cuando Torrebruno pidió que las parejas se dieran la mano. Que jodía, no quería. Cerraba el puñito con rabia cada vez que le intentaba agarrar la mano, como negando la evidencia de que, maldita sea, le había tocado hacer pareja con una especie de indeseable. También estaba acostumbrado a aquello, así que no le di mucha importancia. Sería que la información no era muy buena o que flotaba todavía el fantasma de la polio entre la población española pero, lo cierto, es que muchos padres ponían mala cara cuando me veían al lado de sus hijos por miedo a que lo que tenía en la pierna fuera una de esas enfermedades contagiosas tan chungas. Imagínate el palo: mandas a tu hijo a un parque, con sus dos piernecitas y sus dos bracitos y vuelve a casa con una enfermedad incurable que lo hace estar postrado para siempre en una cama. 

Otra vez tuvo que venir Torrebruno hasta donde estábamos para mediar en el conflicto y agarrarnos la mano mirando a la niña con gesto grave y diciendo "hay que hacer amiguitos". Finalmente, y con desgana, la niña accedió a cogerme de la mano mientras miraba muy seria hacia el frente y yo intentaba mirarla a ella para decirle "tranquila, que no es contagioso", que era algo que, como ya digo, estaba bastante acostumbrado a decir. De hecho, estando tan cerca como estaba no tuve más remedio que darle las gracias de la única forma en que pensaba que debía dárselas, corrí un poco hacia él y mientras estaba de espaldas comencé a tirarle del chaquetón hasta que conseguí que se diera la vuelta y me preguntó que qué quería y me puso el micrófono en la boca y le solté "¡Que te he visto en la tele!". Joder, qué risas de nuevo. El niño había resultado ser un puto artista. Tranquilamente me devolvió a mi sitio con mucho arte. 

Y entonces Torrebruno volvió hacia el centro de la pista y anunció el juego, el maravilloso juego que tenía reservada a la audiencia. Un redoble de tambor pregrabado retumbó sobre el público asistente y comencé a sentirme mal, físicamente mal, de esto que no te sujetas y levanté la mano. Y la gente comenzó a reírse de nuevo y entonces, Torrebruno, volvió a parar la actuación y cesó el redoble y, volviendo hacia mi dijo: 

-"¿Qué te pasa, amigo?". 
-"Que me estoy meando, que quiero mear"

Entonces la gente rompió en una nueva ola de risas y en una estupenda carcajada. Así fue la cosa. El payaso, cargado de paciencia, pidió a uno de los ayudantes que me sacara de la pista y con celeridad me metieron detrás del enorme telón de color rojo donde con mucho miramiento el tipo que me llevaba me dijo "Chaval, de estas terminas en el circo, venga que te voy a llevar a mear a un sitio que verás". Y, efectivamente, me llevó a mear a un sitio increíble: al lado de un elefante. Básicamente, entre las piernas de un enorme elefante de los que había visto en la pista hacía un rato. Me bajé los pantalones yo solo y apunté donde pude, extasiado por la contemplación de aquel bicho gigantesco que comía tranquilamente su ración nocturna ante la atenta mirada de aquel asistente de circo vestido con una impresionante levita de botones dorados que me azuzaba a terminar cuanto antes la micción  porque, Torrebruno, al otro lado del telón entretenía al graderío con una serie de chistes de corte "cosas del directo". Antes de marcharme de allí, el tipo quiso redondear el día de por sí redondo levantándome sobre sus hombres y permitiéndome tocar la piel rugosa del bicho gigantesco que sentí fría y extraña. Recuerdo, perfectamente, mi mano pequeña haciendo presión sobre aquellas hendiduras de piel oscura y mis dedos siguiendo una línea que parecía un río seco. Después me bajó y me devolvió a la pista. 

Casi sin tiempo Torrebruno me miró con cara un poco seria y dijo "vamos a continuar porque el tiempo en el mundo del espectáculo es oro". Nuevo redoble. Termina el redoble y Torrebruno anuncia el gran concurso, el gran juego, la leche vamos: Un concurso de baile. 

La carcajada fue entonces monumental. Ya saben. Niño cojo en pista. La niña de la coleta, mi pareja hizo un gesto de evidente disgusto me imagino que pensando "¿Cómo coño voy a ganar nada con aquí el Fred Astaire con la pata de palo?". Y sin tiempo para que el público pudiera expeler si quiera un chorro de aire más anunció el premio: Dos BICICLETAS para los ganadores. 

Entonces fue la debacle. La gente no podía creerlo. Cojera-baile-bicicleta...¿Quién había escrito el chiste? ¿Arevalo? ¿Iban a salir un francés, un inglés y un español a la pista? ¿Qué nos faltaba por ver? ¿Un gangoso contando su vida? ¿Dos mariquitas? 

Como pudo, Torrebruno, el gran Torrebruno salió de aquel embrollo dando inicio al concurso que, evidentemente, no gané. Y eso que puse empeño porque yo era muy de bailar frente a la tele, viendo Aplauso  y flipaba bastante con Grease, de hecho entretenía a mis tías bailando como John Travolta y señalando hacia el horizonte mientras ponían "grease Lightning". La niña, aquella compañera casual, se fue de la pista con un rebote tan grande que mientras caminaba hacia la grada con su kit de premio de consolación (una bola loca de Comansi, un single de Rocky Carambola, una foto firmada por Torrebruno, una enorme piruleta roja y un bolsón de caramelos Sugus) levantaba pequeñas nubes de polvo con los pisotones que daba al suelo. 

Yo me despedí del público asistente dándole un gigante abrazo a Torrebruno que me devolvió con un "muy bien, lo has hecho muy bien, eres muy simpático...pero al circo hay que venir con el pipi hecho de casa". Mi madre, la muy boba, tenía los ojos un poco rojos cuando me devolvieron a su lado y mi padre me revolvió la melena de niña diciendo "muy bien, campeón, los has dejado de piedra, que morro tienes". Una pareja de al lado le dijo a mi madre que yo era un artista. Mi madre dijo "es muy payaso, le gusta mucho hacer tonterías" y, por primera vez, no vi en la gente que le preguntaba a mis padres por mi que se mencionara ni mi pierna, ni la cojera, ni lo dificil que sería criar a un niño enfermo. Y me sentí bastante bien. 

Salíamos del circo pisando el barrizal que lo rodeaba, yo iba sobre los hombros de mi padre, agachándome de cuando en cuando para oler la piel de la pelliza de progre que me encantaba y sintiéndome como tantas otras veces, como todas las veces en las que me sentaba sobre sus hombros como esos tíos del turbante que "conducían" elefantes en las películas esas donde morían cantidad de soldados ingleses. Y le dije lo del elefante, claro. Y entonces nos paramos con la muchedumbre a esperar el último número de la noche. Un tipo embutido en un traje blanco nuclear, tocado con un casco del mismo color se introducía en un cañón de vivos colores. Nos saludó a todos y, de pronto, sonó una explosión y el tipo salió disparado hacia una red dibujando una parábola perfecta, surcando el cielo negro y lo vi colocar los brazos como un perfecto nadador y girar sobre sí mismo en el aire y caer en una red entre un "ohhhhhhhhhhhh" majestuoso y un enorme aplauso. "Mira si lo han aplaudido ¿eh? ¿Has visto? Pues le han aplaudido menos que a ti" dijo mi madre. Y me eché a reir porque pensé que mi madre estaba loca...¿Cómo me iban a aplaudir a mi más que al Hombre Bala?

jueves, 30 de julio de 2009

El legado de P.T. Barnum


Hace muchos eones, pasando por Ceuta, convencí a mi padre de que me pagara una entrada a una barraca de la feria. La publicidad decía que dentro me encontraría con la mujera barbuda, con el hombre más pequeño del mundo pero, sobre todo, con un fiero "Canibal del Congo" que había sido recientemente capturado durante un safari. A cambio de la entrada vi a una mujer con una barba postiza, a un enano sentado en un decorado agrandado leyendo un libro y fumando una pipa y...a un señor negro de aspecto aburrido vestido con un taparrabos y atado por el cuello con una cadena sentado dentro de una jaula que a nuestro paso levantó sus manos en forma de garras y nos lanzó una dentellada igualmente desabrida que me dejó con la sensación de que me habían estafado por primera vez en mi vida. Al final de ese verano dicho espectáculo vino al lugar donde vivo y un vecino aseguró haber visto al Canibal del Congo sentado fuera de la barraca comiéndose un bocata y leyendo tranquilamente el Marca sentado en un taburete. Me lo creo.

Dichos espectáculos se los debemos al empresario americano P.T. Barnum que fue el primero en especializarse en mostrar seres humanos con minusvalías físicas y mentales a los que se conocía genéricamente como "freaks". Con la excusa de hacer un show científico Barnum expuso a enanos, hombres elefantes, mujeres barbudas, siameses y un largo etcétera de seres humanos que eran presentados como fenómenos extraordinarios capturados en expediciones cientíticas o simplemente de gira artística por Estados Unidos, la mayoría eran en realidad contratados por una despiadada red de "ojeadores" a sueldo del magnate por todo el país, y que contaban imposibles historias sobre la naturaleza de sus pecualiaridades físicas frente a una asombrada y morbosa audiencia.
Con una genuína mezcla de horror, falsedades, miserias y patriotismo desmesurado (que ya Barnum explotó en su primer negocio, un periódico sensacionalista llamado "The Herald of Freedom"), el empresario americano asombró al mundo y reunió un espectáculo ambulante que se complementaba con el Museo ambulante Barnum donde se exponían 500 piezas tan dispares como la calavera de John Wilkes Booth, asesino de Lincoln, el esqueleto de una sirena, una máquina comprada a Nikola Tesla que lanzaba rayos pero que se aseguraba que era capaz de teletransportar a la gente y un largo etcétera de absurdos que el respetable tragaba sin rechistar.
Esta última semana viendo la programación de Telecinco me he dado cuenta de que Vasile debería de homenajear a P.T. Barnum poniéndole una placa en la puerta de uno de los estudios de la cadena para dejar constancia de que es el alumno más aventajado del empresario norteamericano. Sin duda el bochornoso espectáculo que se ofrece en los programas de la cadena no dista mucho de los que tienen como objeto mostrar las minusvalías de un grupo de personas...en este caso la coartada no es la ciencia si no el entretenimiento y, claro está, las taras físicas (tan feas) han sido sustituídas por las taras afectivas o mentales de sus colaboradores estrellas.
Si los ingenuos espectadores del siglo XIX eran incapaces de no sucumbir ante la publicidad engañosa de Barnum y acudían en masa a sus shows a sabiendas de que sentirían rechazo, miedo o repugnancia ante lo que iban a ver pero superados por las ansias de colmar su morbo (un sentimiento mucho más fuerte) la cadena de Fuencarral ha conseguido, sin duda, el mismo efecto en sus espectadores ofreciendo dósis tremendas de ruido, violencia y enfrentamiento que deja un sabor malo en la boca y legañas en los ojos.

Si el Hombre Elefante fue retratado por Lynch como un espíritu humano sensible encerrado en un cuerpo monstruoso y Todd Browning retrató de forma entrañable a los "freaks" de su "Parada de los monstruos" (nada dífícil teniendo en cuenta que Johnny Eck, Medio hombre, era artista profesional, ilusionista, ilustrador y un gran fotógrafo y Angelo Rossitto, Angeleno, era matemático, jugador de ajedrez y tuvo una enorme carrera en Hollywood como actor donde se hizo más famoso interpretando al Maestro que iba en los hombros del gigante Golpeador...) Telecinco no cuenta ni de lejos con ese material humano y prefiere, será porque sabe que no podemos dejar de mirar hacia aquello que nos repugna, mantener a malos bichos en antena, dándole voz a chulos de discoteca, bullys mediáticos,maltratadores en potencia, acusicas, analfabetos crónicos, profesionales del amarillismo demandados, condenados o en proceso de ambas cosas y un largo etcétera de monstruos reales que viven entre nosotros y que, tras su aspecto de horteras lamentables, guardan a un monstruíto de la peor ralea dispuesto a apuñalar a su madre a cambio de unos cuantos pavos.

Nada más añadir que Barnum es el dueño de la frase: "Cada segundo nace un nuevo idiota". No me cabe duda que en estos tiempos hubiera aparcado la idea del circo y se hubiera comprado una cadena de televisión.

Nota del Insustancial: Por cierto, si quieren ustedes ver un Museo de rarezas similar al que mostraba Barnum en sus espectáculos no dejen de visitar el "Museo de Brujería" de Segovia. Canelita fina, lo aseguro. El original, el de Barnum, se encuentra en Newport (Connecticutt).

domingo, 3 de agosto de 2008

Sangre y circo


A veces recuerdo con escalofríos a Charlie Rivel, un payaso español exiliado que triunfo en todo el mundo. Cuando volvió del forzoso cambio de domicilio era muy mayor y salía mucho en televisión, como si la RTVE se estuviera resarciendo de todos aquellos años de ausencia.
Terminaba sus números aullando con un perro abandonado. No tenía mucha gracia. Daba bajón. No tanto como los mimos con pinta de yonki con un gato subido en los hombros, pero daba mucho.
En general el mundo de espectáculo tiene muchas cosas bajoneras: los carteles que anuncian los circos y los espectáculos automovilísticos ambulantes. Colores chillones y trolas tales como "El espectáculo Nº1 en USA", "Lucha a muerte con tiburones" o "Los payasos de la tele"...

La primera vez y única vez que vi un circo de freaks fue en la Feria de Ceuta, en el año 78 0 79. Me empeñé en entrar en una barraca de dos plantas donde se exhibían un genuino canibal (en realidad un señor negro con un taparrabos, con aspecto aburrido y poco fiero atado con una gruesa cadena), una mujer serpiente (una mujer con una malla verde y una cola falsa metida dentro de un tanque de agua) y creo, recordar, que el hombre más bajito del mundo (un señor bajito y nada más).

Pedro G-R. dice que vio uno en las Fiestas de El Escorial o en otro sitio de la Sierra de Madrid. Se llamaba Circo Mundial y, en realidad, era una gigantesca caravana que anunciaba a bombo y platillo la exhibición de una sirena, un engendro marino, uno terrestre y la de "La persona más pequeña del mundo". Les cobraron 300 pesetas por la entrada. Entraron porque el rollo era tan cutre que merecía de una visita. En el interior se encontraron un muñeco cosido a media pescadilla, unos cuantos botes de formol donde se apreciaban fetos de todas las especies posibles y, finalmente, un pasillito donde se encontraba el cuerpo de un Ken y, en el lugar de la cabeza, un agujero por donde apareció la testa del dueño del famoso Circo Mundial. Ante las carcajadas el hombre dijo: "¿Y qué esperábais por 300 pesetas?". Ni que decir tiene que la anécdota valía mucho más.
Eso deben de pensar los ejecutivos de las cadenas de televisión: "¿Es gratis, no? Pues no te quejes". El espectáculo se anuncia a bombo y platillo pero, en realidad, tras el "Pasen y vean" no hay más que un espectáculo francamente decepcionante. Es tan mala que uno espera que alguien resucite a los payasos que dan mal rollo, a Maria Luisa Seco y proponga a Torrebruno como director de informativos. Daría el pego.


En Telecinco este año les ha dado por la gente que se ahoga, me imagino que porque tienen una participación en acciones en alguna fábrica de manguitos y flotadores si no, no entiendo la razón.

Ahora menos porque Iñaki de Juana Chaos ha salido de la cárcel y, lo normal, es que las fieras estén en el Zoo o en la pista central de un circo recibiendo latigazos de un domador. El espectáculo que ha dado el eterno etarra ha sido decepcionante porque todo el mundo esperaba cierta mofa y alharaca por su parte. Nada. ha preferido callar, recibir a la gente en su casa y hacer merienda cena.

El propio De Juana no tiene por qué actuar en un circo ajeno cuando dirige uno propio tan siniestro como ETA...¿Querría ser usted el actor secundario Mel o el propio Krusty? No hay color.


Él mismo ha dicho que los medios son "un circo mediático" y lo dice un tío que es un experto en hombres-bala y que se pone en huelga de hambre de cuando en cuando en plan fakir hindú. De Juana sabe bastante de montar el show y comienza a destilar el aspecto chungo y mortecino de otro gran dueño de circo: el de Stephen Rea en Entrevista con el vampiro. Pero con menos gracia aunque, la verdad, es que con los rebotes que se coge también es capaz de subirse por las paredes.
Asesino y aficionado a los circos era también John Wayne Gacy, un serial killer de Chicago que entre crimen y crimen actuaba para los niños como payaso bajo el siniestro nombre de Pogo. Al parecer nunca perdió la sonrisa y tuvo una fructífera carrera como pintor en la cárcel. Sus obras originales han sido adquiridas por personajes variopintos como Johnny Depp o Marilyn Manson. Era un tipo desprejuiciado. A lo mejor a De Juana le duele Euskadi o es incapaz de dormir sobre un colchón repleto de cadáveres y por eso tiene esa cara. O a lo mejor no, ya saben, todos los espectáculos hasta los más acabados, necesitan de un gruñón, de un mimo silencioso y malrollista para recordarnos que esto se ha convertido en un "circo de tres pistas".