lunes, 30 de noviembre de 2009

Terrores infantiles, terrores adultos.




"¿Oiga, Oiga? ¿Es que hay alguien?"
Monica Randall en "La escopeta nacional" (Luis García Berlanga)

Comentaba con un amigo que nuestra infancia, pese a desarrollarse en lugares alejados, estuvo marcada por la Guerra Nuclear. Más bien por la amenaza de que, en cualquier momento, podríamos ser pulverizados por un pepino atómico "veinticinco veces más potente que la bomba de Hiroshima". Este era uno de los datos morbosos con los que la prensa nos deleitaba de cuando en cuando: el horror se medía por la fuerza en megatones de la Bomba de Hiroshima. Cualquier crisis, por pequeña que fuera, era un aviso de que muy pronto pasaríamos del Defcon 4 al fatídico Defcon 1 y, durante la invasión militar de la pequeña isla de Granada (Reagan no estaba muy contento con el tío que habían elegido como Presidente y llegó a decir que era como "una minúscula Cuba en potencia") Diario 16 sacó un titular donde nos informaban de que un misil estratégico de largo alcance que dormía en un silo de la alejada República Soviética de Ucrania había sido programado con las coordenadas de la Plaza de Colón de Madrid. Con semejante asunto a mi amigo y a mi nos costaba mucho dormir por las noches.

La música y la cultura no eran refractarias a esta cultura del Apocalipsis nuclear con las que, paradójicamente, se nos bombardeaba y recuerdo ciclos de películas en el colegio sobre el asunto, jornadas de pánico revestidas con nombres orwellianos como "Día Internacional de la Paz" pero donde se mostraban cosas como "Cuando el viento sopla" (1986, Jimmy T. Murakami)  película producida por Paul McCartney que contaba la historia de como dos viejitos se preparaban para el estallido de la bomba y las deprimentes jornadas tras la deflagración de las mismas. En casa arrasaba "Juegos de Guerra" (John Badham, 1983) donde un hacker adolescente volvía loca a una computadora gigante que no sabia diferenciar entre la realidad y la ficción y estaba al cargo del sistema de defensa nuclear de Norteamérica o el telefilm estrenado en pantalla grande titulado "El día después" (Nicholas Meyer, 1983). Ni acordarme quiero de los tintes apocalípticos de "Mad Max 2" (George Miller, 1981) donde los tarados por las bombas tomaban el poder y se hacían punkis y malvados (¡El gran Hummungus!) o de la tercera parte de la saga donde la única vida posible estaba amarrada a la supervivencia de los restos del capitalismo emergente de Negociudad, población dirigida con mano de hierro por la alcaldesa Tina Turner.

En el colmo del pánico alguien me hizo leer "Los últimos niños" una novela de una escritora alemana llamada Gudrun Pausewang que, como no, narraba las vicisitudes de una familia berlinesa que se refugia en el pueblo de los abuelos para descubrir si no hubiera sido mejor haber sido borrado del mapa. Recuerdo con pánico dos escenas: una en la que el niño amyor cae en la cuenta de que todo lo que comen ybeben está contaminado por la radioactividad y otro en el que se contaba como el fotógrafo del pueblo, un playboy en toda regla, trabajaba entusiásticamente en la recogida e escombros y acondicionamiento de las calles porque tenía una misión secreta: tener la suficiente pista libre para poder coger velocidad y estrellarse contra el primer edificio sano. Lo consigue. Perdón por el spoiler.

Mi amigo y yo vivimos aterrorizados por algo que se nos presentaba como la única posibilidad, Sting cantaba aquel estribillo tranquilizador -"Los rusos también aman a sus hijos"- pero aquello sonaba a pelfa ¿No era ese mismo menda el que cantaba "Doo-Doo-Doo-Da-da-da"? ¿Qué crédito podía tener cuando en Informe Semanal un reportaje se encargaba de contarnos la fiebre de muchos españoles por construírse un refugio nuclear propio?

Años después tuve la suerte de conocer uno de esos lugares que, en mi imaginación, pensaba que eran fortalezas indestructibles recubiertas de plomo donde, con tus seres queridos, la vida florecería de nuevo y se abriría paso. Casi me da un ataque de risa histérica cuando, comprobé, que el lugar era un cuchitril asqueroso con un water portátil estéticamente bastante parecido a las celdas de la prisión de Alcatraz (otro de mis traumas...otra historia) que había visto en las películas. Puedo jurar que todas mis esperanzas se desvanecieron al ver los estantes llenos de latas de melocotón en almibar de tamaño industrial a punto de caducar y sentarme en uno de aquellos colchones de campaña polvorientos, el dueño dijo que se lo habían vendido como un refugio "ideal" para una familia de seis miembros pero, en realidad, no me costó imaginarme a aquella gente (o a cualquier otra) decidiendo enfrentarse a los seres deformes que, sin duda, habitarían las ruinas a los tres días de estar allí antes de volver a tener que verse haciendo caca a la vista de los otros ¿Cómo nadie pretendía vivir en una mansión de seiscientos metros cuadrados con dos chachas y tres planchadoras y pensar que podría adapatarse  a hacerlo  en un agujero cerrado a cal y canto durante un año?

Ni Juvenalia, esa feria que acaba de desaparecer por los rigores presupuestarios, se escapaba del pánico nuclear y, entre chorrada y chorrada, o sea tirolinas donde uno podía descolgarse o talleres para pintarse la cara los el ejército tenían la ocurrencia de hacer demostraciones de sus trajes BNQ, o lo que es lo mismo, trajes resistentes a la Guerra Biológica, Nuclear y Química. Durante un pequeño espacio de tiempo uno podía encasquetarse la misma máscara que llevaba Marty McFly en "Regreso al futuro" (1985, Robert Zemeckis) y sentirse poderoso e inmune a los efectos de otros terrores menores como el gas mostaza del que también nos hablaban como al solución rápida y barata a la falta de un arsenal nuclear como era el caso de nuestro país que se encontraba así en inferioridad de condiciones no ya ante los soviéticos si no ante los ladinos franchutes que, tras los Pirineos, guardaban su propio artilugio del que se nos contaba era "sólamente dos veces más potente que la bomba de Hiroshima" pero que, por su potencia, podría destruir una población como Barcelona para siempre. Al parecer no teníamos derecho a tener la bomba atómica y, claro, los franceses (¡esos aprovechones!) nos tiraban los camiones cargados de fruta con total impunidad. Otro gallo nos hubiera cantado de haber contado nuestros camioneros con la fuerza de unos cuantos megatones o, sólamente, de medio.

De aquella época me ha quedado una pesadilla recurrente de la que no puedo escapar: estoy encima de un edificio y veo el hongo nuclear desatándose a una enorme distancia. Pese a todo estoy tranquilo, sentado sobre la cornisa y lo veo avanzar y avanzar destruyendo todo lo que encuentra a su paso, perfecto, blanquecino,  como dijo Ballard "con la luz que utilizaría Dios si nos hiciera una foto" y no puedo hacer nada por detenerlo y me quedo ahí, quieto preguntándome que es lo que hice o hicimos mal para desaparecer en décimas de segundo arrasados por un relámpago gigante. De cuando en cuando alguien se cuela en el sueño y, durante unos segundos nos miramos, veo lágrimas en su cara y también las ve en las mías. No decimos nada y, entonces, todo desaparece y no queda nada.

No me cabe ninguna duda de que esas historias de destrucción global, el Pánico nuclear se llamaba, fueron acalladas por el fin de la Guerra Fría y los acuerdos sobre recorte de misiles obraron el milagro de que la gente se olvidara de que, con la caída del Telón de acero, nos enfrentábamos a la multiplicación de los frentes y a la amenaza de que algún chiflado con ganas de hacerse un hueco en las páginas de la historia soltara uno de aquellos bichos contra un país vecino. Tampoco tengo ninguna duda de que toda esta fascinación por el "fenómeno zombie" no es más que una reinterpretación postmoderna de una generación que, como mi amigo y yo, creímos vivir al borde del precipicio de la destrucción global. Los zombies se parecen bastante a los seres mutantes que imaginamos saliendo de las cloacas tras los últimos bombazos, fenómenos de ferias, con caras desfiguradas, quizás más fuertes tras la tercera o cuarta generación de comer restos humanos, más resistentes a la crudeza del invierno nuclear, a lo mejor reforzados por alimentarse de latas caducadas de melocotón y eso, la oleada de violencia, de destrucción  y muerte que le persigue a uno sin que pueda escapar tiene un paralelismo directo con la BOMBA. Los último supervivientes, rodeados y faltos de casi lo básico para vivir se enfrentarían a una muerte segura o, lo que es peor, a una victoria pírrica, a una vida desgraciada de sufrimiento, a la imposible reconstrucción de sus vida siempre amenazada por la vuelta de la violencia, la reaparición del brote psicótico.

Quizás nuestra necesidad de digerir un trauma infantil impuesto por el mundo en el que vivimos nos ha atrapado en esa fascinación zombie que nos invade como el último grito de temporada. Pero quizás las razones de la moda sean más cercanas y, en el fondo, nos estemos diciendo que seguimos asustados y fascinados por la posibilidad de desaparecer de un plumazo.

viernes, 27 de noviembre de 2009

Francisco Nixon en los conciertos de Radio 3


El amigo Fran y el amigo Richi, o sea Francisco Nixon, grabaron un concierto para la 2 que se emitió anoche. Para deleite de todos los que estábais en ese instante haciendo otra cosa (sólo Alá sabe en qué espirales de sordidez andaban metidos...quizás leyendo a Pérez Reverte) aquí os dejo el miniconcierto. Un saludo.

jueves, 26 de noviembre de 2009

Una rutilante estrella de la política extremeña



Por fin España va a conocer lo que es bueno. Al fin el espectáculo en estado puro ha llegado al Congreso de los Diputados y lo ha hecho por la puerta grande. Lo veo y me acuerdo de esa frase de Tim Robbins en "Los Búfalos de Durham" cuando Kevin Costner le pide que no haga el idiota en medio de un partido de baseball y él contesta: "Necesito demostrarle al rival que estoy aquí haciendo una demostración de autoridad". (O algo así).

Se llama Carlos Floriano y es diputado por Cáceres. Se ha hecho famoso recientemente por asegurar junto a otro diputado popular, el valenciano Esteban González Pons, que el vicepresidente Rubalcaba los había amenazado en una sala privada del congreso con "ver y escuchar" todo lo que decían en su vida privada gracias a que tiene el control sobre un ordenador malvado llamado SITEL.

No es la primera vez que el PP acusa a Rubalcaba de ser una especie de Doctor Maligno cañí y de vivir en un laboratorio lleno de instrumental informático de última generación que utiliza para el mal. En los días posteriores al 11-M la cúpula popular acusó al político de tener en Ferraz una "máquina" (confundiendo "máquina" con "ordenador") capaz de mandar 3.000 SMS al minuto y ser el culpable de la campaña viral aquella del "Pásalo".

González Pons, que es el único parlamentario en la historia de nuestro país que mira a las cámaras de televisión como si fuera uno de los personajes de "The Office" (¡fíjense, es acojonante!), acaba de declarar que no se volverá a reunir con Rubalcaba en privado a no ser que esté su abogado delante y ha recomendado a la ciudadanía que haga lo mismo en el caso de que tenga que vérselas en un cara a cada con el político socialista.

Ni que decir tiene que, en lo que a SITEL se refiere, Gonzalez Pons y Carlos Floriano se han convertido en los "Arroyito y Pozuelón" del Congreso de los Diputados. Ya sabíamos de las artes cómicas de Pons pero sólo los extremeños conocíamos de los modos actorales de Carlos Floriano. ¿Quieren conocerle? Pues aquí les explicamos:

Carlos Floriano tiene una de las carreras políticas más melodramáticas de los últimos años. Comenzó como Secretario General de las Nuevas Generaciones del PP y alcanzó la Presidencia del PP de Extremadura. Nada demasiado difícil ya que dicho partido en mi región es más un comando que una rama de un partido nacional no tanto por estar flojillos de militancia como por demostrar que son pocos pero rocosos y muy convencidos. Si cualquier partido con aspiraciones preferiría cuidar bien a sus posibles votantes el PP de Extremadura se ha dedicado, básicamente, a lo contrario. Dar mala prensa, apoyar tésis como que "Extremadura es el voto cautivo", obstaculizar medidas económicas de cualquier pelo y hacer la guerra a los más pobres pensando que son el partido de la oligarquía (y creen que lo son pese a que su número de votos desmentiría entonces el número deoligarcas en Extremadura) ha sido la exitosa catársis ideológica del PP extremeño que se ha centrado básicamente en hacerle la ola al neoliberalismo y al aznarismo pensando que era "lo guay" y que había que quitarse la leyenda negra de encima por la vía de vestirnos a todos de señoritos andaluces recién salidos de misa.

Si digo que Carlos Floriano ha sido desastroso para el PP de Extremadura no es porque me caiga especialmente mal si no porque los números cantan: perdió las elecciones autonómicas frente a un candidato teóricamente "blando" llamado Fernández Vara por una diferencia de votos que fue mayor que la registrada contra un ´"duro" como Rodríguez Ibarra -en el PP se le sigue llamando simpáticamente "El bellotakari"- y cuando se volvió a presentar a las legislativas su candidatura como diputado registró 2000 votos menos que la de su antecesor en el cargo. ¿Cómo es posible que contra viento y marea haya aguantado en su sitio?

Floriano es como el fútbol, así. Es divertido ver como una autonomía que tiene una mala prensa enorme de asalvajamiento, de España negra y de miles de cosas más que no vienen al caso haya castigado en las urnas a un jefe de la oposición que se ha caracterizado por sus malos modos asamblearios (En Extremadura hay asamblea y no Parlamento) y que cuente con una retahíla de episodios chuscos, malos ratos, peores rollos y algunas de las jugadas mas estrambóticas y lamentables de...esperen...¿Se acuerdan de eso que ha hecho con Rubalcaba y Pons y tal? Pues ese es el conocidísimo "Rollo Floriano": generar peleíta como forma imprescindible de ahogar el diálogo. Es curioso que un tipo que ha demostrado no valer para los envites tibios de la política autonómica sirva ahora para ocupar el puesto de Secretario de Comunicación del Partido Popular. Ya les digo: comunicar no es lo suyo pero...

No les extrañe que Floriano sea una de los emergentes valores de la política autonómica pepera, que escale hasta embajador con sus Ferrero Roché y toda la pesca o que, muy pronto, sea nombrado Rey de la Vega izquierda del Guadiana. Está a un sólo fracaso más de copar todas sus aspiraciones políticas porque no hay nadie que haciendo menos haya llegado a más...y encima esta vez viene con pareja cómica.

martes, 24 de noviembre de 2009

En España el sol gira alrededor de la Tierra




Las sociedades que tienen como referente filosófico y moral a la gente que sale por la tele están condenadas a parecerse brutalmente a la nuestra.

Mira tú por donde que me entero por Magonia de que un 34.2 de los españoles cree que el Sol gira alrededor de la Tierra. El porcentaje en Canarias se dispara hasta el 60%.

La primera reacción ante semejante barbaridad es pensar que aquí se vive "dabuti" y que, bueno, somos un país de poetas más que de científicos. La ciencia, en este país, siempre ha estado asociada a dos cosas que nos repelen: el frío y el ateísmo. La poesía a dos cosas que nos atraen: tirarnos a la bartola a esperar a que nos visiten las musas (y si puede ser que vengan con papel y boli) y que el sexo opuesto caiga redondo a nuestros pies (y así esperar juntos a las musas). Desgraciadamente aquí, actualmente, no se vive también. 

La segunda reacción ante la cifra no es otra que el muy español (y también muy vasco) "patapum pá arriba". Es decir, echar el balón fuera: los sistemas educativos han sido un desastre. La culpa es de los gobiernos. Cuanto más abstracto sea el objeto de nuestra queja y el culpable de nuestra carencia mucho mejor: diputaciones, consejerías, secretariados, negociados...¿A qué se dedica este gente? ¿Quién los ha puesto ahí? ¿Para qué sirve eso que se llama Administración pública? La democracia es muy nueva en nuestro país (algo que se quitará con el tiempo) pero también carece de lo esencial: nadie nos ha explicado como funciona y, al igual que nos negamos a sentarnos durante cinco minutos para leer un manual de instrucciones del flamante reproductor de DVD que nos hemos comprado tampoco somos muy capaces de pararnos otros cinco para que nos cuenten donde hay que apretar para conseguir ciertas cosas o, por lo menos, entender a donde va nuestro dinero, el dinero de nuestros impuestos.

La Transición tuvo cosas buenas (ni siquiera tan buenas) pero algunas cosas horribles como, por ejemplo, la vieja guardia de intelectuales que han sido incapaces de no convertirse en sus padres y de acabar pensando como falangistas de pluma (siempre mejores que los de pistola) o la creación de una clase política heredada del franquismo que, desde entonces, piensa en nosotros como en frágiles bebés que hay que arrullar tiérnamente para que no se despierten. "Arrorro, Arrorro" debería de ser la frase escrita sobre la piedra de la fachada del Congreso de los Diputados. Los españoles sufren ahora, más que nunca, porque ven que Papá y Mamá (los padres y madres de la patria, los que trajeron consigo la flamígera luz de la libertad y la democracia) discuten y eso nos apena. Nos ponemos nerviosos: "¿Se divorciarán? ¿Nos dejarán en la estacada? ¿Nos dejarán bajo la tutela de un tío gallego lejano?".

Soñamos con que se entiendan y pedimos reconciliación y pacto. Que todo se pacte. Da igual que, en realidad, todo se pacte si nadie discute, si nos podemos sentar todos a la mesa sin que haya caras largas. Que Papá y mamá sean los Alcantara hasta que nosotros podamos serlo.

En la presentación de su último libro Muñoz Molina invocaba un gran pacto para "saber qué pasó en la Guerra Civil e investigar los desmanes de uno y otro bando". Yo pensaba que estaba bastante claro que fue lo que pasó en la Guerra pero, al parecer, no. Hay que pactar primero lo que pasó, que el episodio sea lo más cómodo posible para todos, aunque haya que transformar la realidad hasta el punto de hacernos creer en la lucha de dos fuerzas similares, titánicas, igualmente cargadas de razón. Convocar un "derby" de las ideas, un derby de la historia. No se como no se le ha ocurrido a nadie antes cuando en este país no se habla de otra cosa que de fútbol.  


Desechado todo lo anterior, o teniéndolo todo en cuenta, me temo que sólo tengo una respuesta para saber por qué 34 españoles de cada 100 creen en que el Sol gira alrededor de la Tierra: no se lee nada y se ve mucho la tele. No se lee porque nos falta interés, porque pensamos que somos el ombligo del mundo y que por eso vienen los ingleses a vivir aquí, a chupar de nuestro Sol...o sea, que todos pensamos que el Sol es nuestro y, por lo tanto, es él el que gira alrededor de nosotros (porque lo valemos). Tras esta cifra no faltará el que al ser informado de que es la Tierra la que gira alrededor del Sol diga eso de: "Bueno, eso será fuera, que lo hacen todo mal". Y si no, al tiempo. ¿Y Galileo? Bueno, todo el mundo sabe que los jugadores italianos nunca han dado un buen resultado en nuestra liga o, espera, ¿Ese no era el novio de alguien que salía en Sálvame?

miércoles, 18 de noviembre de 2009

Mad about you (Hooverphonics)




Cuando trabajaba para Disney Channel esta canción formaba parte de la programación-carrusel de una cadena de vídeos musicales que teníamos siempre puesta. Una buena canción con un vídeo rarito que cuenta la historia de amor entre una chica y una planta de interior. Cosas más raras se han visto.

PD: Disculpen la sucinta entrada y stay tuned!!!!!!!!

miércoles, 11 de noviembre de 2009

There is a light that never goes out


Siempre quise tener este disco de The Smiths, titulado "Best...", completo pero sólo conseguí el segundo volumen que tenía como portada al chico. Ni siquiera me gustaban demasiado "The Smiths" pero me encantaba la foto porque, el tipo de la portada, representaba todo lo que yo quería ser de adolescente: tenía un estupendo tupé, una barba guay y llevaba unos tatuajes patibularios que daban miedo...

Cuando yo era adolescente los tatuajes daban miedo porque sólo los llevaban los padres de mis colegas que habían estado en la Legión...como el chandal abierto sin camiseta y los anillos de oro.

El tipo de la portada del disco representaba, ya me olía yo, a lo que no sería jamás: el guaperas que se las lleva de calle, tan seguro de sí mismo, que no tiene inconveniente en estar sin camiseta en un lugar público. Además tenía novia, una novia guapa que bebía cerveza y fumaba un cigarrillo con indiferencia y tenía esa actitud de "no me importa" pero, en realidad, tiene su codo pegado con el del tipo guaperas para que todas las chicas sepan que estan juntos. El es tan guay que no le está preguntando "¿Estás bien?" cada dos por tres y mira hacia el escaparate de la fachada con indiferencia, como el que mira a los peces en un acuario porque, pensaba yo y no estaba tan desencaminado, que puede pasar la Revolución Bolchevique por delante de tus narices que tu puedes mantenerte tranquilo si a tu lado una chica fuma y bebe mientras se hace la interesante.

Encontré los discos en Galerías Preciados, en la tienda que tenían en el Centro Comercial La Vaguada. Por esos días Galerías Preciados había sido definitivamente comprada por El Corte Inglés y, su nueva dirección, iba a deshacerse de todo lo que hubiera en las tiendas. También de su tienda de discos. Después del instituto me acerqué por allí para olisquear algo que llevarme a la boca. El lugar tenía la pinta desangelada que tienen los Supermercados DIA a diario pero con un poco más de fuste. Grupos de señoras subían y bajaban hiperexcitadas las escaleras mecánicas llevando consigo todo tipo de cosas:alfombras, cubos, trajes de todo tipo, bolsas llenas de bragas. En los saqueos, los legales y los ilegales, siempre se produce esa sensación de algarabía, desorden y se repiten las escenas de gente arrastrando cosas absurdas hacia alguna parte.

Cuando me quise dar cuenta yo ya pertenecía a la masa y arrastraba conmigo unas camisetas surferas muy raras que habían estado de moda tres años antes y que tenían dibujos en la espalda (ahora serían lo más), una bolsa llena de libros (ahí descubrí a Chester Himes) y dos juegos de ordenador que venían con la película en la que estaban inspirados de regalo: "Wayne´s world" y "La mitad Oscura".

Cuando quise llegar a los discos la mayoría de los buenos habían desaparecido. A duras penas, y rebuscando debajo de vinilos de Zarzuela (siempre he creído que alguno de los dependientes los había escondido allí), encontré el "Hell´s Bells" de AC/DC, "Steel Wheels" de The Rolling Stones y el primer disco de Los Coyotes. En otro montón encontré dos discos de sendas bandas rockeras: Montana y 56 hamburguesas. Allá un disco de Johnny Juerga y los que remontan el Pisuerga (luego me he enterado de que mi amigo Iñaki, de la revista QUO, fue el bajista) y en uno de los expositores me di de bruces con la portada del disco de The Smiths. Seguí buscando con el dedo y encontré el volumen I. Ya tenía al tío guay y a su novia. Comprobé que llevaba el dinero en el bolsillo y me dirigí hacia la caja.

Pero he aquí que el destino cambió completamente. Una chica, de más o menos mi edad, me obstaculizaba el paso entre grandes resuellos. "Espera, espera" Me dijo. Me sonrojé. La cercanía de una chica respirando a esa velocidad, hinchando y deshinchando el pecho, me hizo sonrojarme. Siempre he tenido la sensación de ser un sátiro. El caso es que la rubia, un poco rubia nada más, levantó la mano como pidiendo tiempo y volvió a hablar: "¿Te vas a llevar ese disco de los Smith?". "Pues sí" dije. Lo dije en guardia, porque J, mi tío, el hombre que más veces había fracasado y triunfado con las mujeres que yo supiera, ya me había prevenido de las "mujeres que te enredan". "Que mierda, tío, es que vivo aquí cerca, lo he visto, no tenía dinero he ido a casa a por pelas y he vuelto y...jo..." dijo muy triste. "Ya, pero es que...". "No, no, ya, lo entiendo, no pasa nada. Es un disco guay. ¿Eres fan de los Smiths, no?". "Un poco" dije. "Con el tupé y tal te pareces al tío de la foto, tienes ese aire, los rockers me....digo... molan". Pese a que J me había prevenido aquellos halagos me sonaron a gloria y me imagino que me saldría algún ademán torpe.

Entonces quise mantenerme fuerte y decir: "Pues nada, busca en el Discoplay de la planta de arriba" pero algo me traicionó cuando me dijo como de pasada: "Se que no está pero si me ayudas a buscar un poco...a lo mejor tenemos suerte...¿Puedes?".

No me pareció mal rebuscar entre los discos. "A lo mejor encuentras algo que te gusta más" dije. "Tienes pinta de saber mogollón de música" dijo "A lo mejor me ayudas a encontrarme algo". Y, claro, estuve hablando de música hasta que ella me pregunto: "¿No llevas nada para tu novia?". Y yo le dije que carecía, en ese momento, de ligazón sentimental alguna y, qué cosas, noté como que se alegraba porque ella dijo "ya, tío, yo tampoco tengo novio...mi ex era un cabrón...es que solo me gustan los cabrones".

Me consideraba un especialista en caerle bien a las chicas que les gustan los cabrones o sea, que por mi, perfecto. Parecía que la conocía de toda la vida. E, incluso, me dijo su nombre.

Terminada la búsqueda comenté que "mala suerte" pero que si quería podía acompañarla a unas tiendas de discos del centro que conocía. Me dijo que vale, que guay y yo venga, guay, vamos. Y entonces me dijo: "Es que tengo que estudiar...pero podemos ir mañana si quieres...". Y entonces pensé que, de algún modo absurdo, había tenido suerte. "A la chica le gustan los cabrones pero, a lo mejor, quiere cambiar" pensé.

Pagué los discos y salimos al pasillo central haciendo planes. Ella quería ir con una amiga y yo le dije que iría con un amigo. Yo quería ir después al King Creole y ella dijo que sólamente hasta las 10. Y le dije que si quería, que si tenía miedo, podía acompañarla a casa y me dijo que sí, que no había problema.

La cosa marchaba sobre ruedas y le dije que si le apetecía tomar algo. Dijo que su lugar preferido era una heladería que vendía batido de plátano al lado de un tiovivo enano de la tercera planta. Fuimos hasta allí y ella bebió su batido grande y yo me bebí una coca-cola con mucho hielo y nos fumamos dos cigarrillos arrugados que quedaban dentro de su paquete de Fortuna. Hablamos del BUP, de las vacaciones, mentimos sobre lo mayores que nos sentíamos, exageramos lo maduros que éramos y, sobre todo, nos mostramos el uno al otro con esa pose inequívoca de la adolescencia que representa la falsedad del hastío. Al final de la conversación las pijas como ella no eran tan pijas, los rockeros no eran tan macarras, la música era lo mejor, los viejos lo peor, los 40 una horterada y ambos soñábamos con viajar algún día a Nueva York.

En esa profundidad filosófica estábamos cuando me pidió que le dejara echar un vistazo a los discos. Se prendó de nuevo del volumen I del disco de The Smiths y se quedó mirando fíjamente a la chica de la portada que bebía cerveza y fumaba. "Este disco es la leche...¿Me lo prestas?". No me dio tiempo a contestar. "Como nos vemos mañana me lo grabo en cinta y te lo devuelvo".

No dude y le dije "vale". Éramos amigos ¿No? Ambos pensábamos que los 40 eran una horterada ¿No? Ibamos a ir al día siguiente al King Creole ¿No?

Me lo agradeció mucho y me dio dos besos en la mejilla. Me dio su teléfono que apunté en una de los separadores de la carpeta junto a una foto de The Doors y ella apuntó el mío en una servilleta. "De todas maneras mejor quedamos" Dijo. "¿En la puerta del metro de Sol a las 18:00?". A mi todo me pareció bien. "Si no puedes venir o lo que sea me llamas". Le dije. "No te preocupes, pero iré porque tengo que devolverte el disco...y acuérdate de traerte a tu amigo que yo iré con una amiga".

Al día siguiente, como un clavo, me planté en la Puerta del metro de Sol. Pero no apareció. A las 19:00 horas llamé a mi casa para saber si había llamado pero me dijeron que no y a las 19:10 saqué el teléfono que me había llevado apuntado en un trozo de cartón y desde una cabina llamé. Nadie cogió el teléfono.

Durante años me he hecho muchas preguntas sobre esa anécdota: Si cuando me vio ya sabía que me iba a levantar el disco y estuvo orquestando todo tipo de historietas para sacármelo por saber que yo era un pringado (disco+batido de plátano), si su primera intención fue devolvérmelo pero, luego, cuando se vio en posesión del mismo decidió que no lo compartiría. También he pensado muchas veces que le ocurrió algo esa tarde y que no pudo llegar a tiempo. Que sus padres no le dejaron salir de casa porque tenía que estudiar (¡Dijo que tenía que estudiar!) y que intentó llamarme pero había perdido mi número o, incluso, que había perdido mi número y sin querer me dio el suyo mal...No se, a lo mejor nos hemos vuelto a cruzar ya más mayores y no nos hemos dado cuenta o ella sí y ha salido pitando. Tenía un nombre vulgar, vivía en un barrio normal...sólo se que le gustaban mucho (imposible cuantificar cuanto) The Smiths y que (es posible) hizo todo lo posible para tener ese disco en su colección...

Podría haber bautizado esta entrada como "Hay por hay una zorra que tiene mi disco de The Smiths" pero, ya lo he dicho por ahí, nunca he sido el típico tío duro que no se inmuta ni aunque la Revolución Bolchevique pase por delante de sus narices.

PD: "There is a light that never goes out" es una de las canciones incluídas en el Volumen II de Best... y originalmente fue publicada en el disco "The Queen is dead".



PD2: Mikel Erentxun grabó esta versión y rodó este extraño video clip ante la pasividad de la autoridad competente...


lunes, 9 de noviembre de 2009

Proust y bofetones


Nunca pensé que afirmaría que algo en lo que saliera Jean Claude Van Damme me parecería bueno pero JCVD (2008, Mabrouk El Bechri), esa rara película de acción que bebe de Funny Games (1997, Michael Haneke) y Tarde de perros (Sidney Lumet, 1975), me parece sublime. La he visto este fin de semana de nuevo y me ha parecido incluso mejor que cuando la vi el año pasado.  

La cosa va de lo siguiente: un grupo de atracadores secuestra a un grupo de personas que están en una oficina de correos y hace creer a los policías del exterior que es Jean Claude Van Damme (que también está secuestrado) el que está llevando a cabo el delito.

La película de El Bechri me ha recordado a un puzzle para niños que Chicho Sánchez Ferlosio había inventado y que intentó vender sin éxito: se trataba de un puzzle que siempre podías hacer. Colocaras las piezas como las colocaras siempre acababas terminando la figura. Quería demostrar que lo interesante era entretenerse, el viaje, y que el fin, más o menos, daba bastante igual porque no era más que el comienzo de un nuevo viaje.

JCVD es un poco así: contando con todas las piezas de una película de acción puedes conseguir que el resultado final sea sorprendente y que, en el camino, mientras vas narrando una cosa resulte que también estás contando otra. Esta técnica bien podría llamarse: Proust y bofetones.

Lo más curioso es que tienes la sensación de que, con el tiempo, Van Damme ha hecho algo inevitable: ha aprendido a actuar de manera solvente.

Por suerte actuar no es lo mismo que operar a corazón abierto y te puedes permitir toda una vida de actos sonrojantes para encaminar el otoño de tu carrera con elegancia, no olvidemos que Clint Eastwood fue un actor bastante flojo antes de descubrirse como un fantástico intérprete y director.

Y si no me creen detengámonos por un momento en la figura del director de "Rocky": el muy poco valorado John G. Avildsen. ¿No les suena? Pues rodó "The Karate Kid" (1984). Seguramente nadie se atrevería a hacer ahora una película para adolescentes con esos mimbres y sin que salieran vampiros o gente que se pone a bailar sin ton ni son. Les cuento: iba de un chaval muy pobre y pringado que se matriculaba en un instituto bastante pijo. Vivía con su madre en un apartamento bastante cutre que les alquilaba un japonés huraño llamado "Señor Miyagi" (¿Cuanto tiempo vamos a aguantar sin que nadie tenga un grupo llamado así?). El caso es que el muchacho se enamoraba de una pija que había dejado recientemente una relación con un matón y este le soba el lomo al muchacho hasta que el casero le enseña a hacer karate y le descubre el secreto del golpe de "la grulla".

Enfrentamiento social, acoso escolar, lucha de clases y, lo que es peor, un Señor Miyagi contando como su familia palmó en uno de los campos de concentración de Encino (California) donde el gobierno norteamericano recluyó a los japoneses residentes en los USA eran algunas de las cosas con las que trabajaba Avildsen para montar una película teóricamente para chiquillos pero que tenía una interesante carga por detrás y que, albricias, no mostraba ni vampiros (incluso "Jovenes ocultos" es mejor que cualquier mierda actual), ni gente bailando (que aprenda la juventud de películas como "Beat Street", y "Electric Boogaloo" -y su secuela- donde salían Turbina y Ozono). Proust y bofetones con sabor juvenil.

Me he quedado con ganas este fin de semana de ir a ver "Celda 211" (2009, Daniel Monzón) aunque, lo reconozco, su director nunca me ha dado demasiadas alegrías pero como decía por ahí si Van Damme ha conseguido aprender es muy posible que, tras todos los fiascos anteriores, Monzón también lo haya hecho.

sábado, 7 de noviembre de 2009

La "mejor peor" película española

Hace años conocí a Paul Naschy. Estaba trabajando para una gente que quería levantar una película (que luego se llevó a cabo aunque no se parecía mucho a aquel primer proyecto) y en ella había un pequeño papel para que el actor cántabro, que andaba todavía mosqueado por el   fiasco de "Licántropo" (1996, Francisco Sánchez Gordillo) que siempre pensó que sería su vuelta triunfal a la primera línea del cine español y promocionando su autobiografía titulada "Paul Naschy: Memorias de un hombre lobo", hiciera un cameo.

Nos recibió en un despacho atestado de papeles e iluminado por uno de esos flexos antiguos de oficinistas que, aseguró, había sido el que le había alumbrado aquella noche de truenos y rayos en la que había escrito el guión de "Las noches del hombre lobo" (René Govar, 1968).

Naschy cuenta como creó al Conde Waldemar Daninsky, su personaje estrella, el temible y seducto licántropo, con una mezcla de lirismo gótico (ríete tú del rollo EMO) y costumbrismo entrañable...las malas lenguas aseguran que llegó a hacer de Hombre Lobo porque estaba cuadrado como un armario ropero (fue campeón de halterofilia) y era el único loco capaz de meterse en un traje que pesaba 14 o 15 kilos pero yo prefiero la historia de Don Paul. Igualmente nos habló de la "introspección dramática" que necesitaba para preparar el personaje, de los movimientos de las manos, de los detalles, de los tintes dramáticos del mismo...las malas lenguas dicen que desaparecía detrás de un sofá y aparecía vestido de hombre lobo pero yo prefiero el testimonio de Don Paul.


En la conversación hablamos mucho del Hombre Lobo y de una película que yo había visto hacía pocas fechas titulada "La furia del Hombre Lobo" (1972, José María Zabalza). Muy secamente cortó mi charla y me dijo que no estaba dispuesto a comentar nada de semejante cinta que siempre le pareció un error dentro de su filmografía. Un horror de rodaje, un horror de guión y, sin duda, una mala elección para llevar con él el personaje de Waldemar Daninsky.

Efectivamente la película era mala, pero la verdad, es que pertenecía a esa categoría de las "mejores peores" películas del cine español.

Unas fechas después, traté poco a Naschy pero supe que jamás olvidaba ninguna conversación que girara alrededor de su filmografía, me comentó que la "puñetera película" había sido destrozada por su director, José María Zabalza, al parecer un descontrolado señor que se presentaba puntualmente borracho al rodaje y que no era difícil ver miccionando por las esquinas del decorado.

Aquello me pareció una exageración y rápidamente pensé que, bueno, siendo Naschy un deportista abstemio que se ha caracterizado por llevar una vida sana cualquier pequeño exceso con el alcohol o las drogas le supondría un problema.

Poco tiempo después fui descubriendo nuevas películas de José María Zabalza gracias a un canal ofertado dentro de Canal Satélite digital llamado "Cine 600" y especializado en cine español de los años 60 y 70 y me di cuenta de que tenía frente a mis ojos a un director que, perfectamente, podría competir con Ed Wood en eso de ser considerado el peor director del mundo.

En aquellos tiempos vi "Homicidios en Chicago" y "El regreso de Al Capone" ambas de 1969 y ambas tan parecidas que me parece casi imposible recordar en cual de las dos vi esta escena:

Un mafioso sale de la cárcel y se encuentra con otros dos mafiosos. Lo montan en su coche y le informan de que tienen que llevarle a Chicago a ver al Don. Este les pregunta: "¿A qué distancia estamos de Chicago?". Uno de ellos, cuando ya están dentro del vehículo y vemos que las afueras de Chicago se parecen un montón a la Casa de Campo de Madrid, le dice "muy cerca". El coche se aleja y nos quedamos en un cartel de madera donde pone: "A Chicago, 30 kilómetros".

Zabalza, como haría Corman muchas veces, reutilizaba muchas escenas de otras películas suyas para rellenar material amén de aprovechar a diferentes actores cambiándoles la ropa y estos descubrían que aparecían en diferentes películas (con el nombre y el texto cambiado gracias al doblaje) con el nombre cambiado. Ni que decir tiene que la malísima elección de localizaciones histórica de Madrid no ayudaban a creerse que aquello fuera Chicago.

Preguntando por aquí y por allá descubrí que Zabalza había nacido en el País Vasco y que, desde su juventud, había querido ser un director de género, un director serio que aspiraba a rodar películas parecidas a las americanas de mayor presupuesto. Su absoluta falta de talento y una tendencia a la nocturnidad, la alevosía y el alcoholismo -ahorraré detalles pero el tipo era un desastre- no fueron óbice para que rodara 20 películas como director, hiciera sus pinitos en el teatro y sobreviviera en el negocio hasta la mitad de los años 80. Falleció en 1985.

Durante todos esos años hizo pelis de gangsters, de terror, se atrevió con el costumbrismo cuando tocó e intentó incluso dar su particularísima visión sobre el mundo de la bohemia o hacerse un hueco como documentalista con el cortometraje "Día de la patria vasca" (1978).


Ya casi en las últimas,personal y económicamente, allá por 1983 dirigió seguramente su película más psicotrónica titulada "Al oeste del Río Grande", un western. Sí, Zabalza rodó una película del Oeste cuando ya nadie hacía películas del Oeste y el euro western y el spaghetti western habían desaparecido por completo. Paradojas de la vida, y mucho antes de que se acuñara ese término de "western crepuscular" Zabalza rodaría esta película con ínfulas de gran retablo del Oeste Americano en el que dio rienda suelta a todas sus obsesiones y carencias.

"Al oeste de Río Grande", protagonizada por Aldo Sambrell, arranca con una especie de visión general del Oeste: un pueblo arrasado por la violencia de los forajidos donde alguien ha colocado una horca de la que cuelga un esqueleto (¡Un esqueleto!) apoyada en una verja metálica de una obra cercana al decorado principal da paso a unas escenas de un barco de vapor que se nota están levantadas de alguna película que pretendía promocionar Disneylandia. Después pasamos a una señora gritando en medio de la plaza del pueblo de Nuevo Baztan, un asentamiento navarro en la provincia de Madrid, y clamando justicia mientras está rodeada por unos cuantos hombres a caballo que, imagino, por el frío reinante visten unos vistosos "plumas" de color azul. Ni que decir tiene que la plaza, en ese momento en obras, no parece ni de lejos un emplazamiento del Oeste.

Sin solución de continuidad aparece por primera vez Aldo Sambrell vestido de vaquero y paseando por el bonito pueblo madrileño de Patones del Rey, que tampoco parece mucho del Oeste, entra en la casa y nos llama la atención que, colgado de la pared, pero muy alto, hay un sombrero de cowboy. Ve a su mujer y a su hija, se queja un poco de la falta de seguridad del Oeste y de la falta de expectativas de futuro y va a visitar a unas amistades. En otras casas vemos el mismo sombrero colgado, en el mismo sitio. ¿Mensaje? Ninguno, es la mejor manera de tapar los contadores de la luz de las casas.

Sin saber muy bien porqué Aldo Sambrell decide irse con su hija y su mujer a visitar a una pariente lejana y a pasar un día en familia. Visitan un mercadillo y luego se van a comer en plan tortilla y luego, bueno, luego hay una escena de Aldo Sambrell que está a punto de ahogarse en un pantano del Plan Badajoz.  

Ni que decir tiene que Zabalza aprovechó material rodado por él mismo en otras películas del Oeste que hizo en los 60 y 70 ( Malditas pistolas de Dallas, Tres dólares de plomo, Adios Cjamango...) para rellenar metraje ya que la historia de la familia no hubiera dado ni para un cortometraje y que la mezcla de diferentes formatos de película, iluminaciones y un largo etcétera de despropósitos hacen del film una de las mejores razones para sentarse con unos amigachos a disfrutar de un divertido engendro.

He perdido mi copia pero, si alguien es tan amable de decirme donde la puedo encontrar, se lo agradeceré toda la vida.

jueves, 5 de noviembre de 2009

El método Ayala




Hay que aprender muchas cosas de Francisco Ayala pero, sobre todo, hay que aprender de su infinito optimismo.

Hace unos años Jaime Peñafiel dijo que Ayala estaba "gagá" porque el intelectual y escritor (algo que nunca será Peñafiel por más libros sobre la Casa Real que saque) había comentado un feo gesto de Esperanza Aguirre (Jefa de SPECTRA y jefa de la Mara "Liberals Don´t Play") hacia nuestro monarca Don Juan Carlos en una cena en la que había intentado que el Borbón le hiciera un gesto de colegui a Jiménez Losantos después de que el Pequeño Gran Comunicador

Me asqueó que semejante chafardero osara acusar de ser un "viejo chocho" a un tipo sereno y tranquilo que siempre ha mantenido la calma y que jamás se ha metido con nadie.

Mi amigo Cesar escribió un libro titulado "Besando la lona" basado única y exclusivamente en esos periodos de tu vida en los que caes redondo. Piensas que eres un buen fajador pero, recibes tantos golpes, que al final te desplomas sin tiempo ni siquiera para escuchar la cuenta de los diez segundos. Te quedas ahí, como un puto trapo, mientras que el público asistente abandona el Pabellón y las luces se apagan detrás de ti.

Lo malo no es eso, lo peor es que simplemente dejas de existir porque el olor a fracaso es un perfecto repelente para la gente. La vida se te para y pasas días y días sin escuchar el ring del teléfono, al parecer te has convertido en el hombre invisible y ya no cuentas para nadie. Tocado y hundido. Game Over. Da igual que hayas ganado varios combates por KO porque, en realidad, para el personal sueles valer lo que vale tu última pelea...y nada más.

Con la cara rota es difícil mostrar tu mejor rostro.

Ayala sobrevivió a un exilio que enmudeció a casi todos o los desorientó para siempre. Salinas, paradójicamente amante de la obra de Proust, escribió un sólo y estremecedor poema titulado "Cero" que siempre dijo estar inspirado en la bomba de Hiroshima pero que, de un modo curioso, parecía más bien un repaso doloroso e inquieto por las sensaciones de una generación de personas obligadas a vivir lejos de sus casas, de sus amigos...

Por el escombro busco yo a mis muertos;



más me duele su ser tan invisibles.
 
Pasar la travesía por el desierto intentando no ir afilándote los dientes en cada piedra del camino para poder vivir el resto de tu vida sin el menor atisbo de rencor, no detenerte viciosamente en la imagen de un monte plagado de picas decoradas con las cabezas del enemigo o no entonar de cuando en cuando el dylaniano "how does it feel/how does it feel" tiene que ser difícil porque siempre es difícil ser un santo ateo.
 
Pasar por encima de las cosas y de los hechos, procurar que este "no sea un día precioso hasta que venga el típico gilipollas y lo joda" es complicado pero parece saludable, tanto como para llegar entero a los 103 años de edad y largarte de esta sucia roca con un torero "ahí se quedan ustedes".
 
Es triste vivir en unos tiempos que premian con sorna a los mediocres bendiciendo un tipo de espectáculo mierdoso, casposo y estomagante que haría vomitar a una cabra sana y es más triste comprobar como dichas propuestas han extendido un modelo de negocio que es producto de una sociedad en la que su generación más preparada malvive en un régimen de esclavismo legal y que se va a marchar sin tocar pelo mientras es tachada de inmadura o de, directamente, soñadora a la par que imbécil.
 
Es triste vivir en un país donde la clase política ha perdido la perspectiva de lo público y lo privado formada  por apuñaladores especializados en eliminar a  gente competente, arribistas sin escrúpulos y monigotes que sólamente se mueven por pulsiones infantiles y trufan sus negocietes con puterío barato, farlopa mala, comistrajos y joyones que se han creado un código ético que sonrojaría a Tony Montana.
 
Es triste, todo es muy triste, pero al menos puedes levantarte todas las mañanas diciendo no le comprarás un libro a Paulo Coelho ni para ponértelo debajo de los pies y que el agua no te llegue al cuello. Puedes levantarte todas las mañanas sabiendo que no tendrás el aspecto de ir siempre con los dedos pringados de aceite de lata de sardinas como le ocurre a Garci o que tienes autoridad moral e intelectual para jiñarte en De Prada. Puedes levantarte todas las mañanas sabiendo que has viajado, que has vivido, que sabes como saben las tellinas. Puedes levantarte todas las mañanas y saber que hay alguien por ahí que no respirará a gusto hasta que te vea girar la esquina, que te espera tomándose una cerveza en un bar, que siempre te querrá más por tus defectos que por tus virtudes o que te calentará el lado exacto de la cama. Puedes levantarte por la mañana sabiendo que "vas a ver a estos" o pensando en la chorrada que pondrás en el twitter. Puedes levantarte por las mañanas sabiendo que el hombre llegó a la Luna y que no hay un reclutamiento forzoso a la vista, que la Guerra seguramente no estallará mañana y que, gracias a Dios, hay suficientes películas buenas para ver como para soportar otro naufragio, que siempre hay un mejor doctor, una cura infalible, que mañana puedes convertirte en el Obama de tu barrio o que, gracias a Alá, puedes dar gracias por no ser un colaboracionista de todo esto. 
 
Que no les toquen demasiado los huevos y, recuerden, cuando todo esto pasaba ustedes estaban intentando llegar al banco para pagar su hipoteca o haciendo cola en la Oficina del paro.

PD: Lo siento, pero ese vídeo de Marisol me mola.

lunes, 2 de noviembre de 2009

Uno que nos deja: José Luis López Vázquez (1922-2009)


Hace unos pocos minutejos que acaba de hacerse pública la noticia de la muerte del actor José Luis López Vázquez. Se van a acabar los adjetivos para intentar captar una carrera que, sólamente en la pantalla, cuenta con 259 apariciones en diferentes papeles y que compaginó con el teatro (hubo un tiempo en que los actores hacían cosas así como dobles sesiones maratonianas en los mismos días...) y, claro está, la publicidad.

López Vázquez fue un actor de esos que no le tienen miedo a nada y se prodigaron en casi todo. Lo mejor que puede decirse es que estaba igualmente brillante en el eterno papel de oficinista con tendencia al calentón, en su faceta de "persigue turistas" (¡Viva Suecia!), en la de apocado y gris ciudadano, en la de bon vivant a la hispana y en otro abanico de personajes que abarcaban señoritos arruinados, travestis de provincias.

Sin duda no ha habido ningún actor en la historia de nuestro cine que haya sido capaz de trasladar con tanto acierto la angustia de ser nadie con tanto acierto desde el punto de vista del drama e, incluso, y lo que es más impresionante desde la misma comedia. Buen Viaje.