viernes, 10 de enero de 2014

(Supuesta) Gran Ganga


Poco o nada hay que decir del vídeo que pulula por Internet en el que Fabio de Miguel –más conocido como Fabio Mcnamara o “La Fanny”- arremete contra el aborto. Total, son sus opiniones. 

A mi me gusta pensar que Fabio de Miguel dice lo que le viene en gana porque esa forma de conducirse es la que ha sido el pilar de toda su existencia pública y, también, de esa extraña carrera que se ramifica en la pintura y la pintura o en esa forma en la que consiguió que el “postureo” fuera también una forma de arte. El underground norteamericano y anglosajón tuvo a Divine y nosotros tenemos a Fabio McNamara.
“La Fanny” siempre ha sido incontrolable y desmesurada. Lo fue cuando nadie podía ser incontrolable y desmesurado, en una época en la que vestirse de mujer para salir a la calle y ser un “maricón total” no estaba muy bien visto, es más, lo normal es que terminaras en la comisaría y allí te dieran una paliza, justamente, por serlo.

Mcnamara siempre ha sido un artista marginal. Tanto que, cuando sus compañeros de fatigas, comenzaron a entrar dentro de lo comercial se quedó en un segundo plano. Almodovar pasó de ser un director “underground” (incluso su “Entre Tinieblas” fue prohibida en el Festival de Venecia) a ser un cineasta reconocido internacionalmente y Alaska –entonces musa del "círculo" de Las Costus donde estaba el propio McNamara- a convertirse en superventas junto a Carlos Berlanga y Nacho Canut.


Sí se puede hablar de McNamara como de un personaje “principal” en La Movida pero, también es verdad, que su estrella fue declinando cuando el asunto comenzó a ser pasto de intereses políticos e industriales. Fue entonces cuando nadie supo qué hacer con Fabio de Miguel que, al parecer, se negaba a evolucionar hacia propuestas artísticas más populares. Cuando todo aquello estalló Mcnamara seguía pintando sus cosas e iniciaba proyectos artísticos junto a Luís Miguélez como “Fabio y los Mecánicos” que nunca acabaron de despuntar.
El tiempo y los gustos cambiaron y la gran pregunta que todo el mundillo se hacía era: ¿Qué hacemos con Fabio?
No hicieron nada. La vida siguió y la estrella de De Miguel se fue apagando inexorablemente hasta reducirse a la de una “vieja gloria”. Sin más. Además, aparentemente, sin mucho que ofrecer puesto que, insisto, nadie pensaba que encajara en ninguna parte. De hecho da la sensación de que en los 90 desapareció casi por completo aunque era fácil encontrártelo en algunos bares y discotecas arrastrando su halo de inconformismo. Ahí estaba la primera y, aparentemente, última “petarda” ejerciendo como tal, despachando a fans y los que habían decidido tomarse su presencia a pitorreo con su conocida agresividad verbal y su actitud a medio camino entre la de un punk y la de una folclórica despechada. Un show en toda regla siempre en ese punto equidistante entre lo doloroso y lo acojonante.
A finales de la década de los 90, cuando Almodovar abrió definitivamente las puertas de Hollywood Fabio Mcnamara editó (junto a Miguélez de nuevo) el fantástico “Rock Station”, un disco donde se demostraron dos cosas: la habilidad de Miguélez como músico y la habilidad de Mcnamara para ser siempre Mcnamara. Un discazo.
El lanzamiento fue bien recibido. Sin duda. Se hizo además en un buen momento porque en aquellos momentos la dirigencia pepera estaba dándoselas de moderna y decidió agachar la cabeza momentáneamente para tenderle la mano al mundo de la cultura. En ese espejismo loco de tolerancia derechil (Esperanza Aguirre acudiendo al estreno de “La lengua asesina” de Alberto Sciamma, Aznar declarándose amante de las letras catalanas, peperus máximus de toda índole lanzándole guiños descarados a grupos españoles, recibimientos en olor de multitudes y con ceremonia de jefes de estado a los “rojillos” del cine, pleno apoyo de las instituciones a los escritores etc.) irrumpió de nuevo Mcnamara cuando ya su rollo no parecía tan agresivo o, por lo menos, cuando los que hacía menos de 10 años lo habían tildado de maricón, esperpento y habían pedido la encarcelación de sus iguales disimulaban sus pulsiones y controlaban sus odios en favor de poder tener una segunda legislatura más amable.  

Fue ese el momento, el primero de todos ellos, en el que Jiménez Losantos dijo ser un hijo de La Movida, en el que Alaska matizó su postura política, en el que de ya no quedaba ni un resto en los escenarios de todos los que fueron “las hornadas irritantes” (los grupos más radicales del movimiento) y donde, desaparecida la amenaza, ya podíamos todos invocar eso tan español y tan derechón de “bueno, es que no fue para tanto”.

Pese a todo el disco tampoco funcionó mucho porque tampoco es que el trabajo de McNamara guste mucho. Sigue ahí, en el recuerdo de las minorías pero no va mucho más allá: demasiado personal, demasiado imperfecto (lo punk, lo glam, lo glitter, lo petardo tiene por narices que serlo) y demasiado directo, demasiado duro, con demasiadas asperezas.

Desde entonces Fabio Mcnamara  no ha tenido mucha presencia pública. La cosa se acabó de agotar. Nadie sabía mucho de él. Cuento una anécdota personal: ya en 2005, trabajando yo en la revista MAN, el director de la misma (Juan Carlos de la Iglesia, mi jefe en ese momento y siempre un gran amigo) me contó que Fabio (al que conoció cuando él trabajaba en la revista “La Luna de Madrid” y en todo aquel “tostao” del Madrid de los 70-80) andaba desenganchado y convertido al fenómeno mariano –al de la Virgen, no al de nuestro presidente-. Curiosamente, el periodista "anarcocapitalista" y vinculado a cierta plataforma que es el responsable de esta polémica (son muy dados a la polémica y a hacer ruido para disimular que son cuatro gatos), data esta vuelta a la iglesia en 2008. Error sobre error que nos avisa del enorme interés que suscita la vida privada del artista. 


Juan Carlos, de primeras, se había tomado todo un poco a pitorreo pensando que McNamara le estaba tomando el pelo como acostumbraba pero que no, que resultó que había renacido en la fe en Cristo. Me quedé con la mosca detrás de la oreja, yo también pensaba que Juan Carlos me estaba tomando el pelo, pero resultó que no. Resultó que en los años posteriores tuve la oportunidad de encontrarme con testimonios del propio protagonista de su vuelta al seno de la Iglesia Católica. Nada en contra. Era un poco raro ver a McNamara haciendo declaraciones en contra de la homosexualidad en Radio María o cargando contra la juventud, sus coches rápidos, su VIH y sus drogas en medios como ABC o La Razón pero solo porque uno nunca espera que un tipo como él aparezca en medios así cuando había sido completamente vituperado y después ignorado. Tampoco esas declaraciones, ofrecidas con cuentagotas y siempre en momentos puntuales como la llegada al poder de Zapatero o las diversas acciones combinadas entre el PP y la Iglesia para remover al sector católico, es que tuvieran mucha importancia o repercusión. Imagino que sería porque las redes sociales e Internet todavía no tenían la capacidad de convertir en viral cualquier cosa.


Gracias al reality show de MTV “Alaska y Mario” revivimos un nuevo interés por la Movida. Posiblemente desde el punto de vista más estético de la misma, desde la reivindicación de esa estética y de sus ritmos. No está mal del todo, Alaska ha sido un personaje central en la cultura popular de nuestro país –posiblemente uno de los más reconocibles de todos fuera y dentro del pop-, y siempre habrá quién lleve ese interés por lo que salta a la vista con un interés más profundo sobre aquellos años.
Que la aparición de Fabio McNamara en el programa haya causado tanta sorpresa (y no me refiero solo a la gente joven, si no a toda la audiencia del programa) dice muy mucho de cuáles son y fueron los niveles de popularidad del personaje.  También, tristemente, de los niveles tan enormes de falta de interés y de desinformación que pululan por ahí sobre algunos asuntos que deberían de ser básicos porque son los más fáciles de aprender y comprender.
Y es entonces cuando algunos medios ridículamente derechistas se encargan de ir a buscar a Fabio de Miguel a la puerta de la iglesia donde reza para sacarle unas declaraciones sobre el tema del aborto. Ya saben lo que va a decir o, a lo mejor, no se esperaban una reacción así y se quedaron un poco sorprendidos. Es Fabio Mcnamara y dice siempre, como él decía, “lo que le sale del coño”. Sin más. No creo que sea necesario manipularle o que reciba un solo céntimo de euro por soltar semejante cosa.

Otra cosa es que creamos eso de “personaje principal de La Movida”, eso ya es harina de otro costal. Y no me vale lo de que lo están manipulando, como tampoco me vale lo de se están aprovechando porque nadie, en su vida, ha querido aprovecharse de Fabio McNamara en el sentido en que todo el mundo ha hecho todo lo posible por ignorarlo o por disimular su presencia. En décadas pasadas por lo que he venido explicando y, en las actuales, porque su presencia mediática es tan pequeña que no mueve por sí solo ni una hoja de la calle.
Deberíamos de preguntarnos cosas como si alguien, alguna vez, ha querido apropiarse de la figura de McNamara, si lo invitaron a mítines para que diera su apoyo a partidos políticos, si lo invitaron a alguna reunión de esas de artistas y políticos para que con su presencia diera empaque a la cita. Me temo que no.
Algo de dolor y asco me provocan estos tejemanejes derechiles como esos complejos izquierdistas de “es un ex yonki y no tiene ni puta idea de lo que está diciendo” o “se ha dejado comer el coco por los curas”. 


Yo creo que sí, que sabe perfectamente la dimensión de lo que está diciendo y que sabe perfectamente el peso de sus palabras mientras que sus interlocutores o este recién ganado público carece, por completo, de la información sobre el peso y las dimensiones de la figura de Fabio Mcnamara y del espacio concreto que ocupa en la historia de la cultura popular de este país.

Los que claman por la presunta falta de humanidad, sensibilidad o afinidad moral de Fabio Mcnamara deberían de preguntarse cuál ha sido el trato que se le ha regalado durante todo este tiempo y si nuestra compasión, humanidad y sensibilidad con su situación durante unos cuantos años ha sido la adecuada. A lo mejor nos llevamos una enorme sorpresa porque, desgraciadamente, este suele ser un país poco humano, sensible y compasivo para con sus personas caídas en desgracia. Quizás no hubiera caído “en manos de los curas” si la progresía (teóricamente los que fueron su bando) se hubiera cuidado de atraerlo a sus filas y no de haberlo denostado por sus vicios públicos y privados. A lo mejor cuando estaba pasando fatiguitas alguien más debería de haber estado al loro. Incluso así, de esta manera, igualmente se le hubiera aparecido la Virgen para decirle que no estaba bien lo que estaba haciendo con su vida.

A lo mejor el nuevo Fabio de Miguel (Mcnamara, La Fanny, “la peor vicio” de “Laberinto de pasiones”…) ha encontrado otra forma más de sacarnos de nuestras casillas, de seguir ahí siendo un personaje incómodo y de estética difícil de aprehender y comprender.
Me asusta sobremanera que la actitud más punk y más molesta, la que provoca mayor reacción se instale ahora en los comentarios que podría haber hecho una señora de 84 años de Palencia a la salida de misa. Que la diga una señora anónima anciana o que la diga un personaje de La Movida, para mi, tiene el mismo interés. Un interés cómico más que otra cosa.


Hemos perdido el pie y, con ello, hemos perdido nuestra capacidad para reaccionar consecuentemente. Finalmente nos han puesto la mordaza y callamos o mascullamos nuestras opiniones si sabemos que van a ser molestas, ¿por qué? Nos han hecho tragarnos el sapo de que nuestras afirmaciones públicas, en cierto modo, sostienen el entendimiento, la comunicación y, por tanto, los pilares de nuestra sociedad y nuestra democracia. Preferimos no decir lo que pensamos porque creemos que la molestia transitoria de unos cuantos nos acerca a la barbarie y nos aleja de la civilización. Es completamente falso, ahí está McNamara diciendo lo que, insisto, le sale del coño para recordarnos cuán sano es eso de decir lo que nos brote y de ejercer nuestro derecho a opinar libremente, sin ironía, sin sarcasmo, a la brava.

No son unas opiniones, si es que de algún modo lo son, que yo vaya a tener en cuenta. Ni siquiera me molestan y tampoco podrían molestar a nadie que conozca la trayectoria vital de Fabio de Miguel que siempre se ha caracterizado por decir y hacer lo que le ha dado la gana: hace unos años le apeteció ponerse una peluca y cantar y ahora le ha dado por ir a misa y rezar el rosario. Y lo hace con la misma pasión, sin preocuparse de si molestará o no porque nunca lo ha hecho.

Idiotas todos pues, como siempre, los que creen haber hallado la “gran granga” del argumento definitivo a favor de esta estúpida, retrógrada, penosa, pocha y ridícula “Ley del aborto” en la voz de Fabio Mcnamara en tanto en cuanto creen que es un converso de las modernidades que se ha revelado como ser humano y gran artista en el seno del conservadurismo retrógrado y los que creen que el artista antes conocido como “La Fanny” es poco más que un martillo de herejes y un peligro para la sociedad del futuro que estábamos construyendo pues, en realidad, no estamos construyendo nada y, lo que es peor, han reaccionado con la misma mala baba, con la misma lamentable actitud y con el mismo tono de babosa gilipollez con el que Capmany o Vizcaíno Casas arremetían contra McNamara cuando cantaba aquello de “voy a ser mamá/voy a tener un bebé/lo vestiré de mujer/lo llamaré Lucifer/le enseñaré a vivir de la prostitución”. A veces olvidamos que la mejor reacción ante ciertos comentarios es mirar a los ojos de la persona que los emite y calcular de donde vienen pero, sobre todo, que la mejor reacción ante la provocación gratuita es no mostrar ningún síntoma de nerviosismo.


Me quedo con el Mcnamara artista y con su dimensión, con su marginalidad, con su capacidad para haber sobrevivido a casi tres décadas de excesos, a modas y a derivas. No creo que tenga que estar en sintonía ideológica, política y religiosa con ninguno de los artistas a los que tengo en cierta consideración para seguir disfrutando de su obra y de su figura. Quién piensa así suele decirte que no escucha a Ramones porque Johnny era un facha, no tiene ni puta idea de quién era Elvis o no podrá disfrutar nunca de Johnny Cash. El cretino derechón que, de pronto, se suba al carro de cualquiera de estos tres mitos por razones ideológicas cometerá el mismo error estúpido porque tampoco sabrán apreciar sus virtudes por completo ni sabrán entender sus contradicciones. Me parece igual de paleto el que no escucha "country" porque le parece racista como el patán patrio que se apunta a los conciertos de Fangoria porque resulta que Alaska es "de derechas".  Para mi forma parte de momentos de muchísima diversión, de bromas dentro de mi círculo de amistades, para mi siempre será parte de muchas cosas. 

Hace ya algún tiempo que me crucé con Mario Vaquerizo en un acto muy loco de esos a los que invitan a Mario Vaquerizo. Iba con mi amiga Mary y estuvimos un rato charlando con él porque lo veo muy poco. Estuvo tan cariñoso como siempre e intercambiamos algunas anécdotas de cuando éramos aún más jóvenes y nos cruzábamos cerveceando por el "No Fun", por la oficina de Subterfuge o currando. La charla la interrumpió alguien de la organización que le pidió que no bebiera cerveza de la lata porque "daba un poco de mala imagen". Cuando se alejó siguió (seguimos) bebiendo cerveza directamente del envase. Mario dijo una gran frase: "Ya ves, maricón, esta gente se olvida a veces de quiénes somos". A veces sí.