viernes, 27 de septiembre de 2013

Armados y cabreados ( Bobcat Goldthwait, 2012)


Bobcat Goldthwait tiene una de esas trayectorias cinematográficas que, están tan apegadas al momento en el que se hacen, que es complicado que no resulten tachadas rápidamente como dañinas, exageradas o perjudiciales por sus contemporáneos.

Si has visto “Los perros dormidos mienten” (2006) o “El mejor padre del mundo” (2009) sabrás que son películas correosas de digerir, negras como el carbón y fuera de los límites de lo políticamente correcto. Cuando digo esto último quiere decir que, de verdad, están fuera de esos límites porque Goldthwait no juega al juego de provocar si no que se limita, con maestría, a hilar unas comedias tan unidas a la realidad y tan conocedoras de nuestros defectos como seres humanos que su sorpresa reside en que rompen por completo el pacto implícito y secreto que se establece entre el espectador y la narración donde el primero adivina unos segundos antes cuál será la reacción de los personajes.
Solo unos segundos antes. Te sientas ahí y esperas que los personajes de la película reaccionen como héroes ante la adversidad o que revelen el gran secreto de la existencia o que se sacrifiquen por el equipo o que descubran que la chica fea, en realidad, es un bellezón cuando se quita las gafas y la coleta y que por eso la han invitado al baile…aquí, no esperen esa piedad, ese optimismo o esa esperanza sobre el ser humano. Lo mejor de los personajes creados por Bob Goldthwait es que suelen reaccionar mal que es como suele reaccionar la gente que se ve envuelta en alguna situación que no comprende o que le supera.

El protagonista de “Armados y cabreados” (originalmente titulada “God bless America” y aquí sufriendo el hecho de que las distribuidoras tienen a bien poner títulos gilipollas a las comedias) es Frank (Joel Murray, hermano de Bill Murray) un apocado trabajador de una aseguradora. Está divorciado y tiene una hija que no quiere verlo porque se empeña en llevarla al zoo y hacer actividades en lugar de estar en casa jugando a la videoconsola. Por las noches no puede dormir porque tiene migrañas y porque sus vecinos se pasan el día discutiendo e intentando hacer callar a un hijo desatendido aún más ruidoso que ellos. Frank, además, vive aterrorizado por la programación televisiva y por lo que ve en ella: concursos de “talentos” que patrocinan a frikis para ganar audiencia, una enorme variedad de reality-shows chuscos y unos programas informativos y de debate donde la estulticia campa a sus anchas en un clima de gritos, mala educación y posicionamiento político radicalizado y polarizado que no puede soportar.


Tras algunos avatares (evitaré el spoilerazo) se ve envuelto junto a una preadolescente tan crítica con el país en el que vive como él llamada Roxy (Tara Lynn Barr) en un tour por los Estados Unidos que, sin rumbo fijo, tiene el objetivo de ir eliminando a la gente más molesta que se encuentran en su camino.

En “God bless America” se cruzan “Al final de la escapada” (Jean-Luc Godard, 1969), “Un día de furia” (Joel Schumacher,1993), “Bonny and Clyde” (Arthur Penn, 1967), “Asesinos natos” (Oliver Stone, 1994), “Pulp Fiction” (Quentin Tarantino, 1994), “El profesional” (Luc Besson, 1994), “Ocurrió cerca de su casa” (Rèmy Belvaux, André Bozel, Benoit Pooelvorde, 19929 , “American Dreamz, Salto a la fama” (Paul Weitz, 2004), “Network, un mundo implacable” (Sidney Lumet, 1976), "Trabajo basura" (Mike Judge, 1999) y un largo etcétera de menciones cinéfilas que hacen que la película sea una pieza de ritmo continuado pero que salta desde el más lento del cine independiente y de autor hasta la acción y donde las menciones directas a la cultura popular norteamericana van saltando de Woody Allen a Alice Cooper o a George Bush Jr.

Se identifican otros motores para la trama que avanza a golpes de dos escuelas de la filmación de la violencia, la poética de Peckimpah y la más gráfica y "comiquera" de Tarantino, del mismo modo que la propia trama avanza engrasada por un desmadre a lo John Waters (El de "Los asesinatos de mamá"(1994) donde una ama de casa intenta imponer su visión del mundo a toda la ciudad de Baltimore) al que sobrevienen momentos de reflexión que nos recuerdan a la visión comedida -en términos de movimiento de cámara y disposición de personajes en el encuadre- de Jim Jarmusch . Curiosamente, y aunque suene como una especie de "coitus interruptus" continuo o una especie de indecisión a la hora de hablar de ritmo, esa duplicidad es el código ideal para una película marcada por unos personajes -todos los personajes- a los que es imposible encasillar dentro del grupo de "buenos" y "malos".    



La única duda que me asaltó viendo “God Bless America” es la misma y algo prejuiciosa que tenemos ante este tipo de narraciones tan honestas: ¿No me estarán sermoneando vilmente?

La respuesta es no, en tanto en cuanto, la película no incluye ninguna moraleja en todo su metraje, ni tampoco señala a ningún culpable, si no que, más bien, va haciendo cada vez más evidente la cuestión de que unas redes sociales convertidas en caja de resonancia de cuchicheos y maldades, que una televisión repleta de programas estúpidos, que una celebración, a su vez, de estos comentarios estúpidos en todo tipo de charlas banales de oficina que giran alrededor del éxito de youtube donde alguien hace el ridículo y un largo etcétera de espectáculos dañinos y penosos son más un síntoma (“El típico espectáculo como el circo romano que aparece en la decadencia de una civilización” dice Jack) que un aviso. Si Goldthwait no sermonea –como sí se sermonea descaradamente en otros géneros más prestigiosos que el de la comedia- es porque está más preocupado por mostrarnos un mundo real y absurdo que parece que, en lo que a su orden se viene abajo,  que en señalarnos a los culpables. De hecho en toda la película se cruza con el por qué con el  que las victimas de Jack y Roxy les piden explicaciones sobre su actitud con el por qué cada vez más agonizante de sus protagonistas que parece que tampoco tienen respuesta sobre lo que ha ocurrido realmente.
Unas preguntas que jamás se cuestionan los gustos de los demás si no, más bien, una pregunta más desasosegante que es: ¿Por qué disfrutas viendo/haciendo/participando de esas cosas? ¿Por qué no te callas la boca en el cine? ¿Por qué usas la palabra "feminazi"? ¿Por qué estás mirando tu página de facebook en el móvil mientras hablamos? ¿Por qué mi hija cree que, con solo 9 años, tiene que tener un Iphone o una Blackberry? y, en definitiva, la más jodida de todas que es ¿Qué narices hemos hecho mal y donde perdimos los papeles? 

En la esencia de esas preguntas está una de las sorpresas de la película que parte  de cuestiones evidentes y que siempre son vistas a través de esos análisis de medio pelo que intentan cuestionar y culpabilizar al individuo a través del análisis de los comportamientos grupales (la alegre participación en la celebración del mal gusto en este caso)  para ir reduciendo todo a una cuestión más pequeña en presencia pero mucho más retorcida, jodida y personal que dirige a la audiencia: ¿Qué interés tiene la civilización y sus avances cuando no parecemos querer ser civilizados? 

Entiendo que la obra de Goldthwait resulta inmoral para los conservadores e incómoda para los que pudieran estar de acuerdo con el discurso aparente (insisto en que creo que es más un retrato bastante fiel a la realidad y como la realidad es negativa pues lo transformamos automáticamente en un discurso crítico exagerado) por parecer  agrio y combativo -algo así como le pasa a Moore con sus documentales pero, aviso, Moore señala culpables y Goldthwait no- pero en realidad es un llanto de rabia ante el panorama que vive Norteamérica que se agrava con la presencia de un patrioterismo barato (Tea Party, Libertarianismo, iglesias evangélicas radicales, etc.) que también es leído en clave de "síntoma" y no de "enfermedad" que no queda muy claro si se puede combatir. 


Ante la pregunta si el discurso o la definición de la actual situación de todo un país -de España me atrevería a decir, en tanto en cuanto, nuestra falta de interés por la preservación y la valoración de nuestra propia cultura popular nos convierte en el perfecto "país esponja" que absorbe todos los malos hábitos norteamericanos en cuestión de segundos- es demasiado ácido, combativo, exagerado (digamos, "políticamente incorrecto") y, por tanto, injusto y debería ser reconducido por su autor hacia un terrenos más conciliador, más dialogante o más flexible surge también otras preguntas importantes: ¿De verdad hay que tratar con cariño y comprensión a una gente que se comporta tan mal, que demuestra tan poca comprensión con todo lo que le rodea? ¿Si bajamos el tono del discurso acabarán comprendiendo que se equivocan?
¿Tiene derecho alguien que porta una pancarta donde pone "El SIDA es una plaga divina" ante la puerta de una clínica a ser más escuchado todavía? ¿Cómo es posible que el conductor-opinador de un programa que dedica el contenido del mismo a llamarnos anormales o criminales pida respeto para sus opiniones cuando demuestra tan poco tacto con las ajenas? 

Como Bobcat Goldthwait carece de discurso deja a estas preguntas sin contestación o esconde la contestación en pequeños detalles de la trama o, lo que es mejor, nos avisa de lo peligroso que es disentir para sobrevivir. Es más, incluso podríamos pensar que se nos está haciendo otra pregunta: ¿No te cansas de aguantar callado todo lo que pasa a tu alrededor? 

Jugando con fuego (Goldthwait es uno de esos tipos que consigue que la carcajada esté muy cerquita de la lágrima y que la risa sea a veces tontamente sincera y otras veces simplemente histérica) “God bless America” consigue que un adulto que no está en sus cabales que viaja por los Estados Unidos con una niña de 16 años matando gente que no les ha hecho “casi” nada –un asunto que parece feo pero que también dejaré fuera del spoiler…y mira que me está costando- te caiga bien y que, en el fondo, acabes entendiéndolos y queriéndolos porque son contradictorios, ridículos, naïfs, tontos y, en definitiva, humanos como todos nosotros. Y si esa tarea tan ardua se consigue a la perfección es porque los actores bordan sus papeles. Joel Murray completando magistralmente a un complicado personaje que es a la vez un asesino despiadado con las formas robóticas de Kitano pero, mostrando a la vez, una ternura y una comprensión al estilo de Willy Loman en "La muerte de un viajante" al que identifican las mejores virtudes que pensamos que tiene un padre y el de Tara Lynn Barr que también fluye entre la adolescente hiperactiva e inteligente que rechaza cualquier pensamiento único y prefiere aislarse de la corriente dominante pero, que, también muestra una faceta comedida y tierna en varios pasajes de la película. Así Frank descubre en su relación con Roxy una doble faceta de padre y educador -dirigido no hacia el bien si no hacia el mal pero igual que efectivo- que su propia hija rechaza y a Roxy al padre que no tiene miedo a tratarla como una adulta y que no le exige que se normalice. La pareja protagonista, y volvemos a la ambivalencia, se mueve a veces en la relación paterno filial  de Ryan O´Neal y Tatum O´Neal en "Luna de papel" (Peter Bogdanovich, 1973), otras, con muchísima sutileza, en la de  Bill Murray y Scarlett Johansson en "Lost in traslation" (Sofia Coppola, 2003) porque, en definitiva la cosa no va de gente mayor que se enamora de gente joven, y también, a veces, nos recuerda a Jeff Bridges y Hailee Steinfeld en el remake de "Valor de ley" (Joel y Ethan Coen, 2010)

Es una pena que el cine de este autor, que en “El mejor padre del mundo” consiguió que Robin Williams hiciera una de las mejores interpretaciones de su carrera y que de ser este un mundo justo hubiera tenido que haberse coronado con varios premios…incluso el Nobel para la propia película, sea tan desconocido en nuestro país y en el resto del mundo, que su visión ácida y crítica lo aleje de las grandes audiencias por la sencilla razón de que nadie está dispuesto a identificarse con sus personajes porque, como bien aconseja la protagonista de “Los perros dormidos mienten”, hay cosas que es mejor que se queden en casa haciéndole compañía a uno que sean del dominio público. 



Ya saben, si el espectador sospecha que el tipo o la tipa que está en pantalla es una copia de sí mismo, y no por buenas razones porque en el fondo todos tenemos una buena opinión sobre nosotros, es posible que rechace lo que ve y decida que le gusta más una de esas películas donde los buenos son buenísimos y los malos malísimos, donde las putas son princesas, los borrachos dicen la verdad y siempre existe la posibilidad de que el terrorista desactive la bomba que acababa de activar porque llega a la conclusión de que en la CIA también hay gente buena sobre todo porque, en el fondo, ese es el acuerdo tácito y no escrito que tenemos con la ficción: que nos de un respiro siendo un poquito compasiva. La gracia es que cuando esto desaparece tienes muchas posibilidades de reírte mucho por las razones adecuadas y certificar que “es gracioso porque es verdad”. Verdad de la buena y risa de la buena. Un poco amarga y un poco histérica pero muy sana. Prepárate para reirte y cuanto se asalten las dudas de sobre quién coño se están riendo recuerda que Bobcat Goldthwait se ríe de todo y de todos. Pero es porque no tenemos solución. Y eso también puede entenderse de muchas formas. 

miércoles, 25 de septiembre de 2013

Eurovegas, SÍ. Por supuesto: la nueva cultura cybertacky



El cyberpunk nos enseñó que el desarrollo tecnológico no tenía porque ser un indicativo de salud económica, social o ecológica. Lejos de las primeras propuestas optimistas de los papás de la ciencia ficción o del futurismo europeo que hablaban de un individuo liberado de la condena divina de la supervivencia a través del trabajo gracias a la invención de ingeniosas computadores y robots pronto la II Guera Mundial y la invención de la bomba atómica o la asimilación de las ideas futuristas por parte del fascismo italiano se inició una tendencia de pensamiento que concluía que esa tecnología podía volverse contra nosotros mismos y, luego, ahondaba en la posibilidad –reforzada por el redescubrimiento occidental del budismo zen japonés- de que estas mismas máquinas tomaran conciencia de su existencia, aprendieran el concepto de alma y se revelaran contra sus creadores del mismo modo que el ser humano se había revelado contra los mandatos de sus propios dioses.

El cyber-punk ahondó, consciente o inconscientemente, en tesis económicas marxistas y anarquistas para ofrecer tres terribles conclusiones:
1.  
1. a dependencia tecnológica para el desarrollo desembocaría en la creación de una nueva oligarquía sustentada sobre la propiedad de dicha tecnología esclavizando al resto de la humanidad.
2.       
La tecnología más avanzada que hoy resulta costosa y cara mañana será desarrollada por unos medios de producción de costes más bajos siendo accesible para toda la población que la consumirá en masa ahondando las diferencias económicas entre la masa social trabajadora y la nueva oligarquía.
3.       
La necesidad de mayor demanda de producto y el abaratamiento de los medios de producción atraería la necesidad de una fuerza de trabajo contratada por menos dinero y que trabajara más horas, la degradación del entorno natural por la extracción de las materias primas, el aumento de la contaminación debido a la sobreindustrialización y, claro está, un panorama futurista pero, a la vez, instaurado en una base que habría abolido las bases de las revoluciones obreras del siglo XX de un plumazo.

Así la maravilla de poder comprar un ojo biónico, pagar por la clonación de una mascota o un ser querido, la ingesta de nanorobots que curen nuestras enfermedades o de drogas sintéticas y bioeléctricas que nos hagan olvidar nuestro dolor son parte de la pesadilla y no del sueño de vivir en un mundo completamente tecnológico.

Por desgracia el cyberpunk no acertó sobre muchos de los avances tecnológicos previstos –algunos paralizados por nuestro propio intelecto y otros por el debate filosófico y teológico sobre la investigación genética- pero sí en sus predicciones económicas y sociales.  
El momento histórico actual parece más bien una especie de situación híbrida entre la utopía  de la ciencia ficción clásica y la distopia cyberpunk.

Catar y los emiratos árabes, Singapur o Kuala Lumpur, estéticamente, pertenecen al sueno de la ciencia ficción: ciudades artificiales construidas con la ayuda de la mejor tecnología para albergar los edificios más impresionantes jamás construidos y una capacidad inmensa no ya de adaptarnos al medio para sobrevivir en él si no de modificarlo para que también nos sirva como parcela de ocio. Es así como hemos conseguido que existan campos de golf en el desierto o, vaya, pistas de esquí a orillas del Golfo Pérsico.

Por desgracia la tecnología todavía no está tan desarrollada como para sustituir  a los obreros por robots que construyan estos paraísos y, por eso, la construcción de estos complejos necesita de una mano de obra sobre todo no especializada y tremendamente barata para afrontar los presupuestos de forma exitosa. Es más, el mantenimiento posterior es tan necesario que se necesita también reabsorber a un porcentaje de esos albañiles en trabajadores permanentes de estos complejos. También por sueldos bajos y trabajando en turnos de doce horas diarias.

Antes era imposible pensar en trasladar una fuerza de trabajo inmensa de trabajadores de la construcción desde Pakistán, Bangladesh, India o Filipinas hasta estos puntos tan alejados pero ahora sí es posible gracias a que, en términos de comunicación aérea, vivimos un momento de desarrollo puntero. Es posible, factible y gratis porque son las propias compañías constructoras las que ofrecen los puestos de trabajo y la posibilidad a sus trabajadores de que se les descuente el precio del billete de avión en el cobro de las primeras nóminas.

Los trabajadores de estos macrocomplejos son instalados en zonas apartadas de las ciudades donde participan en la construcción de estos poblados hechos con casetas de obra prefabricadas. Otro ahorro inmenso de costes. La manutención y los gastos correrán de su cuenta.

Las ciudades concebidas para el placer, para que la humanidad de olvide del trabajo, del dolor, de los avatares de la existencia, por tanto, necesitan de la distopia cyberpunk para ser construidas ante la ausencia de robots obreros amén de otras muchas cosas, claro está.

Si ni la utopía ni la distopia cyberpunk se han cumplido del todo (ni replicantes, ni jardines del edén instalados dentro de cúpulas de metacrilato) es posible que tengamos que ponerle un nombre a todo esto. Propongo “CyberTacky” (Cyber hortera).

Porque no hay nada más hortera que lo ostentoso y no hay nada más criminal que construirlo tirando de las peores formas de esclavización posible. Una esclavización que en primer y doloroso término afecta a la situación de esos trabajadores pero que tiene una ramificación más suave y sutil en todos nosotros que se demuestra en la fascinación del hortera de clase media que admira fascinado las obras de Catar y pasa también por la desinformación absoluta sobre la forma en que se están llevando a cabo estas construcciones. Desinformación que cuenta con la colaboración de nuestros medios, no es plan eso de andar teniendo que renunciar a unas jugosas inversiones publicitarias pagadas por las oficinas de turismo de esos países y también de un sistema económico que depende casi exclusivamente del petróleo que mana de esos países.
¿Sabemos que estos países son ferreas dictaduras? Sí, lo sabemos y lo aceptamos con cierta alegría como también aceptamos y toleramos que parte del dinero de los emiratos vaya a manos del terrorismo islámico.
En el pasado muchas empresas norteamericanas como Nike se convirtieron en multinacionales prestigiosas y multimillonarias gracias a trasladar sus centros de trabajo a países del sudeste asiático donde la mano de obra era mucho más barata y las leyes de protección del trabajador muchísimo menos exigentes. Además no existían los sindicatos norteamericanos que siempre se ponen muy quisquillosos con respecto a estas cuestiones. General Motors destruyó gran parte de la economía de los Estados Unidos marchándose a México por esas razones y, en nuestro país, hemos visto como muchas multinacionales han cerrado sus plantas aquí para marcharse a otros países más baratos.




El “Cybertacky” llegará a Alcorcón, a pocos kilómetros de Madrid en forma de Eurovegas. Un macrocasino que ha aterrizado en nuestro país con la promesa de dar puestos de trabajo y generar riqueza.

El asunto, como sabemos, se nos vende como un avance, como un destino utópico y como la salvación de gran parte de la situación insalvable en la que nos vemos sumidos. Es curioso, insisto en mi anterior entrada de este blog, que un partido que ha parecido siempre muy preocupado por acabar con el ocio nocturno en la capital de España (y allí donde ha podido cargárselo) vea ahora en Eurovegas, una ciudad artificial cuyos beneficios vendrán justamente de un tipo de ocio menos inofensivo que tomarse un  whisky-cola a las cuatro de la mañana en un bar, celebre la llegada de unas instalaciones cuyos dueños insisten en que las leyes españolas son un muermazo.

Sí, amigos, las leyes españolas son un muermazo porque son muy tiquismiquis con los horarios y con el consumo de tabaco dentro de los bares. Ahora resulta que unos norteamericanos nos dicen a nosotros que no sabemos divertirnos. Será verdad.

Pero lo menos preocupante de Eurovegas es que sus promotores, Las Vegas Sands, quieran tener horarios de 24 horas o que se permita a los jugadores fumar mientras echan unas tragaperras. De hecho estoy a favor. Todos estamos a favor.

Me preocupa más el hecho de que los que nos venden el proyecto, el PP madrileño, sean partícipes de la situación económica en la que sobrevivimos y en el hecho inconfundible de que todas las medidas que han tomado hasta ahora no han servido para nada. Si como sostenían Los Pelayos para triunfar en la ruleta había que estudiar la tendencia de la misma durante días tendremos que estar de acuerdo en que la tendencia del PP no es buena y lo que creen que es una mano ganadora bien podría ser uno de los muchos faroles que se han estado tirando en los últimos tiempos.



¿Será Eurovegas rentable? Teniendo en cuenta las exenciones fiscales que han pedido es posible que no lo sea para las arcas del estado porque se recaudará bastante poco en concepto de impuestos. Me preocupa este asunto, que el PP siempre considera menor, porque es de ahí de donde sale gran parte de la riqueza de un país: de la administración de su caudal público. ¿Por qué Las Vegas Sands tiene derecho a unas exenciones fiscales que no podrán disfrutar los dueños de los restaurantes de Alcorcón? Pues nadie lo sabe. 

Todo parece una cuestión de volumen de negocio: tienes derecho a ser tratado diferente en tanto en cuanto vayas a tener más beneficios.

Entiendo que Adelson y su multinacional quieran recuperar la inversión de Eurovegas cuanto antes atrayendo al mayor número de turistas posible a sus instalaciones para retenerlos vaciándose los bolsillos el mayor tiempo posible (no hablo solo de juego si no también de discotecas, pubs, espectáculos etc.) y que quieran jugar la baza de pagar menos impuestos para comenzar  a marcar números positivos en sus libros de cuentas en el menor tiempo posible pero no sé si me hace gracia que lo hagan a costa de unos cambios de legislación fiscales de los que nadie más que ellos podrían beneficiarse.



Pero esto solo es el principio porque, en realidad, todas estas medidas parecen desaforadas y ofrecidas en un punto de la negociación en que Las Vegas Sands sabe que no hay negociación posible. Tampoco el PP madrileño está jugando una baza que podría ser interesante: Adelson quiere un macrocomplejo en Europa pero no parece que, excepto España, ninguno de los países más afectados por la crisis parezca interesado en participar en la construcción del complejo. Hablo de Portugal o Grecia que pasan por un momento económico complicado.

En esa especie de subasta pública sobre la instalación de Eurovegas Francia, por ejemplo, no demostró el interés que sí tuvo cuando se partió la cara por ser la sede del Disneyland europeo y, a la misma, solo acudieron dos ciudades españolas: Madrid y Barcelona. Que el PP y CiU sean los partidos gobernantes y hayan puesto el mismo interés compartiendo, más o menos, los mismos escándalos financieros y hayan adoptado decisiones similares con respecto a la sanidad y la educación parece la última coincidencia ideológica entre dos formaciones que se muestran muy interesadas, sin embargo, en parecer antagónicas.

La cuestión de fondo, la que parece más preocupante, la que determinará si queremos un poco de esa nueva cultura “cybertacky” en nuestro país parece continuamente disimulada pero parece la más grave: ¿Quién va a construir Eurovegas y quién va a trabajar en Eurovegas?

Las redes sociales, ese espejo deformado y valleinclanesco, insiste mucho en mosquearse por el tema de la ley antitabaco pero, en realidad, dos de las condiciones que Las Vegas Sands ha hecho llegar al Gobierno de la Comunidad de Madrid y hoy mismo a Rajoy son más sorprendentes:

1Una nueva reforma laboral que elimine, de facto, el concepto de “sueldo mínimo” en el que el trabajador cobrará única y exclusivamente las horas de trabajo sin recibir ni una sola ventaja. Ventajas tales como, por ejemplo, vacaciones pagadas.
2.      
La agilización de los trámites para conseguir un visado.

La primera es tan ridícula y evidente que no hace falta comentarla pero la segunda, que fue comentada en un debate de la semana pasada sobre Eurovegas en el Canal 24 horas de TVE, es un tanto chocante.
¿Para qué necesita Las Vegas Sands que se aligeren los trámites para conseguir un visado? El siempre simpaticón Alfonso Rojo, un hombre que se tira a cualquier piscina sin preguntar primero la profundidad de la misma, extendió un pliego de descargo que comienza a repetirse de manera insistente: La medida facilitará la llegada de jugadores multimillonarios de otros países que podrán pasarse aquí el tiempo que crean necesario perdiendo su dinero.

Bien, eso sería factible si pensamos en unos términos en los que Eurovegas será una especie de casino de Montecarlo completamente exclusivo y el panorama del juego internacional se basara en lo que hemos visto en las películas de James Bond.

La riqueza de Eurovegas, como de Las Vegas, no vendrá de esos pretendidos jugadores multimillonarios (son pocos en todo el mundo aunque parezca lo contrario) si no de atraer a un turismo más popular que vendrá atraído por un paquete básico: vuelo charter+hotel+all you can eat.

Es decir, Eurovegas se parecerá más al “Spring break” que se viene celebrando en Lloret de Mar en los últimos años que a Montecarlo. De hecho si se nos insiste en la riqueza que va a generar Eurovegas se nos insiste, a la vez, en que esta vendrá gracias al aumento del turismo en nuestro país que ya no llegará solo en el verano si no durante todo el año.

Ya, por enredar, es difícil pensar que un jugador de ruleta chino quiera permanecer en nuestro país jugando ininterrumpidamente durante un periodo superior al que le brinda un visado turístico actual. Digo yo que no habrá muchos magnates rusos que se hayan instalado en Las Vegas o en Macao para jugar durante uno o dos años.


Como decía en una antigua entrevista Servando Carballar, líder de Aviador Dro y sus obreros especializados, hablando sobre un presunto aligeramiento de la propuesta de su grupo pero que bien podía ser aplicada a los preceptos del cybertacky este solo es posible en un momento en que tenemos más en cuenta el radicalismo de las masas que el experimentalismo de las élites. Y más cuando no hablamos de la instalación de un pequeño complejo de cinco o seis estrellas, discreto y mono que albergue solo a clientela VIP si no a eso, a un macrocomplejo de varios casinos, 3000 habitaciones de hotel etc. 

¿Para qué se necesita entonces agilizar estos visados? La respuesta hay que buscarla en la pregunta sobre quién será la fuerza de trabajo de Eurovegas. Una fuerza de trabajo que tendrá que venir de fuera de nuestro país y que necesitará visados en regla ofrecidos en muy poco tiempo para permanecer aquí durante dos o tres años hasta la finalización de las obras y luego, en parte, ser reabsorbido en equipos de mantenimiento y limpieza del propio complejo.


El modelo “cybertacky” es uno y universal y, por tanto, los obreros españoles parecerán caros con respecto a la posibilidad de atraer a trabajadores de otros continentes por sueldos míseros.

Si hablamos del flujo laboral que ha sido necesario para mantener el ritmo de construcción en nuestro país durante la burbuja inmobiliaria y que benefició el traslado de cuadrillas de Extremadura, Castilla o Andalucía hacia grandes obras y de que esta se reproducirá para la construcción de Eurovegas tenemos que tener en cuenta que este trabajo sí resultaba rentable para un obrero porque las constructoras patrias ofrecían sueldos altos, traslados gratuitos y, en los casos que yo conozco, alojamiento.

Si Las Vegas Sands pretende construir Eurovegas en un tiempo record gracias a turnos de 12-14 horas, ofertando sueldos por debajo del sueldo mínimo actual, sin horas extras, sin facilitar dietas ni alojamiento (al menos digno) va a tener un problema grande, en tanto en cuanto, no conseguirá todos sus trabajadores en nuestro país y, por tanto, tendrá que buscarlos fuera. Seguramente porque ya piensa buscarlos fuera porque ya ha construido otros casinos bajo estos mismos presupuestos de precariedad laboral.

Es posible que me confunda y que haya albañiles a los que no le importe trabajar en Madrid de Lunes a Sábado (se acabó eso del horario de la construcción de librar de viernes a domingo) en turnos que exceden en 6 horas el horario laboral establecido por nuestra ley, pagándose sus gastos pero me temo que serán los menos. Serán los que tengan una situación más precaria y, por tanto, permitir que esto ocurra no es más que extender un poquito más el límite de la desvergüenza nacional.

Teniendo en cuenta esta experiencia yo diría que el número de puestos de trabajo generados por Eurovegas será más bien bajo tanto en su construcción como luego en su instalación si no, sinceramente, todo este asunto un poco turbio de los visados no se hubiera puesto sobre la mesa y, mucho menos, el hecho de que Las Vegas Sands tenga la posibilidad de contratar a quien quiera, como quiera y donde quiera.

El problema de Eurovegas no es que sea feo o que haya objeciones morales a que la gente se divierta como quiera. El problema de Eurovegas es que huele a tongo, que apesta a carta marcada y a dado cargado y que, al final, hay que pensar que la banca siempre gana porque no hay manera de ganarle dos veces seguidas a la estadística ni a la tendencia.


Eurovegas no será estéticamente un horror como no lo son los complejos turísticos de los Emiratos árabes pero, sinceramente, la construcción de esta utopía no es posible sin la distopia del cybertacky. Si estamos dispuestos a dejarnos engañar por unos tahúres o a pensar que estos tahúres nos permitirán disfrutar de sus beneficios es porque nos hemos sentado a echar unas manitas de poker y llevamos un rato intentando buscar al tonto de la partida…ha pasado el suficiente tiempo como para que nos demos cuenta de que el tonto somos nosotros y que nos van a desplumar.

Bienvenido sea el cybertacky, elevemos este canto hacia la tecnología punta puesta al servicio de la esclavitud y el ocio y digamos todos juntos: Eurovegas, sí. Por supuesto. Como no. 

lunes, 9 de septiembre de 2013

Madrid me mata...de corazón


(El artículo ha sido actualizado con una nota al final del mismo)

Vale, Ana Botella no tiene ni puta idea de inglés. Muy español. En realidad este es un reflejo del poco interés del español medio por aprender cualquier lengua que no sea la suya propia. Y convengamos en decir que Ana Botella, y su famoso consorte, tienen una mentalidad muy de español medio que, por las circunstancias (bien sea haber tenido éxito con un taller de aluminio, bien por haber sido Presidente del Gobierno y Alcaldesa de Madrid) han tenido “éxito en la vida”.

Los Aznar-Botella siempre me han parecido unos paletos. Unos paletos de esos que, cuanto más se han esforzado por dejar de serlo, más se les notaba el pelo de la dehesa. Sin más.

Pese a sus evidentes carencias en términos de gusto, profundidad cultural, conocimiento de la historia de España y, sobre todo, de la división entre lo público y lo privado este tándem político parece sentirse muy a gusto. Es más, demuestra en cada aparición pública que creen estar en otro nivel, en uno altísimo, en uno que ningún mortal sería capaz de apreciar en toda su grandeza.

Lo terrible no es que Ana Botella no sepa inglés, lo terrible es que nadie le haya dicho que no sabe inglés y le haya dejado creer que sí del mismo modo que alguien le hizo creer a su marido que corría los 10.000 metros lisos dos o tres minutos más rápido que el recordman africano de la especialidad. Es más, estaba tan seguro de ello, que poniendo los pies sobre la mesita de café así se lo contó a George W. Bush.




Los Aznar-Botella han venido demostrando en las dos últimas décadas que creen que van “sobraos”. Tanto que Aznar estuvo dando clases en Georgetown y que su esposa decidió que era momento de dedicarse a la política. No desde abajo y tal, no. Bueno, desde lo que Ana Botella considera comenzar desde “abajo”: concejalías fugaces de camino a ser nombrada alcaldesa de una capital europea de más de 3´5 millones de habitantes. Modestia lo llaman. Y sin pasar por un proceso electoral.

Ya digo que no me importa mucho que Ana Botella no sepa inglés. Ahí estuvo Mariano Rajoy hablando en español, diciendo muchos topicazos pero, bueno, al parecer bastante consciente de que no está el patio como para darle más carnaza al populacho. Bien, presi, bien.

Lo que me molestó del discurso del “Relaxing cup of café con leche in la Plaza Mayor” fue el hecho de que la alcaldesa fuera capaz de vender “la noche madrileña” como uno de los atractivos de la candidatura casi por encima del hecho de que tenemos ahí unas infraestructuras criando matojos desde hace seis años y que solo sabe Alá qué pasará ahora con ellas. Es más, el avispadísimo gurú que han contratado por 2 milloncejos de euros para dirigir el cotarro de la candidatura, ha tenido el empeño de vender Madrid como una ciudad alegre y simpática, efervescente cuando se oculta el Sol.

El problema es que desde que el PP apoyó la moción de censura contra Juan Barranco y puso en el poder a Rodríguez Sahagún no ha hecho otra cosa que intentar cargarse toda esa vida nocturna y, con ella, no solo el hecho de tener gente bebiendo a horas intempestivas si no, también, la celebración de cualquier actividad cultural con horario nocturno.

Es posible que a Ana Botella nadie le haya informado de este hecho, de que el ala más rancia y costrosa de aquel Partido Popular (con Álvarez del Manzano como cerebro y el Concejal Matanzo como brazo fuerte) que se oponía a cualquier sala de conciertos, bar, disco pub o sala de exposiciones donde se juntaran más de cinco madrileños para echar el rato.

La excusa del ruido, del sexo con SIDA o embarazo no deseado, de la destrucción de la fibra moral de la juventud, del relajo de las costumbres, de la delincuencia, de la droga y un largo etcétera de tróspidas excusas han servido para acabar con una vida nocturna que jamás volveremos a recuperar.

Es un hecho que la ciudad de Madrid no tiene una buena red de conciertos pequeños y tampoco de grandes conciertos. Esas cosas se hacen en capitales más conscientes de sus fuerzas como Lisboa donde se puede fumar en los bares y se puede beber una cerveza sentado en cualquiera de las escalinatas del Barrio Alto sin temor a ser molestado. El PP llamó a eso “vandalismo”.

¿Qué efecto ha producido esa prohibición? Las “chino latas”. No me llaméis loco, una directiva municipal absurda sobre falta de salubridad ha provocado no la eliminación de la costumbre de beber en la calle si no, más bien, la proliferación de la venta ilegal de alcohol. Estupendo.

Este es un ejemplo pequeño de un problema mucho más grande. La reticencia del Ayuntamiento de Madrid a dar licencias de locales de ocio, su guerra abierta contra todo lo que oliera a entretenimiento y cultura nocturna (insisto, conciertos, exposiciones, representaciones teatrales, ciclos de cine…) provocó la proliferación de locales menos salubres, menos acondicionados y menos seguros y, por tanto, de un enrarecimiento del ambiente nocturno y de una avería general del mismo. Los ejemplos en la capital son enormes.

Esta teórica fortaleza caciquil ha generado casos de corrupción sangrantes y diarios que, si tenemos en cuenta el testimonio por la bajini de algunos propietarios de locales, ha venido en multiplicar la aparición de mafias reconvertidas en “equipos de seguridad” y la solicitud “a calzón quitao” de algunos elementos del funcionariado público de pedir dinero a cambio de, cuando no hacer la vista gorda, dejar de pasarse por el local para ponerse tiquismiquis con el nivel de ruido, las obras de insonorización y tantos y tantos requisitos.
Solo así puede explicarse que haya locales en Madrid que reciban la visita puntual de los municipales todos los días que abren sus puertas y otros tengan camello oficial en la puerta de los lavabos sin que se persone en las instalaciones ni un enano vestido con el uniforme de Prosegur.

El caballo de batalla de los 80 fue el punk, el de los 90 el rock y, en los últimos tiempos, ha sido el tecno y la cultura de las drogas y el desencanto que, teóricamente, arrastran. Menos mal que, para salvarnos de él y para comportarse como la Liga Americana por la Decencia que auspició el Código Hays tengamos a un ayuntamiento que, albricias, con motivo de la posibilidad de darle salida a un montón de obras públicas que se construyeron antes de tiempo y que de habernos designado como sede olímpica habrían sido declaradas como “obsoletas” y vueltas a construir se cae del caballo y hace de algo que se ha intentado cargar (que se ha cargado en gran parte) un “motivo de atracción turística”.

Recuerdo las palabras del actor Alfonso del Real que a mediados de los 90 adquirió un local con el dinero que había ahorrado durante años de duro trabajo para convertirlo en un café-concierto. Ni con él, con aquel inofensivo ancianito, tuvieron piedad y le permitieron hacer todas las obras para luego denegarle los permisos de apertura porque, teóricamente, los vecinos se habían quejado de que el establecimiento iba  a hacer mucho ruido. “Me han arruinado” dijo llorando en una entrevista. Y eso que ni siquiera hablábamos de una juventud despendolada y ye-yé bebiendo, drogándose y fornicando a su libre albedrío; estábamos hablando de un café-concierto donde se ofrecerían actuaciones de música lírica y repertorios de cuplé.

NOTA: Por lo que me cuenta un airado comentarista el local de Alfonso del Real llegó a abrir. Se llamaba "Zarabanda" y tuvo actividad comercial como "café-teatro" hasta que le fue revocada la licencia para horario nocturno y optó por el horario diurno. En el horario diurno funcionó durante un tiempo, corto, como "after hours"...Por ahí decía yo que las ordenanzas municipales habían generado monstruos de este tipo (la conversión de un café-teatro en un after hour...por ejemplo) y habían criminalizado la diversión con actitudes un poco ridículas.


Bien haría este consistorio, si tiene a bien, de dejarse de aventuras olímpicas e invertir un dos o un tres por cierto de ese dinero y esfuerzo en reforzar los lazos de la ciudad con la cultura y la diversión, con el compromiso de volver a ser la ciudad que fue en la década de los 80 y los 90 donde disfrutamos de todo tipo de eventos culturales y lúdicos que poco tenían que ver con esa obsesión por las procesiones garbanceras de Álvarez del Manzano y la restauración chusca e impostada del verbeneo rancio que se confunde con la tradición para que Espe, Alberto o Ana se hagan un publireportaje vestidos de chulapos y se marquen un chotis con algún viejo despistado.



Más les valía estudiar a nuestros gobernantes por qué no hubo banda interesante en aquellas dos décadas que no viniera a Madrid a dejarnos la flor de su gracia y por qué ahora ya no estamos en el mapa y, sobre todo, cuál es la razón para obsesionarse con convertir Madrid en un lugar aburrido.  Si Ana Botella supiera qué ciudad dirige se daría cuenta de que el espíritu de la misma es noctívago, no por Alaska y los Pegamóides y por la promoción que Tierno Galván hizo de Madrid como un destino juvenil si no por gente como Rubén Darío o Valle-Inclán. 

El problema de Ana Botella no es que no sepa inglés, el problema de Ana Botella es que es una completa ignorante que desconoce la historia de la ciudad que gobierna y, más allá de eso, qué narices puede ofertar Madrid que pueda etiquetarse como “noche madrileña”. 

El problema de la alcaldesa de Madrid es que está tan poco acostumbrada a hablarnos como si mereciéramos algo de respeto, está tan poco acostumbrada a no echarnos la bronca, a no respondar a preguntas, a no soportar la más mínima crítica, está tan acostumbrada al tono desafiante y hostil y al "ordeno y mando" y a no tener que pedir nada "por favor" que cuando quiere resultar simpática y cercana parece aún más escalofriante, parece la bruja atrayendo a Hansel y Gretel a la casa de caramelo. Seguramente porque lleva unos años haciéndose a la idea de que los súbditos somos todos tontos y estamos hambrientos y que, por tanto, nos creemos cualquier cosa. Es una pena que no calculara que el COI está lleno de estómagos repletos y de gente que necesita menos a Madrid de lo que ella necesita a la ciudad. 

Como madrileño (madrileño impostado pues no nací aquí...aunque esa es una forma como otra cualquier de ser madrileño llamada "porque yo lo valgo") esta ciudad me mata. Me mata de verdad. La adoro. Será por eso que ese amor a este sitio me haga preguntarme por qué su máxima representante no tiene ni puta idea de como respira y late.