viernes, 27 de septiembre de 2013

Armados y cabreados ( Bobcat Goldthwait, 2012)


Bobcat Goldthwait tiene una de esas trayectorias cinematográficas que, están tan apegadas al momento en el que se hacen, que es complicado que no resulten tachadas rápidamente como dañinas, exageradas o perjudiciales por sus contemporáneos.

Si has visto “Los perros dormidos mienten” (2006) o “El mejor padre del mundo” (2009) sabrás que son películas correosas de digerir, negras como el carbón y fuera de los límites de lo políticamente correcto. Cuando digo esto último quiere decir que, de verdad, están fuera de esos límites porque Goldthwait no juega al juego de provocar si no que se limita, con maestría, a hilar unas comedias tan unidas a la realidad y tan conocedoras de nuestros defectos como seres humanos que su sorpresa reside en que rompen por completo el pacto implícito y secreto que se establece entre el espectador y la narración donde el primero adivina unos segundos antes cuál será la reacción de los personajes.
Solo unos segundos antes. Te sientas ahí y esperas que los personajes de la película reaccionen como héroes ante la adversidad o que revelen el gran secreto de la existencia o que se sacrifiquen por el equipo o que descubran que la chica fea, en realidad, es un bellezón cuando se quita las gafas y la coleta y que por eso la han invitado al baile…aquí, no esperen esa piedad, ese optimismo o esa esperanza sobre el ser humano. Lo mejor de los personajes creados por Bob Goldthwait es que suelen reaccionar mal que es como suele reaccionar la gente que se ve envuelta en alguna situación que no comprende o que le supera.

El protagonista de “Armados y cabreados” (originalmente titulada “God bless America” y aquí sufriendo el hecho de que las distribuidoras tienen a bien poner títulos gilipollas a las comedias) es Frank (Joel Murray, hermano de Bill Murray) un apocado trabajador de una aseguradora. Está divorciado y tiene una hija que no quiere verlo porque se empeña en llevarla al zoo y hacer actividades en lugar de estar en casa jugando a la videoconsola. Por las noches no puede dormir porque tiene migrañas y porque sus vecinos se pasan el día discutiendo e intentando hacer callar a un hijo desatendido aún más ruidoso que ellos. Frank, además, vive aterrorizado por la programación televisiva y por lo que ve en ella: concursos de “talentos” que patrocinan a frikis para ganar audiencia, una enorme variedad de reality-shows chuscos y unos programas informativos y de debate donde la estulticia campa a sus anchas en un clima de gritos, mala educación y posicionamiento político radicalizado y polarizado que no puede soportar.


Tras algunos avatares (evitaré el spoilerazo) se ve envuelto junto a una preadolescente tan crítica con el país en el que vive como él llamada Roxy (Tara Lynn Barr) en un tour por los Estados Unidos que, sin rumbo fijo, tiene el objetivo de ir eliminando a la gente más molesta que se encuentran en su camino.

En “God bless America” se cruzan “Al final de la escapada” (Jean-Luc Godard, 1969), “Un día de furia” (Joel Schumacher,1993), “Bonny and Clyde” (Arthur Penn, 1967), “Asesinos natos” (Oliver Stone, 1994), “Pulp Fiction” (Quentin Tarantino, 1994), “El profesional” (Luc Besson, 1994), “Ocurrió cerca de su casa” (Rèmy Belvaux, André Bozel, Benoit Pooelvorde, 19929 , “American Dreamz, Salto a la fama” (Paul Weitz, 2004), “Network, un mundo implacable” (Sidney Lumet, 1976), "Trabajo basura" (Mike Judge, 1999) y un largo etcétera de menciones cinéfilas que hacen que la película sea una pieza de ritmo continuado pero que salta desde el más lento del cine independiente y de autor hasta la acción y donde las menciones directas a la cultura popular norteamericana van saltando de Woody Allen a Alice Cooper o a George Bush Jr.

Se identifican otros motores para la trama que avanza a golpes de dos escuelas de la filmación de la violencia, la poética de Peckimpah y la más gráfica y "comiquera" de Tarantino, del mismo modo que la propia trama avanza engrasada por un desmadre a lo John Waters (El de "Los asesinatos de mamá"(1994) donde una ama de casa intenta imponer su visión del mundo a toda la ciudad de Baltimore) al que sobrevienen momentos de reflexión que nos recuerdan a la visión comedida -en términos de movimiento de cámara y disposición de personajes en el encuadre- de Jim Jarmusch . Curiosamente, y aunque suene como una especie de "coitus interruptus" continuo o una especie de indecisión a la hora de hablar de ritmo, esa duplicidad es el código ideal para una película marcada por unos personajes -todos los personajes- a los que es imposible encasillar dentro del grupo de "buenos" y "malos".    



La única duda que me asaltó viendo “God Bless America” es la misma y algo prejuiciosa que tenemos ante este tipo de narraciones tan honestas: ¿No me estarán sermoneando vilmente?

La respuesta es no, en tanto en cuanto, la película no incluye ninguna moraleja en todo su metraje, ni tampoco señala a ningún culpable, si no que, más bien, va haciendo cada vez más evidente la cuestión de que unas redes sociales convertidas en caja de resonancia de cuchicheos y maldades, que una televisión repleta de programas estúpidos, que una celebración, a su vez, de estos comentarios estúpidos en todo tipo de charlas banales de oficina que giran alrededor del éxito de youtube donde alguien hace el ridículo y un largo etcétera de espectáculos dañinos y penosos son más un síntoma (“El típico espectáculo como el circo romano que aparece en la decadencia de una civilización” dice Jack) que un aviso. Si Goldthwait no sermonea –como sí se sermonea descaradamente en otros géneros más prestigiosos que el de la comedia- es porque está más preocupado por mostrarnos un mundo real y absurdo que parece que, en lo que a su orden se viene abajo,  que en señalarnos a los culpables. De hecho en toda la película se cruza con el por qué con el  que las victimas de Jack y Roxy les piden explicaciones sobre su actitud con el por qué cada vez más agonizante de sus protagonistas que parece que tampoco tienen respuesta sobre lo que ha ocurrido realmente.
Unas preguntas que jamás se cuestionan los gustos de los demás si no, más bien, una pregunta más desasosegante que es: ¿Por qué disfrutas viendo/haciendo/participando de esas cosas? ¿Por qué no te callas la boca en el cine? ¿Por qué usas la palabra "feminazi"? ¿Por qué estás mirando tu página de facebook en el móvil mientras hablamos? ¿Por qué mi hija cree que, con solo 9 años, tiene que tener un Iphone o una Blackberry? y, en definitiva, la más jodida de todas que es ¿Qué narices hemos hecho mal y donde perdimos los papeles? 

En la esencia de esas preguntas está una de las sorpresas de la película que parte  de cuestiones evidentes y que siempre son vistas a través de esos análisis de medio pelo que intentan cuestionar y culpabilizar al individuo a través del análisis de los comportamientos grupales (la alegre participación en la celebración del mal gusto en este caso)  para ir reduciendo todo a una cuestión más pequeña en presencia pero mucho más retorcida, jodida y personal que dirige a la audiencia: ¿Qué interés tiene la civilización y sus avances cuando no parecemos querer ser civilizados? 

Entiendo que la obra de Goldthwait resulta inmoral para los conservadores e incómoda para los que pudieran estar de acuerdo con el discurso aparente (insisto en que creo que es más un retrato bastante fiel a la realidad y como la realidad es negativa pues lo transformamos automáticamente en un discurso crítico exagerado) por parecer  agrio y combativo -algo así como le pasa a Moore con sus documentales pero, aviso, Moore señala culpables y Goldthwait no- pero en realidad es un llanto de rabia ante el panorama que vive Norteamérica que se agrava con la presencia de un patrioterismo barato (Tea Party, Libertarianismo, iglesias evangélicas radicales, etc.) que también es leído en clave de "síntoma" y no de "enfermedad" que no queda muy claro si se puede combatir. 


Ante la pregunta si el discurso o la definición de la actual situación de todo un país -de España me atrevería a decir, en tanto en cuanto, nuestra falta de interés por la preservación y la valoración de nuestra propia cultura popular nos convierte en el perfecto "país esponja" que absorbe todos los malos hábitos norteamericanos en cuestión de segundos- es demasiado ácido, combativo, exagerado (digamos, "políticamente incorrecto") y, por tanto, injusto y debería ser reconducido por su autor hacia un terrenos más conciliador, más dialogante o más flexible surge también otras preguntas importantes: ¿De verdad hay que tratar con cariño y comprensión a una gente que se comporta tan mal, que demuestra tan poca comprensión con todo lo que le rodea? ¿Si bajamos el tono del discurso acabarán comprendiendo que se equivocan?
¿Tiene derecho alguien que porta una pancarta donde pone "El SIDA es una plaga divina" ante la puerta de una clínica a ser más escuchado todavía? ¿Cómo es posible que el conductor-opinador de un programa que dedica el contenido del mismo a llamarnos anormales o criminales pida respeto para sus opiniones cuando demuestra tan poco tacto con las ajenas? 

Como Bobcat Goldthwait carece de discurso deja a estas preguntas sin contestación o esconde la contestación en pequeños detalles de la trama o, lo que es mejor, nos avisa de lo peligroso que es disentir para sobrevivir. Es más, incluso podríamos pensar que se nos está haciendo otra pregunta: ¿No te cansas de aguantar callado todo lo que pasa a tu alrededor? 

Jugando con fuego (Goldthwait es uno de esos tipos que consigue que la carcajada esté muy cerquita de la lágrima y que la risa sea a veces tontamente sincera y otras veces simplemente histérica) “God bless America” consigue que un adulto que no está en sus cabales que viaja por los Estados Unidos con una niña de 16 años matando gente que no les ha hecho “casi” nada –un asunto que parece feo pero que también dejaré fuera del spoiler…y mira que me está costando- te caiga bien y que, en el fondo, acabes entendiéndolos y queriéndolos porque son contradictorios, ridículos, naïfs, tontos y, en definitiva, humanos como todos nosotros. Y si esa tarea tan ardua se consigue a la perfección es porque los actores bordan sus papeles. Joel Murray completando magistralmente a un complicado personaje que es a la vez un asesino despiadado con las formas robóticas de Kitano pero, mostrando a la vez, una ternura y una comprensión al estilo de Willy Loman en "La muerte de un viajante" al que identifican las mejores virtudes que pensamos que tiene un padre y el de Tara Lynn Barr que también fluye entre la adolescente hiperactiva e inteligente que rechaza cualquier pensamiento único y prefiere aislarse de la corriente dominante pero, que, también muestra una faceta comedida y tierna en varios pasajes de la película. Así Frank descubre en su relación con Roxy una doble faceta de padre y educador -dirigido no hacia el bien si no hacia el mal pero igual que efectivo- que su propia hija rechaza y a Roxy al padre que no tiene miedo a tratarla como una adulta y que no le exige que se normalice. La pareja protagonista, y volvemos a la ambivalencia, se mueve a veces en la relación paterno filial  de Ryan O´Neal y Tatum O´Neal en "Luna de papel" (Peter Bogdanovich, 1973), otras, con muchísima sutileza, en la de  Bill Murray y Scarlett Johansson en "Lost in traslation" (Sofia Coppola, 2003) porque, en definitiva la cosa no va de gente mayor que se enamora de gente joven, y también, a veces, nos recuerda a Jeff Bridges y Hailee Steinfeld en el remake de "Valor de ley" (Joel y Ethan Coen, 2010)

Es una pena que el cine de este autor, que en “El mejor padre del mundo” consiguió que Robin Williams hiciera una de las mejores interpretaciones de su carrera y que de ser este un mundo justo hubiera tenido que haberse coronado con varios premios…incluso el Nobel para la propia película, sea tan desconocido en nuestro país y en el resto del mundo, que su visión ácida y crítica lo aleje de las grandes audiencias por la sencilla razón de que nadie está dispuesto a identificarse con sus personajes porque, como bien aconseja la protagonista de “Los perros dormidos mienten”, hay cosas que es mejor que se queden en casa haciéndole compañía a uno que sean del dominio público. 



Ya saben, si el espectador sospecha que el tipo o la tipa que está en pantalla es una copia de sí mismo, y no por buenas razones porque en el fondo todos tenemos una buena opinión sobre nosotros, es posible que rechace lo que ve y decida que le gusta más una de esas películas donde los buenos son buenísimos y los malos malísimos, donde las putas son princesas, los borrachos dicen la verdad y siempre existe la posibilidad de que el terrorista desactive la bomba que acababa de activar porque llega a la conclusión de que en la CIA también hay gente buena sobre todo porque, en el fondo, ese es el acuerdo tácito y no escrito que tenemos con la ficción: que nos de un respiro siendo un poquito compasiva. La gracia es que cuando esto desaparece tienes muchas posibilidades de reírte mucho por las razones adecuadas y certificar que “es gracioso porque es verdad”. Verdad de la buena y risa de la buena. Un poco amarga y un poco histérica pero muy sana. Prepárate para reirte y cuanto se asalten las dudas de sobre quién coño se están riendo recuerda que Bobcat Goldthwait se ríe de todo y de todos. Pero es porque no tenemos solución. Y eso también puede entenderse de muchas formas. 

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