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miércoles, 29 de octubre de 2008

Titanic en los tiempos del Katrina


Es curioso pero no se ha hecho ningún paralelismo entre el Titanic y la situación actual del capitalismo. La culpa la tiene la película homónima que dirigió James Cameron que hizo pensar a muchos que el hundimiento de un barco majestuoso y la muerte de un par de miles de personas era el tributo a pagar para ver una ínfima historia de amor entre un artista de poco talento y una cazadotes a la que le crece la conciencia social justo cuando el agua le está llegando al cuello que es, más o menos, como intentar enmendar una vida de ateísmo militante en el último estertor. Lamentable.


Vi la película, por cierto, al lado del ex pianista de Parada, Pablo Sebastian, y su novio en los cines Acteón de Madrid. Ni que decir tiene que me concentré más en las reacciones de mi casual compañero de fila que en la película que, en el fondo, me estaba resultando un coñazo. A él le encantó por cierto. Juro que lo dijo con lágrimas en los ojos: “Es la película más bonita que he visto en mi vida”.
Me parece increíble que un polvo de dos pazguatos puede anular ante los ojos del espectador toda la destrucción, toda esa gente ahogada, en definitiva, toda la tragedia “on the rocks”. Nunca he entendido como a nadie se le ha podido ocurrir ese subgénero cinematográfico tremendo de “historias de amor en tiempos muy malitos” ¿Alguien puede concentrarse en ligotear cuando los nazis están a las puertas de Varsovia? ¿Te concentrarías en pelar la pava en pleno bombardeo? ¿Había cabida para el romance en Abu Ghraib?

El caso es que es emocionante que la gente crea a pies juntillas que el amor, el romance, florece en el mismo asfalto, que sobreviviría junto a ratas y cucharachas a una hecatombe nuclear. Mola.
Historias que ocultan historias…que bonito subterfugio. Muy utilizado por la administración Bush, por cierto.


En agosto de 2005 Michael Brown era el responsable de FEMA o, lo que es lo mismo, de la Agencia para la gestión de emergencias en los USA. Cuando el huracán Katrina comenzaba a azotar al estado de Louisiana, Brown, tomó el mando de la situación y se dirigió a la nación para tranquilizarla. En realidad los diques de la ciudad eran duros como rocas y la tormenta pasaría. No hacía falta evacuar la ciudad y la gente podía acercarse a los supermercados para abastecerse durante las previsibles lluvias. O sea, no hizo nada. Era normal porque, demonios, él era una puta estrella, el tipo designado por el presidente para manejar la crisis. Su traje bien cortado, sus zapatos relucientes, su finísimo verbo, su mujer, sus dos hijos. Era la imagen de seguridad y solvencia que necesitaba Bush. ¡Que coño! Debió pensar ¡Ese tipo me necesita! Alguien con tan buena pinta, tenía, por huevos, que convencer a una nación entera de que todo era una pesadilla infantil, un hecho sin importancia.



Era cierto, al día siguiente, se hablaba más de sus formas, del corte de su traje que de la tormenta que se le venía encima a todos aquellos inocentes.
Cuando los diques reventaron los amigos de Brown, algunos colaboradores y diferentes cargos medios de la Administración Bush estaban todavía recibiendo un jocoso e-mail donde Brown afirmaba de sí mismo que había estado brillante, es más, se declaro “un Dios de la Moda”. Mientras tanto la gente se ahogaba. Quince días después se descubrió que había gastado más en su traje que en el tippex con el que su Agencia había tapado algunas palabras incómodas de algunos informes incómodos sobre la seguridad de ciertos diques. Dimitió y ahora se dedica a negocios con familias árabes.
Historias que se superponen con otras historias, esperar que algo más gordo, más imprevisible o más provocado (Jeb Bush vs. Terry Schiavo, 11-S-II Guerra del Golfo, Pérdida de liderazgo mundial-enfrentamiento diplomático con España…) esconda la incapacidad, la idiotez supina, la inoperancia. En realidad Brown había aprendido el truco del cine. Quizás esperaba que alguien saliera de la rueda de prensa diciendo: “Joder, este es el hombre más elegante que he visto en mi vida”. Detrás los muertos, las riadas, los diques incapaces de retener tanta ignorancia…pero eso, pensaría Brown y toda la administración, es otra historia.