miércoles, 13 de julio de 2011

La disección de lo moderno




Siempre me ha preocupado el hastío público de los más rancios modernos. Hacerse el moderno, por extensión, conlleva una especie de mirada de eterno aburrimiento y de languidez hastiada. Para el moderno todo tiene que estar visto y oído antes, incluso, de que se haga realidad y, por lo tanto, nada de lo visto y oído puede sorprender o gustar demasiado a no ser que, al disfrute de la pieza, se le ligue un comentario como "no se ha quedado viejo todavía" o un "llamadme loco, pero no me canso de...". 

El moderno tiene, por narices que no disfrutar de nada y, a la vez que lo hace, intentar que el disfrute de los demás se vea como algo paleto, algo pasado, algo cutre de persona que no está totalmente en la pomada o que, con cierta estúpida insidia, se dedica a mirar hacia atrás. Hacia atrás, lo que se dice hacia atrás, solo se puede mirar haciendo un ejercicio, pretendidamente cómico y de mucho reír, de postmodernismo básico en el que, al mirar atrás, vemos reflejados lo tontos que éramos antes de aceptar el presente como único plano de existencia. El moderno es un ser anclado en el presente pero vive un poco en el futuro, al igual que las casas de moda sacan sus colecciones de primavera-verano en pleno invierno, el moderno es un oráculo que se proyecta en el futuro y nos devuelve una predicción sobre colores, directores, tejidos, ideologías, razonamientos, tecnología etc. 

Una vez que se ha descubierto que la predicción no es tal si no, simplemente, un reflejo del deseo propio de que todos vistamos de rosa o vayamos a ver cine iraní, de la necesidad de ser especial en alguna materia, de dirigir el presente cercano todo se tiñe de un color a marrón "purrela" que echa para atrás. 

La foto que encabeza este post deja para la posteridad dos formas de entender la literatura, el oficio de escritor y, un poco más allá, dos formas de entender los avatares de la fama: a la izquierda Tom Wolfe escritor de "Ponche de ácido lisérgico" y "La hoguera de las vanidades", salonista de la tradición malvada de Truman Capote, el único tipo capaz de pasearse por los finales de los 60 con esa pinta de dandy, enfebrecido por la búsqueda de la gran novela americana (de la que quedó descalificado por escritores que entendieron mejor el concepto de "posteridad" o de caducidad) y en el otro Kurt Vonnegut, el fiero, el violento alucinado escritor de "matadero cinco" que fue prisionero en la II Guerra Mundial y vivió en primera persona el bombardeo de la ciudad de Dresde por parte de las tropas aliadas.

Wolfe nunca se ha tenido que bajar de ese pedestal playero que es la fama literaria ("playero" en tanto en cuanto es siempre temporal...díganme ustedes si recuerdan algún best-seller de los ochenta o los setenta que ahora sea más reseñable que Stephen King) y puede decir que flipa con "pimp up my ride" -es fan del formato de MTV- o que le cae bien Bush aunque solo sea porque este rebajó los impuestos de todas las fortunas americanas (Michael Moore se hizo eco de dicha rebaja en "Estúpidos hombres blancos" de manera francamente jocosa) o porque siempre está bien hacer un guiño al parecer general de los neoyorquinos apoyando a un tío nacido en Connecticutt pero que habla con un estúpido acento sureño. Hay que epatar y no solo en el vestir que es otra cosa muy moderna. Vonnegut, sin embargo, ha trepado hasta allí para fotografiarse como recién salido de casa, como vestido para escribir "El desayuno de los campeones"...es paradójico que, haciéndose una foto como esta, falleciera en 2007 al caerse en su propio domicilio provocándose una embolia cerebral del mismo modo que tuviera que sobrevivir al bombardeo de sus compatriotas sobre Dresde cuando era prisionero de guerra de los propios nazis...se puede decir que Vonnegut no necesitaba epatar mirando al presente porque toda su obra está lastrada por la maldad vivida en su pasado. 

Dos grandes escritores, ni siquiera en planos diferentes dos grandes escritores a secas, mirando al frente desde un podio de salvavidas ilustrando dos formas de ver la vida, dos filosofías cortadas por bisturí pero sólidamente incómodas por diferentes razones, desasosegantes, que miran friamente al ser humano y sus reacciones ya sean competentes abogados o desesperados soldados en una guerra que se resiste a ser ganada, a desaparecer. Dos formas de entender el presente y lo contemporáneo, ambos fueron modernos en diferentes momentos, rabiosamente modernos, desde perspectivas diferentes, desde puntos de vista antagónicos: uno negándose a vivir nada más que donde pudieran pisar sus zapatos bicolores y otro arrastrando consigo la maldad en estado puro como única forma de seguir sobreviviendo y de explicar lo que estaba pasando. Es una foto fantástica para entendernos, a lo mejor, a nosotros mismos.   

Nota del Insustancial: la foto está sacada de aquí que es una de las razones por las que se inventó tumblr. 

4 comentarios:

pesimistas existenciales dijo...

gran segundo párrafo.

usted sigue siendo jodidamente brillante.

Von Snuff dijo...

Pero esto sería un "modernismo puro".

Creo que buena parte de las facciones de la modernidad viven en el pasado. En los 60, 70... y sobre todo, los 80. Reviviendo cosas inútilmente, de modo que las siguientes generaciones difícilmente diferenciarán una década de la de hace 3...

O algo así.

Sobre los dos personajes, los dos dignos de estudio... es una foto muy evocadora.

Jorge García Torrego dijo...

Los modernos post-postmodernos son personas raras. Algún día se darán cuenta que esa extraña competición no tiene ningún sentido y decidirán hacer caso a sus abuelas(por ejemplo) y comerse unas lentejas o un puchero de judías. Un saludo y encantado de entrar en tu blog.

vilque dijo...

Acabo de leer La Palabra Pintada de Tom Wolfe y me siento iluminado y acompañado