miércoles, 26 de febrero de 2014

Paco de Lucía: la vida, el flamenco y sus dos manos.


La vida tiene dos manos. Con una te acaricia y con la otra te golpea. Drama y comedia. Te mece o te arrea. Unas veces suave y otras con fuerza.

A nosotros, durante un tiempo, la vida nos sacudió con ceguera y rabia.

Para mitigar estas malas circunstancias mi padre nos embarcó en un viaje a Granada a mi hermana y a mi con la intención de que no olvidáramos que, al menos, seguíamos juntos y sobre todo que todo aquello pasaría.

En Granada visitamos a nuestros “titos”, Manolo y Miguel. En realidad ni siquiera son familia nuestra pero los llamamos “titos”, si algo nos ha enseñado padre es que tienes a tu familia impuesta pero que, aleatoriamente, puedes ampliarla incorporando a amigos y personas que te hacen sentir siempre como si estuvieras cerca de casa y que tienes que corresponder abriendo las puertas de la tuya para que todo el que quiera se pueda tomar un respiro y descansar.
Granada para nosotros significa muchas cosas: playas de la infancia, amistades, música…

Los titos nos llevaron un día de cañas. Un recorrido larguísimo de Alhambras en cada bar, de tapas y de flamenco. Acabamos dando con nuestros huesos en un pequeño local regentado por un personaje llamado Antoñito “El Triniá”. Cantaor. Amante ortodoxo del flamenco. Un poco tartamudo.

Era inevitable que, entre cerveza y cerveza, se nos soltara la lengua y por la conversación discurrieran las diferencias entre la forma de entender el flamenco en toda Andalucía, incluso en España. “El Triniá” denostaba el flamenquito y hacía una llamada a “la pureza” mientras que yo me empeñaba en intentar explicarle –maldita cerveza- que el arte (tampoco el flamenco, ningún tipo de arte) puede sobrevivir intacta, suspendida en el tiempo y circunscrita a su espacio geográfico original y que, si bien, las raíces han de ser conservadas y necesitan para ello de la ortodoxia y sus creyentes también es bueno, de cuando en cuando, mezclarlas con otros ingredientes para que puedan así conformar otras formas de expresión artística.

-“A mi es que estos modernos de las lagartijas y los universos…pues que no, no sé qué pensarán en Madrid o en Sevilla”.  

-“¿Y Morente?

-“Morente es caso aparte porque Enrique Morente puede hacer lo que quiera, niño, ese no pierde la raíz”.

-“¿Y Camarón?

-“Ese igual, ese era un cantaor de toda la vida por más que os empeñéis…aunque hiciera sus mezclitas y sus cosas…esos son genios y son casos aparte. Pero lo otro, lo del uyuyuyuy y la guitarrita eléctrica y la rumbita…eso no es de aquí”.

-“¿Entonces?

-“Pues que los experimentos para los que sepan experimentar o que le pongan gaseosa”.

Pensaba yo que Antoñito “El Triniá” era de los que pensaban, erróneamente, que el flamenco partía de un lugar incierto llamado “Duende”. Esa manía de reducir el arte a un asunto de iluminados y elegidos, un tipo de arte que no se puede aprender y para la que tienes que estar predispuesto de una forma mágica.

Entre la ortodoxia se suele pensar así: El flamenco es/existe porque se genera de forma espontánea. Sin aviso, un poco como te golpea o te acaricia la vida.  

El nacimiento de la heterodoxia (el nuevo flamenco) impulsado desde finales de los 60 y conocido como nuevo flamenco, sin embargo, nace del pensamiento contrario: El flamenco es y existe en sus raíces pero puede aprenderse, puede estudiarse y, claro está, puede expresarse y disfrutarse por personas ajenas a sus raíces.

El ortodoxo cree en la pureza y en el linaje mientras que el heterodoxo cree en la mezcla y en la internacionalización. Para el ortodoxo, el más ensimismado, el flamenco no podría contar con cátedras para su estudio o con escuelas para su aprendizaje.  

Así, los heterodoxos, se agarraron al flamenco identificando a la música popular andaluza con las mismas virtudes que al “sonido progresivo” (con su poquito de rock y su poquito de psicodelia…a un arte nuevo, en definitiva) y expresaron sus intenciones artísticas en un texto conocido como “Manifiesto de lo borde”. Reproduzco solo sus tres últimos puntos para mejor comprensión:

I. No se trata de hacer “flamenco-pop” ni “blues aflamencado”, sino de corromperse por derecho.

II. Sólo puede uno corromperse por el palo de la belleza.

III. Imagínate a Bob Dylan en un cuarto, con una botella de Tío Pepe, Diego el del Gastor, a la guitarra, y la Fernanda y la Bernarda de Utrera haciendo el compás, y dile: canta ahora tus canciones. ¿Qué le entraría a Dylan por ese cuerpecito? Pues lo mismo que a Manuel [Molina] cuando empieza a cantar por bulerías con sonido eléctrico:

“Aunque digan lo contrario,
yo sé bien que esto es la guerra,
puñalaítas de muerte
me darían si pudieran”.

Desgraciadamente la explosión primera (macarra, viva, sentida, brutal, contradictoria porque era a la vez “universitaria” e “internacionalista” y a la vez callejera) que alumbró a Smash, la figura de Silvio Fernández Melgarejo –y todos sus proyectos musicales-, a Triana, Veneno, Pata Negra, Camarón de la Isla y a toda una serie de virtuosos que añadieron sus raíces flamencas al jazz (Chano Domínguez) o que jugaron con excelencia en los márgenes de la experimentación y de la pura ortodoxia (Enrique Morente o Paco de Lucía) o, incluso, el “arrancón” primero de la misma rumba catalana (El Pescaílla y Bambino) o de la traslación de ese sonido –ya mestizo- a “los Chichos” o a los propios nietos de Porrina de Badajoz (“Los Chunguitos), incluso a los “Medina Azahara” (el flamenco y el rock mezclado con el sinfónico) también ha generado monstruos. Es normal. No hay un estilo musical puro que en el cambio de manos, de tiempo y de lugar no haya sido vejado por la propia industria. Convengamos en que, aunque la raíz sea la misma, no es lo mismo el “Miami Sound” de Emilio Stefan que Ruben Blades o Willy Colón.

¿Es el flamenco algo mágico como sostienen los ortodoxos?

Así le ataqué a Antoñito “El Triniá”. Como dicen los taurinos: por delante y por derecho.

-"¿Entonces esto sale por que sí?".

-"A veces sí y a veces no".

-"¿No se puede aprender?"

-"Mira, cuando tu ves a Tomatito acompañando a Camarón piensas en que ese es un guitarrista para un cantaor. Algo específico. Uno para el otro. Otra cosa es cuando ves a Paco de Lucía. Y tú lo ves tocar y piensas que ese tío tiene algo. Que lo tiene. En la punta de los dedos. Pero también es verdad que cada vez que él pone un traste y saca una nota seguro que no piensa en si eso le sale de dentro o no. Seguro que piensa en las broncas que le echaban por poner mal los dedos y en las horas y horas que hay que dedicarle para tocar así la guitarra. Así de bien. Como todo para esto hay que valer. Hay que sentirlo y hay que tocarlo pero también hay que echarle tiempo y perfeccionarlo porque si no, no vale la pena".

-"¿Entonces?".

-"Pues que unos sí y que otros no…pero un japonés tocando la guitarra, por muy bien que lo haga, nunca va a ser lo mismo. Solo hay que verlo. Eso es un robot. Paco de Lucía es otra cosa, no porque lo digan desde fuera. Aunque tocara todavía de tablao en tablao sería otra cosa. Algo tendrá cuando se lo rifan. Y ahora perdonarme que os voy a preparar una pipirrana y os voy a poner otras cuantas cervecitas. No le demos más vueltas".

Convinimos pues en estar de acuerdo en que estábamos en desacuerdo.

La desaparición de Paco de Lucía se lleva por delante un pellizco importante de nuestra historia musical, posiblemente de la más personal –si es que los países tienen personalidad- y seguramente una de las más atrevidas de este país tan normalmente pacato. Se lleva por delante al hombre que mejor entendió que todo era trabajo y un poquito de inspiración, al talento y al estudio, al tipo que estaba sentado en el punto justo en el que la ortodoxia y la heterodoxia se daban la mano.



Escuchando “Rosa María”, esos tangos tan clásicos y a la vez tan peculiares porque están personalizados en la siempre nueva voz de Camarón y acompañados por una guitarra que siempre suena clásica y, a la vez, vanguardista, me emociono recordando aquella pérdida dolorosa y aquel viaje agridulce, a los titos, a mi hermana y a mi padre acodados ya a unas horas tardías de la sobremesa en la barra de aquel pequeño bar de Granada que ni siquiera sé si sigue en pie.


El flamenco, como la vida, tiene dos manos. Unas veces da palmas por alegrías y otras veces se cierran en un gesto de dolor enorme. Unas veces son unas manos nuevas que se abren paso a través de un camino también nuevo buscando aire y reclamando espacio y otras veces se agarran con fuerza a las raíces como las manos de Paco de Lucía rasgando las cuerdas de la guitarra. Como dice mi amigo Pablo: Hoy este mundo es un poco peor.  

3 comentarios:

Meli Roth dijo...

muy bueno lo que escribiste... excelente blog. te sigo...

Bellydelsur dijo...

Demuestro que no soy un robot,ahora mismo:soy una gaditana heterodoxa,no me gusta la endogamia,cosa de la que se nos acusa a veces a l@s gaditano@s, pues hace tiempo que miro hacia Oriente.Dicen que Camarón era Oriente,vamos y lo sigue siendo,los genios mueren sólo en pequeños colapsos de tiempo,pero como van dejando migas de arte-recuerdo por el camino,siempre alguien difumina esporas de "el melo" del artista con sólo hablar de él.Paco de Lucía,era una graná abierta de par en par ,una sola fruta y henchida de radiante multiuniverso.La mística del corazón sale a repique cuando hablamos de flamenco.A mí que también se me murió un amigo,Miguel García,(que además ,alejada del mundanal ruido,ni me enteré del proceso,así voy de empaná por la vida),me gusta corromperme por derecho,trastocar las cosas como lo hacen los duendes porque nadie los ve,y luego exploto como una supernova,una cosa es la heterodoxia y otra ser Kamikaze,digo yo.¡Que no hay quien me aguante!.A veces,por pintarme más blue,intento cantar alguna cancioncilla en clave de jazz,a veces sueño que soy negra,aunque en una ocasión ,lo era sólo hasta la cintura.Tal vez por eso no cante bien,por ahora.Me declaro militante del Manifiesto de lo borde.Escribe usted con mucho "tronío",Señor Insustancial.

Dante dijo...


Hola guapo, me alegra saber que sigues manteniendo tu blog. Seguiré visitándote como antaño.
Un besazo enorme.