martes, 4 de junio de 2013

El Monstruo



Hace muchos años mi madre tuvo un jefe que era de Bilbao. Un señor muy de Bilbao que se afanaba mucho en parecerlo. Entre las aficiones de este buen hombre se encontraba, sobre todo, la de contar anécdotas sexuales. Las contaba con tanto arte y tanta gracia que, finalizado el relato, ya habías pensado varias veces en comprarte un anillo de pureza y en abrazar la castidad como forma de salvación.

En otras ocasiones, sobre todo en una muy concreta, he tenido que soportar este tipo de relatos que me producen un efecto bastante contrario al del objetivo de su narrador: cuanto más descriptivos se ponen ellos sobre los detalles menos me intereso yo en seguir el hilo del asunto.

Este buen señor tenía a bien contarnos que pasó su adolescencia en un continuo priapismo y que iba junto a otros amigos a un puente de la Ría de Bilbao a mirar como el agua bajaba repleta (el decía repleta) de los condones que las prostitutas del Barrio de las Cortes usaban en el ejercicio laboral. La visión de estos anticonceptivos de goma semihundidos en el agua y mecidos por la corriente de aguas sucias decía este señor que le daba a él y a su cuadrilla para imaginarse como sería eso de tener relaciones sexuales.

El relato, repetido muchas veces, siempre tenía como objetivo recordarnos un chiste que corre por Bilbao desde mediados de los años 50:
-¿Dónde se va a follar?
-A Las Cortes
Ya saben, la gracia rancia.

Ni que decir tiene que este señor de Bilbao nos contó muchas veces también que perdió la virginidad en dicho barrio. Con algún miembro de su cuadrilla. Como no. Y que se refería al lugar como ese sitio donde los hombres huían de la rutina de la vida conyugal con mucho tinte de novela barata, refiriéndose a la prostitución como un “servicio social” y todas esas patrañas.

Hace ya algunos años, creo por el 99, visité Bilbao y un tío mío me recomendó un restaurante que se encontraba situado en el Barrio de las Cortes. Rápidamente recordé las anécdotas de aquel señor de Bilbao tan salaz y me pregunté donde me estaba metiendo. El restaurante, por cierto, resultó ser estupendo (y algo caro) y mantenía su puerta cerrada y sin vistas a la calle. A él solo se podía acceder por medio de rigurosa reserva e, incluso, creo recordar recomendaban dejar el coche en un parking cercano para evitar robos.
El barrio me resultó deprimente. Mucho más que el antiguo chino de Barcelona. Sucio, mal iluminado y rodeado de todas las obras que se estaban llevando a cabo para hacer las reformas alrededor del propio Museo Guggenheim. Prostitutas callejeras, gente ofreciéndote heroína desde los portales con una tranquilidad que hacía años que no veía por Madrid y, en general, un ambiente de pobreza y delincuencia generalizado. Ya dentro del restaurante una de las camareras nos estuvo contando, sin mucho empacho que el barrio se había llenado, además (subrayó mucho el “además”) de “iñakis”.

“Iñakis” era la palabra que, por aquel entonces, los bilbaínos habían adoptado para referirse a todos los vendedores ambulantes de raza negra o árabes porque para llamar la atención de sus potenciales clientes decían un claro: “¡Eh, Iñaki! ¿Compras?”. De ahí, la palabra se había convertido en un genérico para cualquier persona de otra raza, país o confesión religiosa que, evidentemente, viviera en situación de precariedad o exclusión social.

Definitivamente a nadie se le ocurriría llamar “Iñaki”, por ejemplo, a un jeque catarí o a un empresario nigeriano afincado en Bilbao y que viviera en Las Arenas, por ejemplo. Piensen en ustedes mismos siendo recibidos por un profesor de universidad negro en su casa y llamándolo cariñosamente “Iñaki”. Digo cariñosamente. Piensen en todos esos medios tan derechistas y tan excluyentes de la TDT o del papel o del digital  y cuenten las veces en que se refieren a un señor cualquiera como “moro” o “morito” y las veces que, sin embargo, usan estas palabras para referirse a los señores que patrocinan al Real Madrid y al FC Barcelona.



Ni que decir tiene que la noticia truculenta y amarillenta del año están siendo los crímenes cometidos por JuanCarlos Aguilar. Aguilar, que ha tenido cierta presencia mediática en el pasado, regentaba un gimnasio conocido como ZEN4 o como “Océano de tranqulidad”. Él se empeñaba en llamarlo “monasterio” pero, en realidad, impartía clases de artes marciales. Para ser exactos de un arte marcial concreta, la que enseñan los monjes Shao-Lin en China, y que mezcla convenientemente las enseñanzas budistas con las enseñanzas de la defensa personal.

Si Juan Carlos Aguilar, que se rebautizó así mismo con el extraño nombre de Huang C., tuvo algo de eco mediático fue porque fue de los primeros occidentales en completar las enseñanzas de estos monjes y en convertirse en uno de ellos. Algo que él decía pero que los monjes niegan

A partir de ahí, las cosas, en la cabeza de Huang C. parece que han ido por otros caminos bastante alejados de los del Zen.

Sin duda, un señor mitad experto en artes marciales y mitad monje budista (algo que parece que solo estaba en su cabecita) que promulgaba que tenía el secreto para alcanzar la paz interior que resulta ser un criminal (veremos si un “asesino en serie” o un criminal sexual o simplemente un criminal) echa a una noticia una buena dosis de morbo informativo.

Si, además, este asesino se emplea con violencia brutal sobre sus víctimas, aumentamos el porcentaje de atracción de lectores/televidentes/oyentes de la noticia hasta límites insospechados.

Si a eso añadimos que los crímenes se producen en el barrio más deprimido de una ciudad, con la posibilidad de dotar a la narración de todo tipo de adjetivos literarios como “tenebroso”, “oscuro”, “sucio”, “violento” pues estamos ante una noticia que puede hacernos estallar la cabeza.

Si podemos sospechar que los crímenes tienen el grado de “Sexuales” ya estamos ante la noticia del año.

Y, por último, pero no menos importante si el criminal tiene como objeto a prostitutas estamos no ante una noticia si no ante el inicio de una leyenda de la historia “negra” de España.  

Los crímenes de Aguilar, automáticamente, vienen a recordarnos a los de “El Arropiero”, a los de “El Mataviejas”, a los de “El Mesón de El Lobo” y, claro está, a los de Miguel Escalero más conocido como “El mendigo asesino”. Sin más. Ya forman parte de esa tradición.

En el inconsciente colectivo la narración de estos hechos ya forman parte de una leyenda, de un cuento truculento, porque tiene todos los ingredientes folclóricos para ello. Mi opinión personal es que el folclore y la leyenda truculenta acaban por matar la verdad y alejarnos mucho, incluso muchísimo, de la verdad de los hechos o, por lo menos, de las motivaciones de los mismos. Bueno, la verdad de los hechos está ahí (alguien ha matado a alguien) y las motivaciones de los mismos están en la cabeza, averiada o no, del propio asesino que, en su momento, los habrá transmitido a la Ertzainza y los explicará en el juicio.

A lo que me refiero es que el folclore acaba con el escenario y las razones que propician estos brutales asesinatos, eliminan de un plumazo la base de los mismos.

Mi opinión personal es que las leyendas son en el fondo “tranquilizadoras”. Son cuentos con moraleja que nos advierten de no caminar por lugares poco transitados, que nos advierten de que nos alejemos de la gente que podría hacer daño pero, también, identifican al “monstruo” que vive entre nosotros. Una vez identificado al “monstruo”, al “lobo” o al “depredador”, podemos quedarnos mucho más tranquilos y seguir con nuestras vidas.

Identificado el asesino podemos respirar aliviados y, lo que es mejor, sabiendo que solo mata prostitutas pues mucho mejor. En el fondo, reside en la cuestión, otra conseja moral: cuidado con hacerse prostituta que te pueden acabar matando.

Este dardo tranquilizante nos aleja de ir más allá en la cuestión algo desasosegante que Alan Moore ofrecía como teórica explicación de los asesinatos de Jack “El Destripador”. Aquellas prostitutas no habían muerto a manos de un asesino sin identificar, si no que habían muerto a manos de toda la sociedad victoriana. Es decir, la sociedad victoriana había puesto las bases para que se creara una situación de desigualdad tan brutal que permitía que cualquier fantoche armado con un maletín de médico y vestido con una capa se paseara por los barrios más pobres de Londres asesinando a mujeres sin que nadie pudiera atraparlo o, por lo menos, sin que nadie hiciera el más mínimo esfuerzo por atraparlo. Jack, como Huang, fue dejando pistas, en realidad sus crímenes fueron menos fríos, menos meticulosos y, por lo que apostilla Moore, tuvo que dejar muchas pistas de sus crímenes y, sin embargo, nadie lo atrapó. No es que fuera más listo que Scotland Yard como nos dice la leyenda es que nadie mostró mucho interés por detenerlo.

Si desasistimos a los crímenes de Bilbao de toda la literatura implícita seguramente llegaremos a la conclusión de que las bases de los mismos han sido establecidas por todos nosotros y que vivimos en una sociedad donde un chiflado puede pasear tranquilamente por un barrio de extracción social muy pobre sin que nadie lo detenga hasta que él comete “el error” de golpear a una prostituta en plena calle e intentar rematarla dentro de su propio gimnasio.

Si le echamos un vistazo a su “modus operandi” y a las declaraciones de algunos vecinos del barrio llegaremos a la conclusión de que se conocía su carácter violento, de que muchos clubes le habían prohibido la entrada porque “no se comportaba bien” y, sobre todo, que nadie denunció este hecho. Sin duda un monstruo de estas características tiene mucha más facilidad para desenvolverse en un terreno donde la ley no hace acto de presencia que en un barrio de clase media donde rápidamente hubiera sido detectado, denunciado y puesto a disposición judicial antes, incluso, de haber cometido cualquiera de los crímenes.

El hecho de que la Ertzaintza esté buscando otros restos y que se afane ahora en mirar las listas de desaparecidos para indagar sobre si Aguilar cometió otros crímenes que han pasado desapercibidos creo que apuntala bastante bien lo que mantengo.

Que un asesino elija prostitutas como víctimas tiene más que ver con saber que son un blanco fácil, que nadie se va a mover más de lo necesario que con un crimen solamente sexual.

O un crimen de género.

Estos días se viene hablando de que el crimen o los crímenes de Aguilar son “machistas”. Bien, no diré que el machismo no sea una cosa cutre y pasada de moda que se manifiesta, en muchos casos, en formas violentas. El avance histórico de la cultura occidental ha ido limando las actitudes patriarcales y ha identificado como malos algunos usos y costumbres del pasado. Me parece bien. Cualquier persona con dos dedos de frente está en contra de la desigualdad de la mujer frente al hombre y, más allá de eso, no hay ninguna teoría sobre la superioridad que se sostenga desde aspectos científicos formales. Tampoco desde ningún otro aspecto. En general “la tradición” (los chicos a un lado, las chicas a otro) no se sustenta nada más que sobre el terreno siempre inestable de “la creencia”. Una creencia aprendida desde la religión (desde cualquier religión cuyo apostolado sea masculino) o desde la tradición social, filosófica o de cualquier corriente de pensamiento excluyente.

Pese a todo, jugar la carta dialéctica de “crimen machista” no hace más que esconder o que “tranquilizar” o que, usemos un término moderno, “invisibilizar” otras cuestiones a las que me refería en esta entrada. En cierto modo tiene también su dosis de argumento que nos excluye como parte propiciadora de la exclusión social o de la invisibilización de esta y nos engloba en el bando de los buenos ciudadanos. Sin más.

Me resulta sorprendente que se hayan alzado voces comentando que no está bien referirse a la víctima como “prostituta”, identificando su raza y su nacionalidad. Poco han comentado los defensores de esta tesis que hay otra víctima más que es de nacionalidad colombiana. Al parecer eso es menos interesante. 

Hoy, vía twitter, recibía entusiásticos comentarios hacia este texto de la edición de “Gara” en la que, efectivamente, no se refieren de ningún modo al hecho de que Ada, la víctima que permanece en coma, es prostituta pero sí deja caer en la narración que “se buscaba la vida donde las otras chicas”, además de comentar su nacionalidad, por cierto.

¿Qué tiene de malo identificar la realidad? Creo que los defensores de estas formas de uso “correcto/incorrecto” de la lengua suelen tender a identificar siempre al peor receptor posible de la noticia, es decir, a uno –sin identificar, a una especie de fenotipo, a un personaje más que a una persona concreta- que al leer “prostituta nigeriana” entenderá a la perfección que las motivaciones de Aguilar fueron completamente lícitas o, más allá de eso, que en la redacción de la noticia se incurre en dejar caer subrepticiamente que la víctima se merecía todo lo que le ocurrió.

Tendemos, o se tiende, a caer en la absurda baza del “precrimen”, de introducirnos en la cabecita del redactor y también en la del potencial lector para llegar a la conclusión de que se incurre, de manera “involuntaria” que es lo más gracioso, en contar los hechos desde una perspectiva machista.

Solo diré que, pese a los comentarios entusiastas de algunos tuiteros, el hecho de que un redactor se refiera a una mujer como “una joven agradable y simpática” también parece un acto de paternalismo de lo más estúpido y que estos rasgos parecen puestos ahí para marcar que también hay prostitutas que son “viejas desagradables y antipáticas”.  Me temo que en todos sitios cuecen habas y que, a veces, intentando humanizar a una víctima, algo que es innecesario desde un punto de vista informativo ya que se sobreentiende que cualquier lector con dos dedos de frente comprenderá la situación social y económica de la misma y también que era una persona inocente y por supuesto amable, corremos el riesgo de incurrir en cursiladas bochornosas que en nada ayudan a comprender los hechos y que vuelven a alejarnos del “quid” de la cuestión.

Podemos seguir jugando a todo esto, a alejarnos de la base de los hechos, más que nada porque dentro de una semana nada de esto nos importará demasiado. Los crímenes de Juan Carlos Aguilar quedarán para siempre como una leyenda, como un cuento con moraleja tétrica. Como bien decía Moore al final de “From Hell” la historia volverá a repetirse una y otra vez sin que hagamos nada por remediarlo. En realidad optaremos por esto porque desde las perspectivas más conservadoras ya hay una buena batería de justificaciones para evitar este tipo de hechos y desde las teóricamente más contemporáneas y avanzadas también hemos creado todo tipo de sistemas defensivos de nuestra propia integridad como personas que nos dicen que somos buenos ciudadanos, que jamás caeremos en horribles crímenes, que no le levantaremos la mano a una mujer, que ni se nos ocurrirá usar términos que puedan molestar  a nadie o que le resulten vejatorios.

Mientras tanto, soterradamente, en forma de gracieta seguiremos usando lo de “iñakis” para referirnos a los negros, nos alejaremos de los barrios pobres y haremos con que no están ahí, seguiremos cambiándonos de acera cuando identifiquemos a una prostituta haciendo la calle, sobre todo si tiene pinta de que tiene síndrome de abstinencia pero lo haremos completamente indignados, completamente convencidos de que todo es injustísimo, de que no hay democracia, de que solo hay paz para los malvados pero convencidos de que no tenemos nada que ver con estos asuntos, que no nos tocan, nuestras hijas estudian, nuestros hijos serán hombres de provecho que no olerán la pobreza, que no caerán en manos de un tarado.

Cuando queramos un chute de realidad podemos pagárnoslo, ya sabes, un paseíto por el "Wild Side", una ruta infernal por Las Cortes, por el Chino, por las 3000 que viene bien, conciencia mucho y luego de vuelta a la realidad, a protestar y a indignarse un montón. Y luego a olvidarse.


Es normal, los monstruos siempre son otros y tenemos argumentos suficientes para llegar a esa conclusión. De “izquierdas” y de “derechas”. Lo importante es dormir bien y sentirnos muy limpitos al arrullo de nuestras convicciones. 

2 comentarios:

Biónica dijo...

Muy completo el post. Hice alguna apostilla a través de Twitter, pero creo que en el post se entiende mejor tu postura. No obstante, cuando dijiste "Ahora he quedado como un cochino machista, ¿verdad?" no me pareció para nada que estuvieras llevando el debate de tal forma.
Me parece constructiva tu forma de exponer las razones y tampoco me he sentido (como mujer) que estuviera debatiendo con alguien que no quiere saber nada de lo que explicas y que hace que el "debate" sea algo estéril.
Como ya dije, me ha gustado mucho el ejemplo de "From Hell", en ese aspecto, lo almaceno como otra visión del asunto.

Sin nada más productivo ahora que añadir, y mucho que reflexionar, te felicito por esta entrada :-D, me pasaré por aquí!

PD: lo del "inconsciente colectivo" me ha hecho gracia, ha sido algo premeditado? estaba acostumbrada al "subconsciente colectivo" xD. En cualquier caso, me ha parecido gracioso :-D

Anónimo dijo...

Gran entrada ¡¡