lunes, 22 de febrero de 2010

Ellroy


Leo las diversas entrevistas que James Ellroy ha concedido para promocionar su último libro y pienso que, cuando tenga 61 años, quiero tenerlo tan claro como él. Dice en Rolling Stone, donde parece un poco más sueltico que en su gira europea, que lo único que le ha gustado toda la vida son los perros, la cerveza y hacérselo con mujeres. De esas dos cosas no debería de hablar por lo que cuento a continuación y, de lo primero, si hacemos caso a la leyenda de que mató a uno de sus doberman con sus propias manos (sólo Alá sabe por qué...no tengo más datos) pues tampoco pero él, que pasa bastante, lo dice.

La vida de Ellroy no ha sido, digamos, la mejor ni la más cómoda. Se extiende sobre ella en "Mis rincones privados" (1996), una extrañísima autobiografía en la que, como no podía ser de otro modo, Ellroy sigue el camino ya marcado por él mismo de la "metaficción" y entra y sale de su propia vida narrativamente para, de algún modo, retratarse como un personaje de su propia ficción que, por razones absurdas, acaba siendo el protagonista de una especie de "spin off".

Arranca la novela con el asesinato (real) de Geneva Ellroy, su madre. Dibujada sin concesiones Ellroy habla de ella como de una mujer poco preocupada por su hijo; una enfermera rotunda y ligera de cascos que, seguramente, salió a pasear esa noche con su propio asesino que, literalmente, la destripó. Ellroy tenía sólo 10 años cuando ocurrió todo aquello y cuenta como el fotógrafo de un tabloide lo invitó a posar en el banco de carpintería que había en el garaje de la casa. La policía jamás encuentra al asesino que Ellroy, en algún artículo, ha dado a entender que estaba de algún modo relacionado con el de la Dalia Negra. Elizabeth Short, conocida como "La Dalia Negra", era una joven que intentaba triunfar como actriz cuando fue asesinada en rarísimas y espeluznantes circunstancias en enero de 1947. Algunos detalles como las cuchilladas o el especial interés que el asesino o los asesinos de ambas mujeres pusieron en el despiece de sus víctimas así como las circunstancias sexuales que rodeaban a ambos casos fueron determinantes para que Ellroy hiciera los consiguientes paralelismos (no hay que olvidar que este hombre se pasó chuzo y/o colocado como dos décadas).

El chaval, a finales de los 60, va a vivir con un padre alcohólico y medio loco que de algún modo está conectado con el lumpen que hay alrededor de la industria cinematográfica. Habla incesantemente de las muchas actrices famosas que se ha tirado y escupe a la cara de su hijo todo tipo de historias que Ellroy recuerda entre brumas y que, curiosamente, mantienen los rasgos de la ficción creada por Ellroy: puntadas de realidad aderezadas con mucha fantasía. La descripción de su padre, una especie de chiflado obsesionado con su pene, tampoco parece demasiado complaciente.

En la adolescencia James Ellroy ya tiene el título honorífico de "basura blanca". En su instituto de mayoría judía se empeña en portar símbolos nazis, se pelea contínuamente con los vecinos de su barrio que son chicanos y, en general, mantiene una postura racista frente a los negros. Por pobre e idiota, los blancos que conoce tampoco tienen una muy buena opinión de él y, mucho menos, cuando comienza a ser detenido por ebriedad pública, asuntillos de drogas (sobre todo uso ilegal de medicamentos legales) y, claro está, algún turbio asunto de voyeurismo y hurto de prendas femeninas que, al parecer, obsesionan a un tío que, definitivamente, ha hecho "catacroker".

Cuando Ellroy deja de beber, y se emplea como caddie en un club de golf, decide sacar fuera todo lo que tiene y se convierte en escritor debutando con la más que interesante "Requiem por Brown" (1981) que tiene que ver con caddies, campos de golf y, claro está, algo de pornografía cochina y fuera de lugar.

Como no podía ser de otro modo (la obsesión y el catacroker todos juntos) "La Dalia Negra" (1987) es la novela que inaugura "El cuarteto de Los Ángeles" -una cuatrilogía que, además de este título, engloba a L.A. Confidential, El Gran desierto y Jazz Blanco- y la que le hace mundialmente famoso. 

Desde entonces Ellroy no se ha desviado ni de su estilo, ni de sus escenarios habituales, de sus prostitutas retorcidas, de sus policías corruptos y chiflados, de sus asesinatos empujados por las pulsiones más brutales o más absurdas como generoso background de la historia oficial americana y, muchas veces, entrelazada tímida o abiertamente con ella.

El propio escritor pone a sus lectores en la pista del libro que ha sido su inspiración en su éxito: "Libra" de Don Delillo, que es un relato estremecedor sobre la preparación del asesinato de JFK visto desde los ojos de su protagonista: Lee Harvey Oswald. Un Harvey Oswald tan genuínamente literario que, si no fuera porque su autor al comenzar la novela dice eso de "he rellenado los lugares oscuros de la investigación con ficción" creeríamos que, de verdad, es completamente real. Dice Ellroy que le sorprendió que alguien fuera capaz de retratar con tanta justicia a una persona no muy lista, un delincuente común llamado sin saberlo a colarse por la puerta grande en la Historia mundial de un modo que provocara, a veces, compasión y empatía. Una meta para Ellroy que suele ser de los que no deja muñeco con cabeza.

Tras dos décadas de éxito y de violencia explícita e implícita Ellroy ha publicado en nuestro país "Sangre vagabunda", otro relato brutal y fuera del tiempo presente que lejos de devolvernos al género clásico (Dashiell Hammet nunca se hubiera atrevido a tanto) sigue jugando con lo más afilado y sanguinolento del mismo aunando Pulp cincuentero y gore de calidad, siendo más heredero del estilo "serie B" de Himes y, sin embargo, pudiéndose colar en la lista de los 10 mejores escritores norteamericanos actuales.

Intensidad chunga es lo que transmite la nueva novela del americano que cierra su "Trilogía americana" (junto a America y Seis de los grandes) con este título. La historia de una América corrupta, racista y colgada con el rollo del conservadurismo; un retrato que Ellroy considera parcial ya que, quiere pensar, que las cosas malas no se le ocurren, a la vez., a todo el mundo.

En realidad siempre pensé que eso de que estaba considerado como "el perro rabioso" de la literatura americana era una forma más de propaganda para el escritor hasta que, un buen día, escribí un artículo sobre él y a alguien le pareció que Ellroy era un escritor incómodo y antiamericano y pasó, a renglón seguido, a cortar los párrafos más jugosos del mismo en el que, este que escribe, decía del norteamericano "que era el mejor historiador de la trastienda de la América oficialmente feliz y sonriente de la década de los 50". No mantuve el trabajo pero sí mantengo dicha frase. No hay nadie como Ellroy si uno quiere conocer los parajes más absurdos, violentos y criminales de su Norteamérica natal. Háganse con unas cuantas biodraminas si tienen el estómago delicada y ábranse paso hacia  una dimensión desconocida.

1 comentario:

varo dijo...

Supongo que comentar a estas alturas del partido tiene su punto de absurdez, pero vaya, que encontrarme con la comparación entre Chester Himes y Ellroy me ha flipado. Es algo que no había pensado (también es verdá que al Himes lo tenía medio olvidado)y que, ahora que lo comentas, parece natural y obvio. Igual sí que es obvio y digo tonterías. Enhorabuena, en cualquier caso, por tu blog.