martes, 18 de agosto de 2009

Lewis versus Johnson...y Usain.


En los años 80 bautizaron a Carl Lewis como "El hijo del viento". Era una especie de atleta total que ganó medallas en 100, 200, relevos 4x100 y salto de longitud...no recordamos a ningún atleta de velocidad de aquella época excepto a él y a Ben Johnson.

Johnson, un jamaicano nacionalizado canadiense, comenzó a correr a la misma edad que Lewis y tenía destinado un papel en la historia: la de segundón. Lewis era guapo y reinaba en el Hollywood de los atletas norteamericanos, el molón Santa Mónica Track Club, el club de atletismo californiano que exteriorizaba el retorcido sentido de la estética y el glamour que se tenía en la década de los 80, y tenía ínfulas de estrella: Lewis quería cantar (lo hizo bastante mal), actuar en pelis y, como no, unió su cara a cientos de campañas destinadas a la protección de la infancia.

Sin duda Lewis molaba y era "cool" algo que no pasó desapercibido para Philip Knight, dueño de Nike, que lo convirtió en el primer atleta que no era solo alguien llamado a la gloria deportiva si no también a la publicitaria...Knight, cuya tésis universitaria giraba alrededor de la revolucionaria idea de trasladar los centros de producción a países del tercer mundo, lo había intentado una década antes contratando en exclusiva al corredor Steve "Pre" Prefontaine (el primero en calzar unas zapas de su marca) que destilaba un rollo Steve McQueen setentero irresistible y que desgraciadamente compartía con la estrella cinematográfica un caracter ultramontano y difícil y un destino fatal: murió joven.
El caso es que, rápidamente, las maniobras publicitarias encontraron en Johnson a la némesis oficial de Lewis porque, en contraposición con él, era feo, cachas como un portero de discoteca, de ojos saltones pero, sobre todo, ¡Era canadiense! ¡Ni siquiera canadiense de verdad! ¡Era un jamaicano que se había hecho canadiense a cambio de dinero!



El atleta jamaicano-canadiense además no era elegante, era un currela de la pista, un cutre, un intruso y no era ni la mitad de elegante que Lewis. Mientras que el norteamericano cruzaba la pista con una elegancia de modelo y un corte de pelo de 200 dólares, Johnson basaba su velocidad en una salida explosiva, casi brutal...si Lewis era un elegante leopardo, Johnson era una hiena a la que un malvado doctor había dotado de unos potentes cuartos traseros. Además era bastante más bajito.

Todo había comenzado en 1984, durante los juegos olímpicos de Los Ángeles, donde Lewis personificaba la irresistible hegemonía del deporte norteamericano. Efectivamente los juegos se convirtieron en una asquerosa demostración de chauvinismo y exaltación patriótica yanqui impulsada por Ronald Reagan. Daba igual que el boicot de los países socialistas, sobre todo de Bulgaria, República Democrática de Alemania y la propia URSS, dejara sólos en la cumbre a los deportistas norteamericanos que no tuvieron empacho en recuperar la paliza que el bloque rojo le había dado en Montreal 76´ acaparando el 56% de las medallas en juego. Dicho enfrentamiento también fue imposible en Moscú 80 porque USA no asistió a la cita (tampoco muchos países de su eje) para protestar por la reciente invasión soviética de Afganistán, una decisión que se ha leído siempre como la respuesta de la administración Carter a las acusaciones que recibía desde dentro de su país de ser excesivamente blanda (y de haber pasado por alto esta invasión y haber gestionado mal la crisis de los rehenes de Teherán impulsada por un régimen, el del Ayatoláh Jomeini que había recibido el apoyo de Carter) pero también como la excusa para no demostrarle al mundo que Estados Unidos pasaba por un mal momento deportivo sin grandes estrellas que llevar a dicha cita.
Sin enfrentamientos entre rusos y americanos (yugoslavia y Rumanía acudieron diciendo que eran países "no alineados"...los segundos sobre todo para no perder toda la inversión que habían hecho en materia de explotación infantil dirigida a la preparación espartana de sus gimnastas) con los que vender entradas los juegos olímpicos de Los Ángeles podrán ser recordados también como aquellos en los que se traspasó por primera vez la frontera de lo púramente deportivo para instalarse en lo comercial. Se airearon los enfrentamientos entre los británicos Coe y Cram (el clásico combate entre el Hombre Rico y el Hombre pobre que tantos réditos había dado en la ficción) y la celebración se llenó de historias de David y Goliath como le ocurrió a nuestra selección de baloncesto que se alzaría con una medalla de plata ganando una semifinal agónica a los yugoslavos -una bestia negra- y que hubiera sido más difícil de alcanzar con la participación de los soviéticos (aunque cualquiera sabe, ya les habíamos aplastado en el Europeo).

La resaca olímpica dejó seco a Lewis. Un poco despistado quiso ser cantante y actor, sobre todo lo segundo, y se lesionó dejando el puesto a otros atletas pero sobre todo a otros como Johnson que durante los cuatro años siguientes lo estuvieron ninguneando en la prueba de los 100. De todas maneras no parecía perder fuelle y Johnson, durante todo ese triunfal paseo alrededor del mundo, no pudo quitarse la etiqueta de segundón, de fanfarrón, de rey intruso que aprovechaba el bajo estado de forma de su rival para ocupar su puesto.
Algo mosqueado se dedicó aún más a correr y llegaron los Mundiales de Roma 87´donde, por fin, y en igualdad de condiciones batió el record del mundo y a Lewis que, atónito, tuvo que conformarse con el segundo puesto pese a haber declarado días antes que todas las marcas de Johnson se habían producido en meetings privados pero que los campeonatos eran suyos.
Tras ganarle en la pista Johnson ya podía ser considerado el verdadero rey, el leopardo, pero no. Lewis, pocos días después y utilizando unos argumentos bastante débiles en los que no estaba incluído ningún estudio de biomecánica, dijo que era casi imposible científicamente que alguien corriera 100 metros en 9.83. Todos tomaron las palabras de Lewis como las del nuevo segundón pero los controles de doping contra Johnson se multiplicaron y la sombra de la sospecha comenzó a crecer a su alrededor.
De todas maneras la fortuna parecía comenzar a sonreir a Johnson que ganaba una generosa suma con sus patrocinadores. Callado y alejándose de los focos preparó la cita de Seul 88´.
En la final de aquel año estuvo representado lo más granado de la velocidad: Calvin Smith y Carl Lewis por USA, Johnson defendiendo a Canadá y Linford Christie a Reino Unido. Entre aquellos cuatro tíos estarían las tres medallas. La carrera fue un poema que duró exactamente 9.79 segundos: Johnson salió de forma explosiva, como siempre, y a más de 50 metros de la salida ya había ganado el oro, incluso se permitió el lujo de levantar el dedo al cielo en señal de victoria. La cara de Lewis, segundo, no era la de un tipo cabreado por saber que se enfrentaba a un tramposo como se había empeñado en decir en el último año, era la cara de un tipo derrotado que repetía "Oh, no". Curiosamente las imágenes del Lewis derrotado, en cámara lenta, dieron la vuelta al mundo. Ni siquiera convirtiéndose en el hombre más rápido de la historia era capaz de tener el 100% del protagonismo. Muchos prefieron titular "El hijo del viento derrotado" que "Johnson campeón".



Conseguiría ese protagonismo, todo para él, tres días después cuando dio positivo en un control por una sustancia llamada stanozolol. Clamó por su inocencia pero las medallas acabaron recayendo en el pecho de Lewis, Christie y Smith. Las cosas volvían a su lugar y el bufón transitorio que había querido ser el rey tuvo que soportar una sanción de tres años no exenta de polémica. Durante aquellos años declaró haber tomado también esteroides y la IAAF le quitó todos sus records mundiales y sus medallas en los mundiales. Invalidó también cualquer marca entre 1987 y 1988 eliminando a Johnson de la historia del atletismo.
Desde entonces todo fueron problemas y ruido. Johnson y otros atletas no clamaron por su total inocencia pero aseguraron tomar sustancias ilegales para estar a la altura de los que sí las tomaban y que nunca eran pillados por la sencilla razón de que representaban a países donde se hacía el mismo esfuerzo por desarrollar superatletas que por inventar sustancias que sirvieran para saltarse los controles.
Se supo que Mitchell, Lewis y Christie así como otros reyes de la velocidad habían tomado esteróides y otras cosillas pero jamás fueron obligados a devolver sus medallas y a ser igualmente borrados. La mejor prueba es que la última vez que se enfrenta
Johnson volvió a la pista en 1991 con marcas discretas que fueron mejorando poco a poco. Con cabezonería se esforzaba en volver a una élite que ya le quedaba simplemente fuera de la vista. Estuvo a punto de rozar la gloria en los juegos de Barcelona de 1992 pero se tropezó en la salida y el equipo canadiense de 4x100 fue descalificado por una entrega irregular del testigo. Desquiciado declaró: "todos los finalistas están dopados". En 1993 volvió a correr distancias de 50 y 60 metros y parecía otra vez en la élite pero también fue descubierto en un control por testosterona. El primer ministro canadiense, Pierre Cadieux, lo declaró "vergüenza nacional" y se mantuvo un debate público sobre la posibilidad de quitarle la nacionalidad y la IAFF lo suspendió de por vida.
Se metió en un proceso judicial largo y doloroso mientras que permitió convertirse en una atracción de feria para la mediocre liga de fútbol canadiense donde quiso probar como jugador profesional. La cosa terminó en desastre.
Además de eso, y como buen malo de película, Ben Johnson intentó hacerse una carrera como preparador personal y fue contratado por Diego Armando Maradona en 1997 en una de esas maniobras publicitarias que son una broma de mal gusto: El Pelusa, que sufrió una sanción de 15 meses por no pasar un control en el Mundial del 94 (En Argentina hay quien dice que aquello fue un burdo engaño para evitar que mostrara su simpatía pública por el Ché y el régimen cubano...) quería volver a la élite deportiva contratando a otro juguete roto para recuperar la forma física y poder jugar unos años más con Boca Juniors. Tuvieron problemas de toda índole, entre ellos que Maradona dio positivo por cocaína poco tiempo después.
En una entrevista concedida después de su experiencia argentina (que debió de ser de traca) declaró que había vivido casi toda la década encerrado en el sótano de la casa de su madre leyendo y viendo películas, con miedo de salir a la calle para no enfrentarse con la cara de sus vecinos y con el silencio acusador que lo acompañaba en sus pocas salidas. Convertido en un apestado volvió a la luz pública cuando se supo que había sido contratado por Muammar el Gadafi para que ayudara a su hijo, Qhadafi Al Saaidi, a ponerse en forma para iniciar una carrera como jugador de fútbol. El hijo del dictador libio fue también descalificado por dopaje...pero eso no fue lo que llamó la atención de los medios si no que Johnson había sido asaltado por unos rateros en Roma, durante una escala, que le sustrajeron una cartera con cerca de 9.000 dólares, los persiguió pero no fue capaz de pillarlos.
Su última carrera profesional, y su última intentona por volver, se produjo en 1999 cuando tenía ya 38 años. Alcanzó una digna marca de 11 segundos pero también se le detectaron sustancias prohibidas en la sangre. Desde entonces no volvió a pisar una pista excepto para ser preparador de algún atleta joven.
Johnson siempre ha defendido que se dopó para rendir al nivel de sus rivales que también se doparon, que tenía más talento de lo que se ha dicho nunca y que su estilo (el estilo fiero de salida explosiva) ha marcado a toda una generación de corredores de velocidad. Es posible que tuviera razón, como ejemplo siempre dice lo mismo: En 1991 se enfrentó por última vez a Lewis en una pista. Lewis quedó segundo y no pudo bajar de los 10.20 y él quedó séptimo marcando 10.46. Lewis dijo que ya no estaba en plena forma y todos le creyeron sin pensar que, a lo mejor, esa diferencia también se debía a la ingesta de sustancias prohibidas. Ya sabes lo que dicen: los malos valen para un rato pero luego hay que eliminarlos para tranquilizar al espectador y para que el héroe se tome su merecido descanso.
La batalla Lewis-Johnson vino bien al atletismo y animó a los patrocinadores a buscar nuevos talentos, a bajar las marcas cada vez más poniendo la tecnología al servicio del deporte: centros de alto rendimiento que preparan a los atletas, utilización de nuevos materiales hiperligeros para los uniformes o que buscan la total aerodinámica (monos de pies a cabeza como los que usaron Carl Lewis y Florence Griffith), zapatillas diseñadas para ser una segunda piel y que se agarran al tartán como neumáticos de F-1, una gama espectacular de productos más o menos legales (antes de que la EPO fuera prohibida se consideraba que sería la sustancia que revolucionaría el deporte, como así ha sido) y, sobre todo, unos planes de entrenamiento dignos de caballos de carreras donde nada se deja al azar desde la alimentación hasta los ciclos de sueño.

Para desgracia de tanto preparador un tipo de Jamaica, Usain Bolt, ha irrumpido en el escenario deportivo como un huracán y no solo porque haya acumulado records espectaculares si no porque demuestra que muy poco o nada tienen que hacer todo ese dinero gastado frente al talento natural. Usain no corre utilizando un mono de lycra y prefiere la camiseta sin mangas de toda la vida, entrena descalzo en una pista del tercer mundo y entrenarse dentro de un programa como el jamaicano que no cuenta con el presupuesto de los países desarrollados. Por si fuera poco parece que ni siquiera controla su dieta y que nadie le impide beberse una coca-cola o hincharse a comer alitas de pollo picantes después de correr una carrera.

En el terreno de lo comercial ni siquiera necesita una némesis porque parece sonreir a todo el mundo. Si Lewis representó el glamour de los 80 y los velocistas norteamericanos se han hecho un hueco por sus declaraciones desafiantes y sobrados gestos de superioridad, Usain parece creer en la sonrisa y en representar los valores externos más positivos y folclóricos de su país así como el triunfo de la humildad sobre el dólar o el euro y, aunque podría haberse nacionalizado en cualquier país del mundo, ha preferido seguir siendo jamaicano de corazón y de pasaporte.

Si en otros tiempos necesitamos de choques entre bloques, o de enemistades entre deportistas para mirar una retransmisión de atletismo ahora parece que nos acercaremos a ellas por saber cuál va a ser la próxima marca de Bolt, por saber si lo veremos pasar la línea de meta sacándole diez metros al de atrás y levantando las manos pensando en que acaba de perder la oportunidad de pulverizar otro record. Vale la pena.

2 comentarios:

delirium dijo...

Siempre supe que los superhéroes existían.

Señor Insustancial dijo...

Pues claro...y acaba de batir el record de los 200 metros.

Un saludo.