Todos los regimenes totalitarios conocidos han tenido una especial obsesión por manejar el pasado. Es normal, el que accede al poder de una forma ilícita justifica su acción hablando de las razones circustancialmente malas (violentas, insostenibles, penosas...) que lo empujaron a obrar mal para evitar, paradójicamente, un mal aún mayor.
Los revisionistas de la Guerra Civil española toman este argumento como artículo de fe: ya sabes, si Franco no hubiera parado a la República esta nos hubiera llevado, indefectiblemente, a alinearnos con el bloque soviético. Da igual que este juego de política ficción, sin ninguna base histórica, sea una falacia apenas sostenida por el interés de algunos en justificar un golpe de estado militar sanguinario y sonrojántemente tercermundista (ya pasado de moda, incluso, a principios del Siglo XX) porque vale para unos fines determinados que, no son otros, como ya he dicho por ahí arriba que sostener una mentira interesada.
Stalin hizo algo parecido y, muchos otros, desde Kim Il Jong hasta algún que otro sátrapa de esos que se han apropiado de alguna antigua República ex soviética ha jugado a algo parecido.
La enseñanza es clara: manejar el pasado es la mejor manera de armarse de razones para dominar el presente y el futuro.
Jugar con las líneas del tiempo ha sido, siempre,
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