Nunca pensé que dos personas a las que quería mucho pudieran morir con menos de quince días de diferencia.
El abuelo Zacarías y el tío Eugenio se han marchado para siempre dejando a todos los que les conocimos con la sensación que, pese a que ya eran bastante mayores, se han marchado cuando todavía tenían muchas cosas por hacer.
Yo no quisiera ponerme a escribir los versos más tristes esta noche, ni a decir obviedades como que no quiero escribir los versos más tristes esta noche. Líbreme Alá de escribir cosas como que eran buenos o que eran justos, que fueron abnegados, entregados, trabajadores, que quisieron y que fueron queridos. Lo fueron porque, de no ser así, ninguno de los que lo conocimos tendríamos esta sensación de dolor y de tristeza aparcada en el pecho, de estar como partido en dos por dentro. Quizás eso también sería una de esas obviedades que no se deberían de volver a escribir nunca, quizás no deberíamos de volver a escribir sobre la muerte por ser este un tema rematadamente obvio con el que, tarde o temprano (y espero que sea tarde), todos tendremos que bregar.
Por no caer en la obviedad les diré que mi Tío Eugenio tocaba el acordeón, puntualmente, una vez al año durante la festividad de Santiago Apostol. No les diré que, de haber nacido en Europa Central o en una zona del mundo donde se apreciara más ese curioso instrumento, hubiera llegado a ser una leyenda de las teclas y el fuelle pero he de reconocer que no he visto a nadie ponerle tanto empeño en dominar un instrumento. Es fácil eso de la "actitud" cuando tienes una banda de rock and roll detrás llena de toxicómanos y tíos tatuados pero intenten aguantar el tipo con la simple ayuda de un acordeón en una taberna de un pueblo de Extremadura ante una audiencia formada, básicamente, por parientes con tres vinos de más que te demandan "Los pajaritos" una y otra vez y una estupefacta cohorte de jovenzuelos (nietos, sobrinos y otros allegados) a los que sólo les va el tema moderno...sinceramente, no me imagino a Loquillo aguantando el tipo en esas circunstancias.
Por no caer en lo obvio diré que mi abuelo Zacarías se habia convertido en un fan del tenis. Nadie sabe, a ciencia cierta, como es posible que un tipo que nunca había cogido una raqueta se convirtiera en un experto en las lesiones de Del Potro, las posibilidades de Wawrinka para alcanzar el TOP 10 o el saque mortal de Soderling...la última conversación con mi abuelo fue sobre las posibilidades de que Rafa Nadal llegara a la final de Roland Garros ante "ese tío fenómeno" que era la forma en la que mi abuelo hablaba de Roger Federer.
Les diré que ambos tuvieron una enorme pasión por vivir que es una cosa que, al parecer, arraiga mucho más en el espíritu cuando ha tenido antes que aprender a sobrevivir a unas circunstancias duras pero, sobre todo, cuando uno vive a favor y no en contra de las cosas.
A lo mejor no debería(mos) de estar tan tristes porque morir de viejo,durmiendo y sin enterarte de que esa hija de puta te está esperando sentada en la esquina de la cama tiene algo de final redondo, de buen final tras una vida plena.
Me quedo con la última frase que mi abuelo Zacarías le regaló a mi abuela Petra antes de irse a dormir mientras le acariciaba la mano: "Mira, así le agarraba la mano yo a mi madre cuando era pequeño...tenía la piel suave como la tienes tú".
Los voy a echar mucho de menos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario