La frase de Karl Marx que todo el mundo recuerda es eso de que el opio del pueblo era la religión. "Fíjate si era malo ese hombre que se le ocurrió comparar a Dios con una droga" me dijo una vez una profesora espantada por la manera en que este señor sacaba los pies del tiesto ya en el siglo XIX.
El caso es que se quedó corto porque en nuestro país, esta España que se despista con el vuelo de una mosca como si fuera un alumno de esos que se sientan en las últimas filas de las aulas, el número de opios con los que perder la atención es innumerable. Aquí se podría decir que Belén Esteban, el fútbol, Intereconomía o las maniobras orquestales en el senado del ala conservadora (que comienza a aunar a nacionalistas y peperos en un totum revolutum menos contra natura de lo que nos hacen pensar unos y otros) para generar más ruido a costa de si las mujeres musulmanas tienen o no tienen que llevar burka son de por sí algunas de las drogas que, de cuando en cuando, se nos administran para que nos olvidemos de lo importante. Si es que hay, en realidad, algo más importante ya que a mi, a estas alturas del match, ya me cuesta diferenciar entre si es mejor ocuparse del mar y, en caso positivo, si hay que cuidar de las olas o de las mareas.
En "Oh, Brother" (Joel Cohen, 2000) el Gobernador Pappy O´Daniel -interpretado por el actor Charles Durning- concede el perdón del estado a Everett (George Clooney) y sus compiches porque, pese a haberse escapado de la cárcel, descubre que son los Soggy Bottom boys autores de la canción de moda que arrasa entre la masa de electores paletos asegurándose así una nueva reelección. El chiste no es desconocido para los norteamericanos cuyas campañas electorales han estado repletas de trucos y volteretas de sus candidatos que han ido desde Jommy Davies, gobernador de Luisiana del que he hablado alguna vez, cuyos mítines eran en realidad conciertos de bluegrass donde cantaba su éxito "You´re are my sunshine" en los que se hacía acompañar de actores enanos que portaban escobas con las que ejemplificaba como barrería la corrupción del estado (él, que era un poquillo corrupto) hasta las piruetas mediáticas del Giuliani que, siendo alcalde de Nueva York, se grabó a sí mismo comprando droga en la calle para demostrar que la situación de la Gran Manzana era insostenible en materia de delitos comunes y que, con esas pírricas pruebas, aplicó una curiosa teoría anti delictiva que permitía que se aplicaran penas absurdamente desproporcionadas contra los delitos menores (la llamada "Ley de la ventana rota") para que los grandes delincuentes cogieran miedo lo que no evitó la multiplicación de delitos violentos y, lo que es peor, una ola de asesinatos injustificados producidos por su propio departamento de policía que se tomó el asunto como, claro está, una carta blanca.
Hasta hace pocos años las piruetas y volteretas políticas no parecían ser del agrado de los políticos europeos. Es decir, el espectáculo se dejaba para los candidatos que, sin posibilidades, necesitaban de un poco de eco mediático. Acción católica, por ejemplo, llevaba en su programa electoral la promesa de restablecer la pena de muerta para casos de terrorismo por una sencilla teoría: por cada Guardia Civil o Policía Nacional muerto se fusilaría a 100 etarras. Teniendo en cuenta que en España hay alrededor de 600 etarras encarcelados la medida parece un tanto expeditiva.
En el otro lado el PORE (Partido de los Obreros Revolucionarios de España) acude todos los años a las elecciones brindando la posibilidad electoral de liquidar el sistema actual y hacer una transición hacia un sistema de corte soviético. Desgraciadamente, pese a lo interesante que sería el experimento que permitiría a España ser una nación vintage de pleno derecho y digna de ser nombrada como primera de una lista de naciones que siguen las tendencias, los dirigentes del PORE se retiran de las elecciones con un doble objetivo: no seguirle el juego al estado y hacerle gastar un dinerete en papeletas y sobres de votos.
Los partidos mayoritarios, los que van de serios, normalmente solían darle poco a la estridencia. A lo más que llegaban era a ponerse cosas estúpidas en la cabeza en visitas oficiales: Jordi Pujol se puso un casco de los extintos Barcelona Dragons en una recepción oficial que, la verdad, no le quedaba como un guante y en alguna ocasión, de visita por Bolivia creo, Felipe Gonzáles tuvo que encasquetarse uno de esos gorros andinos "a la moda de Manu Chao" y permanecer impertérrito ante, lo que siempre he sospechado, era un chiste privado entre los dirigentes de nuestras ex colonias.
Es verdad que, por ejemplo, el PP tuvo a un díscolo Presidente de Cantabria (llamado Hormaechea) que entre otros faraonismos creó el Parque Natural de Cabárceno y que fue el dueño de frases tan inteligentes como "A mi Isabel Tocino no me aguanta medio polvo" o "No se si Cabárceno valdrá para algo pero, a mi, con que una sola pareja se eche un polvo aprovechando esta tranquilidad me vale" (obsesionado que estaba el hombre) y que la lista de talibanes del exceso son muchos (sólo en el Ayuntamiento de Madrid hubo varios) pero en realidad la cosa no pasaba por ser cosa de personas escandalosas.
La stravaganza pública se había quedado para la Realeza (El Príncipe Carlos vestido de maorí o de travesti escocés, nuestra Infanta Elena desmelenada en el concierto de OT en el Bernabéu, Cristina de Suecia vestida de G.I. Joe) mientras que el poder civil se solía cuidar de tontadas.
Pero los nuevos tiempos exigen nuevos modelos y, claro está, la pujante aparición de la nueva Metrópolis (en este caso Washington) hizo que en España y en toda Europa -o viceversa- se adoptaran esas manías impulsadas por Reagan (disfraces de cowboy), Clinton (tocar el saxofón, hacer footing), Bush Sr. (marearse por un sushi en mal estado) o Bush hijo (pongan ustedes lo que plazcan que hay donde elegir) que nos invadieron más o menos después de que el hermano gemelo malo de Aznar iniciara su mandato.
Como siempre la raiz de la cosa hay que buscarla en la evidente invasión cultural de la Metrópoli norteamericana (ese espejismo de triunfo rápido y arrebatador) pero, más cerca, habría que fijarse en lo que indiscutiblemente se estudiará como la "Escuela Valenciana" -un caso que se estudiará-.
Sus miembros, todos ellos hijos de la huerta y de los rayos UVA, han iluminado con sus estupendos bronceados una forma de hacer política tan nueva como efectiva que consiste en utilizar una imagen de exceso público como escudo para el exceso privado. Enhorabuena. Lo han conseguido.
Si te pillan metiendo la mano en la caja haces una rueda de prensa para anunciar la inminente construcción de un Aeropuerto y si tienes un lío amoroso pues nada, dices que vas a traer la Copa América o, tachán, tachán, que has conseguido acabar con la delincuencia en el Cabanyal. España, la actual, le debe mucho a Valencia, la verdad.
El otro día, Antonio Basagoiti, uno de los nuevos valores del PP se rompió el tobillo en una pachanga futbolera. ¿Qué hacía un tío tan fuera de forma como Basagoiti jugando un partido de fútbol? Está claro que intentar dar una imagen simpática de su formación allá por su tierra y, claro está, enseñar unas camisetas donde se podía leer "sigue con nosotros hasta PRIMERA". Mal, Basagoiti, mal. No vale con calentar a la grada organizando conciertos de Pignoise o de Pitingo para animar el cotarro, para hacer deporte hay que calentar de verdad, hacer estiramientos...
Yo tomaría nota sobre este tipo de política de circo teniendo en cuenta que Basagoiti se ha roto un tobillo haciendo el tonto. El siguiente podría partirse la crisma intentando hacerse un doble mortal en una piscina vacía. Da igual que la cosa sea sobre el burka, el aborto, la reducción de cargos públicos o lo que sea. Necesitamos tranquilidad y tiempo para pensar, necesitamos algo de mesura, algo de dignidad, que la gente que está al frente se mantenga fría y que gaste su tiempo en hacer algo más que el idiota. ¿Saben que nos ha costado la maniobra pepera del burka? ¿Cuantos euros cuesta sacar adelante una cosa de esta magnitud? ¿Cuanto costará de llevarse a cabo si es que se lleva a cabo? Pues un pastizal que podría, por ejemplo haber valido para proponer medidas efectivas contra el paro (medidas reales de verdad).
El político convertido en trapecista es un dispendio que no nos podemos permitir y, sobre todo, es una oportunidad como otra cualquiera de que la clase política se retrate tomándonos como lo que piensa que somos: el público incómodo, estúpido y necesario que paga su entrada para que el circo siga abierto.
Nota del Insustancial: "Man of Constant Sorrow" fue la canción más alabada de la BSO de la película de los Cohen de la que hablo en el texto que ganó un grammy en 2001 a la mejor producción de Música folk del año. El cantante Dan Tyminski es el intérprete, el autor es Harley Allen y la parte musical fue cubierta por la banda de bluegrass de Pat Enright.
3 comentarios:
Bueno, algunos ya acuden a La Noria a contar sus cosas. De ahí a participar en Mujeres, Hombres y Viceversa hay un paso.
Patri-cia,
Es completamente cierto. Dentro de poco vamos a ver a la plana mayor de los partidos nacionales haciendo un posado-robado en el Interviú.
Un besote.
Totalmente de acuerdo, Patricia. Lo que demuestra que la política en este nuestro país tiene más de prensa rosa que de cualquier otra cosa. Una pena, la verdad. Cualquier día de éstos emigro a Noruega o a cualquier otro país supuestamente serio.
PD: Mejor no hablamos del pastizal que se ha tirado por el retrete con el referéndum consultivo acerca de la reforma de la Diagonal, que se me abren las carnes.
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