domingo, 16 de enero de 2011

Risas en el Circo de Torrebruno.


Los niños gritaban. Era un chillido espantoso y agudo. Si alguien hubiera pasado por la parte de fuera del circo estoy seguro de que hubiera pensado que el sitio estaba ardiendo. Pero no. Era sólamente que Torrebruno había salido a escena. Era normal, porque el circo, aquel circo, anunciaba a bombo y platillo la presencia del héroe de todos los niños. Se hizo de rogar. Tuvimos que ver a unos acróbatas y a unos equilibristas, vimos al domador de los leones e, incluso, un par de números de payasos dándose bofetones pero, al final, el jefe de pista salió al centro de la misma y dijo aquello de "Damas y Caballeros, Niños y niñas..." y antes de decir su nombre el graderío emitió ese sonido agudo, ese pitido brutal emitido por cientos de gargantas infantiles que hacían retumbar las lonas y las gradas metálicas. 

Torrebruno, acompañado por unas azafatas infantiles salió al centro de la pista. Bajito y vestido como en la tele ("¡Igual que en la tele!" pensé) con ese chaquetón largo y rojo y la pajarita de lunares multicolores agarrado a un micrófono y haciendo gracietas con su fuerte acento italiano. Las masas estaban a punto del éxtasis que provoca el entretenimiento, la contemplación de lo sublime, la puñetera risa en estado puro emitida por un famoso entrañable y de buen caracter. Lo íbamos a flipar. 

El payaso, el showman, comenzó cantando su éxito "Rocky Carambola". La guasa. Pidiendo palmas y que lo acompañáramos en los coros mientras que las azafatas se desplegaban estratégicamente como una Guardia de Corps de la diversión sin límites por toda la pista de espaldas al cantante levantando los brazos y haciendo evolucionar una sencilla pero vibrante coreografía que era seguida rítmicamente por el público infantil que, pese a lo seriecitos que éramos los niños en aquella época, erguido sobre el graderío, seguía las más mínimas indicaciones de la estrella que, desde el centro de la pista, miraba aquí y allá ora elevando un poco los bracitos, ora levantando el cuello para alcanzar las notas más difíciles de la canción. 

Al terminarla aquello se vino abajo. Bravos y "jip-jip-hurras" hasta que Torrebruno pidió calma y dio las gracias a los asistentes por haber venido a verlo. "Gracias a ti, amigo, por venir hasta aquí, a este circo gigantesco instalado en medio de un descampado de Plaza de Castilla lleno de charcos y donde apesta a cacas de todo tipo de animales exóticos...gracias por haber salido de Prado del Rey y desplazarte hasta este humedal urbano para entretenernos con tus canciones y compartir tu alegría vital" me hubiera gustado gritarle. 

Cuando todos estuvimos calmados, Torrebruno dijo que lo que más le gustaba en este mundo era jugar y nos preguntó si a nosotros también nos gustaba jugar. ¿Qué pregunta era esa? ¡Pues claro! así que todos contestamos con un "¡Siiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii!" y el sí sonó como el que emitían esos niños privilegiados que iban a las grabaciones de la TVE para participar como público y, según decían los rumores, comerse un bocata y una coca-cola ¡gratis! en el descanso. 

Torrebruno dijo que había pensado en un juego para todos nosotros. Y pidió voluntarios. Un mar de brazos alzados se elevó hacia la lona rojiblanca del circo y allí estaba yo, en medio de aquella marejada tendente a fuerte marejada de extremidades humanas alzando los propios, sudando como un pollo, con los mofletes colorados, agarrándome a donde podía para no palmar de los propios nervios pensando "no me van a coger, nunca me eligen para nada". Pero, de pronto, una de aquellas azafatas se fijó en mi, me imagino que en esa melena de niña que tantos problemas me daba con las viejas que apestaban a perfume fuerte y a laca y con los viejos del bigotín de Charlot. Me llevaba de cuando en cuando un meneo por aquello, porque si un señor con bigotito me preguntaba que si era niño o niña yo le respondía que era un niño y que él llevaba bigotito de Charlot. 

Y entonces la mano de la azafata cogió la mía y me sentí decaer, ya sabes, de esas cosas de los niños, que cuando les das una alegría parece que les flojean las piernas. Ahí estaba yo, emocionado, agarrado a la mano de la azafata que me arrastraba hacia la pista, próxima estación conocer en persona a Torrebruno. Pero algo iba mal, o la azafata era muy débil o una fuerza tractora tiraba de mi hacia atrás incapacitando el movimiento, devolviéndome a la grada con los desafortunados. Miré hacia atrás y vi a mi madre, con la cabeza metida en las solapas del abrigo de mutón, tirando de mi y haciendo un gesto negativo con la cabeza. En mi cabeza aquel forcejeo azafata vs. Madre debió durar como dos años vividos en cámara lenta. La jovencita con su traje de circense televisiva mirando con cara rara a mi madre de "señora, suelte a su hijo, que se lo devuelvo en un rato" y mi madre con cara de circunstancia diciendo "no se de que me estás hablando, mona, pero no tengo la culpa de que la sangre de mis entretelas esté unida a mi a través de mi brazo que ha adquirido, de pronto, una fuerza sobrehumana". Mi padre, entró al trapo, y cortó el brazo de mi padre mirándola con cara de "déjalo, que se divierta". Se miraron un momento, la mano aflojó y la azafata me levantó sobre su hombro un poco dejándome luego sobre las escaleras. Mientras bajaba, vi a mis padres con cara algo seria. Pero me centré en bajar las escaleras y en seguir como un tonto la canción de "Rocky Carambola" que, ahora por megafonía sonaba a toda hostia para entretener la caza y captura de voluntarios. 

Finalmente llegamos a la pista donde un ayudante me ayudó a saltar la pequeña valla que diferencia a la escena del graderío y comencé a caminar hacia el lugar donde Torrebruno se encontraba. De pronto, se hizo un pequeño silencio. Después se propagó una especie de ola y más tarde una carcajada enorme. Y un aplauso, todo a la vez. Saludé un poco al graderío como lo había visto hacer a la gente que, de pronto, se ve en medio de algo en lo que es protagonista. Torrebruno me miró con cara de "¿Quién ha elegido a este niño?". 

¿Están ustedes familiarizados con las palabras "Piartros traumático"? Es una enfermedad muy chunga que me quedó completamente cojo de los 3 hasta casi los 5 años en los que me vi obligado a arrastrar con una pierna izquierda completamente inutil casi sin capacidad para doblarse atravesada por dos feas cicatrices. Tuve que aprender a caminar dos veces en mi vida: la normal y la otra, la más dolorosa, después de una larga operación y una interminable recuperación. Pasaba yo las tardes, por aquel entonces, metido en la unidad de rehabilitación del Hospital de La Paz, con un fisio tartamudo, unas enfermeras que me ponían cables en la articulación para darme descargas eléctricas y un médico que me hacía trucos de magia y que una vez me sacó de la oreja un llavero de SEAT. El circo me había costado como una semana de no quejarme y no llorar. No quejarme nada y no llorar nada. Cinco largos días de morderme los labios cada vez que tenía que levantar una pesa con la pierna floja y otros tantos de no derramar ni una sola lágrima cuando el fisio, que se llamaba Paco, me hacía los ejercicios esos de doblarme la rodilla. 

No tenía ni idea de lo que le había costado a los otros niños conocer a Torrebruno pero a mi, sinceramente, me había costado mucho. Había pagado mucho por estar allí y, claro está, iba a cobrarme mi recompensa. 

Las carcajadas de la gente, por tanto, se debían a que debieron pensar que era una especie de niño actor, un sandunguero tipo Ana de Enrique y Ana o un Lolo García de la vida, algo que era parte del espectáculo. Ya saben, el típico niño que hace la gracia de hacerse el cojito delante de las visitas para ganarse el achuchón de los adultos. El caso es que a mi me daba igual porque Torrebruno, the one and only, ya me había estrechado entre sus brazos y podía comprobar el picor del tejido de su chaquetón rojo sobre las mejillas. Me agarré a su pierna como un chiflado, provocando más risas del público. Después, tranquilamente me volví a la fila de los niños que también habían sido elegidos y que no se reían porque, en realidad, ya habían percibido que algo funcionaba mal y que, en realidad, yo era de verdad un cojito con todas las de la ley y no el próximo Joselito. 

Entonces Torrebruno nos pidió que nos colocáramos por parejas, ese momentazo de cierto caos cómico de "elige a alguien de un grupo de desconocidos" que tanto éxito tenía en los programas infantiles. "cada chico que busque a una chica". No lo tenía fácil, enano y cojo no es fácil encontrar a una pareja, es más, estás en las últimas escalas de la especie que diría Darwin y, por tanto, finalmente me tocó hacer pareja con una muchacha poco espabilada con cola de caballo, faldita marrón y jersey de cuello alto que me sacaba como dos cabezas. La muchacha permitió el enlace temporal con desgana y cierto mohín de disgusto. Ya ves, ella que era la imagen viva de la sana infancia emparentada con el Quasimodito del circo. Ni me miraba y, menos, cuando Torrebruno pidió que las parejas se dieran la mano. Que jodía, no quería. Cerraba el puñito con rabia cada vez que le intentaba agarrar la mano, como negando la evidencia de que, maldita sea, le había tocado hacer pareja con una especie de indeseable. También estaba acostumbrado a aquello, así que no le di mucha importancia. Sería que la información no era muy buena o que flotaba todavía el fantasma de la polio entre la población española pero, lo cierto, es que muchos padres ponían mala cara cuando me veían al lado de sus hijos por miedo a que lo que tenía en la pierna fuera una de esas enfermedades contagiosas tan chungas. Imagínate el palo: mandas a tu hijo a un parque, con sus dos piernecitas y sus dos bracitos y vuelve a casa con una enfermedad incurable que lo hace estar postrado para siempre en una cama. 

Otra vez tuvo que venir Torrebruno hasta donde estábamos para mediar en el conflicto y agarrarnos la mano mirando a la niña con gesto grave y diciendo "hay que hacer amiguitos". Finalmente, y con desgana, la niña accedió a cogerme de la mano mientras miraba muy seria hacia el frente y yo intentaba mirarla a ella para decirle "tranquila, que no es contagioso", que era algo que, como ya digo, estaba bastante acostumbrado a decir. De hecho, estando tan cerca como estaba no tuve más remedio que darle las gracias de la única forma en que pensaba que debía dárselas, corrí un poco hacia él y mientras estaba de espaldas comencé a tirarle del chaquetón hasta que conseguí que se diera la vuelta y me preguntó que qué quería y me puso el micrófono en la boca y le solté "¡Que te he visto en la tele!". Joder, qué risas de nuevo. El niño había resultado ser un puto artista. Tranquilamente me devolvió a mi sitio con mucho arte. 

Y entonces Torrebruno volvió hacia el centro de la pista y anunció el juego, el maravilloso juego que tenía reservada a la audiencia. Un redoble de tambor pregrabado retumbó sobre el público asistente y comencé a sentirme mal, físicamente mal, de esto que no te sujetas y levanté la mano. Y la gente comenzó a reírse de nuevo y entonces, Torrebruno, volvió a parar la actuación y cesó el redoble y, volviendo hacia mi dijo: 

-"¿Qué te pasa, amigo?". 
-"Que me estoy meando, que quiero mear"

Entonces la gente rompió en una nueva ola de risas y en una estupenda carcajada. Así fue la cosa. El payaso, cargado de paciencia, pidió a uno de los ayudantes que me sacara de la pista y con celeridad me metieron detrás del enorme telón de color rojo donde con mucho miramiento el tipo que me llevaba me dijo "Chaval, de estas terminas en el circo, venga que te voy a llevar a mear a un sitio que verás". Y, efectivamente, me llevó a mear a un sitio increíble: al lado de un elefante. Básicamente, entre las piernas de un enorme elefante de los que había visto en la pista hacía un rato. Me bajé los pantalones yo solo y apunté donde pude, extasiado por la contemplación de aquel bicho gigantesco que comía tranquilamente su ración nocturna ante la atenta mirada de aquel asistente de circo vestido con una impresionante levita de botones dorados que me azuzaba a terminar cuanto antes la micción  porque, Torrebruno, al otro lado del telón entretenía al graderío con una serie de chistes de corte "cosas del directo". Antes de marcharme de allí, el tipo quiso redondear el día de por sí redondo levantándome sobre sus hombres y permitiéndome tocar la piel rugosa del bicho gigantesco que sentí fría y extraña. Recuerdo, perfectamente, mi mano pequeña haciendo presión sobre aquellas hendiduras de piel oscura y mis dedos siguiendo una línea que parecía un río seco. Después me bajó y me devolvió a la pista. 

Casi sin tiempo Torrebruno me miró con cara un poco seria y dijo "vamos a continuar porque el tiempo en el mundo del espectáculo es oro". Nuevo redoble. Termina el redoble y Torrebruno anuncia el gran concurso, el gran juego, la leche vamos: Un concurso de baile. 

La carcajada fue entonces monumental. Ya saben. Niño cojo en pista. La niña de la coleta, mi pareja hizo un gesto de evidente disgusto me imagino que pensando "¿Cómo coño voy a ganar nada con aquí el Fred Astaire con la pata de palo?". Y sin tiempo para que el público pudiera expeler si quiera un chorro de aire más anunció el premio: Dos BICICLETAS para los ganadores. 

Entonces fue la debacle. La gente no podía creerlo. Cojera-baile-bicicleta...¿Quién había escrito el chiste? ¿Arevalo? ¿Iban a salir un francés, un inglés y un español a la pista? ¿Qué nos faltaba por ver? ¿Un gangoso contando su vida? ¿Dos mariquitas? 

Como pudo, Torrebruno, el gran Torrebruno salió de aquel embrollo dando inicio al concurso que, evidentemente, no gané. Y eso que puse empeño porque yo era muy de bailar frente a la tele, viendo Aplauso  y flipaba bastante con Grease, de hecho entretenía a mis tías bailando como John Travolta y señalando hacia el horizonte mientras ponían "grease Lightning". La niña, aquella compañera casual, se fue de la pista con un rebote tan grande que mientras caminaba hacia la grada con su kit de premio de consolación (una bola loca de Comansi, un single de Rocky Carambola, una foto firmada por Torrebruno, una enorme piruleta roja y un bolsón de caramelos Sugus) levantaba pequeñas nubes de polvo con los pisotones que daba al suelo. 

Yo me despedí del público asistente dándole un gigante abrazo a Torrebruno que me devolvió con un "muy bien, lo has hecho muy bien, eres muy simpático...pero al circo hay que venir con el pipi hecho de casa". Mi madre, la muy boba, tenía los ojos un poco rojos cuando me devolvieron a su lado y mi padre me revolvió la melena de niña diciendo "muy bien, campeón, los has dejado de piedra, que morro tienes". Una pareja de al lado le dijo a mi madre que yo era un artista. Mi madre dijo "es muy payaso, le gusta mucho hacer tonterías" y, por primera vez, no vi en la gente que le preguntaba a mis padres por mi que se mencionara ni mi pierna, ni la cojera, ni lo dificil que sería criar a un niño enfermo. Y me sentí bastante bien. 

Salíamos del circo pisando el barrizal que lo rodeaba, yo iba sobre los hombros de mi padre, agachándome de cuando en cuando para oler la piel de la pelliza de progre que me encantaba y sintiéndome como tantas otras veces, como todas las veces en las que me sentaba sobre sus hombros como esos tíos del turbante que "conducían" elefantes en las películas esas donde morían cantidad de soldados ingleses. Y le dije lo del elefante, claro. Y entonces nos paramos con la muchedumbre a esperar el último número de la noche. Un tipo embutido en un traje blanco nuclear, tocado con un casco del mismo color se introducía en un cañón de vivos colores. Nos saludó a todos y, de pronto, sonó una explosión y el tipo salió disparado hacia una red dibujando una parábola perfecta, surcando el cielo negro y lo vi colocar los brazos como un perfecto nadador y girar sobre sí mismo en el aire y caer en una red entre un "ohhhhhhhhhhhh" majestuoso y un enorme aplauso. "Mira si lo han aplaudido ¿eh? ¿Has visto? Pues le han aplaudido menos que a ti" dijo mi madre. Y me eché a reir porque pensé que mi madre estaba loca...¿Cómo me iban a aplaudir a mi más que al Hombre Bala?

14 comentarios:

Anónimo dijo...

Sin palabras. Sólo puedo decir que es una entrada preciosa. Ya me gustaría a mí tener ese talento para hablar de mi infancia.

Qué grande eres, Mr. Insustancial, de verdad.

Un abrazo grande.

Mylodon Darwinii Listai / Milodón dijo...

Se me han saltado las lágrimas con este relato. A servidora le pasó algo parecido con Teresa Rabal. Aún recuerdo cómo olía el tul de su vestido cuando me cogió en brazos.
Sublime (su relato)

Anónimo dijo...

Ayyy...-suspiro- hace poco encontré una foto mía del circo, subido en un elefante con mi hermana...me puse a llorar! Qué cosa daba la piel de aquel bicho!

Señor Insustancial dijo...

Hola muchachada,

Bonés,
Muchas gracias.

Mylodon Darwinii Listai,
Gracias...los recuerdos es lo que tienen que son muy agradecidos.

Rafael_futuro_presidente,
Pues muchas gracias.

Un saludo a todos y gracias por los halagos...siento no alargarme más pero nunca se que responder ante los comentarios positivos.

Emerayoc dijo...

Jo, lo de sin palabras ya lo han dicho, pero es literal lo que me has sentir. Tanto derroche de ternura, sueños y dificultades de infancia, torpeza en la gestión y comprensión de los niños, madres que sobreprotegen...
A mi jamás me llevaron al circo y cuando de mayor fui para resarcirme.... no me gustó. Sería como defensa.

Alex Onov dijo...

Gran entrada!!! Escribes de puta madre y me encanta el tema. Y la verdad es que se agradece el fondo blanco del nuevo diseño; antes me volvía un poco bizco con el fondo negro. Un saludo.

Anónimo dijo...

Quería darte las GRACIAS por esta entrada tan MARAVILLOSA, me has dejado sin palabras y con un nudo en la garganta. Torrebruno siempre fué mi gran ídolo de niñez. Me he sentido completamente identificada contigo pues yo también pude verle en el Circo y como tú, también fuí una niña enferma y mi "premio" fué precisamente poder ir a aquel circo para poder verle sin pantalla de TV de por medio. No tuve la suerte de ser la escogida para el momento del juego, pero nunca olvidaré lo feliz que fuí solo con poder verle mas de cerca.

Gracias a tu relato y a todos los detalles que recuerdas sobre aquel día me has podido trasladar a mí también a "mi día en el circo con Torrebruno". Muchísimas gracias. Un abrazo.

Magerit1 dijo...

Qué grande eres y qué bien escribes. Me has hecho vivir la historia como si hubiera estado allí en persona. He podido sentir y ver los olores y colores del circo. Relato triste y bonito a la vez. Haces magia con las palabras. Un abrazo compañero :o)

tartadegalletas dijo...

♥♥♥♥♥ me encanta!!!!

Foncho Santos dijo...

Simplemente genial. Los recuerdos de la infancia ganan, con los años, fuerza e importancia cuantas más responsabilidades recaigan en nuestra vida. Torrebruno también fue un héroe y animador de mi infancia. Algún día contaré la anécdota que tuve con él en el zoo de Madrid. Pido perdón por desconocer la existencia de este blog que pasa a la barra de favoritos de mi navegador. Saludos!

latanace dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
latanace dijo...

Gracias por traerme hasta aquí un 11 de mayo de 2013 a leerte. Preciosa entrada.A sus pies,caballero. O mejor dicho, a su pierna.

Anónimo dijo...

Simplemente maravilloso

Anónimo dijo...

Gracias!!
Un relato espectacular.
Estaba buscando este relato, que le pasó a mi novia cuando era pequeña y es exactamente como tú lo has contado.