jueves, 22 de julio de 2010

Lecturas de dos rombos



La llegada de cartas de los lectores a la redacción siempre era motivo de fiesta. Alex se encargaba de mirarlas todas y elegir las que rellenarían la sección. Antes de trabajar en una revista jamás me había planteado que este tipo de material es fascinante. Después de eliminar las aburridas (lo hacéis guay, mandadme una camiseta...), las quejas simples (bajad el precio, no moláis nada voy a comprar otra, dedicadle más páginas a las tías que hay mucha letra, le dedicais demasiado espacio a las tías poned más artículos), las quejas complejas (¿Cómo es posible que no hayáis hecho un artículo sobre la disco de mi pueblo?, se nota que sois unos fascistas de mierda, se nota que sois unos rojos de mierda, habéis perdido un lector por meteros con la selección argentina, voy a hacer campaña contra vosotros) y las peticiones delictivas (dadme el teléfono de tal actriz que soy director y quiero hacerle una prueba, soy fotógrafo profesional y estaría encantado de que me echárais una mano para encontrar la dirección de X porque quiero hacerle un posado) o desesperadas (me suicidaré si no conozco a tal persona) nos centrábamos en el material que valía la pena: lo que se iba a publicar (buenos textos, fotos descacharrantes...) los correos electrónicos amenazantes (siempre intentos de demandas por cosas estúpidas o veladas amenazas de se donde trabajáis...nos ha jodío el Mike Hammer como que la dirección viene en la revista) que siempre eran recibidos con jolgorio y contestación jocosa -lo que atemorizaba a nuestro sufrido director- y sobre todo el material que, pese a ser impublicable merecía estar en una antología. Es decir, gente locuela o con un sentido francamente extraño de la realidad. 

Lo primero los dibujos, gente que mandaba dibujos. Nadie que no haya visto esas cosas se puede imaginar la cantidad de gente sin talento que piensa que sabe dibujar y que te manda una carta diciéndote que su material es oro y que está dispuesto a hacerte un hueco en su agenda para ilustrarte cuarenta o cincuenta páginas. ¿Era posible que en pleno siglo XXI la gente te mandara unicornios saliendo de arco iris, tíos cachas con rollo Conan El Bárbaro, siluetas femeninas que harían avergonzarse a los buscadores de fenómenos de feria del Circo P.T. Barnum? Pues sí, lo era. Es una pena que no nos permitieran hacer un especial sobre ese material por miedo a que algún lector sensible se arrancara los ojos pero aquello era tan feo que, incluso molaba, no se, era como mirar los brazos tatuados de un ex legionario viejo. Lo más grande era que, los que menos talento tenían, solían solicitarnos la devolución de "sus originales" por miedo a que los publicáramos sin su permiso. Ya después nos venía la típica amenaza del enorme bufete de abogados del artista dispuesto a hacernos picadillo y mandarnos de una patada en el culo a la indigencia.

Otra cosa que nos gustaba bastante era encontrarnos cartas de presidiarios. No eran muchas y la mayoría eran correctas pero había algunas con testimonios que, la verdad, hubieran dejado a Ramón "El de Pitis" al nivel del betún. 



Pero lo mejor, lo mejor de todo eran dos lectores: uno que nos contaba que convivían en él tres personalidades distintas (él mismo, un tal Tony y luego un tal Loki) y que decía ser bastante feliz porque de pronto estaba en el parque de su barrio y al momento en un palacio decorado con arabescos y salvaguardado por un ejército de amazonas o en un páramo arrasado por hordas de orcos. Lo mejor era que, al parecer, utilizaba sus tres personalidades para cosas distintas de forma intercambiable: hacía las gestiones y la vida diaria como él mismo, ligaba y se ponía gallito como Tony y era con Loki con el que iba por ahí a vivir aventuras por esos mundos de Alá creados por su fantasía. Eso era lo que tenía menos controlado porque los arrebatos de Loki por arrastrarlo hacia esos otros universos de Espada y brujería eran imprevisibles y, a lo mejor, lo cogían en medio de una clase, de una entrevista de trabajo o en el parque. Como vio que no le dábamos mucha bola comenzó a mandarnos sus fantasías dibujadas (una jodida mina) y ahí fue donde comenzamos a cogerle un poco de miedito aunque, la verdad, siempre nos contaba que se sentía super colega nuestro y que entendía que no le publicábamos ni las cartas ni los trabajos ilustrados (pintados con rotuladores) porque presentía que, quizás, su trabajo fuera excesivamente vanguardista o moralmente avanzado. En el sentido en que pueden serlo historietas de aventureros que buscan espadas luminosas que básicamente dividían a las mujeres en dos grupos: las que estaban dispuestas a zumbárselo nada más verlos y las que necesitaban de ser violadas para darse cuenta de que estaban frente al hombre de sus sueños. 

Tras este lector, nuestro preferido era un hombre mítico...bueno, no tanto porque nos ahorraba el trabajo de hacernos una idea de como era adjuntándonos una fotocopia del DNI junto al texto. El caso es que el hombre, que se llamaba Josep, siempre nos llenaba de alegría con sus misivas que, durante un tiempo, se hicieron aún más reconocibles que su intrincada caligrafía gracias a unas graciosas senyeras catalanas primorosamente pegadas al sobre junto al rostro del sello.

Cada vez que una de estas cartas llegaba (con su senyerita o un ruego que creo recordar era "publicar por favor") nos llenábamos de jolgorio y Alex, Cosca y yo comenzábamos la coreografía del loquito poniéndonos las palmas de las manos sobre los ojos y abriéndolas y cerrándolas mientras decíamos "cu-cú, cu-cú".

Josep era un poco monotemático y, aunque un par de veces nos escribió expresándonos su gran dolor por la incomprensión que la peculiaridad de la nación catalana provocaba en el resto de España, siempre se centraba en dos temas que le tenían preocupado: que la publicación no se había dado cuenta de que había lectores como él que notaban que las modelos eran demasiado jóvenes y que había que sacar más maduritas y otro, más peliagudo, que era la búsqueda de consejo en torno a la atracción que sentían todas las maduritas de su alrededor por él. Algo que, pese a llenarle de placer, le obligaba la mayoría de las veces a abandonar su quehacer y el cumplimiento de su trabajo.

Aquí la cosa se volvía un poco confusa porque Josep trabajaba de tantas cosas que era imposible imaginar a alguien más ocupado: era jardinero, repartidor, chofer, mecánico, dueño de una tienda...

Allá donde fuera Josep siempre encontraba a una madurita dispuesta a darle placer lo que hacía sin contemplaciones pero que, a veces, tomaba como un estorbo. Por ejemplo, estaba regando el jardín de un matrimonio y ahí estaba la dueña de la casa insunuándosele con gestos delicados como bajarse las bragas para masturbarse delante de él o llamando a una amiga (igualmente madurita y de buen ver) para hacerse un trío sin ni siquiera esperar el parón del bocadillo. Josep, cumplidor, les hacía el amor (en diversas posturas y de modo bastante gimnástico lo que nos hacía pensar que detrás de la foto del carnet no le hacía justicia y que era un hombre versado en los placeres del sexo y francamente viajado) no tanto por su propio placer sino porque en todas ellas veía la insatisfacción.



Sí, al igual que nuestra revista, muchos de sus maridos habían olvidado que vivían con una mujer que tenía necesidades y miraban tontamente el fútbol, se entretenían en otras cosas olvidando a sus esposas. Ahí era donde decía Josep que hacía un buen servicio de caracter casi social.

¿Corría peligro Josep? Nos lo planteamos muchas veces y muchas veces temimos que acabara sus días desmembrado por una pandilla de maridos indeseables y cornudos que lo persiguieran como si fuera un nuevo Casanova pero no, y esto era importante, aquellos hombres veían a Josep como un buen hombre que se encargaba de sus esposas. Es más, en muchos casos, le agradecían que pasara por ellos el engorroso trance del débito conyugal, charlaban animadamente con él y le daban palmaditas en la espalda o propinas por el servicio extra. Muchos de ellos se quedaban incluso a mirar pero, como nos decía Josep, jamás les permitía participar porque él no era homosexual aunque entendía el hecho del voyeurismo como una señal de que algunos de aquellos maridos sí lo eran.

Josep también hacía footing. Hacía footing por la montaña, despreocupadamente, para mantenerse en forma (normal) e, incluso allí arriba, se encontraba en el arcen de la carretera provincial a dos maduritas -era discreto pero dejaba caer que era la mujer de un concejal o de un director de un banco- entregadas al placer de lesbos. Como hombre de mundo Josep tenía una teoría muy vanguardista sobre el lesbianismo: no había mujeres lesbianas, simplemente había mujeres insatisfechas que tenían que entregarse a esas raras pero atrayentes prácticas porque no habían conocido a un hombre de verdad, no habían puesto a un Josep en su vida. Y otra vez al rescate y el footing sin hacer.

Tan amigos nos hicimos de Josep, pese a que jamás le contestamos, que un día nos contó que estaba casado. Su mujer era una mulata cubana muy joven a la que había conocido (no nos dijo como, pero entendimos que con la buena fama que tenía se presentó en su casa con las bragas en la mano) y ambos vivían felices, ella era muy hacendosa y tenían una vida sexual francamente buena. Él lo sabía porque ella le decía siempre que hacían el amor que no había encontrado en su país de origen a un hombre tan ducho en el kamasutra y también porque ella siempre alcanzaba el éxtasis (tampoco informaba si este era más carnal que místico o, de ser mezcla, el porcentaje de cada cosa).

Semejante giro nos hizo sospechar que las cartas de Josep iban a centrarse en un erotismo más intimista, más francés, pero no. Porque, a veces, nuestro destino es más fuerte que nosotros mismos y, detrás de la esposa joven se presentó una suegra ¡Madurita! ¡Atractiva! ¡E igualmente ardiente! Como nos dijo Josep una versión con más años de la hija. ¡Toma ya!

Nos sorprendió que no conociera a su suegra en la boda o que su esposa le hubiera enseñado algunas fotos pero, la verdad, sabiendo como era ese torbellino estábamos seguros de que se habían casado de improviso y sin dar tiempo a avisar a nadie por miedo a que las maduritas se hubieran presentado en tromba en la iglesia o juzgado para impedir el dichoso enlace.

¿Y qué pasó? Pues que el irresistible Josep hizo mella en la suegra que comenzó a insinuarse con las artes más sinuosas: dejar la puerta del baño abierta mientras se duchaba, agacharse para fregar el suelo cuando él estaba leyendo en el salón dejando entrever sus pantorrillas y, cuando ya no pudo más, arrinconando a nuestro lector en cualquier parte de la casa sin tener en cuenta que la hija estaba en la casa. Josep resistió los embates de aquella mujer e, incluso, avisó a su esposa de que "tendrían problemas" pero ella, más joven e inexperta, le decía "déjala, está sola la pobre". ¿Y el suegro? Quizás en Cuba, tranquilo fumándose un puro, sabiendo que Josep se encargaría de todo.

El caso es que un día, un día cualquiera, los tres fueron alegremente a visitar una feria porque nuestro protagonista estaba un poco cansado del acoso en el propio domicilio y pensó que el arrullo del sonido de los coches de choque y el olor de las vomiteras apaciguarían los ánimos de la suegra. Pero, ah, esa mujer estaba decidida a probar los placeres de lo prohibido y pidió insistentemente montar en la atracción estrella de todas las ferias: El tren de la bruja. Estaba claro que no tenía edad para semejantes actividades pero se puso pesada y dijo que montaran los tres. La hija, miedosa, dijo que a ella todas esas cosas le mareaban y dijo a su madre que montara con Josep en la atracción. Pese a que las perspectivas de montar en dicho aparato son el ser golpeado en la cara con una escobilla de water húmeda por un ex presidiario vestido con una bata roñosa y una máscara de vieja Josep no se arredró y allá fue, a encontrarse con su destino. Un destino fatal: las insinuaciones fueron subiendo de nivel y nuestro protagonista tuvo que cumplir con la suegra haciéndole el amor desaforádamente cuando el tren se metía en el tunel donde estaba agazapado el yonqui travestido y parando la actividad cuando los vagones volvían a salir a la luz para ponerle buena cara a la esposa que les saludaba al otro lado de la valla. Siempre imaginamos con jolgorio algunas cosas: ¿El tío vestido de bruja les seguiría golpeando mientras estaban a lo suyo o se quedaría paralizado por la escena de dos amantes calentorros metidos en años montándoselo en un vagón de la atracción? ¿Qué pensarían los niños y padres de las vagonetas colindantes? ¿Aplaudirían y darían ánimos? ¿Los padres aprovecharían el trance para explicarle a sus retoños el secreto de donde vienen los niños? ¿Serían algunos de esos padres los beneficiarios de los servicios especiales de Josep? ¿Los que se quedaron mirando eran simplemente voyeurs o homosexuales que no habían salido del armario?  



En aquella carta Josep pedía consejo a la redacción y a los lectores que leyeran su emocionada misiva y que hubieran pasado por la misma situación sobre un particular: ¿Debía informar a su esposa de lo acontecido en la feria? ¿Se lo tomaría bien? ¿Mal?

Desgraciadamente como el número de lectores que se habían beneficiado a su suegra en el Tren de la Bruja era mínimo no pudimos publicarla pero, la verdad, nos hubiera encantado que todo el mundo conociera a Josep y sus aventuras.

Redactor febril Josep estuvo mandando cartas a nuestra redacción durante todo el tiempo que permanecí allí y, más tarde, nos llegó una fotocopia de una carta que había mandado a la revista QUO en la que pedía a la dirección un aumento de temas de sexo, les contaba alguna que otra aventura inédita para nosotros y, claro está, les solicitaba que pusieran fotos de mujeres metidas en años. Ni que decir tiene que los consejos de Josep cayeron en saco roto.

Un tiempo después de abandonar dicha redacción estaba en casa de un amigo que tiene una de las mayores colecciones de revistas de los años del destape que haya visto jamás  y, como sintiendo un pálpito, supe que quizás podía encontrar algo de Josep, algo me decía que el rastro de ese prohombre, de ese satisfactor de maduritas estaría por allí. No tuve más que abrir un número de Papillón (una mítica revista de Barcelona en la que Chelo García Cortés hizo fotos y José Manuel Parada escribía algunos textos) en la que se anunciaba el portada la entrevista exclusiva con un dirigente de Fuerza Nueva que justificaba los atentados de la ultraderecha contra medios, periodistas y sindicalistas (palabras que luego fueron reproducidas por Carlos Giménez en una historieta recogida en uno de los volúmenes de la trilogía "España Una, Grande y Libre" y que originalmente fue publicada en "El Papus") al lado de una de aquellas señora estupendas setenteras y miré en las cartas de los lectores para darme de bruces con una carta de Josep en la que explicaba una de sus historias con un matrimonio de turistas mayores extranjeros. Josep, casi treinta años antes, me sentí como Indiana Jones.

Y mientras que esto pasaba teníamos tiempo para escribir artículos sobre Terry Richardson (antes de ser famoso en España y que todos los modernos le copiaran el look) o entrevistar a Bebe (antes que nadie y descubrirla a un público que no era muy de cantautores)  o escribir sobre la matanza de Columbine (con uno de los supervivientes), tener una de las mejores secciones de humor de la historia de las revistas en nuestro país y, seguramente, una de las mejores revistas del mercado que, al parecer, como decían nuestros detractores estaba hecha por pajilleros que escribían para otros pajilleros. No era verdad, el nivel de la redacción era y es espectacular (la envidieja del mundillo) y, claro, vendíamos tanto que era imposible que, al menos, dos lectores no se hicieran pajillas. No más, porque en realidad todos sabemos que esas cosas las hace gente que no ha puesto un atleta sexual en su vida como Josep o como una versión femenina de Josep.

Nota del Insustancial: Calle 13 y Café Tacvba son dos bandas norteamericanas (puertorriqueños los primeros, mexicanos los segundos) que grabaron este "No hay nadie como tú" que es un hit. Además de que dicha canción ha sido la banda sonora de un anuncio de un periódico (y como hablaba de revistas...) y de que el texto va de definir en plan "Manuchao" la confusión de los tiempos modernos (y como hablaba de gente de todo tipo...) lo ciento es que encabeza esta entrada porque el reggeaton en la música que más le gusta a mi amigo Slim Ferretti con el que trabajé en esa redacción. Disfruten.

4 comentarios:

Hitos dijo...

Mancantao

Tienes frases sublimes... "y ahí estaba la dueña de la casa insunuándosele con gestos delicados como bajarse las bragas para masturbarse delante de él"

Tomás Verléin dijo...

Por Dioniso, (el único Dios que entiende de qué va el asunto) casi me desmonto de risa.

La historias de Josep y del otro muchacho con triple personalidad son míticas (a falta de una mejor definición) y merecedoras de una sección en una revista por sí mismas. Por favor, ese interludio trifásico en el monte mientras se hace footing. Grande.

Esos momentos hay que atesorarlos Sr,insustancial. Mismamente servidora cogió cariño a un individuo que llamaba a la redacción donde curraba todos los miércoles sobre las 17:30 para ver si podíamos conseguirle unos cromos que le faltaban en su álbum de 2005(probablemente el de Ureña con la camiseta del Betis). Nunca pudimos darle una solución, pero acabé cogíendole cariño a su llamada para comprobar cómo iba lo suyo, que si ya habíamos dado la orden a imprenta.

Un brazzo

Señor Insustancial dijo...

Hola a todos,

Hitos,
estuve en tu pueblo para ver El Avaro de Moliere...qué cosa más bonita de sitio.

Tomás,
¿Un cromo? Eso es grande...en nuestra redacción se presentó un tío diciendo que era director de cine y que traía un guión (metido en una fina carpetilla de gomas) para Elsa Pataki y que se la presentáramos de inmediato...

Un saludo a ambos.

Hitos dijo...

Joe, podías haberte identificado, yo también estaba