miércoles, 21 de octubre de 2009

La historia de Stephen Glass.


"Antes llegaba del cole, me tumbaba en la cama, me hundía en la autocompasión y lo flipaba".
(Francisco Nixon...entrevista completa aquí).

The New Republic es la revista política de más prestigio de los Estados Unidos. Se dice que es la única de su estilo que puede encontrarse en los revisteros del Air Force One -da igual que su presidente sea demócrata o republicano-  pese a que sus ventas no exceden nunca de los 90.000 ejemplares.

La redacción de TNR esta formada por un nucleo duro de profesionales mayores alrededor de su fundador, Martin Peretz, y un grupo de periodistas muy jóvenes (y normalmente muy brillantes) que se fogean en dicha publicación antes de dar el salto a periódicos como El New York Times o el Washington Post. La razón de ello es que TNR tiene una tirada muy pequeña, apenas vende publicidad y, por lo tanto, paga unos sueldos muy bajos pero mantiene un alto nivel de exigencia.

Allá por 1998 trabajaba en dicha redacción una emergente estrella del periodismo llamado Stephen Glass. Glass era un muchacho de Chicago con una fantástica carrera como editor universitario que además de trabajar para TNR colaboraba con la desaparecida George (propiedad de John John Kennedy), Harper´s o Rolling Stone. Su estilo incisivo, cinematográfico y lleno de color y humor (es decir, escrito en primera persona y desde esa perspectiva que permite mezclar la noticia con las opiniones personales) formaba parte de esa nueva forma de hacer las cosas y, por aquellos tiempos,comenzaba a despuntar como uno de las grandes promesas de futuro.

En mayo de ese mismo año publicó un artículo titulado "Hack Heaven" en la que, con todo lujo de detalles, contaba la historia de un hacker de tan solo 15 años que había sido contratado por una potente empresa de software como supervisor de sus sistemas de seguridad. Glass aseguraba haber estado presente durante la entrevista y haber conocido personalmente a todos los implicados.

Al otro lado de la calle un periodista de Forbes.com, Adam Pennemberg, leía sorprendido el artículo de Glass. Pennemberg, especializado en noticias sobre los negocios informáticos, jamás había oído hablar de ese hacker y, mucho menos, de la empresa que lo había contratado llamada Jukt Micronics. Pennemberg comenzó a rascar y se dio cuenta de que todo formaba parte de un gran engaño. En un primer momento pensó que su colega Glass había sido engañado por una fuente (un grupo de hackers con ganas de reírse de alguien) pero luego destapó que era el propio Glass el que había inventado toda la historia para hacerse un hueco. (Aquí la noticia original publicada por Pennemberg en Forbes.com).

Días más tarde el director de The New Republic, Charles Lane, se vio en la obligación de despedir a Stephen Glass por haber escrito un artículo falso. Lo que no sabía es que al tirar del hilo de aquella historia descubriría que 27 de los 41 artículos escritos por su redactor eran pura patraña o estaban construídos con una delirante mezcla de mentira y realidad. Otras publicaciones para las que había colaborado Glass se vieron en la misma tesitura que TNR: publicaron cartas de disculpa reconociendo haber publicado falsedades y tragándose el sapo de haber sido engañados descaradamente, o de haber permitido la publicación de mentiras porque las ideas "eran demasiado interesantes para dejarlas escapar".

Tienen que pasar muchos años para que en nuestro país, y sin mandato judicial por medio, veamos como un periódico, publicación o programa de televisión hacen semejante ejercicio de honradez con respecto a sus lectores, oyentes o televidentes. Es más, en nuestro país, parece que son los propios programas de más audiencia los que con cierto descaro tiran de esas malas artes para enganchar a su audiencia tejiendo unas noticias fantásticas de fotos borrosas, vídeos donde no se ve nada o fuentes que acuden a los platós o a las redacciones a refutar sus falsedades de la mano de periodistas que viven de las mismas. Diría más: muchos periodistas trincados en cosas incluso más importantes que Glass siguen impartiendo clases de periodismo y de ética o jugando a informar recibiendo un sueldo, muchas veces astronómico, por seguirnos engañando.

El mismo Arturo Pérez Reverte decía en el último XL Semanal disfrutar como nadie del salto que sus personajes habían dado a la realidad (aquí) desentendiéndose de que esas cosas fueran cosas suya pese a que conté una historia sobre Don Arturo y las llaves de la ciudad de Breda por aquí . Concedámosle al académico (¡Académico de la lengua!) el hecho de que ya no se dedica al periodismo por las patrióticas y crematísticas razones que todos sabemos.

Pero la figura de Glass me ha recordado también a un personaje actual que nada tiene que ver con el periodismo. Dicen los compañeros de Glass de aquella época que, en realidad, era un encantador de serpientes, un tipo majo, encantador, atento, simpático, amigo de sus amigos, fino observador de los detalles y, sobre todo, un cursi empedernido que, para intentar no caer del todo cuando se estaba fabricando su despido y su deshonra profesional, no tuvo empacho en comentar a sus allegados que todo era parte de una conspiración que tenía como objetivo derrotarlo porque era un buen tipo y una persona agradable. Glass se convirtió en un manipulador que organizó una pequeña rebelión en la redacción, que lloriqueó y que se travistió en un chaval muy joven que había cometido un error de principiante para despertar la compasión ajena...y que lo consiguió. Sus lágrimas de cocodrilo, su capacidad para atraerse lealtades y su aspecto de "no he roto un plato en mi puta vida, señor" mezclado con una miradita de "¿Puede este huerfanito tomar un plato más de gachas?" a punto estuvieron de salvarle de la quema pese a que su conducta profesional era, simplemente inexcusable. Sus buenas formas fueron en aquellos días un disfraz de honradez y de inocencia perfectamente vestido por un caradura que quería evitar, a toda costa, ser quitado de en medio y enfrentarse a un proceso público.

Miro a Stephen Glass y me acuerdo de las últimas estampas de Ricardo Costa, lloroso y tristón, clamando contra la injusticia de un mundo que no lo entiendo...hombretones hechos y derechos que, como los adolescentes, se encierran en sus habitaciones y se hunden en la autocompasión para darnos pena y que nos apiademos de ellos. Pobrecitos. Me imagino que ninguno de los dos fue capaz de redirigir todos esos sentimientos de culpa, todo ese victimismo, todo ese llanto hacia algo mucho más constructivo.

Nota del Insustancial: Pueden ustedes ver la película de los hechos aquí. O leer el libro "El fabulador" (Ed. Planeta, 2003) donde Glass da las razones de su conducta. Dentro de unos años veremos que nos cuenta el propio Costa.

5 comentarios:

manu dijo...

Con el talento de Mr. Glass se equivocó de carrera: debía haber sido político.

Azul Sanchez dijo...

Buena anécdota...Ricardo Costa parece una imitación, es tan mega-exagerado..en fin...támbien se entronca esto con la 5 de The Wire..abrazos!

kei dijo...

En cuanto Stephen Glass se entere de que hay un país, Spain, cuya prensa le acogería encantada se viene de tertuliano o algo así. Seguro que a Antena 3 o Telecinco le vendrían bien un analista internacional con esa capacidad de 'generar noticias'. Animo Stephen, tu carrera no ha acabado. solo debes encontrar unos jefes que les de igual tus métodos. En España, casi todos.

Señor Insustancial dijo...

Hola a todos,

Pichi,
Estoy de acuerdo contigo en que los que parecen más inofensivos son lo peor de la sociedad. Los mejores cabrones son los que se ve venir.

Manu,
Es abogado actualmente...no te digo más...

Azul,
Costa tiene un serio problema de contención de sus emociones que es una cosa que sñolo le puede pasar a alguien que es incapaz de diferenciar entre lo que es personal, lo que son negocios, lo que es la actividad pública y lo que es echar la manos a tus amigos...con semejante cocktail de emociones no me extrañaría que cualquier día de estos aparezca por Valencia vistiendo de fallera.

key,
Hola y gracias por venir. El mayor problema al que se enfrentaría Stephen Glass sería comunicarse con Belén Esteban...es más, no se podría comunicar con ella ni aunque supiera español.


Un abrazo a todoooooos.

shakira habibi dijo...

Qué buen artículo y muy buenos comentarios. Estoy viendo la película Shattered Glass y me llamó la atención la descarada maraña de mentiras que crea Stephen Glass para intentar librarse de toda culpa... Siendo absolutamente culpable! No soy periodista y nunca quise serlo, básicamente por la facilidad que tienen para ser amarillistas. No puedo generalizar, pero conozco una serie de "periodistas" a los que les faltaría la vida entera para ganarse tal nombre. Gracias a todos por sus comentarios. Muy interesante intercambiar puntos de vista. Un abrazo desde el otro lado del charco.