Some Kind of Monster era un documental sobre la grandeza de ser Metallica y sobre las miserias que conlleva vivir en medio de toda esa grandeza. Una condición que se había llevado por delante las personalidades (o las había reforzado fatal) que lo conforman y, sobre todo, que les había hecho incapaces incluso de hablarse entre sí sin el concurso de una especie de psicólogo bastante interesado en sacarles la pasta. Algo chocante.
Anvil: el sueño de una banda de rock es justamente lo contrario: un documental sobre qué ocurre cuando esa grandeza es nada más que pasajera y desaparece con la misma rapidez que llegó.
Ambos trabajos, sin embargo, recuerdan bastante a algunos momentos de un docu falso titulado This is Spinal Tap. Quizás el primero por retratar a un puñado de tipos a los que se les ha ido la pinza autoimponiéndose el status de estrellas interestelares y el segundo porque capta la vida de dos tíos que quieren vivir el sueño que tuvieron cuando tenían trece años y, pese a no haber conseguido ninguno de sus objetivos, no cejan en su empeño. Es cierto, cuando se habla de heavy (utilizo un término genérico e identificable) o de cualquier manifestación de la cultura popular (y creo que esto es más evidente en lo musical) se tiene un pie en la grandeza, otro en la bajeza y, casi siempre, se camina en el filo justo de lo sublime y lo ridículo que es un buen territorio para la comedia.
Anvil es una banda canadiense fundada en los 70 que tuvo un brevísimo éxito en los 80 y que sobrevive peor que peor desde entonces.
Dicho grupo no consiguió buenos contratos discográficos y, seguramente lo que es peor, no era un gran grupo como Iron Maiden, Judas Priest, Black Sabbath, Metallica, Slayer, Accept, Guns & Roses, Helloween…eran un grupo un poco por encima de la media que nada podía hacer en un panorama metalero en eclosión plagado de grandes bandas que generaban unos escalofriantes beneficios. Es normal que, su precaria situación contractual por un lado, y el hecho de no poder superar el test de los años los avocara a un paso fugaz por la fama y a una progresiva bajada en las ventas de discos y entradas hasta la situación actual.
Sus fundadores Lips Kudlow (cantante) y Robb Reiner (batería. No es broma, el tipo se llama como el director de “Spinal Tap) siguen, pese a todo, en la brecha. Da igual que ya no vendan discos, que las promotoras de conciertos no los quieran ver ni en pintura, que casi nadie los recuerde o que estén en los cincuenta…nada es suficientemente malo como para renunciar al sueño recurrente de volver a tocar en un estadio repleto de personas que, con los dedos levantados en forma de cuerno, repite un mantra: “Anvil, Anvil, Anvil”.
A su alrededor unas familias un tanto cansadas de que la pareja no siente la cabeza, se centre un poco en llevar una vida más normal y consiga un trabajo que no esté supeditado a salir corriendo entre semana para tocar en un garito infecto ante tres borrachos en la otra punta del país. Sin embargo, y esto es lo interesante, ambos tipos son tan majos que parece que su entorno les perdona que se hayan negado a crecer, en parte porque piensan que aún el milagro es posible (la esposa de Robb declara ser todavía una amante de los grupos de “tíos de pelo largo” y parece entonar un “me equivoqué de estrella de rock al casarme) o porque, simplemente, saben que viven con una especie de adolescentes de pelo largo canoso.
Como nota totalmente sociológico-escalofriante quiero decir que Lips y Robb no solo visten con los ropajes universales del heavy metal en todas sus gamas sino que, y ahí está lo impresionante, ANDAN como todos los heavys del mundo: ¿Saben ese andar un poquito estirado y echado hacia delante provocado por llevar las manos en los bolsillos y tener que equilibrarse al caminar y ese avanzar como con pasitos y movimientos de cabeza acompasados de izquierda a derecha? ¡Pues así! ¡Los tíos son los maestros del ANDAR HEAVY!
Como son amigos desde la infancia, o casi, y tienen una especie de relación de amor-odio (más amor que odio, es verdad) parece que se produce entre ellos una especie de equilibrio en la chifladura de conseguir volver a las listas de ventas: cuando uno flojea el otro lo anima y viceversa y, cuando ambos se frustran, llegan a las manos (sólo un poco) para poder hacer las paces y volver a autoconvencerse de que lo conseguirán.
Pese a que pudiera parecer enfermizo en cierto modo entiendes un poco mejor como tenían que ser las relaciones Lennon-McCartney, Ulrich-Hettfield, Brian Wilson-Dennis Wilson…pero, lo más escalofriante, es que te das cuenta que habrían sido igual de caóticas, insanas y malrolleras o igualmente sanas, buenas y cósmicas si estos músicos no hubieran tocado más que en tugurios de mala muerte.
Y ahí están estas almas cándidas, viviendo a su bola cuando, de pronto, una promotora de conciertos (bueno, en realidad una italiana que no se entera de casi nada) les escribe para decirles que les ha preparado un Tour por Europa de más de un mes cargado de fechas en países como Croacia, Hungría, Polonia, Holanda, Bélgica, Rumanía, España…
Los Anvil vuelven a la carretera.
Y entonces ocurre lo que esperas que ocurra: una gira mal diseñada, con garitos semivacíos (dos personas en algunos), viajes en tren, retrasos, malas planificaciones. Si Anvil son el reverso pobretón de Metallica, su gira parece, sin lugar a dudas una caricatura de lo que son los tours de KISS.
Pese a todo Anvil sigue adelante y quiere grabar un disco. ¿No han tenido suficiente? Pues no. Quieren volver a grabar un disco que suene tan bien como los que grabaron en los 80 y, bueno, la leyenda continúa en una especie de espiral terrible de bajonerismo y mala hostia a duras penas contenidas.
Aunque la cosa se pone negra, Anvil sigue en la brecha y…la resolución final del invento tiene como trasfondo un concierto en Japón (¿Se acuerdan del final de “Spinal Tap”?).
Humana hasta las cachas, Anvil: el sueño de una banda de rock es uno de esos documentales de una sola pieza sobre los que cruzan no solo las razones mismas que llevaron a Sam Dunn, un antropólogo de espíritu metalero, a indagar las razones de “lo heavy” en su "documetal" Metal: A headbanger´s journey o incluso el espíritu de películas como Siempre locos (la reunión de un grupo de vejestorios que fueron famosos una vez en una gira lamentable) o Rock Star (Esa película que intenta resumir no se todavía si en clave de comedia o de cosa seria toda la historia del heavy metal en un poco más de 90 minutos) sino la sagrada misión de un incansable fan de Anvil, su propio director, por recuperar la historia de la banda de sus amores y esa tenacidad y ese espíritu de permanecer contra viento y marea pese a los evidentes cambios históricos, de gustos, de costumbres es lo que debe de haber mantenido al heavy, al sonido y al tío ese de la chupa de cuero que sostiene una birra en el fondo de la barra, casi en el mismo sitio desde 1980. Por cierto, un ejercicio el de Sacha Gervasi que parece el mismo que impulsó a Cameron Crowe a rodar Casi famosos, un recorrido sentimental autobiográfico y quasi histórico (y digo quasi porque la película parece es un recuerdo recubierto de caramelo-nostalgia) a mayor gloria de todas aquellas bandas que el precoz director/escritor conoció cuando era el colaborador más joven de la revista Rolling Stone.
Si Kiko Amat, en esta desacertada crónica de un concierto de Saxon celebrado en Barcelona, tilda a “lo heavy” como un cúmulo de baratería machista con tendencia a la endogamia (y lo que es peor, como una especie de “cosa de pobres” o “matones”) con argumentos que podrían ser utilizados a la contra para reírse de un concierto de los actuales The Who (igualmente viejos, incluso más) o del ambiente general que se respira en un show de cualquier otra temática donde también puede identificarse la estupidez con bastante facilidad, Anvil habla de un sentimiento, un sentimiento que es infantil y un poco chorra. Habla de una carrera contra el reloj y la realidad.
Si la postmodernidad se basa en la revisión crítica del pasado desde un punto de vista sarcástico o directamente cínico (la de los 80-90 se rió a gusto de los progres de los 70 y la actual revisita con igual tono y ritmo a la de los 80 mientras sacraliza a la de los 90 a las espera que la siguiente nos ponga a nosotros en la picota…va a ser un espectáculo ver a unos tíos reírse postmodernamente de una obra postmoderna como “Muchachada Nui”) es posible que los Anvil, y “lo heavy”, identifiquen su legado musical y cultural con una especie de identificación con lo auténtico y, créanme, esas cosas que detectamos con lo “auténtico” no tienen más razón, ni se presentan con más fuerza ante nosotros que cuando uno es un adolescente y será por eso que Lips y Robb viven en una eterna pubertad.
Una caricatura, es posible, pero sólo si se mira desde fuera. Un homenaje naïf a un estilo de vida naïf que se merece, como todas las cosas raras, un documental que esté a la altura.
BOLA EXTRA
Por cierto, así eran Anvil en 1984 cantando "School Love"...
Y, no es por nada, pero comparen el primer fraseo de Lips con el arranque de Fortu de Obus en "Vamos muy bien", jitazo patrio también de 1984. Se parecen un huevo. Por cierto, Obus aún pueden decir eso de "aún nos mantenemos en pie y ya no pararemos hasta no poder ver" (ya sea por el ciego o por las cataratas propias de la edad).
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