martes, 5 de octubre de 2010

El espíritu del golfista más raro del mundo


Pensábamos que era un tío raro. Era de esa gente que, pese a ser tremendamente normal, tiene algunos rasgos que te inquietan. En su caso era un bigotillo fino y bien cuydado y otra cosa. Una cosa que estaba en lo profundo de su ser y que te desconcertaba por completo. Había codazos de "mira que raro es" cada vez que venía a vernos y comentarios de "mira que tío más curioso" cuando alguien colgaba el teléfono después de haber hablado con él o después de leer un e-mail suyo.

Quizás todo se debiera a que era una persona poco punzante y mansa. Educadísimo, atildadísimo...no es que fuera la alegría de la huerta pero era un tipo afable.

La vida de aquel colaborador consistía en moverse de un lado a otro, en andar, en ver gente, en frecuentar cualquier espacio público, en encontrarse con este y con aquel. Un reflejo de otros tiempos en los que los periodistas hacían su vida en la calle casi por completo. Lo bueno de ese tipo era que parecía conocer a todo el mundo y, cuando nos encontramos en Barcelona, me di cuenta de que podía ir a cualquier parte porque en todas partes lo conocían y parecía no tener enemigos.

Yo siempre me lo imaginaba como uno de esos personajes secundarios de la biografía comiquera de Boldú o como uno de los muchos compinches de los periodistas mayores que conocí años después y que parecían haber llevado una vida vibrante como el fotoperiodista Cesar Lucas. Me lo imaginaba de boites, alternando con la gauche divine, haciendo esas crónicas festivas y noctívagas consistentes en, básicamente, salir de noche y conocer y saludar a este o aquel.

Lo que más me gustaba del colaborador este era que siempre tenía temas, siempre tenía personajes, siempre podías rellenar con sus contenidos. Quizás el mayor handicap era que le costaba hacer preguntas bordes o incisivas y había que pincharle y decirle hazle esta o esa pregunta a este maromo que nos interesa que hable de esto o de lo otro. Lo visualizaba muchas veces repasando con el dedo la lista de preguntas, sentado al lado de la estrella de turno excusándose segundos antes de soltar el preguntón: él era así, un tipo majete que prefería no cerrarse puertas. Ya digo que era un reflejo de otros tiempos, de otra forma de hacer las cosas.

El caso es que andábamos cerrando un número. Leche. Los cierres solían ser criminales en los primeros tiempos y estábamos acostumbrados a vivir en el ambiente que retrata Carlos Giménez en Los profesionales es decir, mucho trabajo nocturno en medio de un ordenado caos (chistes, birras, carcajadas, salidas de tono y mucho trabajo...aunque parezca mentira). A veces da igual el tiempo que le eches a las cosas porque si quieres que queden bien nada parece suficiente. Al menos todavía se podía fumar. Un editor inglés nos visitó una vez y me vió escribiendo en el teclado mientras sostenía un cigarrillo encendido entre el dedo índice y el corazón. Se echó a reir diciendo que sólo había visto trabajar así a gente mayor con la que había trabajado en sus comienzos. En Europa hace años que no se podía fumar en las oficinas.

Bueno, pues necesitábamos una entrevista y a alguien le había parecido bien que fuera una entrevista con un deportista. En el primer número habíamos tenido bastante éxito con una entrevista a un futbolista y alguien quería repetir. Digo alguien porque esa es una de esas sugerencias que flotan en el aire pero que nadie acaba por asumir que sea suya cuando se acerca la hora del cierre y tienes todavía dos páginas en blanco. "¿A quién se le ha ocurrido esto?" decía el redactor jefe. Sin respuesta. Miramos en la nevera que es el gancho donde se cuelgan todos los temas intemporales y los que no han salido del todo bien. Mal asunto. Si un tema es intemporal y no tiene fecha de caducidad quiere decir que ya ha nacido un poco muerto o sabido ("20 cosas que hacer cuando te quedas soltero", "Las chicas más sexys que trabajan en bingos", "Aprende como tu novia te pone los cuernos"...) o que no ha quedado lo suficientemente bien aunque, a la hora de ejecutarlo, pareciera una buena idea. Nosotros teníamos una amplia nevera, temas de las ediciones de la revista en otros países de los que sólo había que tirar para traducir.

Por alguna razón este recurso nos parecía facilón. Queríamos imprimir nuestro sello en cada página y hacer un buen trabajo. Así era la cosa. Siempre te recomiendan que te conviertas en un mercenario pero, lo normal, es que si te gusta lo que haces te acabe por nacer la conciencia de que tienes que hacerlo lo mejor posible. A nosotros las horas de redacción, ese ambiente de "los profesionales", nos había unido alrededor de esa idea. La verdad es que había mucho potencial para hacer las cosas bien: ¿Por qué simplemente copiar?

Rendidos miramos en la nevera y nada. No había nada. Entrevistas con personajes poco conocidos en nuestro país como jugadores de cricket o de futbol australiano.

Menos mal que sonó el teléfono y allí estaba el colaborador.

-"Oye, que me voy a Shanghai".
-"Pues muy bien...traeme un bol de sopa de perro".
-"Ya, lo traeré".
-"O mejor, una de esas bailarinas que tiran pelotas de ping pong con el bandujo".
-"Vale...pero, a ver, céntrate. Que me voy porque se hace un torneo de golf y voy a cubrirlo. ¿Quieres un reportaje?".
-"Esto...¿Pero juegan desnudos? ¿es una competición hombre vs. mono?
-No, es un campeonato normal.
-Es que si es golf normal no. ¿No tienes nada con un deportista que me puedas apañar?
-Hombre, allí van a jugar algunos de los mejores del mundo.
-¿Sabes si va a jugar Miguel Ángel Jiménez?
-Sí, pero es que ese lleva unos años muy malos...
-Da igual, quiero una entrevista con Miguel Ángel Jiménez. Hazla, venga.
-¿En serio?
-Si, pero la tienes que hacer a toda hostia y mandármela a toda hostia.
-Vale, vale...¿Se lo has dicho al redactor jefe?
-No, pero seguro que está conforme...
-Quieres que hable con él...
-No, no, no. Tranquilo.
-Es que tengo que publicar algo que si no...
-Que sí, tranquilo.

Si el colaborador me pedía tanta certificación para la entrevista era por dos razones: no se cobra lo que no se publica aunque esté requerido y porque ha sido invitado al evento por una agencia de prensa que sólo gasta dinero en un billete, en un hotel y en unos cuantos gastos si se cerciora de que la información va a ser publicada, es decir, si no publicas nada tras haber abusado de su cuenta de gastos es posible que te tachen de por vida de su lista. Desgraciadamente las cosas se hacen así hasta donde yo tengo conciencia. Muy pocas publicaciones corren con los gastos de una aventurilla tipo "oye, que me piro quince días a la selva a ver que encuentro que me han dicho que hay una tribu muy curiosa". En defensa de esta y de otras publicaciones donde he trabajado quiero decir que siempre se han fiado de sus trabajadores de plantilla y han abonado religiosamente billetes y hoteles si existía la posibilidad de hacer un buen reportaje.

El caso es que el redactor jefe no tenía ni idea de mi encargo. Glabs. Bueno. Segunda parte.

-Oye, que le he dicho al colaborador que nos traiga una entrevista de Shanghai.
-¿Shanghai? ¿Una de esas tías que lanza bolas con el toto? ¿Un chef que cocina platos con perro? ¿Un adiestrador de monos? ¿Jackie Chan?
-No, como andamos buscando un deportista le he encargado una entrevista con Miguel Ángel Jiménez.
-¿Miguel...Quién? A, ver, Insustancial-Ito...
-Un golfista profesional. 
-Hijo mío, ha sido decir "golfista profesional y me he quedado traspuesto. Dilo otra vez.
-Golfista profesional
-zzzzzzz ¿no ves? Me duermo. Al menos jugará desnudo.
-No, es de Málaga y fuma puros.
-¿Lleva fotógrafo? 
-No hay que pillar foto de agencia. 
-Te odio. 
-Ya. 
-Enséñamelo. 

Me puse al ordenador y le enseñé una foto de Miguel Ángel Jiménez. Alias "Er Pisha". Nacido en Churriana (Málaga). Pelo largo y rizado rubio en plan Harpo Marx, fumándose un puro como Fidel Castro.

-¿Ese pelo es suyo? 
-Sí. 
-¿Y fuma puros cuando juega? 
-Entre hoyo y hoyo.
-Vale, te sigo odiando. 
-Y yo. 



 
Miguel Ángel Jiménez es de esos deportistas de antes. De cuando los deportistas en España nacían un poco por generación espontánea y en medio de las condiciones más adversas: como Severiano Ballesteros, Chema Olazabal, Manuel Piñero y un largo etcétera de golfistas profesionales Jiménez no conoció una escuela de golf como tal y entró en contacto con este deporte en la forma en la que entraban en contacto con este deporte la gente pobre, es decir, vivían cerca de un campo de golf donde trabajaba algún familiar y entraban a trabajar allí como caddies. Es decir, llevando la bolsa con los palos, recogiendo bolas en el campo de práctica y matando los tiempos muertos entre cliente y cliente jugando al golf. 

Mi padre trabajó durante años en una escuela que estaba dentro de un campo de golf. Sus alumnos eran los caddies, chavales que se querían sacar el graduado escolar mientras curraban. El título de EGB era una de la única titulación que se le pedía antes a los que querían emprender una carrera como profesionales del golf y también un entretenimiento estupendo entre cliente y cliente. Es decir, mi padre impartía clases a unos alumnos que, de pronto, tenían que largarse a currar y dejar la cosa a medias. Es por eso que me imagino bastante bien por lo que tuvo que pasar Miguel Ángel Jiménez y otras de las grandes estrellas de nuestro golf. Que nuestro país, donde el  deporte de la pelotita y el palo ha sido básicamente algo elitista, haya alumbrado a la mayor estrella mundial de todos los tiempos, Severiano Ballesteros, tiene tanto que ver con la casualidad como con la propia forma de jugar del cántabro: aprendió a jugar en una playa con un palo viejo acompañado de su hermano, un terreno donde había que golpear la bola fuerte. Luego sólo tuvo que retener esa primera experiencia en su cabeza y seguir jugando así toda la vida aunque lo hiciera sobre la impecable superficie del Club de Augusta donde los bunker, las trampas de arena, ni siquiera utilizan arena sino un caro y exquisito polvo de mármol. 

Jiménez ha ganado ayer la Ryder Cup siendo nuestro único representante en el equipo tras el bajón de juego de la nueva generación golfística. Lo ha hecho como es él. Como un tipo raro y fuera de onda, demostrando un juego duro y alegre. Un poco como es él que es de corazón rojo (votante socialista, al parecer) en un mundo que parece un coto privado de conservadores. Por si las moscas conduce un Ferrari. Otra contradicción. O quizás algo que se ha querido comprar porque como ha dicho en alguna ocasión "lo ha ganado sin robarle a nadie".

La Ryder Cup es una de las pocas competiciones golfísticas donde se juega por la honra: Una selección europea y una selección de jugadores norteamericanos se enfrentan cada dos años (una vez en Europa, una vez en USA) para medir sus fuerzas. Sin dinero de por medio, sin cheques, sin nada más que el placer de jugar por jugar, por batir al contrincante. Todas las selecciones europeas quieren desquitarse delante de los americanos porque son los que tienen el circuíto más potente, el más rico, el más grande y los americanos quieren patear a los europeos porque no conciben que un juego como este haya sido una cosa inventada por pastores escoceses. Así de sencillo. Simple y llana mala hostia. Es por eso que cada Ryder se convierte en un combate abierto y en una escaramuza previa: Si se juega en Europa se elige un campo corto y cabrón lleno de curvas, de trampas, que premie lo técnico y el trabajo en equipo donde somos superiores. Si eligen los americanos se decantan por un campo largo, plano, donde triunfe un golf de golpes largos y sin concesiones. Da igual que del lado europeo jueguen tipos que le pegan fuerte o que del lado norteamericano esté un tío como Tiger Woods que es muy técnico, que es el puto amo. Siempre se elige lo peor para el rival. 

Jiménez ha hecho una gran Ryder pese a que no contaba. Lejos quedaban sus años de triunfo donde demostró su mejor golf y en los que, paradójicamente, fue apartado de la Ryder por su amigo Severiano Ballesteros. Corría el año 97 y la Ryder llegaba al Campo de Valderrama, un campo que Jiménez conocía a la perfección pero...Ballesteros eligió a Garrido (otro grande) y le pidió a Jiménez que le hiciera de co-capitán porque conocía ese campo a la perfección. Aceptó el asunto y se dedicó a lo suyo. Lo hizo muy bien y se llevó el abrazo de todo aquel equipo que sabía que había renunciado a jugar.

Carismático hasta decir basta Jiménez está presente incluso cuando su juego es peor. El golf es un deporte muy cabrón. Consiste en meter una pelotita en un agujero que está a varios cientos de metros sorteando lagos, árboles, trampas de arena  y, sobre todo, sorteándote a tí mismo...es un juego donde tienes que estar mejor de coco que de cuerpo. Es pura técnica. Un deporte ligero físicamente pero de gran carga mental. Un día puedes estar muy bien y que pasen tres meses hasta que recuperas tu forma de jugar. Es por eso que entre los golfistas hay gente tripona que parece que acaba de salir del pub.

Hace unos años, uno de esos tripones, John Daly (americano) ganó un par de torneos grandes. Mataba el stress, según sus palabras, jugándose los beneficios de los torneos en el casino más cercano y bebiendo como un hooligan. Es de los pocos golfistas a los que se ha visto por televisión echándose un pitillo antes de golpear una bola determinante. Muy mal de pasta y teniendo que asistir a reuniones de alcohólicos anónimos, jugadores anónimos y forums del control de la ira Daly se vio obligado a hacerse el circuito americano viajando en una autocaravana en plan gitano, cabra y trompeta. Era puro show, un show a veces triste (tenía ataques de cólera sino jugaba bien y era palabrotero hasta decir basta) pero un show en toda regla. 

Jiménez mata el stress comiendo sardinas en Málaga y fumando puros, alejándose de la figura del golfista tradicional. Un genio. Con 46 años todavía tiene golf en los brazos pero parece que se aburría ultimamente y tenía un golf intermitente que ha ido apareciendo con más fuerza y persistencia cuanto más grandes son los comentarios alrededor de su posible retirada. Este año ya ha ganado tres torneos (tiene 11 de los 18 torneos que se celebran en Europa) y la Ryder Cup.

El malagueño siempre será uno de los nuestros. Con sorna recibió ayer las felicitaciones de Colin Montgomery que prefirió no poner demasiado peso sobre sus hombros pese a que ayer se zampó con patatas a Watson e inició la remontada europea. Él, a su bola, se paseaba por el campo galés llevando la bandera europea colgada al cuello como si fuera una capa, de pie, sin nerviosismo aparente, esperando que los puntos cayeran uno detrás de otro. Al final se le veía alegre porque hace dos años los americanos nos hicieron puré en un campo criminal llamado Valhalla (con unos hoyos 13, 14, 15 y 16 que eran una trampa mortal) y porque este torneo le vale para revindicarse como uno de los grandes del golf pese a no contar nunca demasiado -aunque sus números son increíbles- y pese a ser un golfist atípico como los golfistas atípicos y geniales que hemos tenido en nuestro país. Lo de Jiménez es el triunfo de lo raro sobre lo convencional, de lo extraño sobre lo establecido.

Miguel Ángel Jiménez quizás tenga una página discreta en la historia del golf, posiblemente no sea recordado como uno de los 10 o 20 mejores jugadores de todos los tiempos (Ballesteros, Tiger Woods, Jack Nicklaus, Nick Faldo...) pero, sin duda, su espíritu, su forma de ver este juego, de reducirlo a un entretenimiento, de teñirlo de humanidad, de meter a capón la sonrisa en un juego serio, de insertarle algo de gracia es la mayor de sus aportaciones. Fuera de las declaraciones rimbombantes de grandeza y gloria, de ese aburrido ganar por ganar, del juego mecánico y sin alma, de la tradición inglesa, de la furia norteamericana haya un discurso como el de Jiménez que pone los pies en la tierra y que es capaz de embocar un albatross a 209 yardas (es decir, meter la pelota en dos golpes en el hoyo en lugar de cinco) en un torneo o en sacar una bola golpeándola contra un muro a espaldas del hoyo como hizo en el pasado British Open. 

Pese a que dicen que está mayor yo todos los años creo que Jiménez, el tipo del puro, ganará por fin un Masters de Augusta o levantará un PGA o un British. En 1986, cuando Jack "El Oso" Nicklaus parecía estar para el arrastre y partía desde las peores posiciones posibles fue capaz de ganarle en Augusta a un Ballesteros en plena forma que parecía que iba a volver a ganar la dichosa chaqueta verde. Tenía también 46 años y también decían que se estaba retirando. Todos los años espero que emerja el golf de Jiménez, ese rollo tranquilo, que sea capaz de ser genial durante los cuatro días de uno de esos torneos que se le resisten. Al fin y al cabo se lo merece aunque sólo sea por ponerle un poco de color a la historia. 

Estoy seguro de que, cuando comenzó a jugar todo el mundo se fijaba en sus pequeñas rarezas, como nos fijábamos nosotros en las de el colaborador aquel del bigotillo, es posible que todo el mundo dijera que qué raro era, pero ahí estaba, siendo un misterio, sin saber si lo hará bien o lo hará mal pero llevándose de maravilla con todo el mundo. 

En el fondo, para escribir y para jugar al golf, sólo tienes que tener ganas, no desesperar e ir poco a poco. Quizás no tengas un puesto reservado entre los grandes pero, al menos, siempre podrán decir que lo pasaste bien haciendo lo que te gustaba y que lo hiciste como pensabas que había que hacerlo.

Nota del Insustancial: Era inevitable elegir "Un buen día" de Los Planetas como banda sonora para esta entrada dedicada al golf aunque sólo sea por la temática de su vídeo clip. Más allá de eso Los Planetas son de esos grupos que cuando vas a verlos en directo nunca sabes lo que te vas a encontrar lo que tiene mucho que ver con el tema tratado.

2 comentarios:

Notario dijo...

Me encanta la entrada.
Cuando llega el segundo día de los majors y veo que Jimenez no está entre los 40 primeros o no pasa el corte, como que paso.

Señor Insustancial dijo...

Hola Notario,

Gracias.

A mi me pasa un poco lo mismo.

Un saludo.