martes, 27 de noviembre de 2007

Reconstruyendo el pasado...

Hace muchos años haciendo un recorrido nocturno por las cercanías de la Plaza de Santa Ana encontramos una caja llena de fotos viejas y unas cuantas películas de super 8 en muy buen estado. A mi eso de ir mirando por los contenedores siempre me ha dado un poco de mal rollo (¡Qué dirán todos esos desconocidos que nos miran atracando un contenedor!) y por otro algo de pudor. No se. Me veo incapaz de coger las cosas de otra persona, aunque ya no las quiera.


¿Le has dicho al Fhurer lo nuestro?


Tengo amigos que despedazan muebles viejos en la misma calle a la búsqueda de dinero escondido o joyas como si los viejos adinerados que mueren solos rodeados de su propia miseria pero con una fortuna bajo el colchón fueran algo habitual.


Ancianos abandonados en una Residencia descubriendo lo fácil que es desheredar a todos esos cabrones desagradecidos.



Tengo amigos que se llevan mesas y sillas para completar el mobiliario de sus casas, de estos cada vez menos, porque ya vamos teniendo edad para poder ir al IKEA.

El caso es que nos quedamos frente a nuestro descubrimiento arqueológico, compramos unas cervezas y nos subimos a casa de uno de ellos que tenía un proyector de super 8 para ver aquellas películas. Colorines estallados sin banda sonora, escenas de los 60 y los 70 con los mismos personajes en diferentes etapas que, en un par de horas vimos hacer la primera comunión, casarse, hacer barbacoas, tener hijos, envejecer...


El romance antes de la Ley de Costas


Llegamos a la conclusión de que eran felices y vascos. Dos términos que si uno escucha mucho la COPE forman un gigantesco oxymoron. También llegamos a la conclusión de que, al no existir la tecnología digital, la gente se cuidaba muy mucho de guardar sólamente aquellos felices, aquellos por los que valió la pena vivir.



Estuvimos obsesionados con aquella familia durante mucho tiempo, mostrándosela a otras personas que pudieran dar su propia teoría sobre aquellos perfectos desconocidos a los que pusimos nombres (Iñaki, Edurne, Maríapilar...)...

Abandonamos el trabajo de campo, incluso habíamos preparado un viaje al País Vasco francés donde alguien dijo que recordaba haber visto la casa que salía en una de las películas, cuando nos dimos cuenta de que todas aquellas personas estaban muertas. Cuando caímos en la cuenta de que, cuando ya hayamos desaparecido, cuando ya no tengamos ni herederos de nosotros sólo quedarán esos trocitos de realidad tirados en cualquier esquina.

En Internet se ha desatado una fiebre por este material viejo e incluso en la revista Ojo de Pez encontré un artículo sobre la Familia Modlin, unos chiflados norteamericanos que vinieron a vivir a España y cuyo material gráfico sirvió para una exposición de la que puedes encontrar más información aquí.

No se, pero a mi, todavía me siguen dando corte estas cosas...pero llevo un noviembre de lo más tétrico, la verdad.

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