domingo, 3 de octubre de 2010

Soltando al hurón (felices e ignorantes)


En El País de hoy se habla del caso del matemático ruso Grisha Perelman. Un genio que decidió retirarse después de resolver la Conjetura de Poincaré en 2002 y que, desde entonces, ha renunciado a varios honores y, sobre todo, al millón de dólares que el Instituto Clay le quería regalar por su trabajo. 

Al parecer Perelman vive como un ermitaño urbano y se le puede ver un poco sucio y vestido con ropa vieja en los alrededores de su apartamento del que apenas sale para pertrecharse de lo necesario. El artículo equipara, en cierto modo, la conducta esquiva del ruso con la que mantuvo el ajedrecista Bobby Fischer tras retirarse de la competición mundial en 1975 cuando debería de haber defendido su título de campeón frente al ajedrecista Anatoly Karpov.

En realidad las únicas similitudes entre la historia de Perelman y la de Fischer no llegan más que ahí: ambos abandonaron la práctica pública (no creo que el americano dejara de jugar al ajedrez en la intimidad de su retiro y que Perelman tenga alguna dificultad para seguir investigando en el campo de las matemáticas) jóvenes y en pleno éxito y que, desgraciadamente, han sido fotografiados vistiendo fuera de los dictados de la moda y careciendo de cierta higiene personal.

De hecho Perelman ha optado por callarse desde hace ocho años y Fischer no paró de hacer desafortunados comentarios durante su vida y protagonizó algunos escándalos lamentables.

A ambos, eso sí, se les achaca la posibilidad de ser enfermos del síndrome de Asperger, un tipo de autismo que, al parecer, es el culpable de la genialidad de cientos de personajes famosos de las ciencias y de las artes (desde el actor Dan Aykroid hasta Newton pasando por Bill Gates, Syd Barret o Tim Burton). 

Es decir, el Síndrome de Asperger es una enfermedad (aunque se pone en duda si lo es) que afectaría sólamente a las personas que destacan en algún campo. ¿Es molón tener Asperger? Bueno, al parecer sí, o al menos, es una justificación ideal para leer la vida de los genios. Si te dedicas a resolver complicados enigmas matemáticos y llevas zapatillas de deporte con traje y eres un poco tartaja no es que detestes los zapatos y te dediques a las matemáticas es que, seguramente, tengas Asperger. 

De hecho, he conocido a algún autonombrado genio que me ha confesado tener esta enfermedad o, al menos, algún tipo de autismo leve como signo inequívoco de su elevado estatus intelectual y sus pésimas habilidades sociales. En este caso concluiremos que sí, que tener Asperger es molón pese a ser un poco molesto para la gente que te rodea que, bueno, si saben que eres rarito te entenderán mucho mejor.

En el artículo de El País, por tanto, se ponen de manifiesto algunas de los prejuicios que tenemos hacia la gente inteligente: viste mal, es aburrida, no le gusta la gente, tiene actitudes antisociales y, todo esto, por culpa de tener esa dichosa enfermedad que tiene la gente lista o, peor, de ser demasiado inteligente lo que es, en definitiva, un obstáculo para tener una vida normal.

Al parecer lo que es inconcebible es que Perelman (o Fischer) no disfrutaran de sus logros. Es decir, que su noción de la fama y la popularidad no fueran las aceptadas universalmente. Si Perelman, por ejemplo, después de resolver la Conjetura de Poincaré se hubiera retirado igualmente pero hubiera aceptado todos los honores, hubiera concedido todo tipo de entrevistas y, finalmente, aceptado el cheque extendido a su nombre por el Instituto Clay y reconvertido esos fondos en trajes, bañeras y una casa de diseño seguramente sería señalado como un excéntrico pero no como alguien que, al parecer, está como una regadera. Más que nada porque lo único que ha hecho Perelman ha sido borrarse del asunto público y permitir ser fotografiado con ropa de mala calidad y con el pelo revuelto (dice el artículo que como un vagabundo). En realidad Fishcher, que se hizo arrancar las muelas porque creía que el KGB le había introducido micros entre otras lindezas, sí dio señales de tener el hilo musical de El Corte Inglés sonándole todo el rato dentro de la cabeza. Perelman ni siquiera. 

En Público, hoy también, Umberto Eco denunciaba que un periódico italiano había sacado una noticia sobre él titulada: "China está cerca". El texto, acompañado de una foto en la que se le veía comiendo en un restaurante chino, versaba alrededor de eso, de que estaba comiendo en un restaurante chino. A partir de ahí el texto, firmado por "redacción" que es un sinónimo tristemente extendido últimamente en la prensa, trataba de sembrar dudas alrededor de Eco, nada más. El asunto trataba de advertir del peligro de que un conocido izquierdista estuviera comiendo en un restaurante chino como símbolo inequívoco de que la invasión de la economía del país de Mao estaba, como Hanibal, ad portas.  Amargamente, el semiólogo, se quejaba de la proliferación de este tipo de textos alarmistas que no tienen otro interés que sembrar dudas sobre ciertas personas. Dudas un tanto peligrosas en un país gobernado por Silvio Berlusconi.

No digo que el artículo sobre Perelman persiga crear dudas sobre el matemático pero, lo cierto, es que desde un punto de vista informativo es completamente irrelevante: la única noticia que hay del Planeta en el que habita Perelman es que no hay noticias y publicando un artículo de este tipo no saltamos una de las máximas periodísticas que antes estaban vigentes y que reza inequívocamente como "no news, good news" ("no hay noticias, buenas noticias").

De unos años a esta parte nos hemos acostumbrado a que la prensa sea tremendamente moralista, a que genere opinión o, peor, a que cuando es capaz de lo anterior emita opiniones que comparten sus lectores pero, sobre todo, nos hemos acostumbrado a que los medios de comunicación se conviertan en una especie de controladores de la actividad pública (o de la carencia de la misma) de todo tipo de personajes. 

Es lo que yo llamo "soltar al hurón". Cuando todavía era legal el uso de hurones para la caza tuvimos en casa varios de estos simpáticos bichos, bueno, simpáticos cuando estaban en casa porque, adiestrados para la caza se convertían en un bicho de lo más violento. La forma de cazar era simple: se introducía al animal dentro de una conejera y se colocaba una pequeña red en la salida de la misma. El tranquilo conejo, al descubrir que tenía una visita no deseada, salía corriendo hacia el exterior y se metía en la red. Fácil, limpio y sencillo. Detrás del hurón y del pobre conejo siempre salían dos o tres más por diferentes salidas provocando una singular estampida de bichos.

Escribir artículos de este tipo (y este no es, ni mucho menos, tan doloroso y no utiliza unos métodos tan crueles) sólo tiene como objetivo generar esa estampida. Medios mucho menos serios que El País usan desde hace demasiado tiempo a hurones travestidos en incómodos señores y señoras con micro en ristre que se dedican a introducirse en la madriguera del famoso con el único objetivo de que este salga corriendo frente a las cámaras y así poder adjetivarlo en la huida con preguntas capciosas: ¿De qué huye? ¿Por qué huye? ¿Qué hay de malo en contestar dos preguntas? ¿Qué llevaba en la huida? ¿Qué escondía? ¿No iba demasiado rápido? ¿No iba un poco sucio? ¿No es raro que se comporte así? ¿A donde va? ¿Con quien? ¿No es extraño ese comportamiento? ¿Tiene miedo de algo? ¿Es esa huida un símtoma de que está mal de la cabeza? ¿Si está mal de la cabeza será porque tiene Asperger o porque bebe o toma drogas? ¿Y si bebe y toma drogas y todo a la vez?

Cada una de esas preguntas obtiene, a su vez, una conjetura creada por un observador (colaborador le llaman ahora aunque, en realidad, deberían de llamarlo "colaboracionista") que ocupa tiempo y espacio en medios a precios irrisorios y que, a su vez, sirve para extender otras conjeturas, hacer otras preguntas que, a su vez, son contestadas por otros observadores de la realidad que, esta vez, apoyan sus conjeturas en testimonios de observación etc. etc. etc.

En un mundo tan ruidoso como este el silencio nos llena de terror. Si permaneces en silencio, básicamente, la cagas. La decisión de Perelman de dejar de existir públicamente no es tomada como una solicitud de no ser molestado (por razones que pueden ser tan sencillas como estar agotado o de tener cierto pudor) sino como una invitación a, en términos matemáticos, despejar su incógnita. Si para Perelman descifrar la complicada Conjetura de Poincaré fue un reto que, sin duda, lo apasionó no dejar de ser interesante que, paradójicamente, él mismo haya construído la Conjetura de Perelman que, para los que no saben nada de matemáticas, se ha hecho tan atractiva por contener todos los elementos que se necesitan actualmente para publicar historias: misterio, gotas de malditismo, silencio...

Si ahora, en este mismo momento, estamos acostumbrados a que el famoso se exhiba diariamente tanto porque quiere exhibirse (Belén Esteban echando a su marido de casa, Angelina Jolie en misión pastoral para UNICEF, Javier Bardem en una rueda de prensa promocionando una película) lo cierto es que si el famoso decide no ser famoso esto nos indica que algo no anda bien. Es más, los medios más preparados para la caza, los que cuentan con más hurones, suelen invocar al sacrosanto mandato no ya solo de informar en total libertad (un argumento tremendamente torticero) sino de que si no se coopera convenientemente con este mandato se está atentando contra este derecho inalienable y se está recortando la libertad de presa e información. El argumento es tan claro como falaz: usted tiene que abrirme las puertas de su privacidad para permitirme que yo haga mi trabajo. Es decir, el derecho a la privacidad es siempre menor al derecho de información algo francamente falso si tenemos en cuenta de que, en la mayoría de los casos, las vidas investigadas no son las de personas que ostenten cargos públicos o se dediquen a actividades delictivas. Y, en todo caso, dudo mucho de que un cargo público tenga que abrir las puertas de su casa de par en par para que veamos su vida cotidiana si es que no hay sospechas de que en su water cuelga un cuadro de Miró...y esto, en todo caso, sería una actividad más propia de un juzgado que de un medio de comunicación.

Pero, además de toda esta perorata sobre si en realidad la palabra "ética" no exista formalmente (lo dice uno que ha forzado los límites semánticos de esa palabra muchas veces en el ejercicio de su vida profesional, que uno no es un santo aunque le hubiera gustado aspirar a tal título y ser un Woodward&Bernstein redivivo), lo que flota sobre el texto de Perelman es una sencilla idea: el que es listo no sabe vivir y es, por tanto, no un excéntrico sino un idiota peor que usted y que yo (más como yo, créanme), el que es listo vive al margen de la felicidad infinita que a cualquiera de nosotros asocia no ya a recibir galardones sino a que un Instituto norteamericano decida recompersarnos con un millón de dólares. Lo que extiende un mito: la ignorancia es felicidad y si tienes la cabeza llena de ideas lo normal es que te conviertas en un tipo raro. Un consuelo para los que, intelectualmente, no levantamos dos dedos del suelo y sí sabemos disfrutar de la mandanga. 

Si Perelman hubiera estudiado más en la Universidad de la Vida (que no extiende títulos oficiales) seguramente sabría haber puesto a buen recaudo ese milloncejo y habernos dado la tranquilidad de saber que se lo está gastando en cosas útiles. Si Perelman (o Pynchon o McCarthy o...o los muertos Fischer y Salinger) concedieran más entrevistas a lo mejor sabríamos que sus vidas no tienen interés, que sus hijos son feos, que sus esposas son aburridas, que su vida es un coñazo y podríamos tranquilizarnos con otra idea aún más estupenda: son listos pero no han sabido tener una vida a la altura de sus logros, una esposa con curvas y apetencias de actriz porno, unos hijos singularmente atléticos, una casa espaciosa con Thermomix y TDT...son unos mierdas por mucho que sean grandes profesionales.  

Por encima de otras valoraciones: la ignorancia nos vacuna contra la infelicidad o, por lo menos, contra la necesidad de rebuscar más allá del convencionalismo. Nos ayuda a integrarnos (y no a ser unos apocalípticos como decía Eco) y a pasar mejor el trago.
Le pregunté una vez a un hombre muy sabio sobre su renuencia a aparecer en los medios, a estar más activo públicamente, a volver a publicar cosas más comerciales y me contestó en esos términos: "No doy conferencias porque me aburren soberanamente y no tengo la necesidad de explicarme. Mi discurso está en los límites de lo que escribo. Y, sobre escribir más, te diré que es que siempre he considerado que soy un poco vago".

"Vaya, es un vago", pensé. Y me quedé mucho más tranquilo. En el fondo, era un poco como yo.

Nota del Insustancial: Antonio Galván es un músico que se esconde bajo el nombre de Parade. Sus canciones acercan a la ciencia de un modo sentimental extendiendo, a su manera, el mito romántico del científico algo que, en los tiempos que corren, no es muy habitual. Suena fantásticamente bien. Su disco "La fortaleza de la soledad" (2009) es francamente bueno. Que disfruten.  

4 comentarios:

Jordi M.Novas (A-Zeta) dijo...

A mí no se me da muy bien tratar con la gente, y no soy un genio... Así que no me dan mucha pena los genios.
De todas formas hoy en día no hay que hacer muchos demeritos para que te llamen vagabundo (solo rechazando dinero..).
Ese matemático me ha recordado al tipo de la peli "Pi".

Señor Insustancial dijo...

Hola Jordi,

Me decía un colega que lo que le intrigaba de Perelman era el secreto de la felicidad de Perelman. Qué había descubierto en su actual vida para encerrarse en ella.

Un saludo.

moonriver dijo...

Y para saber un poco más sobre el síndrome de Asperger: "Adam" de Max Mayer. Impresionante.

Señor Insustancial dijo...

Hola Doña Moon,

Me la apunto y la uno a la lista de pendientes. Muchas gracias.