Habíamos trabajado mucho. Cuando quiero decir mucho quiero decir muchas horas y muy bien empleadas...de hecho habían estado tan bien empleadas que ya teníamos los síntomas del agotamiento físico y mental: estás crispado y, de pronto, todo parece un mundo pero, al segundo siguiente, lees una receta de cocina y comienzas a descojonarte porque la palabra "sofreir" te parece la monda. Era como tener el cerebro hecho de algo mullidito, sí, esa es posiblemente la mejor descripción notas que la cabeza se te queda por dentro como acolchada, como si estuvieras más ligero.
Pónganse en nuestro lugar: como 9 o 10 personas con esa sensación sobre los hombros, hartos de comida basura deglutida a toda leche en la misma mesa de trabajo, fumando un cigarrillo tras otro y soportando el tirón con coca-cola y alguna cerveza furtiva.
No era el peor panorama posible que había visto en lo laboral. Unos años atrás había estado montando efectos especiales con un equipo durante unas 40 horas seguidas en una vieja nave industrial a la que le faltaba como la mitad del techo. Aquella noche, una de las chicas del equipo estaba tan derrengada que le atacó el "síndrome del cerebro mullidito" y se curró una especie de suite nupcial con cartones y unos plásticos industriales. Supimos que había triunfado y que el habitáculo era una bicoca cuando, al transcurrir la hora que quería dormir fuimos a despertarla y nos encontramos con que estaba abrazada a un perro abandonado lleno de pulgas que se había colado allí para calentarse un poco. Lo peor fue que el perro se puso bastante pesado con que no la despertáramos y nos enseñó sus dientes amarillos varias veces. Al final el perro salió de allí (a cambio de unos cuantos trozos de bocadillo que rescatamos de la cena) y sacamos a la chica completamente dormida y diciendo: "Joder, huelo como si me hubiera restregado con un perro". Unas risas....y una pena...
El caso es que, pese a todo, en aquella redacción apestaba a agotamiento que es el olor a perro del oficinista. Serían como las 21 horas y seguíamos con el trabajo a media hacer. Era normal. Siempre estábamos con el trabajo a medio hacer pero, al menos, lo cierto es que habíamos conseguido entregar a tiempo dos maquetas diferentes de la revista. Una maqueta, o número cero, es una publicación que se hace para saber por donde van a ir los tiros de lo que va a salir al kiosco. Pese a que pudiera pensarse que es una especie de trabajo absurdo (una revista que nadie va a leer) lo cierto es que cumple muchos objetivos: sirve para que la gente pueda hacerse una idea de donde se mete, sirve al departamento de publicidad para ir por ahí mostrando el lugar donde van a insertarse las páginas de publicidad y también, como no, para que el material sea examinado bien por expertos en la materia a los que las editoriales pagan un montón de pasta por dar su opinión y como material de trabajo para llevarlos a esos test donde un montón de futuros lectores dan su opinión sobre si comprarían algo así o, mejor, porqué no comprarían una revista así y que mejoras le harían.
Me imagino que, por aquel entonces, nuestro jefe supremo también estaría ya sufriendo el síndrome del "cerebro mullidito" y no tuvo mejor idea que colocar una reunión con un señor que presentó como "asesor editorial" a eso de las 21:30 horas. Digamos que, el tío no era la alegría de la huerta, y que se gastaba un look entre el de un psicólogo de una película americana, un profesor universitario de un telefilm y hablaba como cantidad de despacio y cantidad de bajito. Hay gente que cree que por hablar despacio está cargada de razones (yo creo que una gilipollez es una gilipollez independientemente de la velocidad que se utilice) y lo del rollo hablar bajito no es más que un truco bajonero para intentar captar la atención. Ahí tengo también mis dudas porque si es un truco que, difícilmente, le funciona a un maestro en una clase de alumnos de 9 años es posible que, entre adultos, tampoco sea una medida demasiado disuasoria. Si, encima, es entre adultos que se han pasado los últimos dos meses trabajando como si estuvieran en una mina de sal y que, están tan reventados, que apenas pueden escucharse entre ellos es posible que la cosa comience con un "¡habla más alto, por favor!" desquiciado que fue contestado con un "por favor, no fuméis en la sala porque tengo la garganta mal y esto se llena de humo" proferido por el visitante. Aquello llamaba a la rebelión absoluta.
Teníamos frente a nosotros a una persona que llevaba la ropa limpia, quizás no con un look guay, pero sí limpio. Calculaba que había desayunado y comido bien, se habría hecho su sobremesa, su tacita de té o de café...es más olía como si se hubiera duchado como dos o tres veces en lo que iba de día y, es más, se movía al ritmo parsimonioso y educado que roza la cursilería, del que cree profundamente en que el equilibrio interior está en esa serie de gestos de mayordomo oriental que van como a 16 RPM. Frente a él, una tribu de oficinistas resentidos con su destino de galeotes, sudaos, malcomidos, con el estómago ardiendo por el chino, la hamburguesa y las bebidas gaseosas, los ojos hinchados, las manos temblorosas por la falta de fumeque que, a esas alturas, ya había conectado tan bien que se comunicaba por gruñidos ininteligibles y se movía con alegría entre el caos. Lo teníamos claro. De alguna manera extraña percibíamos que el olor de ese tío era, en definitiva, el enemigo. Su impresión de nosotros no tuvo que ser mejor, la verdad.
El tipo eligió como al azar el último de los "números cero" que habíamos terminado (hecho esta vez en papel guay y con la medidas exactas para su impresión) y comenzó a hojearlo. En silencio. Pasaba las hojas como con desgana, mirando arriba y abajo las páginas como si estuvieran llenas de noticias malas, de noticias horribles. Todavía sin hablar y con uno de los puños sujetándole el mentón intercambiaba una especie de comentarios por lo bajini con nuestros jefes supremos que intentábamos escuchar. Nada, cero, más nos hubiera valido habernos traído un perro pulgoso a la reunión para que escuchara aquel discurso inaudible y catastrofista.
Finalmente, levantó la cabeza, nos miró, se ajustó las gafas metálicas, tosió un poquitín y emitió su veredicto: "Vuestro trabajo es grotesco".
Aquello, de pronto, fue como una de esas películas de acción en la que alguien tira una bomba y el universo entero se congela. Después la vida se aceleró un tanto y comenzó a escucharse un "¿quécómocuálestoquecojonesquieredecir?" y sobrevino una especie de aullido feroz. Este que escribe dijo que aquello era un insulto y se llevó una reprimenda del carajo y lo que vino después fue una especie de nuevo berrido tribal. Ante el berrido tribal vino una pregunta reformulada: "¿Puedes decirnos qué significa para ti "grotesco"?
Ni que decir tiene que el tipo no supo contestar a tan sencilla pregunta, venga estírate sobre el significado de un adjetivo que estás usando a ver si yo me aclaro de lo que quieres decir...nada, no hubo manera, lo más que llegó a explicar era algo así:
-"A ver, ¿Estamos todos de acuerdo con qué significa grotesco, no? Pues a eso me refiero".
"Grotesco" significa "Ridículo, extravagante o de mal gusto" . No supo verbalizarlo.
El caso es que estuvimos reunidos con aquel hombre, bueno, estuvimos intercambiando pedradas con él como dos horas sin que no supiéramos muy bien ni para qué había venido, ni qué razones tenía para demoler el proyecto entero. El tipo se largó después de aquello y, ni que decir tiene, que tras la caótica reunión pedimos unas pizzas y seguimos trabajando con un retraso en nuestro planning de dos horas exactas. Si no recuerdo mal se le despidió con un sonoro desprecio y, a cambio, nos dejó una especie de órdenes que nos aseguraban una especie de éxito seguro.
1. Un recomendación para la portada.
2. Una reducción sintomática de lo que llamó "artículos de mal gusto".
3. Una sugerencia sobre un cambio de formato a otro más pequeño con unas medidas exactísimas, sorprendentemente exactas.
A los pocos días todos los cambios se tornaron absurdos y futiles: la portada sugerida como la de éxito sufrió la puntuación más baja en los test de futuros lectores, los artículos que pidió que suprimiéramos fueron los más aplaudidos y, curiosamente, las medidas recomendadas eran completamente imposibles de llevar a cabo en una imprenta como la nuestra.
¿Qué hubiéramos sacado en claro de haberle hecho caso? Hubiéramos fracasado estrepitosamente pese a que el aplomo y la calma que utilizaban garantizaban un total y absoluto éxito. Vaya. Aquellos fueron los primeros días en los que escuché la palabra "gurú". Antes solo lo había escuchado para referirse a gente chiflada como el Maharisi Yogui o Sai Baba, ya saben, santones hindúes pero, aquellas fechas, resultaron reveladoras puesto que me enteré de que por los USA comenzaban a hacerse famosos los asesores, consejeros o, también llamados, gurús que con su trabajo aumentaban las posibilidades de éxito de cualquier empresa. También fueron aquellos los días en los que prometí ponerme al abrigo del primer bunker nuclear en cuanto escuchara la palabra esa de "gurú" o me presentaran a alguien que dijera que tenía esa profesión.
Lo que sí me sorprendió de todo aquello no fue tanto el hecho de que aquella persona, evidentemente, demostraba no conocer para nada el paño con el que estaba trabajando y que, me imagino, que se marcaba el sencillo objetivo de dar una serie de leves directrices marcadas por sus gustos y otras que, directamente, eran una especie de plantilla base que aplicaba a cualquier revista fuera esta de cine, gastronomía o punto de cruz. Luego, la experiencia, me ha ido revelando que estos asesores o gurús suelen tirar de esas cosas que se llaman "hojas de ruta" previendo que todos los problemas pueden solucionarse siguiendo un protocolo estrictamente parecido en todas las situaciones dadas. ¿Se imaginan si el mundo funcionara así? Sería facilísimo. Desgraciadamente la experiencia también me dicta que el gurú es mucho mejor cuando habla que cuando calla. Siempre puedes hacer justamente lo contrario de lo que dice, que fue nuestro caso, y seguir tu camino tranquilamente.
En todo caso me quedo con el hecho de que alguien que trabaja con palabras no sepa definir ajustadamente el significado de un adjetivo como "grotesco". No digo que la gente tenga que llevar un diccionario en la cabeza y saber todas las palabras del diccionario pero, si es verdad, que nos comenzamos a acostumbrar al mal uso de ciertos adjetivos. A mi me pasa con la información, con el ejercicio de la información, las noticias están llenas de errores de bultos a este respecto. Échenle un vistazo al uso que una redactora del telediario de TVE daba hoy, en la edición de las 15.00, del uso del adjetivo "caótico" en esta frase: "El tráfico aéreo europeo está en una situación caótica debido al fuerte temporal". Veamos que significan "caos" y "caótico":
CAOS:
- m. Estado de confusión y desorden en que se hallaba la materia hasta el momento de la creación del cosmos.
- Confusión, desorden.
CAÓTICO:
- adj. Del caos o relativo a él.
- Desordenado, confuso
Lo mejor es que en las imágenes de la pieza se veían aeropuertos ingleses con unas imágenes de calma chicha y, lo que es mejor, las camas que las autoridades de dicho país habían dispuesto para las personas que se habían quedado atrapadas por el temporal así como otras medidas de socorro como garantizar la comida o la higiene de esas personitas. Algo bastante alejado de, por ejemplo, las imágenes de pasajeros dejados en tierra por Air Comet moviéndose por el aeropuerto sin saber a quien reclamar. Eso si parecía un tanto caótico.
"Caos", "Desastre", "Apocalíptico", "Tragedia" y en un aspecto positivo frases hechas como "Obra maestra", "Lo mejor del año", "Lo mejor de la temporada" son utilizadas hasta el límite de que pierden por completo su significado y, lo peor, deforman de forma evidente la realidad de las cosas poniéndolas en un plano completamente diferente. Como decía Gato Pérez "se fuerza la máquina" de la lingüística hasta límites insospechados para darle importancia a cosas como que los aeropuertos se cierren en invierno por unos días lo que es, teniendo en cuenta las fechas, una cosa bastante normal. Utilizamos adjetivos altisonantes para que nos presten atención, para obligar a los demás a girarse en nuestra dirección. Mal asunto.
Nota del Insustancial: The Hives son un grupo de Fagersta (Suecia) que le dan al sonido garajero como se debe hacer, es decir, con elegancia y aspereza. Su "Hate to say I told you so" (Odio decirte que ya te avisé) es una canción incluída en su mítico "Tyranosaurus Hives" (2004) resulta cercana al tema tratado. Bueno, un poco...
1 comentario:
Hola, he llegado a tu blog por casualidad y acabo de leer esta entrada, ahora seguiré dando un repaso al resto.
Decir, a parte de que parece que el blog mola, que los Hives son la puta bomba!!
¿Te apetece intercambiar links?
sistebbins.blogspot.com
Un saludo.
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