Han firmado la baja el cantaor (aunque es un término que se queda cortísimo) Enrique Morente y el director de cine Blake Edwards (aunque posiblemente también sea un término que se quede corto).
Es imposible hacer una semblanza de ambos (y eso que llevo escritas unas cuantas semblanzas mortuorias en este blog...la última la del entrañable Pele, el sheriff de Malasaña) sin caer otra vez en los topicazos propios del género este de las notas laudatorias que se escriben cuando alguien muere.
Comparar a ambos genios sería absurdo. No tuvieron nada que ver en vida excepto, claro está, el hecho de que ambos fueron unos visionarios en sus respectivos terrenos: Morente se dedicó a sacar el flamenco de las tabernas y de las fiestas de señoritos regalándole al cantaor la etiqueta de artista. Un artista consciente de su arte que conoce al dedillo la tradición y que, al igual que en su momento Camarón de la Isla (o quizás tirando de ese mismo impulso setentero tan vibrante), decidieron instalar el cante flamenco al lado de las otras artes musicales. Morente es indispensable para entender la universalización del flamenco y, sobre todo, para entender la normalización de este y la salida del mismo de esa especie de extraña marginalidad prejuiciosa en la que estaba instalado.
A Edwards le pasó un poco lo mismo con la comedia. Fue un grande en lo suyo empeñado en utilizar toda la tradición cómica y en revertirla para acomodarla a los tiempos. En Edwards igual te encuentras un gag de una batalla de penes embutidos en condones fluorescentes (Una cana al aire), los problemas de la crisis de los 40 (10), el absurdo llevado al paroxismo (la saga de la Pantera Rosa), la comedia coral...Edwards nos enseñó todas las formas de hacer reir. Por cierto, solo le dieron un Oscar honorífico que sabe a muy poco teniendo en cuenta la enorme trayectoria del director de "El Guateque", "Victor o Victoria", "S.O.B." o la imperdible "Días de vino y rosas".
Disculpen si no he podido evitar, como siempre, sacar la talega repleta de conocimientos absurdos y de datos que ya manejan. De lo que quería hablarles es de las imagenes del sepelio de Enrique Morente, de esa tradición absurda que se ha instalado entre nosotros...
La primera es no poder encontrar una explicación sensata de quién es el fallecido. Ha pasado con Morente otra vez, todo han sido palabras vacías de reconocimiento sin que nadie haya atinado, ni de lejos, en hacer un círculo rojo alrededor del nombre del fallecido y explicarnos el por qué de su grandeza. Ya ves, todas las explicaciones son completamente emocionales y, por lo tanto subjetivas. Es más, lo más absurdamente repetido ha sido que había mezclado los textos de Lorca y otros poetas con el flamenco...esto...algo que ya había hecho Lauren Postigo y que era juego común entre los flamencos. A nadie se le ha ocurrido hablar de Omega (junto a Lagartija Nick), de la extraña fascinación de la modernez neoyorquina con este cantante plasmada en una rarísima colaboración con Sonic Youth y, ni siquiera, se ha dado la voz a los ortodoxos flamencos granadinos de porqué siendo Enrique Morente un renovador era, sin embargo, aceptado como el cantaor más grande (para muchos, sin permiso de Camarón de la Isla) pese a sus derivas con el arte contemporáneo, con esa manía suya de hacer del flamenco algo que tuviera el mismo respeto que el Jazz.
Pero más allá de las tristezas informativas a las que se nos viene acostumbrando últimamente nos vamos a centrar en eso del sepelio, en la forma en la que nos enfrentamos a la cochina muerte...
Se me hacen cuesta arriba esas muestras de cariño popular y esa manía de las capillas ardientes públicas por donde desfila el pueblo (soberano dicen unos, cotilla dicen los otros) que convierten cada celebración en una especie de paseo chungo. A mi esas cosas me ponen de los nervios, esas filas de ciudadanos, ese rollo tan poco interesante de pasearse frente a una caja de madera que contiene un cadáver. Es una especie de circo, ¿no? He pasado por eso como dos veces en los últimos cinco años, ya sabes, recibir cientos de pésames mientras estás sentado en una silla o de pie como un pasmarote, aguantándote a duras penas, patinando sobre ese dolor de cabeza, sobre el cansacio de una noche sin dormir, sobre esas ganas de esconderte para echar una sincera lágrima en silencio y, quiero decir, que se agradecen ciertas visitas pero, la verdad, muchas de ellas suelen ser bastante molestas porque, ante algo como la muerte, nunca sabes qué decir. Lo normal es recibir una batería de preguntas absurdas como "¿Qué ha pasado?" (como si no fuera evidente lo que ha pasado, la forma en la que se ha llegado hasta esa capilla ardiente) y otras consideraciones aún más locas como "no somos nadie" (bueno, la gente es algo) , "ahora ya ha descansado" (no parecía que fuera su turno...), "hay que ser fuerte y tener valor" (eso es porque no estás aquí, recibiendo lindezas dialécticas)...
El día que enterramos a mi madre a los operarios del cementerio se les olvidó la escalera. Subieron el féretro hasta el nicho con una improvisada y chusca plataforma hecha con un listón y dos sillas de plástico (una de ellas de color verde, de una famosa marca de cerveza...). Se hizo el silencio, un silencio cómplice, un silencio de pánico, como de esos que se producen cuando el equilibrista está a punto de dar un doble mortal. Un queridísimo amigo me dijo al oído "joder, estamos siempre tan cerca de hacer el ridículo...incluso en los momentos peores...". Era evidente que el silencio respetuoso se estaba mezclando con algo peor: el miedo al patinazo de los operarios. La irresistible posibilidad de que ocurriera algo tremendamente absurdo, doloroso y terrible. Una cosa entre Berlanga y Edwards, si me lo permiten. No pasó, aquella gente ya había improvisado otras veces. Parecía uno de esos trucos de "vamos a rebajar la tensión de estas personas ofreciéndoles algo de suspense...hagamos que olviden su dolor dándoles algo que recordarán forever and ever". Si ya es malo morirte, díganme si un buen golpe del destino no es algo ya completamente definitivo.
Vamos bien, hagamos recapitulación. Recuerden: No molestar con frases idiotas, llevar una escalera o aparato para escalar de confianza.
¿A qué viene eso de aplaudir? Lo hemos visto otra vez en el entierro de Morente. La gente aplaude. Aplaude. Plas, plas, plas. Un plas-plas-plas con pausa, un plas-plas-plas pesado y solemne que siempre va dirigido al muerto pero que, creo yo, también esconde algo de "estamos aquí, lo hemos hecho bien, somos gente sensible con el dolor ajeno, sabemos lo que supone una pérdida...démonos a nosotros mismos un aplauso también. Comienzo yo, yo les aplaudo a ustedes y ustedes a mi, venga que no se diga".
No entiendo esa moda del aplauso que se escucha también en entierros que no son de artistas o de toreros. ¿Qué leches es eso de aplaudir como si estuvieras en el teatro?
Y ya el colmo de los colmos son esas manitas con un móvil levantado sobre la multitud...haciendo fotos. Guau. ¿Esas fotos van al facebook directamente con un comentario "en el entierro k pna" o qué? ¿Es que nos hemos vuelto todos gilipollas?
Y podría seguir con esos altares improvisados que dan miedo que también son para echarles de comer a parte...un desastre, ya les digo...
Nota del Insustancial: Nunca viene mal reir un poco...de ahí el vídeo...
3 comentarios:
Las peleas de karate entre el inspector Closeau y su criado son una de las cumbres del humor de todos los tiempos, a ver si alguien que sepa hacerlo las recopila en un dvd o algo.
Hola Álex,
Todas las pelis de La Pantera Rosa están recopiladas en una edición barata y buena que hizo Warner hace como dos años.
Un abrazo.
Gracias, señor Insustancial. ¡Pero yo quiero una recopilación sólo de las pelas!
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