domingo, 27 de abril de 2008

un día de furia lo tiene cualquiera...




Un día de estos me levantaré temprano, me ducharé, me afeitaré, me pondré mi mejor traje y mis mejores zapatos, meteré un par de cosas en una bolsa y saldré de mi casa con destino a la estación de Atocha.


Una vez allí, pediré un billete para Almería en primera clase. Me pasaré el viaje entero leyendo el periódico, departiendo con otros viajeros amablemente, dormitando y haciendo alguna escapada al water para echarme un cigarrillo. Comeré algo en el vagón cafetería y me regaré las tripas con media botella de vino.



Cuando llegue a la estación, me iré a los baños, me compondré la camisa, la chaqueta, me refrescaré el cogote, me pondré unas gafas de sol y saldré en busca de un taxi. Dentro del mismo, sacaré un papel doblado del interior de mi cartera y le leeré al taxista la dirección que hay escrita en él. El taxista me preguntará que a qué he venido a Almería y le diré que a visitar a un viejo conocido, después hablaremos del tiempo y le sacaré algún tema de conversación de esos que hacen que el taxista baje la radio y se dedique a parlotear, por ejemplo, la delincuencia.



Pagaré al taxista dejándole una buena propina, después me bajaré del coche, dejaré mi exiguo equipaje sobre el asfalto, me estiraré, me subiré los pantalones y me echaré otro pitillo frente a la entrada de la vivienda que estoy a punto de visitar. Cogeré mis cosas de nuevo y llamaré a la puerta. Cuando la voz del inquilino pregunte le diré que soy el Subinspector Martínez de la Brigada de Inmigración y que vengo por un asunto oficial.



Me abrirá la puerta confiado y le preguntaré su nombre. Luego, le daré una bofetada en el carrillo derecho, con la mano abierta. Luego abriré mi bolsa y le tiraré encima, con saña estas novelas: Lanzarote, Plataforma y La posibilidad de una isla.
Luego me sentaré tranquilamente sobre su cabeza para que no se escape y desde mi propio móvil llamaré a la verdadera policía y me entregaré.



Será mi regalo a las letras europeas. Creo que ningún juez me condenará por haberle partido la cara a Michelle Houellebecq. A lo mejor sí, pero ya se cuál será mi defensa: "Señoría, este hombre es tan provocador, tan polémico y tan transgresor que la lectura de sus libros me ha transformado en una bestia parda, en un ser despiadado, he creído bueno devolverle tanto dolor, tanto tiempo perdido en leer sus porquerías con un sonoro bofetón...mire por un instante su carita de rata astuta, pregúntele por cualquier tema y espere a que le de su opinión, estoy seguro que si lo escucha decir las cosas que dice y después dígame si mi arrebato de cólera no ha sido, en definitiva, un acto de justicia poética...".



Aquí les dejo algunos enlaces para que juzguen por sí mismos...aquí, aquí, aquí y aquí. Me quedo con esta frase que suscribo: "Puedo decir que desgraciadamente he escrito un libro".



Efectivamente esos tres últimos se los podía haber ahorrado. Nadie había dicho más tonterías en menos tiempo para vender más libros. Comienzo a estar harto de los escritores de literatura de tanqueta. ¿No estaría bien que un escritor, al que se le ha impuesto la etiqueta de pensador fuera capaz de establecer pensamientos e ideas menos simples que Isla=caca, mujer=puta...? ¿Cuando el buen escritor se convirtió en el tiparraco vociferante?
¿Alguien se apunta a hacer una lista de intelectuales abofeteables?

2 comentarios:

http://elsonidoylafuria.wordpress.com dijo...

Houllebecq, un tipo que va vestido como un cliente de Cine X un martes por la mañana.

Anónimo dijo...

Joder, que descripción más brillante. Cabrón.