domingo, 16 de noviembre de 2008

Corre, idiota, corre





No hay nada mejor en este mundo que desayunar un par de botellas de Protos y una selección de bollería importada, en Barbate a las 11 de la mañana después de un extenuante viaje de más de 14 horas que te ha llevado de Madrid a Puerto Lápice, para tener que volver a Madrid a cenar y recoger a un rezagado y enfilar de camino a Barbate donde te espera tu casera provisional con un montón de preguntas y las llaves del apartamento.


En honor a aquella mujer bautizamos aquél lugar como Hotel Rosario. El año pasado fuimos un poco menos cariñosos y decidimos que el lugar donde nos había tocado dormir era Abu Graib. Las camas de Abu Ghraib estaban repletas de los peluches más siniestros que se pueden ver en cualquier feria. Destacaba sobre toda aquella fealdad la de un mono despelujado y bizco que fue retratado en todas las posturas obscenas posibles, incluso, con una bolsa en la cabeza. Con alguien teníamos que pagar que los vecinos de abajo frieran sardinas a todas horas y escucharan a Andy&Lucas a toda hostia.


El Hotel Rosario era, en comparación, un paraíso equipado con una azotea de 100 metros cuadrados que nos ofrecía una inmejorable vista del impresionante skyline barbateño (atardeceres en rojo cervecita en mano) y un chill-out mañanero donde comentar la jugada antes de ir a dormir. Fue el último verano que anduve zascandileando con los sospechosos habituales. Fue un verano de huídas: Brasil-Madrid-Coria-Madrid-Barbate-Zahara-Chiclana-Madrid-Barcelona-Castelldefells-Madrid-Coria-Rosalejo-Mérida-Valencia-Barcelona-Madrid-Londres…


Cuando uno sólo atiende al capricho de una brújula desnortada huye, no viaja. Cuando no encuentras acomodo en ningún sitio y dos segundos antes de entrar por la puerta de casa quieres salir corriendo otra vez es que te has convertido en un fugado y no en un turista. Me lo dijo Jordi en la etapa catalana de mi viaje: “Vas buscando algo pero ni tú lo sabes”.

En el hotel Rosario fui feliz. Ahora siento haberme dado cuenta de no haberme dado cuenta del hecho de que todo aquello estaba tocando a su fin, sin duda hubiera intentado ponerle a la cosa de la despedida un poco más de énfasis, las peores despedidas son las que no crees que lo vayan a ser que te quedan así, como despreocupadas. Yo estaba huyendo en dirección contraria al grueso de la tropa que, discretamente, estaba levantando campamento para combatir en otros frentes abiertos mucho más realistas. Es posible que yo sólo tuviera una brújula rota y con eso me bastara pero las mochilas de los demás estaban cargadas de responsabilidades. No me di cuenta de que aquella fue la última bolsa de ropa, la última caja de cedés, el ultimo viaje a la costa, los últimos mojitos de chiringuito,las últimas intentonas por hacernos pasar por perroflautas en El Aborigen, las últimas noches en La Gata y La Luna, los chistes sobre Guarromán, las tardes de paso por Sevilla, las últimas raciones de atún encebollado, las últimas conversaciones sobre fútbol argentino, sobre pelis, sobre libros, sobre ligues.


No me di cuenta de que desconectaba o me ausentaba de las conversaciones que tuvieran algo que ver con el futuro, que abría otra botella de Protos (una caja entera que cayó) o me presentaba voluntario para acercarme a la nevera a por cerveza en cuanto alguien sugería un tema que tuviera que solucionarse en septiembre.



Seguí viajando todo ese verano, sólo y sin itinerario fijo. Vaciando maletas y rellenando ausencias, dejando tras de mí la estela de polvo de un Correcaminos paranóico que cree estar siendo perseguido eternamente por el Coyote, seguramente inexistente. Llegaba a los sitios y me sentía como Barton Fink, arrastrando un raro equipaje que me negaba a abandonar o a abrir por miedo a que tuviera demasiadas respuestas o demasiadas preguntas o qur fuera algo que simplemente no iba a poder resistir. Viví más de un mes de paso, alojándome en casa de otros buenos amigos a los que abandonaba al poco para irme a cualquier hotel donde podía meterme en esas sábanas cómodas que no huelen a nada, que no tienen recuerdos, donde dejas la habitación por la mañana y a tu regreso todo está intacto, impoluto y la vida puede volver a comenzar sin acordarte de qué narices hiciste la noche anterior. Donde nadie se interesaba por lo que arrastraba conmigo.


Una noche me encontré con una absoluta desconocida que me dijo que también estaba huyendo. Nos intercambiamos las cámaras digitales para ver nuestros itinerarios y sentí la necesidad imperiosa de volver a casa. Hice la maleta de nuevo y regresé sin decir nada. Descubrí que las casas y las vidas de las que los ocupan no son como las de los hoteles y sus inquilinos, que todo estaba tan descuidado como cuando lo dejé. Simplemente me puse a limpiar y a deshacer, por fin, el equipaje.

El Hotel Rosario es el Hotel California por el que pulularán siempre los fantasmas de mi pandilla entonando a media voz la dichosa canción de Ruibal y los atunes, de aquellos con los que una vez compartí choza y lanza, de la tribu, de los hermanos, de la Secta, de la tripulación de la Cocreta, de los primeros en llegar y los últimos en irse, de los Marines del Bar, de la Cofradía de La Vaquilla, de los chorros y los tangueros, de la lírica que espanta a las mujeres, de las discusiones River-Boca y del eterno dilema de saber qué coño lleva la gente dentro de su maleta.

11 comentarios:

Paria dijo...

Es curioso, habría jurado que fue a mi a quien este fin de semana un amigo le dijo que iba a ser padre, eso si que hace a uno sentirse viejo y no la artritis...

Anónimo dijo...

Gracias a las nociones de psicología adquiridas con el coleccionable "Pústulas de famosos de todos los tiempos" (RBA Editores), he descubierto que, si se une este post con el de "Sobrevalorados" que publicó días atrás, podría afirmarse que le tiene Vd. un pánico al futuro que tira de espaldas - expresión no del todo correcta, dado que si el futuro está en una posición cronológica posterior a uno, para que "le tirara de espaldas" tendría que hacer un escorzo corporal que ríase Vd. de Nadia Comanecci.

O, por el contrario, debería concluírse que es al pasado al que le tiene Vd. una tirria que - ahora sí - le tira de espaldas (obsérvese que el pasado sí está en un plano anterior al del sujeto; en este caso, Vd., que no sé si está sujeto o campa a sus anchas cual sardina galápago).

Yo me inclino (dada mi edad) por una tercera opción: de pequeño, le mordió una tostadora y le aterra casarse vestido de submarinista.

Afectadísimos saludos.

manu dijo...

A veces huimos de nosotros mismos; otras, nos buscamos a nosotros también. Porque, en nuestras míseras vidas, no dejamos de ser el centro de nuestro universo.

Yo no me casaría de submarinista: el neopreno no se lleva esta temporada.

Señor Insustancial dijo...

Hola a todos,
Que quede claro que loque a mi me pasó es que me atropello un muchacho con un Delorean que traía el condesandor de Fluzo de serie y, desde entonces, no me he recuperado. Lo del casamiento no es factible porque, efectivamente el neopreno no me hace figura.

Más que nada lo que creo que me ocurre es que estoy en ese momentico en el que te pones a hacer cuentas del pasado y del futuro para intentar ver qué le ha pasado al puñetero presente por el que paso. Que estoy un poco medio tristón por todo en general y por nada en particular pero que tengo que seguir mirando hacia adelante aunque sea en una posición incómoda (haciendo escorzo) o desde un lugar en el que me ha quedado solo...

El caso es que mi vida ha tomado una camino que parece incompatible con la gente con la que la he compartido hasta ahora y eso me produce regomello y bastante picor de ojete porque nunca tendré muy claras las razones. Un poco lioso.

Un abrazo y muchas gracias por la compañía.

manu dijo...

La vida es un ratico, que canta el otro. Pos miremos de pasarlo bien, en la medida de los posiblesss.

La vida es como un globo (perdón por la chorrada que soltaré, pero ahora mi única neurona está procesando la cena): a veces hay que soltar lastre, por mucho cariño que le tengamos, para seguir surcando el cielo.

Anónimo dijo...

hasta que las voces del recuerdo se alejaron,seguí viajando sola, lo hice este verano,hasta mediados de octubre:hotel el dorado,las carboneras.desde entonces,apenas hablo.qué crónica más bonita,gracias.

Señor Insustancial dijo...

Hola a ambos,

Simplemente me gustaría que sólo fuera una cuestión de soltar lastre pero es posible que sea incapaz y que me aferre al equipaje.

Viajar solo/a es sano y es agradable, incluso prescriptible si la pena es muy gorda. Lo malo es huir, eso no, hay que retirarse con elegancia pero nunca salir corriendo. No se, estouy en ese plan.

Un abrazo a ambos.

Anónimo dijo...

Estimado Señor Insustancial:

Te dedico el único post personal que escribiré jamás en mi corta vida bloggera:

Durante doce años fui abogado civilista en un pequeño despacho.

Mi mujer y yo las pasamos ligeramente canutas con el escaso sueldo que podía llevar a casa (no, no es cierto que todos los picapleitos estén forrados).

Mientras ella luchaba como una leona contra unas duras oposiciones, yo fui al médico por una gripe y salí con una distimia diagnósticada (una depresión leve, vamos, que me impedía levantarme literalmente por las mañanas). Cada mañana desayunaba un Cipralex con café.

Pensaba que no iba a ninguna parte, y estaba completamente perdido y desorientado. Mis amigos prosperaban economicamente, levantaban proyectos, avanzaban; y yo estaba... simplemente ahí.

Ella - la Única - aprobó la oposición. Yo dejé el Cipralex y me pasé a las tostadas. Y ahora te escribo a 1.300 kilómetros de mi tierra por una "gracieta" del Ministerio. Somos felices y cuento idioteces en un blog.

¿Es, por tanto, el aprobar unas oposiciones un remedio contra todo mal? No. ¿Es mi caso igual al tuyo? Seguramente tampoco. Pero lo verdaderamente importante es que, reconocer que, en un momento dado de tu vida, se abren demasiadas puertas - o no ves ningún resquicio por donde salir (que no escapar) - es algo tan natural como el hecho de que, en otro momento dado, vas a salir airoso, torero y por la puerta grande.

Porque la vida es así, maravillosamente cambiante. Y, aunque no tenga finales felices como en las películas ñoñas de Hollywood, el viaje es apasionante. Ya sea sólo o en compañía.

Advirtiéndote que nunca volverás a ver a "este" Grom el Único, recibe un abrazo.

Señor Insustancial dijo...

Hola Grom,
te iba a escribir en plan chorrada diciéndote algo sobre que dudaba de si esto lo habías escrito tu o tu leal orangután Sparky (después de leer tu post anoche he estado memorizando que el bicho era un orangután y no un gorila) pero no lo haré.

Me apunto al carro del Prozac, en mi caso, al de la filosofía positiva y a intentar tomármelo todo con mucho más humor buscando el hueco para sacar la cabeza...conoceros a todos por aquí y echarme unas risas con tu blog (anoche no podía aguantar las carcajadas) es parte de la cura.

Un abrazo enorme y, por favor, que vuelvan las carcajadas de otro planeta...ah, se me olvidaba, la próxima vez que te dejes caer por los Madriles no dudes en mandarme un e-mail para que nos tomemos un zumito y luego vayamos a dispararle a los viandantes que es una cosa preciosa y una tradición madrileña que se está perdiendo del todo y que intento recuperar.

Un abrazo enorme.

Anónimo dijo...

Lo del zumo está hecho; respecto a lo de disparar a los viandantes, permítame que dude (dado que soy de natural cobarde, prefiero la espada toledana y acuchillar por la espalda).

Afectadísimos saludos, y recuerde: "Gromland" no es divertido; Vds. lo hacen divertido...

... Er, esto, ¿no?

Señor Insustancial dijo...

Joder, Grom...
Pues tienes que buscarme un sitio para revender los dos Ak-47 y toda la munición que se me pasa de fecha.
Gromland es cojonuuudo.
Un abrazo.