viernes, 29 de agosto de 2008

El apocalipsis visto por Terry Southern y Charlie Manson


Mis abuelos tenían un piso en el pueblo que me sirvió como refugio durante años. El lugar era un cuchitril polvoriento y enano que, hasta que yo me hice con una copia de la llave, servía como trastero donde se apilaban todo tipo de trastos, muebles y muchas cajas con libros. La casa olía igual que las tiendas de El Rastro y Cuatro Caminos donde, de cuando en cuando, me llevaban mis padres para intercambiar tebeos. Una mezcla de humedad, polvo y papel viejo que se ha instalado en la pituitaria y que, cada vez que recupero, me trae el recuerdo de aquellas tardes de rebusque y lectura.

La casa fue, durante años, mi refugio durante las horas de la siesta en la que desaparecía de casa de los abuelos con cualquier excusa para apalancarme allí y leer, ver fotos viejas o, simplemente pasar el rato escuchando música con un walkman.


Durante aquellas razias de libros encontré muchas joyas de la literatura ínfima, que decía un colgado profe de la Facultad, como La Historia de O de Reage, Justine del Marqués de Sade, los libros del tarado de Vázquez Figueroa (Tuareg, Manaos, Los nuevos dioses...), una edición en tapa dura de Cartas a la prostituta feliz de Xaviera Hollander que después desapareció sin dejar rastro, mucho pulp americano (novelas de las que no recuerdo el nombre pero estaban llenas de crímenes, foglieteo y malos malísimos), novelas de Stephe King de la edición de Círculo de Lectores y una colección completa de Club Planeta -creo que está en todas las casas de España- que incluía los Trópicos de Henry Miller, Lolita y Ada de Nabokov, la autobiografía de Dalí y, quizás, el mejor descubrimiento de todos: Candy de Terry Southern.

Aquello era como la biblioteca vergonzante de dos o tres ramas diferentes de la familia y nunca sabré quienes eran, en realidad, los dueños de aquel botín. Mi teoría es que, con la edad, muchos de ellos comenzaron a tener hijos y les pareció que dejar a la vista todo aquello no era muy recomendable para crear un hogar sano.

En realidad aquellas tardes de literatura best-seller mezclada con clásicos ha hecho más mella en mí como lector que los Episodios Nacionales o Baroja, pero claro, yo no soy Juan Manuel de Prada. No hay más que vernos.


El caso es que descubrí a Terry Southern y eso era bueno. Ni siquiera sabía que Southern había sido el coguionista de películas como Teléfono Rojo: volamos hacia Moscú (Stanley Kubrick, 1964) Casino Royale (1967), Easy Rider (Dennis Hopper, 1968), The Cincinnati Kid (Norman Jewison, 1965); que se había convertido en un personaje adorado por toda la contracultura desde William S. Burroughs a Andy Warhol, que Peter Seller lo consideraba un absoluto genio o que The beatles incluyeron una foto suya dentro del collage de la portada del Sargent Pepper´s Lonely Hearts Club Band (aquí).



Southern es uno de esos autores que demuestra que la mejor manera de hablar de una época es manteniendo cierta distancia ácida. Y no me refiero, aunque también, al LSD (tan presente) pero, seguramente, no haya nadie que supiera ver los años 60 con tanta gracia que supiera retratar la Guerra Fría de una forma tan descarnada representándola en la imagen de un cowboy montando una bomba nuclear, supiera hacer más sugerentes los salones donde estalló la música lounge, el acid jazz, el beatnik y, después, retratara con tan buen tino a la Generación Hippie con sus luces (moteros atravesando Norteamérica en Easy Rider, libres como pájaros) y sus sombras (camellos sin escrúpulos en busca de carne fresca o idiotas sin remedio arrastrados por la modernidad como en The Magic Christian, la novela).


A este respecto sorprende, muy mucho, Candy (elegida como una de las 25 novelas eróticas más importantes de la historia por Playboy, ahí es nada y de la que se hizo una película en 1968 dirigida por Christian Marquand donde salía Marlon Brando, muy mala). En planteamiento suena algo elevado: una parodia del Cándido de Voltaire donde Candy es una inocente (hasta la desesperación) muchacha beatnik a la caza de la realización espiritual en medio de un irresuelto complejo de Electra. Un camino rodeado por todos lados, que dice Julius Winnfield en Pulp Fiction, por la tiranía de los egoístas y la tiranía de los hombres malos.


Con su toque satírico y su prosa abusivamente caústica Southern disecciona en una novela erótica, a la vista muy simple, a toda una generación y avisa, premonitoriamente, de lo que se le viene encima a todos esos confiados corderitos puestos en manos de sospechosos gurús con ínfulas hinduístas, los macarras reconvertidos en moteros de cuero y Harley y también una especie de chiflados callejeros que habían vivido siempre al margen de la ley y que vieron en toda la Generación Hippie el lugar perfecto para acampar sin llamar demasiado la atención. Premonitorio es el capítulo en que llevada por una especie de absurda compasión Candy acaba en los brazos de un violento y farfullante jorobado.

¿No les recuerda a nadie? 10 años antes de la aparición en escena de Charlie Manson el escritor ya auguraba que quizás el pachuli y el incienso estaban evitando que se oliera la podredumbre que comenzaba a instalarse en las calles y que dice Dennis Hopper "comenzó a salir de la luz cuando todas aquellas drogas que solían ser gratis se convirtieron en un artículo de lujo".


De hecho Charlie Manson ya era la visión apocalíptica andante del final de la Revolución de las flores ¿no? Un tipo feo, contrahecho y cargado de palabrería barata se tiró a toda una generación de inocentones convirtiéndose en la cara del terror que alumbró al Ejército Simbiótico de Liberación y a The Weathermen. Charlie fue el primero de los profetas del pánico como Jim Jones, el extraño fundado del People´s Temple que provocó el suicidio en masa de Guyana llevándose por delante 971 almas a finales de los 70, y el creador de un modelo de anulación personal copiado por David Berg para crear Niños de Dios que, ahora, sobreviven curiosamente bajo el mismo nombre que Manson dio a su grupo: "La familia". Dejo aquí testimonio de lo que pensaba Charles Manson de sí mismo.














Entrevistador: ¿En esencia quién eres?
Manson: Nadie. No soy nadie. Soy un tramp, un bum, un hobo, un boxcar (todos sinónimos de "vagabundo"), un yellow wine (porción de LSD en slang)... y una navaja de afeitar si estás demasiado cerca.

Escritores como Hunter S. Thompson, Ton Wolfe, Terry Pratchet o Robert Irwin, que publicó en 1999 la sorprendente Satán me quiere (Mondadori) sobre la misma temática pero de manera más cruda, le deben mucho a Southern y a su manera de mirar los diferentes movimientos culturales, políticos y sociales a los que sobrevivió pero sólo él supo adelantarse a todos ellos advirtiendo a todos, medio en broma, medio en serio, de todo lo que se les vendría encima. Nadie ha sido capaz de hablar de las sucesivas inmolaciones de todo un siglo de una manera tan divertida.

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